Queridos
amigos:
Como ustedes saben,
vivimos en una cultura que nos condiciona para olvidar los ritmos de la
naturaleza. Se trata, por supuesto, de un olvido interesado, que sólo beneficia
a quienes hacen grandes negocios destruyendo nuestro
entorno.
Por eso nuestra
insistencia en mantener siempre presentes las vivencias de nuestro encuentro con
el medio natural que nos sustenta.
En esta entrega ustedes
reciben:
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Un framento de la
novela "Orlando", la obra principal de la escritora inglesa Virginia
Woolf, traducida por Jorge Luis Borges. Está ambientada en tiempos de
Shakespeare y combina descripciones de una intensa sensualidad con la
ambigüedad de género del/la protagonista. Lo que refleja el mundo interior de
la autora. Fue escrito en 1929 y chocó con la mentalidad victoriana de la
época por reivindicar las cualidades femeninas del hombre y las masculinas de
la mujer.
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La imagen que acompaña
esta entrega es una miniatura de un artista casi desconocido del Renacimiento.
Liberale da Verona (1445-1526) pintó por encargo algunas obras religiosas de
muy escasa calidad. Sin embargo, cuando siguió su propia inspiración hizo
una serie de miniaturas muy fuertemente expresivas, como esta alegoría
invernal que representa a Eolo, el dios griego de los vientos. Eolo es aquél
que le dio a Ulises una bolsa con todos los vientos desfavorables encerrados y
que sus marineros abrieron tratando de robarle algún tesoro allí
escondido.
Quiero saludarlos en el
comienzo del invierno.
Un gran abrazo a
todos.
Antonio Elio
Brailovsky
Liberale da Verona:
"Eolo", miniatura en la
Biblioteca Piccolomini del
Duomo de Siena
“Acalorados
de patinar y de amor se tiraban en alguna playa solitaria, donde los amarillos
mimbrales bordeaban la ribera, y, envuelto en un gran manto de pieles, Orlando
la tomaba en sus brazos y conocía por primera vez, murmuraba, los goces del
amor. Luego, cumplido el éxtasis y aquietados los dos sobre la nieve,
él
le contaba de sus otros amores, y cómo, comparados con el de ella, habían sido
de madera, de lona y de cenizas. Riendo de su vehemencia, ella volvía de nuevo a
sus brazos, y le daba en prueba de amor un abrazo más. Y se maravillaban de que
el hielo no se derritiera
con
su calor, y se dolían de la pobre vieja que carecía de esos medios naturales
para derretirlo y que tenía que hacharlo con una cuchilla de hierro frío. Y
después, embozados en sus martas, hablaban de cuanto hay bajo el sol: de
vistas y viajes; de moros y paganos; de la barba de ese hombre y del cutis de
esa mujer; de una rata que comía de su mano en la mesa; de las tapicerías de
Arrás que se agitaban siempre en la cámara de su casa; de una cara, de una
pluma. Nada era demasiado pequeño para ese diálogo, nada demasiado
grande”.
(Virginia Wolf: “Orlando”. Buenos Aires, Editorial
Sudamericana, 1968. Traducción de Jorge Luis
Borges)
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