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En este Correo:
*Presentación
*Las casuísticas de la paz y la
guerra, Perry Anderson
*¿Qué es lo
que motiva a Perry?, James
Petras
*La guerra tendrá
lugar, Daniel
Bensaid
*El Debut del Nuevo Imperialismo,
Claudio Katz
*Democracias latinoamericanas bajo la amenaza de
Washington, Luis Bilbao
*Solidaridad
con Palestina
*Directorio, Musica de
Fondo
--oOo--
Presentación
Bajo la
dirección de Estados Unidos; Gran Bretaña, Australia, España, Turquía y
Dinamarca aportan tropas para la proxima masacre. En el caso español, el envio
de un buque de asalto, una fragata y un petrolero con diversas unidades (más una escuadrilla de
aviones F-18) ha querido disfrazarse ante la opiníón publica como una
"intervención suave". Ciertamente, la sustitución del portaaviones
Principe de Asturias por esta
flotilla ha de achacarse a los efectos de la presión social y a la
consideración por parte del Gobierno Aznar de la inconveniencia de provocar
aún más rechazo social. Pero lo cierto es que en un ataque masivo como el
que va a sufrir Iraq -y aún cuando cuantitativamente la aportación
española sea minima e irrelevante- todas las tareas de la fuerza
expedicionaria española pueden ser justamente consideradas como bélicas, aun
cuando en principio no tengan adjudicadas funciones de primera linea,
siendo complementarias dentro del esquema militar general. Mandar médicos
militares, unidades antiquimicas y antibacteriologicas, zapadores o ingenieros
(amen de cazabombarderos) para participar en una invasión y enseñar la bandera
española, es un acto de guerra tan flagrante como hubiera sido despachar
comandos o fusileros o como sería en un futuro enviar Guadias Civiles
españoles para colaborar en la ocupación de Iraq. Además, nunca puede
olvidarse que la aquiescencia española a la utilización irrestricta
de las bases militares yanquis ilegitimamente ubicadas en Andalucía, sin
las que el despliegue militar que hará posible la invasión habria sido
mucho más dificil y costoso para EEUU, es en si mismo un acto de
guerra.
En este momento, sólo nos resta
reafirmar nuestra solidaridad con el pueblo árabe de Iraq y con el pueblo
kurdo ante su proximo sufrimiento y nuestros deseos de que el maximo de
cruzados mercenarios que se diponen a inundar tierra arabe de fuego y metralla
-ahora en la invasión y mañana en la ocupación- paguen su crimen.
En las
ultimas horas antes de que expire el ultimatum que el imperialismo yanqui
ha impuesto unilateralmente a Iraq, reproducimos en ANDALUCIA LIBRE una
selección de Reflexiones ante la guerra, hechas desde
diversos puntos de vista que confiamos en que os sean de
utilidad.
Polémica
Anderson-Petras
Aviso del
traductor: Perry Anderson, profesor de Historia en la Universidad de
California en Los Ángeles (UCLA), publicó el 6 de marzo de 2003 un ensayo
titulado 'Casuistries of War and Peace' en la revista London
Review of Books que ha suscitado una punzante respuesta del sociólogo
estadounidense James Petras, profesor en la Universidad de Binghamton:
'What Makes Perry Run?'. En aras de una mejor comprensión de los
argumentos de ambos, he considerado oportuno ofrecer al lector en primer lugar
el texto de Anderson, tras el cual encontrará el de
Petras.
Las casuísticas de la paz y la
guerra
Perry
Anderson
profesor de Historia en la
Universidad de California en Los Ángeles
London
Review of Books
La probabilidad de una segunda guerra en Irak
suscita un gran número de preguntas, tanto analíticas como políticas. ¿Cuáles
son las intenciones ocultas tras la inminente campaña? ¿Cuáles serán las
consecuencias? ¿Qué nos dicen los preparativos de la guerra sobre la dinámica a
largo plazo del poder estadounidense global? Estas cuestiones permanecerán sobre
la mesa todavía durante algún tiempo, más allá de cualquier ofensiva que tenga
lugar esta primavera. El proscenio está ocupado en la actualidad por distintos
argumentos, relativos a la legitimidad o a la cordura de la expedición militar
que ahora se prepara. Mi objetivo aquí consistirá en reflexionar sobre las
críticas que recibe en la actualidad la Administración Bush articuladas dentro
de la opinión general, así como sobre las respuestas de la Administración a
tales críticas, todo ello con vistas a discernir la estructura de justificación
intelectual de ambos argumentos, lo que los divide y lo que tienen común. Por
último, terminaré con unos comentarios sobre cómo se ve este debate desde la
perspectiva de unas premisas distintas.
Si observamos
por encima las múltiples objeciones que se le hacen a una segunda guerra en el
Golfo, podemos distinguir seis críticas principales, expresadas de maneras
diferentes y distribuidas a través de un amplio abanico de la
opinión.
1. El ataque proyectado contra Irak es una cruda
demostración de la unilateralidad estadounidense. La Administración Bush ha
declarado abiertamente su intención de atacar Bagdad, con el aval de las
Naciones Unidas o sin él. Esto representa no solamente un grave revés para la
unidad de la alianza occidental, sino que conducirá a un peligroso
debilitamiento sin precedentes de la autoridad del Consejo de Seguridad, que
es la encarnación más elevada del derecho internacional.
2. La
intervención masiva a tal escala en el Oriente Próximo sólo puede fomentar el
terrorismo antioccidental. Más que ayudar a la destrucción de Al Qaida,
probablemente multiplicará el número de voluntarios que se alistarán en esa
organización. Los Estados Unidos correrán más peligro después de una guerra
contra Irak que el que corrían antes.
3. La campaña en preparación es
un ataque preventivo, abiertamente declarado como tal, que socava el respeto
hacia el derecho internacional y expone al mundo a un torbellino de violencia,
conforme otros estados sigan la misma senda y se tomen la justicia por sus
propias manos.
4. La guerra, en cualquier caso, siempre debería ser una
última instancia para resolver un conflicto internacional. En el caso de Irak,
un endurecimiento de las sanciones y la vigilancia bastarían para desmantelar
el régimen baath, ahorrando vidas inocentes y conservando la unidad de la
comunidad internacional.
5. La obsesión con Irak es una distracción del
peligro más agudo que plantea Corea del Norte, país que tiene un mayor
potencial nuclear, un ejército más poderoso e incluso unos dirigentes más
temibles. Los Estados Unidos deberían ocuparse con mayor prioridad de Kim Jong
Il, no de Sadam Husein.
6. Incluso si la invasión de Irak se llevase a
cabo sin complicaciones, la ocupación del país será una empresa demasiado
arriesgada y costosa para que los Estados Unidos salgan de ella sin problemas.
La participación aliada es necesaria para que tenga cualquier posibilidad de
éxito, pero la unilateralidad de la Administración compromete la posibilidad
de dicha participación. El mundo árabe probablemente asistirá con
resentimiento a un protectorado extranjero. Incluso con una coalición
occidental para controlar el país, Irak es una sociedad profundamente
dividida, sin tradición democrática, que no podrá ser fácilmente reconstruido
según el modelo alemán o japonés de la posguerra. Los costos potenciales de la
aventura pesan más que cualquier posible ventaja que los Estados Unidos
pudieran obtener.
Tal es, más o menos, el conjunto de las
críticas que se pueden encontrar en los medios de comunicación convencionales y
en respetables círculos políticos, tanto en los propios Estados Unidos como
-incluso más- en Europa y en otros lugares. Se pueden resumir en unos pocos
títulos: los vicios de la unilateralidad, los riesgos de alentar el terrorismo,
los peligros de la guerra preventiva, el costo humano de la guerra, la amenaza
de Corea del Norte y las responsabilidades de hacer más de lo necesario. Como
tal, se dividen en dos categorías: las objeciones de principios -los males de la
unilateralidad, de la guerra preventiva- y las objeciones de prudencia: los
peligros del terrorismo, Corea del Norte, el problema de hacer más de lo
necesario.
¿Qué respuestas puede dar la Administración
Bush a cada una de ellas?.
1. La
unilateralidad. Históricamente, los Estados Unidos siempre se han
reservado el derecho de actuar solos si era necesario, si bien buscando
aliados dentro de lo posible. En años recientes actuaron solos en Grenada, en
Panamá, en Nicaragua... ¿Cuáles son sus aliados que se quejan ahora de los
acomodos que tuvieron lugar en cualquiera de esos países? En cuanto a las
Naciones Unidas, la OTAN no las consultó cuando lanzó su ataque contra
Yugoslavia en 1999, en el que participaron todos los aliados europeos que
ahora hablan de la necesidad de una autorización del Consejo de Seguridad y
que fue apoyado calurosamente por el 90 por ciento de la opinión que ahora se
queja de nuestros planes para Irak. Si fue correcto derrocar por la fuerza a
Milosevic, que no tenía armas de destrucción masiva y que incluso toleró una
oposición que llegó a ganar unas elecciones, ¿por qué no lo ha de ser derrocar
por la fuerza a Sadam, un tirano más peligroso, cuyo historial de violaciones
de derechos humanos es peor, que ha invadido a un vecino, que utilizó armas
químicas y que no soporta oposición de ninguna clase? En cualquier caso, las
Naciones Unidas ya han aprobado la resolución 1441, que deja la vía libre a
los miembros del Consejo de Seguridad para aplicar la fuerza contra Irak, con
lo que la legalidad de un ataque no está en entredicho.
2. El
terrorismo. Al Qaida es una red que se guía por el fanatismo
religioso de una fe que apela a la guerra santa del mundo musulmán contra los
Estados Unidos. La creencia de que Alá asegura la victoria a los jihadi es uno
de sus principios básicos. Por ello, no hay mejor manera de desmoralizar y
terminar con dicha creencia que demostrando la falsedad de la ayuda celestial
y la imposibilidad absoluta de resistir a la muy superior fuerza militar
estadounidense. Los fanatismos nazi y japonés se apagaron con el simple hecho
de una derrota aplastante, y si Al Qaida está muy lejos de aquel poderío, ¿por
qué ahora sería distinto?
3. La guerra preventiva.
Lejos de ser una nueva doctrina, es un derecho tradicional de los estados. Al
fin y al cabo, ¿qué fue la más admirada victoria militar de la posguerra, sino
un ataque preventivo? La Guerra de los Seis Días de Israel, en 1967, lejos de
ser condenable, dio lugar a la moderna doctrina de las Guerras justas e
injustas, tal como la definió el distinguido filósofo de la izquierda
estadounidense Michael Walter en un trabajo vivamente elogiado por el todavía
más ilustre filósofo liberal John Rawls en su The Law of Peoples [El derecho
de los pueblos. Más aún, al atacar Irak, lo único que haremos es completar el
vital ataque preventivo de 1981contra el reactor Osirak. ¿Quién se queja ahora
de aquello?
4. El costo humano de la guerra. En
verdad es algo trágico y haremos todo lo que podamos -que técnicamente es
mucho- para reducir al mínimo las víctimas civiles. Pero la realidad es que
una guerra rápida ahorrará vidas y no al contrario. Según la UNICEF, desde
1991 las sanciones contra Irak -apoyadas por la mayor parte de quienes ahora
se oponen a la guerra- han causado 500.000 muertes por desnutrición y
enfermedad. Incluso si aceptamos una cifra inferior, es decir, 300.000, es muy
improbable que la guerra rápida y quirúrgica que somos capaces de llevar a
cabo se acerque a esta destrucción provocada en tiempo de paz. Al contrario,
una vez Sadam derrocado, el petróleo fluirá libremente de nuevo y los niños
iraquíes tendrán bastante para comer. La población aumentará de nuevo con
celeridad.
5. Corea del Norte. Se trata de un estado
comunista arruinado que seguramente plantea un gran peligro para el nordeste
asiático. Tal como señalamos mucho antes de las actuales protestas, es la otra
extremidad del Eje de Mal. Pero es de sentido común que concentremos nuestras
fuerzas primero en el eslabón más débil del Eje, no en el más fuerte. Si hemos
de proceder con mayor cautela al derrocamiento del régimen no es porque
Pyongyang tenga o no tenga unas rudimentarias armas nucleares, que podemos
fácilmente destruir, sino porque podría abalanzarse sobre Seúl en un ataque
convencional. ¿Acaso alguien duda de que tenemos la intención de ocuparnos
también del régimen norcoreano cuando llegue el momento?
6. El
problema de hacer más de lo necesario. La ocupación de Irak realmente
plantea un desafío, que no subestimamos. Pero es una apuesta razonable. La
hostilidad árabe está sobreestimada. Al fin y al cabo, durante los dos años
que ha necesitado Israel para aniquilar la segunda intifada ante las cámaras
de la televisión, no ha habido ni una sola manifestación de importancia en el
Oriente Próximo, y eso que la simpatía popular por los palestinos es mucho
mayor que por Sadam. También suele olvidarse que ya tenemos un protectorado
muy ventajoso en el tercio norte de Irak, donde hemos abatido cabezas kurdas
con bastante eficacia. ¿Alguna vez se ha quejado alguien?. El centro sunni del
país seguramente será más difícil de controlar, pero la idea de que en Oriente
Próximo es imposible mantener regímenes estables creados o dirigidos por
poderes extranjeros es absurda. Basta con recordar la prolongada estabilidad
de la monarquía que establecieron los británicos en Jordania o el
satisfactorio pequeño estado que crearon en Kuwait. Mejor aún, pensemos en
nuestro leal amigo Mubarak, de Egipto, que tiene una población urbana mucho
más numerosa que Irak. Todo el mundo decía que Afganistán era un cementerio
para los extranjeros -británicos, rusos, etc.-, pero lo liberamos con bastante
rapidez y ahora las Naciones Unidas hacen un trabajo excelente que lo está
haciendo revivir. ¿Por qué no Irak?. Si todo va bien, podríamos obtener
grandes ventajas: una plataforma estratégica, un modelo institucional y
considerables provisiones de petróleo.
Ahora, si
uno considera desapasionadamente ambos modelos de argumentos, quedan pocas dudas
de que, en cuestiones de principios, la posición de la Administración Bush
contra sus críticos es inatacable, y está muy claro por qué. Ambos lados
comparten una serie de asunciones comunes, cuya lógica hace que el ataque contra
Irak sea una proposición sumamente defendible. ¿Cuáles son tales asunciones?. Se
pueden resumir como sigue:
1. El Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas representa la expresión legal suprema de la
'comunidad internacional'; excepto en los casos en que no se especifica, sus
resoluciones tienen una fuerza obligatoria jurídica y moral.
2. Sin
embargo, las intervenciones humanitarias u otras por parte de Occidente,
cuando son necesarias, no requieren el permiso de las Naciones Unidas, aunque
siempre sea preferible obtenerlo.
3. Irak cometió una ofensa contra el
derecho internacional cuando trató de anexar Kuwait y fue castigado por aquel
crimen, contra el cual las Naciones Unidas se han venido alzando desde
entonces como una sola voz.
4. Irak también ha procurado adquirir armas
nucleares, cuya proliferación es, en cualquier caso, un peligro urgente para
la comunidad internacional, por no hablar de las armas químicas o
biológicas.
5. Irak es una dictadura como no hay otra, o quizá sólo
unas pocas más, incluida Corea del Norte, que viola los derechos
humanos.
6. En consecuencia, Irak no puede gozar de los derechos de un
estado soberano, sino que debe someterse a bloqueos, bombardeos y pérdidas de
integridad territorial, hasta que la comunidad internacional decida lo
contrario.
Equipados
con estas premisas, no es difícil demostrar que a Irak no se le puede permitir
que posea armas nucleares o de cualquier otro tipo; que ha desafiado
resoluciones sucesivas de las Naciones Unidas; que el Consejo de Seguridad
aprobó tácitamente un segundo ataque contra su territorio (cosa que no hizo en
el ataque contra Yugoslavia) y que Sadam Husein hace tiempo que se merece la
destitución.
No obstante, estas mismas premisas pueden
ser utilizadas por los críticos de la Administración Bush, aunque no basándose
en principios, sino simplemente en razones de prudencia: puede que la invasión
de Irak sea moralmente aceptable e incluso deseable, pero ¿es políticamente
acertada?. El cálculo de las consecuencias es siempre más imponderable que la
deducción a partir de principios, de manera que deja mucho espacio libre para
desacuerdos considerables. Es poco probable que cualquiera que esté convencido
de que Al Qaeda es un bacilo mortífero a la espera de convertirse en una
epidemia, que Kim Jong Il es un déspota todavía más demente que Sadam Husein o
aquel Irak podría convertirse en otro Vietnam, se deje influenciar si se le
recuerda la resolución 1441 de las Naciones Unidas o la alta misión de la OTAN
en la protección de derechos humanos en los
Balcanes.
Las estructuras de justificación intelectual
son una cosa. El sentimiento popular, aunque no sea inmune a ellas, es otra. Las
multitudinarias manifestaciones del 15 de febrero en la Europa occidental, en
los Estados Unidos y en Australia, opuestas a un ataque contra Irak, plantean un
tipo diferente de pregunta. Es así de simple. ¿Cómo explicar esta enorme y
apasionada rebelión contra la perspectiva de una guerra cuyos principios se
diferencian poco de precedentes intervenciones militares, las cuales fueron
aceptadas o incluso bienvenidas por tantos de quienes ahora se alzan contra
ésta? ¿Por qué la guerra en Oriente Próximo hoy despierta sentimientos que la
guerra de los Balcanes no despertó, si lógicamente son tan similares? Es poco
probable que la desproporción de las reacciones tenga algo que ver con
distinciones entre Belgrado y Bagdad y, en cualquier caso, esta última ha dado
más motivos para la intervención. Está claro que la explicación se encuentra en
otra parte. Tres factores parecen haber sido
decisivos.
En primer lugar, la hostilidad al régimen
republicano de la Casa Blanca. La aversión cultural por la presidencia de Bush
está muy extendida en la Europa occidental, donde sus ásperas afirmaciones sobre
la supremacía estadounidense y su tendencia poco diplomática de aunar las
palabras con los hechos han logrado que la opinión pública, acostumbrada a que
se suela correr un velo decoroso sobre la realidad del poder, no lo aprecie en
absoluto. Para comprender hasta qué punto tiene peso este ingrediente en el
sentimiento pacifista europeo, basta con recordar la sumisión con que se tomaron
los sucesivos bombardeos de Clinton sobre Irak. Si una Administración Gore o
Lieberman estuviese preparando una segunda guerra del Golfo, la resistencia
sería la mitad de la que hay ahora. La aversión actual hacia Bush de los medios
de comunicación y de la opinión pública de la Europa occidental no tiene ninguna
relación con las diferencias reales entre los dos partidos en los Estados
Unidos. Basta con señalar que Kenneth Pollack y Philip Bobbitt, que son
respectivamente el principal exponente práctico y el principal teórico
intelectual de la guerra contra Irak, son antiguos ornamentos del régimen de
Clinton. Pero como los sistemas políticos occidentales tienden a difuminar los
contrastes sustanciales de la política, las diferencias simbólicas de estilo y
la imagen pueden adquirir, en compensación, una rigidez histérica. El
Kulturkampf entre demócratas y republicanos dentro de los Estados
Unidos ahora se está reproduciendo entre los Estados Unidos y la Unión Europea.
Es típico que en tales discusiones la violencia de las pasiones partidistas sea
inversamente proporcional a la profundidad de los auténticos desacuerdos. Pero
al igual que en los conflictos entre las facciones azules y verdes del hipódromo
bizantino, preferencias afectivas mínimas pueden tener consecuencias políticas
importantes. La Europa que echa de menos a Clinton -véase cualquier editorial
en The Guardian, Le Monde, La Repubblica o El País-
puede unirse para rechazar a Bush.
En segundo lugar está
el espectáculo. La opinión pública estaba bien preparada para la Guerra de los
Balcanes debido a la masiva cobertura de la prensa y de la televisión con
respecto a las salvajadas étnicas que se estaban cometiendo en la región, que
eran reales y -tras Rambouillet, en un grado considerable- míticas. Las
incomparablemente mayores matanzas de Ruanda, donde los Estados Unidos, por
temor a que los medios de comunicación dejasen de informar sobre Bosnia,
bloquearon la intervención durante el mismo período, fueron totalmente
ignoradas. El sitio de Sarajevo, retransmitido con todo detalle, horrorizó a
millones de personas. La destrucción de Grozny, que sucedió fuera de campo,
apenas provocó un encogimiento de hombros. Clinton la llamó liberación y Blair
se apresuró a felicitar a Putin por las elecciones que ganó por tal motivo. En
Irak, la grave situación de los kurdos fue ampliamente televisada después de la
guerra del Golfo, lo cual movilizó a la opinión pública a favor de la creación
de un protectorado angloestadounidense, sin necesidad de una autorización de las
Naciones Unidas. Pero hoy, por mucho que Washington o Londres declamen las
atrocidades de Sadam Husein, por no hablar de sus armas de destrucción masiva,
son invisibles a todos los efectos prácticos para el espectador europeo. Las
sesiones de diapositivas de Powell en el Consejo de Seguridad no tienen parangón
con las imágenes de Bernard-Henri Lévy o de Michael Ignatieff vibrando ante el
micrófono. A falta de imágenes, la liberación de Bagdad deja fría la imaginación
de los europeos.
En tercer lugar, quizás la razón más
importante sea el miedo. Los bombardeos aéreos pudieron llevarse a cabo sobre
Yugoslavia en 1996 y de manera continua sobre Irak a partir de 1991 sin ningún
riesgo de represalias. ¿Qué podían hacer Milosevic o Sadam? Eran blancos
fáciles. El atentado del 11 de septiembre alteró este sentimiento de seguridad.
Fue de verdad un espectáculo inolvidable, diseñado para hipnotizar a Occidente.
El objetivo de los ataques eran los Estados Unidos, no Europa. Si bien los
estados europeos, con Gran Bretaña y Francia a la cabeza, participaron en la
respuesta contra Afganistán, para sus poblaciones la guerra se desarrolló en un
escenario remoto, y el telón se bajó con rapidez. La perspectiva de una invasión
y de una ocupación de Irak, mucho más grande y más cercana, en el corazón de
Oriente Próximo, donde la opinión pública europea observa con inquietud -pero
sin hacer nada al respecto- que algo va mal en la tierra de Israel, es otra
cosa. El espectro de la venganza por parte de grupos como Al Qaeda o similares
en una nueva versión de la Guerra de los Balcanes ha enfriado a muchos ardientes
partidarios del nuevo 'humanismo militar' de finales de los años noventa. Los
serbios eran una bagatela: menos de ocho millones. Los árabes son doscientos
ochenta millones y están más cerca de Europa que de los Estados Unidos, e
incluso muchos de ellos en su interior. Ante la expedición a Bagdad, incluso los
militantes leales del New Labour se preguntan ahora: ¿estáis seguros de que esta
vez nos vamos a librar?
Los grandes movimientos de
masas no se deben juzgar con rígidas normas lógicas. Sean cuales sean sus
motivos, las multitudes que han protestado contra una guerra en Irak son un
latigazo contra los gobiernos que la promueven. En cualquier caso, había allí
elementos demasiado jóvenes como para haberse comprometido a causa de los
precedentes. Pero si el movimiento desea permanecer deberá desarrollarse más
allá de las limitaciones del club de fans, de la política del espectáculo, de la
ética del miedo. Porque la guerra, si tiene lugar, no se parecerá a Vietnam.
Será corta y aguda y no hay ninguna garantía de que la justicia poética llegará
después. Una simple oposición prudencial a la guerra no sobrevivirá al triunfo,
y tampoco lo hará lo que se escriba a mano sobre su legalidad en una hoja de
parra de las Naciones Unidas. Los diversos jueces y abogados que ahora ponen
reparos a la campaña que se avecina harán las paces con sus comandantes bastante
pronto, una vez que los ejércitos aliados se instalen en el Tigris y Kofi Annan
pronuncie uno o dos discursos para hacer las paces, redactados por los 'negros'
del Financial Times , sobre la distensión de la posguerra. La
resistencia, si desea perdurar, deberá encontrar otros principios en qué
basarse. Y puesto que los debates actuales invocan interminablemente a la
'comunidad internacional' y a las Naciones Unidas, como si fuesen un bálsamo
contra la Administración Bush, deberán asimismo comenzar por ahí. He aquí
algunas proposiciones telegráficas que podrían servir de alternativas:
1. No existe ninguna
comunidad internacional. El término es un eufemismo de la hegemonía
estadounidense. Se debe a la Administración el que algunos de sus funcionarios
lo hayan abandonado.
2. Las Naciones Unidas no son un lugar de
autoridad imparcial. Su estructura, dado el poder abrumador de las cinco
naciones vencedoras de una guerra que tuvo lugar hace cincuenta años, es
políticamente indefendible: comparable históricamente a la Santa Alianza de
principios del siglo XIX, que también proclamó su misión de preservar la
'paz internacional 'en beneficio de la humanidad'. Mientras que estos
poderes estuvieron divididos por la guerra fría, se neutralizaron unos a otros
en el Consejo de Seguridad y la organización fue inofensiva. Pero ahora que la
guerra fría se ha terminado, las Naciones Unidas se han convertido
esencialmente en una pantalla para la voluntad estadounidense. Supuestamente
dedicada a la causa de la paz internacional, la organización ha emprendido dos
guerras importantes desde 1945 y no ha impedido ninguna. Sus resoluciones son
sobre todo ejercicios de manipulación ideológica. Algunos de sus afiliados
secundarios -la UNESCO, la Unctad y otros similares- hacen un buen trabajo y
la Asamblea general es poco dañina. Pero no hay ninguna posibilidad de
reformar el Consejo de Seguridad. El mundo estaría mucho mejor -sería un
conjunto más honorable de estados iguales- sin su presencia.
3. El
oligopolio nuclear de los cinco poderes vencedores de 1945 es igualmente
indefendible. El Tratado de no proliferación nuclear es una burla de cualquier
principio de igualdad o de justicia, pues quienes poseen las armas de
destrucción masiva insisten en que todos, excepto ellos, se deshagan de ellas
en beneficio de la humanidad. En el caso de que algunos estados reclamaran
tales armas, serían los pequeños, no los grandes, ya que éstas compensarían el
poder y la arrogancia de estos últimos. En la práctica, como era de esperar,
estas armas están muy difundidas, y puesto que los grandes poderes se niegan a
desechar las suyas, no hay ninguna razón para oponerse a que otros las posean.
Kenneth Waltz, decano estadounidense de la teoría de las relaciones
internacionales y una fuente impecablemente respetable, publicó hace mucho
tiempo un tranquilo y detallado ensayo, que nunca ha sido refutado y que se
titulaba 'The Spread of Nuclear Weapons: More May Be Better' [La
proliferación de las armas nucleares: más puede ser mejor]. Es una
lectura recomendable. La idea de que no se debe permitir que Irak o Corea del
Norte posean tales armas, mientras que se puede perdonar que Israel o la
Sudáfrica blanca sí las tengan, no tiene base lógica alguna.
4. Las
anexiones de territorios -denominadas conquistas en un lenguaje más
tradicional-, cuyo castigo es la justificación nominal del bloqueo impuesto
por las Naciones Unidas a Irak, nunca atrajeron las iras de las Naciones
Unidas cuando los conquistadores eran aliados de los Estados Unidos, sino
únicamente cuando eran sus adversarios. Las fronteras de Israel, a pesar de
las resoluciones de las Naciones Unidas de 1947, por no hablar de 1967, son el
producto de conquistas. Turquía se apoderó de dos quintas partes de Chipre,
Indonesia de Timor oriental y Marruecos del Sahara Occidental, sin que nadie
temblara en el Consejo de Seguridad. Los detalles legales importan sólo cuando
los intereses de los enemigos están en juego. En lo que respecta a Irak, las
agresiones excepcionales del régimen baath son un mito, tal como John
Mearsheimer y Stephen Walt -a quienes difícilmente se los puede tachar de
radicales incendiarios- han demostrado recientemente con detalle en su
reciente ensayo publicado en Foreign Policy.
5. El terrorismo,
tal como lo practica Al Qaeda, no es una amenaza seria para el statu quo en
ninguna parte. El éxito espectacular del ataque del 11 de septiembre se basó
en la sorpresa -incluso la del cuarto avión- y es imposible de repetir. Si Al
Qaeda hubiera sido una organización fuerte, habría descargado sus golpes en
los estados clientes de Estados Unidos en Oriente Próximo, donde el
derrocamiento de un régimen significaría una diferencia política, más que en
los Estados Unidos, donde sólo hizo el efecto de un pinchazo. Tal como han
señalado Olivier Roy y Gilles Keppel, las dos mejores autoridades en el campo
de islamismo contemporáneo, Al Qaeda es el remanente aislado de un movimiento
de masas del fundamentalismo musulmán, cuya utilización del terror es el
síntoma de su debilidad y de su derrota, el equivalente islámico de la Facción
del Ejército Rojo o de las Brigadas Rojas que surgieron en Alemania y Italia
una vez que los grandes levantamientos de estudiante de finales de los años
sesenta se hubieran desvanecido, y que fueron fácilmente reprimidos por el
estado. La total incapacidad de Al Qaeda para organizar un solo atentado
mientras que sus bases estaban siendo destruidas y sus mandos aniquilados en
Afganistán, habla mucho sobre su debilidad. De formas diferentes, la evocación
del espectro de una conspiración enorme y mortal, capaz de golpear en
cualquier momento, le hace el juego tanto a la Administración como a la
oposición del Partido Demócrata, pero es un invento que tiene poco que ver de
una u otra manera con Irak, que ni tiene hoy conexiones con Al Qaeda ni
probablemente podrá hacer que la organización reviva si cae mañana.
6.
Las tiranías o el abuso de los derechos humanos, que ahora se utilizan para
justificar intervenciones militares -pasando por encima de la soberanía
nacional en nombre de valores humanitarios- son otra cosa que las Naciones
Unidas también utilizan con criterios no menos selectivos. El régimen iraquí
es una dictadura brutal, pero hasta que atacó a uno de los peones
estadounidenses en el Golfo había sido armado y financiado por Occidente. Su
historial es menos sangriento que el del régimen indonesio, que durante tres
décadas fue el pilar principal de Occidente en el sudeste asiático. La tortura
era legal en Israel hasta ayer, abiertamente aceptada por el Tribunal Supremo.
A diferencia de Irak, Turquía, reciente candidata a la entrada en la Unión
Europea, ni siquiera tolera la lengua de sus kurdos y, en calidad de buen
miembro de la OTAN, tortura y encarcela sin obstáculo alguno. En cuanto a la
'justicia internacional', la farsa del Tribunal de La Haya sobre
Yugoslavia, puesto que la OTAN es juez y parte, se amplificará con el Tribunal
Penal Internacional, en el que el Consejo de Seguridad puede prohibir o
suspender cualquier acción que no le guste (es decir, que irrite a sus
miembros permanentes). Además, se invita a compañías privadas o millonarias
-Walmart o Dow Chemicals, Hinduja o Fayed, pongamos por caso- a financiar
investigaciones (Artículos 16 y 116). Sadam, en caso de que lo capturen,
seguramente será juzgado por este augusto tribunal. ¿Alguien se imagina que
Sharon o Putin o Mubarak alguna vez lo serán?
¿Cuáles
son las conclusiones? Simplemente éstas: maullar sobre la locura de Blair o la
crudeza de Bush sólo sirve para salvar los muebles. Los argumentos contra la
guerra inminente serían más creíbles si se centrasen en la estructura anterior
al tratamiento especial que las Naciones Unidas le otorgaban a Irak, en vez de
ocuparse de la cuestión secundaria de si hay que seguir estrangulando despacio
el país o bien sacarlo rápidamente de su miseria.
¿Qué es lo que
motiva a Perry?
James Petras
profesor en la
Universidad de Binghamton
Perry Anderson ha escrito una polémica crítica de los
argumentos de los sectores liberales del movimiento pacifista. Su crítica del
apoyo a las Naciones Unidas y en particular al Consejo de Seguridad y al Tratado
de no proliferación nuclear está bien argumentada, si bien peca de unilateral.
Aparte de sus perspicaces reproches al campo pacifista liberal, el resto de su
polémica adolece de profundos y penetrantes fallos teóricos, de
conceptualización y de realidad. En primer lugar, Anderson hace caso omiso de la
compleja y plural coalición que vincula a antiimperialistas radicales con
pacifistas y con liberales religiosos y seglares.
La
discusión que hace Anderson de los preparativos estadounidenses para la guerra
carece de cualquier alusión a un marco teórico digno de este nombre. Su vaga y
escueta mención de la 'hegemonía' estadounidense no funciona. Su
reticencia a la hora de discutir (o incluso de mencionar) el imperialismo
estadounidense y las especificidades de su elite gobernante excluye cualquier
comprensión del contexto, de la radicalización y del crecimiento del movimiento
pacifista y, en particular, de su poderosa vertiente antiimperialista. Anderson
se limita al debate entre conservadores y liberales, que son tanto probélicos
como pacifistas y, a continuación, inserta el movimiento pacifista de masas
dentro de estos estrechos límites.
La idea que tiene
Anderson del movimiento pacifista está distorsionada por la lectura del
London Times o del Los Angeles Times o por los chismorreos de
Beverly Hills. El movimiento pacifista es una superación de los sectores
radicales del movimiento antiglobalizador, para ser más precisos de su ala
anticapitalista. En segundo lugar, un sector mayoritario del movimiento
pacifista (sobre todo fuera de la órbita angloestadounidense) se opone a la
guerra con independencia de cualquier decisión de las Naciones Unidas, lo
cual demuestra su posición crítica con respecto al comportamiento pasado y
presente de las Naciones Unidas. En tercer lugar, en muchos países, incluidos
Inglaterra, Turquía, Italia y Francia, los trabajadores han iniciado acciones
directas -huelgas- o han amenazado con otras acciones para oponerse a la
naturaleza imperialista de la guerra. En el norte de Italia los sindicalistas y
los activistas pacifistas han bloqueado vías férreas que se utilizan para
transportar convoyes cargados de armas. El 14 de marzo, millones de trabajadores
españoles organizaron una huelga general contra los preparativos de la
guerra.
La flácida discusión de Anderson sobre los
motivos que mueven al creciente movimiento pacifista es una caricatura del
movimiento, más cercana a Paul Wolfowitz que a las explicaciones dadas por los
propios participantes. Según Anderson, la oposición se basa en la hostilidad
cultural hacia los republicanos, en los defectos de la campaña de propaganda
('espectáculo') de los medios de comunicación adictos a Bush y en el
'miedo'. Las principales consignas que se gritan en las manifestaciones de todo
el mundo son 'No cambiemos sangre por petróleo', 'Petróleo =
Guerra' y otras muchas variantes del mismo tema, que reflejan la oposición
a la guerra que promueve Washington para quedarse con el petróleo de Irak. Estos
eslóganes reflejan un razonamiento coherente, lógico y exacto, que vincula una
guerra imperial con la búsqueda del control de una materia prima estratégica.
Anderson subestima la repugnancia popular hacia el asesinato en masa, así como
la convicción que tienen los movimientos pacifistas de que millones de iraquíes
serán asesinados, heridos o desplazados. La opinión popular de las masas ha sido
capaz de ver a través de la campaña de propaganda sin precedentes, masiva y
homogénea de Bush, Blair, Aznar, Berlusconi y otros. En vez de reconocer una
nueva conciencia crítica pública, Anderson le reprocha a Bush el que no haya
emprendido una campaña de propaganda mas agresiva y eficaz. Al parecer, Anderson
olvida que sólo pueden proyectar sus imágenes de propaganda durante 24 horas por
día.
La cuestión del miedo a la venganza es un factor
que influye en el auge del movimiento pacifista, pero esta inquietud psicológica
está ligada tanto a los sentimientos pacifistas como a los favorables a la
guerra. Las razones que encaminan la condición psicológica hacia una dirección
particular -a oponerse a los Estados Unidos como agresor- son factores
políticos, sociales y económicos, el reconocimiento de que Washington ha
falsificado los datos que justifican la guerra, de que no hay ninguna prueba de
que existan amenazas creíbles provenientes de Irak y la sensación de que los
Estados Unidos son la auténtica amenaza terrorista. Ésta es la cuestión en la
mayor parte de los países, en particular fuera del mundo anglosajón. En Corea
del Sur, según encuestas recientes, la mayor parte de la población, tres de cada
cuatro coreanos, considera que los Estados Unidos son una amenaza mayor que
Corea del Norte.
En lo que seguramente será considerado
como el argumento logicodeductivo más absurdo sobre el movimiento pacifista,
Anderson aduce que 'en cuestiones de principios, la posición de la
Administración Bush contra sus críticos es inatacable'. Conforme uno lee
con detenimiento el resumen que hace Anderson de las asunciones en que se basan
tales 'principios', advierte que no logra explicar en detalle el
principio bushiano de la guerra permanente sobre la base de una conspiración
planetaria internacional mundial hoy vigente en 60 países, la doctrina de las
guerras preventivas, las múltiples guerras en Oriente Próximo y la ilógica
posición de apoyar los principios de las Naciones Unidas y de anularlos en la
práctica. Si no fuera por lo mucho que está en juego, resultaría divertido leer
la enérgica presentación que hace Anderson de la guerra 'de principios'
de la Administración Bush y su disparatado resumen de la ilógica e incoherente
discusión de la posición pacifista liberal. En sus esfuerzos por desacreditar
los argumentos liberales pacifistas, sin querer -o bien deliberadamente- intenta
abrir una brecha entre la coalición plural que se opone la guerra. Para
lograrlo, su principal arma consiste en un ataque general contra las Naciones
Unidas, el Consejo de Seguridad y la 'comunidad internacional' como
simples instrumentos de la 'hegemonía' estadounidense. Las
generalidades de Anderson contienen verdades a medias, carecen de cualquier
sentido táctico político y de estrategia y están desprovistas de cualquier idea
sobre cómo sobrepasar el movimiento pacifista más allá de algunas declaraciones
poco pertinentes.
El punto de partida es la incapacidad
de Anderson para entender el comportamiento político de las Naciones Unidas
durante el medio siglo que acaba de transcurrir. Mientras que los Estados Unidos
dominaron las Naciones Unidas durante los años cincuenta y sesenta, en los
setenta se cambiaron las tornas y los Estados Unidos quedaron en minoría frente
a las exigencias de un Nuevo Orden Internacional. Los Estados Unidos tuvieron
que recurrir a su veto para bloquear resoluciones que afectaban al socio
especial de Washington, Israel. Durante los años noventa, la influencia de los
Estados Unidos en las Naciones Unidas alcanzó su punto máximo, que ha declinado
conforme se acercaba la segunda Guerra del Golfo. No cabe duda de que los
Estados Unidos son un poderoso país imperialista con vocación para la conquista
(no para la hegemonía), pero Anderson hace caso omiso de que, hoy, Washington
encuentra oposición en su camino y amenaza con actuar con independencia de las
Naciones Unidas. ¿Cuál es la fuente de este conflicto, rivalidades
interimperialistas, elites gobernantes diferentes? Nunca llegamos a averiguarlo,
porque Anderson, con su lógica sublime, ignora totalmente estas cuestiones y, lo
que es peor, no llega a ver que los conflictos interelititistas son una
condición importante para el avance antiimperialista en ciertas circunstancias.
Los treinta millones de activistas pacifistas incluyen a gente que todavía cree
en las Naciones Unidas, que confían en Chirac y en una resolución de las
Naciones Unidas. ¿Acaso debería la izquierda romper con ellos y debilitar el
movimiento o bien debería trabajar junto a ellos, presentar sus propios
argumentos antiimperialistas y profundizar el conocimiento popular de las causas
sistémicas de la guerra?
Está claro que los
revolucionarios y los antiimperialistas reformistas han escogido correctamente
el segundo camino, y con mucho éxito, tanto desde el punto de vista cualitativo
como cuantitativo. El movimiento pacifista se está radicalizando, crece por
millones conforme se acerca la guerra y ha llevado a los aliados burgueses e
imperiales hacia una oposición temporal. Incluso si las Naciones Unidas
estuviesen totalmente dominadas, tal como afirma Anderson, han servido de foro
para plantear cuestiones fundamentales y para obligar a los Estados Unidos a
exhibir su lado más oscuro: el chantaje político, las amenazas violentas, la
corrupción económica y el crudo espionaje de representantes de las Naciones
Unidas, lo cual no sólo ha afectado desfavorablemente la imagen de los Estados
Unidos, sino que también ha sacado a la luz los límites de las Naciones Unidas y
del Consejo de Seguridad. Las apelaciones a las Naciones Unidas son demandas de
transición, que unen la actual conciencia moderada antibelicista con una
perspectiva antiimperialista más radical, siempre que la izquierda no renuncie a
su posición de principios. La alternativa de Anderson al movimiento pacifista
antiimperialista consiste en abolir el Consejo de Seguridad y en estudiar las
pasadas relaciones de las Naciones Unidas con Irak, lo cual es algo que carece
de importancia frente a un movimiento pacifista de masas correctamente centrado
en el papel del régimen imperial de Washington y en sus actuales proyecciones
militares en Oriente Próximo, un movimiento que pretende profundizar y explotar
las 'ilógicas' y 'contradictorias' posiciones adoptadas por
las clases rivales dominantes y sembrar la conciencia antiimperialista entre los
mil millones de oponentes a la guerra.

La guerra tendrá
lugar
Daniel
Bensaid*
No es difícil
imaginar el informe que los cerebros fértiles de la Casa Blanca o del Pentágono
podrían haber presentado ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
después de las inmensas manifestaciones del 15 de febrero, para revelar las
pruebas de un complot internacional : ĞMás de diez millones de miembros de
una red terrorista –cuyos lazos con Al-Kaeda son casi indudables- han salido
súbitamente y simultáneamente de las sombras en numerosas capitales vociferando
eslogans hostiles al eje del Bien. Esos terroristas se han desvanecido tan
rápidamente como aparecieron, fundiéndose hábilmente en una pretendida Ğopinión
públicağ. La más mínima medida de seguridad exige ubicar dicha opinión bajo alta
vigilancia, etc.ğ.
El 15 de
febrero constituye, en efecto, una gran primicia mundial : la de la
globalización de las resistencias a la privatización del mundo y a la guerra
imperial. Los medios de comunicación redondearon la cifra en diez millones de
manifestantes en Melbourne, Berlín, New York, Londres, París, Bruselas, Río,
Tokio, Roma. Sin embargo, están lejos de la cuenta. Más allá de los inmensos
cortejos de Madrid y Barcelona, más de cuatro millones de personas desfilaron en
el territorio español.
Sólo un ciego
muy hexagonal puede ignorar el aumento en potencia de este mar de fondo: 300.000
manifestantes en Londres desde noviembre del 2002, centenas de miles en enero en
Washington y en San Francisco, un millón en Florencia para el Foro social
europeo. Respondiendo al llamado del movimiento anti-guerra norteamericano, es
este Foro el que lanzó la idea de una jornada mundial contra la guerra el 15 de
febrero.
Antes del
comienzo del pasaje a la guerra misma, la administración estadounidense se
enfrenta a una movilización que sobrepasa de lejos el movimiento contra la
guerra de Vietnam en sus inicios. Debe enfrentarse a una opinión masivamente
hostil. La Santa Alianza Ğantiterroristağ se fisura y la autoridad
imperial se divide. La jornada de pruebas prometida por George Bush y Tony Blair
para el 14 de febrero, se convirtió en el día de la comedia de engaños con la
presentación por parte de Colin Powell de un malísimo plagio
universitario.
La obstinación
en ir a la guerra de los cruzados del Occidente en estas condiciones es la
apuesta a un juego de póquer planetario muy riesgoso. Si ese riesgo es, no
obstante, aceptado, es porque lo que está en juego está a la altura de la
apuesta.
El problema
del petróleo está claramente establecido. Se trata del control de las reservas y
las rutas, del cual depende para los decenios que vienen el aprovisionamiento
energético del mundo en general y de los Estados Unidos en particular. Lo que
está en juego a nivel geopolítico es también serio. La instalación en Bagdad de
un régimen dócil al imperio de todas las virtudes modificaría el mapa de la
región, establecería una ubicación fuerte en la plataforma de Asia Central y de
Medio Oriente, crearía una línea de contención frente a una eventual expansión
china.
La apuesta
económica es igualmente importante. El relanzamiento del presupuesto
armamentístico es una forma clásica de sostener una economía anémica: permite al
Estado invertir en un tipo de producción (armas y municiones), en la que el
consumo destructivo no necesita del Ğconsumo internoğ y del aumento del
poder de compra; es, entonces, perfectamente compatible con las políticas de
austeridad salarial y de desempleo masivo. Ahora bien, los Estados Unidos son de
ahora en más un coloso militar que descansa sobre pies de barro. Se espera que
el endeudamiento público y privado llegue a niveles récord, el año pasado vio
más quiebras que durante los veinte años precedentes, y la caída fracasada de la
casa Enrón simboliza la debacle de la nueva economía
especulativa.
Medidas de
relanzamiento ordinarias no serán suficientes para salir del marasmo. Las
condiciones para la apertura de un nuevo período de acumulación de capital a
escala mundial son de otra amplitud. Implican una modificación radical de la
relación de fuerzas, una nueva repartición de territorios, nuevas relaciones
entre las clases fundamentales, nuevos dispositivos institucionales y jurídicos.
Tal conmoción no se opera amigablemente, sobre las alfombras verdes de las
cancillerías, sino por el hierro y el fuego de los campos de batalla. En la
época de la mundialización mercantil, la guerra sin fronteras se transforma así
en guerra global, ilimitada en el tiempo y en el espacio, como lo anunciaba G.
Bush en su discurso del 20 de septiembre del 2001. Las tensiones aparecidas
entre Dolarlandia y Eurolandia se inscriben en esta lógica.
Europa hoy no es más que un gran mercado y una moneda, un espacio gelatinoso sin
consistencia política ; pero el euro puede transformarse un día en candidato al
relevo del dólar, como el relevo del dólar por la libra marcó entre las dos
guerras el desplazamiento al otro lado del Atlántico del liderazgo capitalista.
Para los dirigentes, la hora de elegir, entre una Europa atlántica rodeada por
la OTAN y una ĞEuropa potenciağ, tanto rival como aliada de los Estados
Unidos, se precisa. Poniendo a los europeos entre la espada y la pared –ĞEl
que no está con nosotros está en contra nuestroğ- los halcones de la Casa
Blanca toman la delantera.
La rompiente
del 15 de febrero no alcanzará probablemente a detener la guerra. Pero maximiza
desde ya el costo político para los dueños del mundo. En la hipótesis de un
pasaje inminente al acto militar, un desenlace rápido continua siendo probable
(ya que el régimen de Saddam es impopular y está carcomido). La instauración de
un orden imperial durable en la región es mucho más problemático. El imperio
victorioso estará pronto amenazado por el fardo de sus propias conquistas y
empujado a recargar estos costos sobre sus vasallos. Ya en obra desde hace
decenios, la transferencia planetaria de plusvalía en detrimento de los más
frágiles (por el círculo vicioso de la deuda notoriamente) se amplificará con su
cortejo creciente de desigualdades e injusticia. La descomposición política y
social del continente latinoamericano prefigura esas convulsiones
previsibles.
En este nuevo
desorden mundial, como lo ilustra la situación argentina a la víspera de las
elecciones, los dominadores pueden todavía beneficiarse de la gran distancia
entre el ascenso de las resistencias sociales y de los movimientos anti guerra,
y las ruinas de las fuerzas políticas de izquierda, devastadas por veinte años
de contra-reforma liberal, desorientadas por la destrucción metódica de los
pactos keynesianos (en Europa) y populistas (en América latina y en ciertos
países árabes) sobre los cuales reposaba la relativa estabilidad del largo
período de expansión.
Pero la guerra
es un potente factor de politización. Pone al desnudo la lógica de un sistema en
el que el militarismo imperialista es el corolario obligado de la mundialización
mercantil. Así después de las manifestaciones inaugurales de Seattle en 1999
contra la Organización Mundial del Comercio, una generación, que no ha conocido
ni la guerra fría ni la Unión Soviética, hace su entrada tumultuosamente en
política. Es esta juventud rebelde la que engrosa las manifestaciones contra la
guerra. Sus próximas citas ya están fijadas, en marzo contra la guerra
anunciada, en junio en Francia contra la cumbre del G8, en septiembre contra la
cumbre de la OMC en Cancún. La hora sigue siendo de las
resistencias.
Pero la
multiplicación, en menos de tres años, de los Forum Sociales (Porto Alegre,
Florencia, Buenos Aires, Hyderabad, Ramalá!), prepara la hora de las
alternativas. Así como la mundialización victoriana creó en el siglo XIX las
condiciones de la Primera Internacional, el nuevo militarismo imperial nutre un
nuevo internacionalismo de masas que lo sigue como la sombra al cuerpo. El
espíritu de Davos y el de Porto Alegre representan dos concepciones del mundo,
dos concepciones contradictorias de la humanidad y de su porvenir. Entre las dos
no hay, en última instancia, ni Ğtercera víağ ni coexistencia pacífica
posible.
Es por eso que
la doctrina de la Ğguerra preventivağ, oficializada por el Pentágono,
es también una doctrina de la contra-revolución preventiva, de desarrollo del
Estado penal y militar en detrimento del estado social, de la criminalización de
las resistencias sociales.
Tarde o
temprano, la guerra de Troya –en Babilonia o en otra parte- tendrá lugar.
Comenzó desde la caída del muro de Berlín, con la primer guerra del Golfo. Se
continua en América Central y Latina, con los planes Colombia y Puebla. Causa
estragos en los territorios ocupados de Palestina.
El 15 de
febrero constituye el acta de nacimiento de un movimiento antiguerra mundial. Es
sólo el comienzo de una muy larga marcha.
*Filósofo marxista, militante del Mayo 68, miembro de la Liga Comunista
Revolucionaria (sección francesa de la IV Internacional). Artículo publicado en
el diario Le Figaro 17-3-03.
El Debut del Nuevo Imperialismo
Claudio
Katz[1]
La inminente
guerra en Irak marca el debut del imperialismo del siglo XXI, porque actualiza
tres rasgos clásicos de este mecanismo de dominación: opresión militar,
sometimiento político y sustracción de recursos económicos de un país
periférico.
EL
GENOCIDIO BÉLICO.
Los jefes del
Pentágono no disimulan la masacre que perpetrarán sus tropas. Han publicitado
que durante los primeros días de ataque lanzarán más proyectiles que durante
toda la expedición anterior del Golfo. Intentarán una “campaña corta”
aterrorizando a la población civil, que ha sufrido medio millón de muertos como
consecuencia del bloqueo de la última década. La televisión exhibe impúdicamente
como se preparan los mísiles de última generación, las armas electromagnéticas y
las bombas químicas para ensangrentar al pueblo iraquí.
Los pretextos
esgrimidos para consumar el genocidio son insostenibles. Irak no es un peligro,
sino un país arruinado. Carece de las armas nucleares que posee Israel y el
arsenal biológico, que en los 80 el Pentágono le suministró a Hussein para
atacar a Irán y a los kurdos, ha sido desactivado por los inspectores de la ONU.
Las vinculaciones de Sadam con Bin Laden son irrelevantes en comparación a la
complicidad de Al Qaeda con los jeques pro-norteamericanos de Arabia
Saudita.
Irak enfrenta
la insólita situación de aguardar una invasión inminente presentando pruebas de
su desarme. Se le exige demostrar que no dispone de armas, como si fuera posible
probar la carencia de algo. Mientras el Pentágono ultima los detalles del
ataque, los inspectores de la ONU desguarnecen a la víctima de cualquier
protección militar. Esta presión diplomática es un complemento y no un
contrapeso de la agresión, porque apunta a viabilizar la rendición del país.
Para cumplir esta función las Naciones Unidas aplican un estándar doble de
resoluciones: las que Israel puede violar y las que Irak debe cumplir.
Estados Unidos
ha fabricado artificialmente una crisis para rediseñar el mapa de Oriente. Luego
de instalar 13 nuevas bases militares en Asia Central, el Pentágono busca ocupar
Irak para remodelar los protectorados petroleros de la región y para brindar,
además, cobertura al opresor sionista con chantajes sobre Siria e Irak. La
guerra es una demostración de fuerza frente al mundo árabe, que dejará muy atrás
los asaltos de Panamá, Somalia o Kosovo. La destrucción de la capacidad
tecnológica y la autonomía económica de un país como Irak ilustra los rasgos
coloniales que presenta el imperialismo del siglo XXI.
La guerra
constituye un componente indispensable del metabolismo imperialista. No es tan
solo una “cortina de humo” para distraer a la población de las
dificultades económicas, ni un recurso electoral para ganar votos con discursos
patrióticos. La historia del capitalismo está signada por una compulsión
periódica hacia el exterminio de grandes poblaciones. En algún punto de la
acumulación, la competencia por el beneficio requiere desenlaces
extraeconómicos. Luego de haber liderado en la última década. La mundialización,
la revolución informática, las transformaciones financieras y la expansión
geográfica del capital, Estados Unidos necesita exhibir una secuencia de
conquistas para reafirmar su hegemonía.
Por eso el
componente irracional de la guerra que tantos críticos subrayaron no debe
ocultar la lógica infernal de la masacre. Los “halcones se han lanzado a una
locura histórica”[2] porque la expansión de los mercados exige
depredaciones sanguinarias. La irracionalidad del genocidio se sustenta en la
racionalidad de la acumulación. Y si Bush encabeza el clan de funcionarios más
reaccionarios y arrogantes de las últimas administraciones es porque este
personal resulta apto para inaugurar un nuevo período del imperialismo.
LA “GUERRA
INFINITA”.
A diferencia
de lo ocurrido durante la guerra del Golfo, las justificaciones de la
masacre no logran un mínimo de
adhesiones. Por eso, algunos voceros de la embajada norteamericana intentan
descabelladamente demostrar que “Sadam constituye una amenaza para el
mundo”[3], cuándo es evidente que el mayor peligro para la humanidad habita
la Casa Blanca. Algunos pensadores sostienen que “el constitucionalismo
norteamericano es preferible a la dictadura iraquí”, como si la guerra no
fuera un operativo contra la democracia en ambas regiones[4]. En Iraq es obvio
que el ocupante sustituirá al tirano en desgracia por un cipayo afín, como lo
demuestra la red de monarcas, narcotraficantes y bandidos pro-norteamericanos
que gobiernan la región.
Pero la guerra también amenaza los derechos
civiles de Estados Unidos, porque un presidente mesiánico pretende disimular su
origen fraudulento creando un clima de terror paranoico entre la población, con
el auxilio de enemigos instigados o fabulados por el FBI. La escandalosa
difusión pública de las torturas aplicadas a los prisioneros de Guantánamo es
tan solo una muestra del avance del estado policial luego del 11 de septiembre.
La guerra
constituye el recurso clásico de disciplinamiento de la población
norteamericana, que es aturdida por discursos chauvinistas destinados a realzar
las virtudes de la autosuficiencia y la fuerza bruta frente a la cobardía y la
vacilación europeas. Estos mensajes incluyen la denigración de la inteligencia y
el desprecio por cualquier legislación que contravenga la supremacía del
gendarme.
Pero como en
el mundo predomina un generalizado descreimiento hacia la “misión
civilizadora” de Estados Unidos, el cinismo se ha convertido en la
justificación más corriente de la guerra. Esta actitud prevalece por ejemplo
entre quiénes denuncian la complicidad de los gobiernos europeos con el
empobrecimiento de Irak para avalar resignadamente la agresión
norteamericana.
La invasión
inaugurará la vigencia de la nueva doctrina de “guerra preventiva” que
legitima el derecho de Estados Unidos a agredir cualquier país, esgrimiendo
simples presunciones. La política de “guerra infinita” desconoce
tratados internacionales y pone en marcha operaciones bélicas que no guardan
ninguna proporción entre los medios y los fines. Por eso Bush está actuando como
un criminal de guerra y la definición de terrorista le calza mucho más que a su
ex socio Saddam.
LA
ECONOMÍA DE LA MUERTE.
Los hombres
del Pentágono no disimulan el objetivo norteamericano de apropiarse del petróleo
iraquí. Cómo la principal potencia solo detenta el 2% de las reservas mundiales
de crudo y consume un cuarto de la producción total, ocupar un país que posee el
12% de las recursos detectados se ha vuelto una prioridad. Explotando los
yacimientos conocidos, los conquistadores esperan duplicar inmediatamente los
niveles actuales de extracción petrolera de Irak.
Estados Unidos
busca asegurarse la provisión regular de combustible para adecuar su precio a
los requerimientos del ciclo norteamericano (subir la oferta en la recesión y
bajarla en la expansión), neutralizando de esta forma la incidencia sobre el
precio del barril que actualmente tienen los grandes productores de la
OPEP.
Obviamente
también el complejo industrial militar está directamente interesado en la
guerra. Sus corporaciones ya no dependen solo de la demanda gubernamental, sino
también de la propia concurrencia del mercado. La compulsión competitiva se ha
intensificado provocando el desgaste más acelerado del armamento y obligando a
utilizarlo con mayor frecuencia. Irak es un blanco ideal, porque según ciertas
estimaciones por cada dólar invertido en la extracción de petróleo en el Golfo
se requieren 5 dólares adicionales de coberturas militares. Por eso, la fiebre
armamentista se ha reactivado tan furiosamente en los últimos meses elevando el
presupuesto bélico en 11% por encima del promedio de la guerra fría.
Masacrar a la
población de Irak se perfila como un floreciente negocio también para las
compañías que participarán en la reconstrucción. El Pentágono planifica ambas
tareas conjuntamente, siguiendo la norma capitalista de maximizar el beneficio
sobre los cadáveres y las ciudades demolidas. Pero lo que parece un resultado
previsible en Irak es una apuesta incierta dentro de Estados Unidos, porque
nadie sabe cual será el efecto de la masacre sobre la economía norteamericana.
En Wall Street se pronostica que “un conflicto corto tendrá efectos positivos”,
mientras que una batalla prolongada descontrolaría el precio del crudo. Más
peligroso aún es el desequilibrio fiscal, porque Bush acrecienta el gasto bélico
al mismo tiempo que recorta impuestos. Si el gasto militar tendrá el efecto
reanimante de Corea o el impacto inflacionario de Vietnam es un misterio que se
develará en el próximo período.
Aunque Bush
promueve la guerra para contrarrestar la recesión actual, su apuesta no es
coyuntural. Un clima bélico resulta indispensable para intentar resucitar el
crecimiento de los 90 con incentivos impositivos a los grupos enriquecidos y
estímulos a la inversión empresaria basados en atropellos sociales. Una
demostración de gran poder de fuego es la forma de inducir un precio del dólar
que preserve el ingreso de capitales a Estados Unidos y permita al mismo tiempo
un relanzamiento de las exportaciones.
IMPERIO,
SUPERIMPERIALISMO E INTERIMPERIALISMO.
La guerra que
comanda Estados Unidos es imperialista y no imperial en el sentido que Negri le
asigna a este término, ya que no enfrenta a fuerzas pertenecientes a un mismo
capital transnacional. Los marines actúan al servicio de Texaco y Exxon y no en
favor de un “capital global” indiscriminado y desterritorializado. Su acción
confirma que las fronteras y las naciones no se han disuelto y que los grupos
capitalistas continúan rivalizando bajo la protección de sus estados.
Pero el
imperialismo contemporáneo difiere sustancialmente de su clásico antecesor. El
incendio de Irak no es la antesala de un choque entre potencias por el reparto
del mundo. Aunque la guerra está precipitando una crisis sin precedentes en la
OTAN, ni Francia, ni Alemania están embarcadas en la formación del tipo de
alianzas que en el pasado culminaron en dos guerras mundiales.
En comparación
a ese generalizado enfrentamiento, el choque actual es extremadamente limitado.
La “vieja Europa” participó en la expedición anterior del Golfo y coincide con
el proyecto imperialista de someter a Irak, pero Francia tiene negocios
petroleros con Hussein que serían gravemente dañados por un gobierno de
ocupación norteamericano. Mientras que las corporaciones Mobil y Texaco están
esperando en Kuwait el ingreso de los marines para asaltar el crudo, la compañía
francesa Total Elf mantiene contratos con empresas iraquíes desde hace una
década. En una situación semejante se encuentra la empresa rusa Lukoil y otras
europeas afincadas en Irán.
Estos
conflictos interimperialistas desbordan ampliamente el escenario iraquí, ya que
un éxito militar norteamericano debilitaría la presencia de Francia en África y
Alemania en Europa Oriental. También presionaría a las clases capitalistas en
formación de Rusia o China a inclinarse en favor del líder estadounidense en
desmedro de sus socios europeos. Pero incluso un estallido de la Unión Europea
no asemejaría la crisis actual al período que precedió a la segunda guerra,
porque ninguna potencia está en condiciones de preparar un desafío militar a los
Estados Unidos.
Por eso es tan
efectista como equivocada la analogía de Bush con Hitler, que muchos críticos
del imperialismo contraponen al ridículo parentesco entre Sadam y el Tercer
Reich, que difunde la prensa norteamericana. Es cierto que los delirios místicos
de Bush recuerdan a Hitler y que el holocausto que puede desencadenar la
maquinaria bélica norteamericana supera todo lo conocido. Pero la guerra en
curso es imperialista y no interimperialista.
La resistencia
del eje franco-alemán también demuestra que a pesar de su indisputada hegemonía
militar, Estados Unidos no ha logrado alcanzar aún el status supremo de
superimperialismo. Sus vasallos se mantienen localizados en la periferia y no se
han extendido a Europa Occidental, ni a Japón. Aunque desde la implosión de la
URSS ha logrado inclinar en su favor el balance económico de fuerzas, Estados
Unidos no detenta el poder ilimitado que describen muchos comentaristas.
LA
PROTESTA GLOBAL CONTRA LA GUERRA.
La
impresionante reacción contra el genocidio constituye un acontecimiento
imprevisto por los invasores, que algunos medios identifican con el surgimiento
de una “opinión pública mundial” y que está en condiciones de frustrar la
operación imperialista. Las marchas coordinadas de 10 millones de personas que
se realizaron en 2000 ciudades de 98 países inauguraron el 15 de febrero la
mayor batalla popular contemporánea contra una guerra imperialista. Las
movilizaciones revierten la pasividad predominante durante los 90 frente a las
guerras del Golfo y los Balcanes y superan el alcance de la resistencia a los
mísiles que conmovió a Europa en 1981-83. A diferencia de Vietnam, el movimiento
debuta antes el conflicto y no como resultado de su sangriento desarrollo.
La
multitudinaria conquista de las calles –que volvió a repetirse el 15 de marzo- constituye apenas el
primer acto de la movilización antimilitarista. Ya se produjeron bloqueos a los
trenes que transportan armamento en Italia y a los camiones que transitan por
las bases de Alemania. Los estibadores de varios puertos europeos no embarcan
municiones y bajo el recordado lema
de “no pasarán”, en algunas localidades ya aparecieron los piquetes que cierran
el paso de tropas que marchan al frente. Las acciones para detener buques en
alta mar ilustran el coraje de la nueva generación. En Irak se ha instalado
además, un “escudo humano” multinacional de valerosos voluntarios contra el
bombardeo. La próxima secuencia de acciones contempla la organización de huelgas
y el boicot al consumo de productos norteamericanos. Ya no solo Blair está
jaqueado por la oleada antimilitarista. También Aznar y Berlusconi pueden quedar
pulverizados si continúan participando tan activamente en la cruzada de
Bush.
La existencia
de un foro mundial que promueve y coordina las protestas constituye otro rasgo
distintivo del movimiento actual. La protesta contra la globalización
capitalista tiende a reorientarse hacia una lucha frontal contra la guerra. Esta
evolución es un positivo síntoma de radicalización y no un “desafortunado desvió
de las energías de lucha”[5]. Pasar del repudio a los banqueros a la
movilización contra la guerra permite desenvolver la incipiente conciencia
anticapitalista que existe en el movimiento de protesta global. Transformar el
rechazo a la mercantilización del mundo en un cuestionamiento al orden
imperialista facilita la comprensión de porqué “otro mundo posible” solo será
alcanzado con el socialismo. La lucha en curso también permite clarificar porque
los protagonistas de la emancipación no son amorfas multitudes, sino jóvenes,
trabajadores, explotados y
oprimidos.
AMÉRICA
LATINA EN LA MIRA.
La creencia
que Latinoamérica será ajena a la guerra porque “está lejos” y no figura en la
“agenda norteamericana” es una inadmisible ingenuidad. La región ocupa un lugar
comparable al Medio Oriente en la estrategia de dominación imperialista, porque
ambas zonas nutren de materias primas a la economía estadounidense y son
mercados privilegiados de su producción. El resultado de la guerra es vital ya
que reforzará o debilitará al gran opresor de América Latina en tres
planos.
En la órbita
militar es evidente que Colombia seguirá a Irak en la lista de países
directamente intervenidos por los marines. El presidente Uribe ya ha solicitado
abiertamente esta invasión, mientras se generaliza el proceso de rearme de los
gobiernos regionales que se han subido al carro norteamericana “ de la lucha
contra el terrorismo”.
En el plano
político el desenlace de Irak definirá cuál es la nueva escala de recolonización
estadounidense. El insultante trato que han recibido los diplomáticos de México
y Chile en el Consejo de Seguridad (espionaje telefónico, presiones para comprar
votos) es apenas un anticipo de la nueva arrogancia imperialista. El Pentágono
mantiene en reserva otro intento de golpe contra Chavez mientras se decide el
curso de la guerra en Oriente, porque Estados Unidos considera que el petróleo
venezolano constituye un recurso propio de
su “patio trasero”.
En la esfera
económica el resultado de Irak impondrá definiciones sobre el ALCA y la deuda.
Una mayor presión comercial para acelerar la apertura importadora de la región
sin contrapartida equivalente en el mercado norteamericano será acompañada por
mayores exigencias del pago de la hipoteca.
Esta agobiante
succión de recursos explica en cierta medida porque la oposición a la guerra es
tan generalizada y contundente en todos los países latinoamericanos. Hasta los
propagandistas más descarados del Departamento de Estado han reconocido la
contundencia de este rechazo[6].
Esta
resistencia frontal es muy visible en la Argentina en los resultados de las
encuestas (90% de oposición a la guerra), en la masividad de las marchas y en la
radicalidad antiimperialista de las consignas. Este clima es un efecto de la
revuelta del 20 de diciembre y del nefasto resultado que tuvo la participación
argentina en la guerra del Golfo.
Sólo a los
voceros locales de la Casa Blanca[7] se le ocurre pregonar un nuevo alineamiento
con el invasor, repitiendo que esta sumisión favorecerá el ingreso de
inversiones extranjeras. Parecen olvidar el desprecio que los gobiernos
norteamericanos suelen demostrar por sus lacayos más obsecuentes. Cuándo además
sugieren que el rédito de la guerra radica en el encarecimiento de las los
exportaciones argentinas, omiten que los eventuales beneficios de los grupos
petroleros y cerealeros no se extenderán al conjunto de la población.
El gobierno de
Duhalde ya no está en condiciones de embarcar al país en otra “relación
carnal” con Estados Unidos. Pero intenta preservar este alineamiento con
promesas de “auxilio humanitario” que encubren el propósito de enviar
hospitales militares al campo de batalla. Es igualmente muy improbable que pueda
concretar esta payasada.
DESBORDE
DE CONTRADICCIONES.
Al momento de
escribir esta nota Bush se apresta a lanzar el ataque en un marco de creciente
aislamiento. No solo está deshecha la alianza que forjó su padre, sino que
también se ha quebrado el frente que propiciaba la aventura a principio de año.
Además de Francia, Alemana y el Papa, ahora también resiste la invasión una
parte del gobierno británico y un significativo sector de la clase dominante
norteamericana (Brezinski, Carter, Clinton, New
York Times). En el propio gabinete de
Bush las “palomas” (Powell) que no pertenecen al lobby petrolero y
armamentista (Rumsfeld, Cheney) están disconformes con la idea de cargar la
expedición sobre las espaldas exclusivas de Estados Unidos.
Pero Bush ya
desplazó su armada hacia el Golfo y está muy comprometido con la guerra, para
retroceder sin sufrir un derrumbe de autoridad. O se embarca en la invasión o
pierde credibilidad y en ese caso, en lugar de rodar la cabeza de Hussein se
desmoronará la administración del presidente guerrero. Como dijo Kissinger:
“a esta altura ya no podemos detener el tren”.
La necesidad
de una victoria militar relampagueante se ha vuelto imperiosa en estas
condiciones, ya que cualquier empantanamiento (y especialmente la multiplicación
de bajas norteamericanas) quebrará el frágil sostén político de la operación.
Pero este triunfo acelerado requiere el tipo de masacres que subleva a la
población mundial.
Pero tampoco
un éxito militar fulgurante asegura el triunfo de la operación. Nadie sabe si
una ocupación prolongada de Irak alcanzará para impedir la desintegración
territorial del país y la consiguiente dificultad para asegurar la apropiación
estable del petróleo. Tampoco se avizora como Estados Unidos podría arbitrar en
el mosaico de tensiones regionales (especialmente en el Kurdistán), que serán
potenciadas por su presencia directa en la zona. La ingobernabilidad de
Afganistán y la competencia de fracciones islámicas por el control de los
yacimientos y oleoductos de Asia Central son anticipos de estos conflictos.
Además esta desarticulación estatal abona el terreno para que germinen los Bin
Laden.
Pero también
fuera de la región se avizora un horizonte de crisis. El unilateralismo bélico
de Estados Unidos ya provocó una crisis de la OTAN superior al abandono francés
de los 60, a la tensión creada por los euromisiles en los 80 y a las
desavenencias desatadas por la guerra de los Balcanes en los 90. El choque
actual no se reduce a Irak, sino que involucra a todo el manejo norteamericano
inconsulto de la Alianza, que últimamente estuvo dirigido a reforzar las
amenazas contra Rusia y a socavar la constitución de un eventual ejército
europeo.
Justamente la
principal víctima de la guerra en Irak sería la Unión Europea, como ya lo prueba
la espectacular cuña que Estados Unidos introdujo entre los artífices de la
comunidad. Qué España proteja sus inversiones en Latinoamérica sosteniendo a
Bush y que Polonia o Hungría obstruyan su ingreso a la U.E. apoyando la guerra
son signos ilustrativos de la fragilidad del mayor proyecto regional que desafía
la hegemonía norteamericana.
Pero la guerra
no solo puede abortar la Unión Europea, sino también la continuidad de la propia
ONU como organismo dotado de alguna efectividad. Si Estados Unidos ataca sin el
aval del Consejo de Seguridad destruirá la viabilidad del ámbito que ha regulado
las relaciones internacionales durante el último medio siglo. Esta amputación
abre el temido horizonte de incertidumbre, que tanto preocupa a los gobiernos
opositores a una guerra exclusivamente norteamericana. ¿Cuál sería, por ejemplo,
el escenario de los conflictos de Corea del Norte, Palestina o India-Pakistán si
colapsan las Naciones Unidas?
En los últimos
200 años el desenlace de ciertas guerras marcó el punto de viraje de grandes
etapas, fases y crisis del capitalismo. El conflicto de Irak se perfila como un
acontecimiento de este tipo, porque podría definir el ambiguo resultado de las
transformaciones económicas registradas durante los 90. Pero las guerras también
precipitaron en el pasado la renovación integra del proyecto socialista y esta
perspectiva también está abierta en la realidad actual.
Buenos Aires,
16 de marzo de 2003
Notas
[1]Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda).
[2]Como bien
señala Feinman José Pablo. “Historia y locura”. Página 12,
23-02-03
[3] Escudé
Carlos. “Hacia una consolidación del nuevo orden mundial”, La Nación,
23-02-03
[4]Ver por
ejemplo las opiniones de Abraham Tomas. “El silencio de los inocentes”, Página
12,16-2-03
[5] Hardt
Michel. “No al antiamericanismo”. Página 12, 21-2-03
[6] Oppenheimer
Andrés. “Los daños colaterales en América Latina”, La Nación,
4-03-03.
[7] Castro Jorge. “Incertidumbre económica”. La Nación,
23-02-03
Militarización de la política exterior.
Democracias latinoamericanas bajo la amenaza de
Washington
Luis
Bilbao
Servicio
Informe-Dipló - 14/03/2003
El primer
signo inocultable fue el golpe contra el presidente Hugo Chávez en abril de
2002. Pero a partir de allí, y acelerado al compás de los preparativos bélicos
contra Irak, Estados Unidos parece dar por terminado el período histórico en el
que su estrategia continental demandaba gobiernos constitucionales.
Entre las
revelaciones a que dio lugar en las últimas semanas la embestida estadounidense
para ocupar Irak, destaca con singular relieve el posicionamiento de los
gobiernos latinoamericanos ante el dilema que afronta el planeta: la región
enfrentó la voluntad de la Casa Blanca. Las excepciones brillan precisamente por
su escaso valor geopolítico en el hemisferio. Y el saldo inmediato es
inequívoco: Washington se ha quedado solo también en su área de influencia más
directa.
No debiera
sorprender. Que los presidentes Vicente Fox de México y Eduardo Duhalde de
Argentina hayan tomado tan tajante distancia frente a la Casa Blanca es
inesperado solo para quien no advirtió el fenómeno en curso en la región durante
los cuatro últimos años. Aunque desde un ángulo diferente, la causa que
contrapone a George W. Bush con gobiernos insospechados es la misma que produjo
la irreparable hendidura entre Estados Unidos y la Unión Europea: la debacle
económica con epicentro en las cúspides del sistema mundial lanza unos contra
otros a los principales beneficiarios del orden actual.
Fox y Duhalde
(y desde un ángulo diferente el presidente chileno Ricardo Lagos), no son
Jacques Chirac y Gerhard Schroeder por lo mismo que los grandes empresarios de
aquellas dos potencias imperiales no pueden compararse con sus homólogos
transatlánticos. No obstante, a la hora de defenderse de la compulsiva voracidad
del socio mayor, son explicables la altiva decisión del presidente francés de
acudir él mismo a ejercer el derecho a veto que su país tiene en el Consejo de
Seguridad de las Naciones Unidas y la tajante toma de distancia de Duhalde en su
discurso de apertura del período legislativo.
Engañarse
respecto de la naturaleza de los actores es tan grave y ominoso como negarse a
admitir quién escribe, con mano invisible pero inapelable, el libreto que
asombra a algunos y confunde a muchos más: la crisis verdadera; la que aún
permanece camuflada por la tragedia iraquí; la que lanza unos contra otros a los
máximos representantes de las potencias y sus subordinados en todo el orbe; la
que se mide más fría y precisamente en los balances de las multinacionales, en
la caída de la tasa de ganancia, en el derrumbe de los índices bursátiles.
Otros
actores
En América
Latina, sin embargo, gravita de manera decisiva un factor diferencial respecto
de las posibles derivaciones de la coyuntura en el resto del mundo: los
gobiernos de Brasil y Venezuela y, en otro plano, el de Cuba. Tras haber
transformado los intentos golpistas de 2002 en contundente victoria y base para
una ofensiva acelerada ya en pleno desarrollo, Hugo Chávez y la Revolución
Bolivariana se proyectan en la región como puntal alternativo frente al
descalabro y la ingobernabilidad. Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores
de Brasil, a la cabeza del Estado más poderoso al Sur del río Bravo, expresan a
su vez una vuelta de campana en las relaciones de fuerzas hemisféricas y
constituyen una plataforma hoy muy elevada para cualquier proyección política
regional (la propuesta de Lula de convocar inmediatamente en la ONU a todos los
países que se oponen a la guerra es revulsiva no ya para Bush, sino para Fox,
Duhalde y decenas de otros jefes de gobierno en el mundo).!
Fidel Castro,
firme pese a los pronósticos que aseguraban su caída 13 años atrás, es un
baluarte moral y político para una mayoría abrumadora de los más de 400 millones
de habitantes de la región. Las diferencias de todo orden entre estas tres
instancias alternativas en el tifón de la crisis, no podrían desdibujar lo
obvio: Fox y Duhalde (o quienquiera que lo reemplace), no podrían jamás torcer a
su favor el eje apoyado en Brasilia, Caracas y La Habana.
Más importante
es, con todo, verificar que lejos de operar en los hechos contra éste, Fox y
Duhalde (y lo mismo ocurrirá con quien lo reemplace), fueron empujados a sumarse
objetivamente a él, en un punto tan crucial como es hoy para el Departamento de
Estado obtener apoyo político formal y público para avanzar hacia la invasión en
Medio Oriente. Y este cuadro adquiere su verdadera dimensión cuando se toma
cuenta del trasfondo: los índices elevadísimos de oposición a la guerra en todos
y cada uno de los países del área.
Sentimientos
anti-Estados Unidos
Todo lo que en
términos ideológicos ganaron los defensores del sistema capitalista señoreado
por Washington entre 1987 y 1997, lo perdieron en el lapso que va de aquel
momento a la fecha. Sólo una pertinaz propensión a negar los hechos pudo ocultar
que con el colapso bursátil de 1997, el derrumbe de los entonces ensalzados
"tigres asiáticos" y la sublevación masiva que en Indonesia derrocó una
dictadura de medio siglo, se iniciaba el canto del cisne imperial. A partir de
aquel punto se comprobaban la imposibilidad de un "nuevo orden internacional",
la certeza de un insondable e incontenible desorden, resumido por Chirac y
Duhalde, hoy abanderados contra un objetivo irrenunciable para la Casa
Blanca.
Desde el
lejano Oriente la oleada antiimperialista, supuestamente sepultada para siempre,
cobró por entonces cuerpo de masas y se desplazó a las propias capitales del
Norte, en un fenómeno mal representado por el concepto "antiglobalización".
Ahora inunda al planeta entero. Y es tan poderosa que desde el Papa al New York
Times deben pagarle tributo. Al margen de las múltiples consecuencias
estratégicas de este fenómeno, en América Latina plantea para Washington un
desafío inmediato y de enormes proporciones. Y como frente todo lo que ya no
puede resolver con ideología, promesas y dinero (porque aquéllas se revelaron
hipócritas e inconsistentes y éste se agotó), el Departamento de Estado responde
con violencia. Y opera directa, brutal y abiertamente contra los regímenes
constitucionales en el área. Ya ha sido subrayada la significación inequívoca
del pedido del presidente colombiano Álvaro Uribe para que Washington haga en
Sudamérica "lo mismo que en Irak" (1). Pero en los dos meses subsiguientes la
escalada se amplió.
El punto de
aceleración ocurrió cuando ya estaba clara la dinámica de oposición mundial a la
guerra y la imposibilidad de derrocar a Chávez: "Mañana, una delegación de
funcionarios de alto nivel de EE.UU se reunirá aquí con representantes de la
Cancillería para cruzar información y sobre todo, para evaluar de qué manera se
puede atacar el financiamiento de organizaciones terroristas hacia Medio
Oriente. Suponen, se realiza desde ese triángulo donde convergen Puerto Iguazú,
Foz de Iguazú y Ciudad del Este"(2). Tropas estadounidenses ingresaban
sigilosamente a sumarse a destacamentos ya instalados y operando en "prácticas
conjuntas", en esa zona y, al misma altura hacia el Oeste, en la provincia
argentina de Salta.
Diez días
antes una voz insospechable constataba: "Una guerra de Estados Unidos con Irak
echaría combustible a los ya considerables sentimientos antiestadounidenses, que
han crecido pronunciadamente en muchos países islámicos en años recientes, y
dividiría a los estadounidenses del público de algunos tradicionales aliados,
revela un sondeo de opinión pública global"(3).
Otras voces
confirmaron la escalada: "Un grupo de 60 soldados estadounidenses se
encuentra en la región petrolera de Arauca, al noreste de Colombia, para
entrenar a militares de ese país en la protección de oleoductos contra atentados
terroristas"(4). Nota bene: esto ocurrió una semana después de la demanda
pública de Uribe y cuando ya en Venezuela el golpe petrolero se había vuelto
contra sus ejecutores, transformándose en un poderoso motor de impulso a la
Revolución Bolivariana. "El general de EE.UU James Hill, comandante del
Comando Sur en Miami, dijo que grupos islámicos radicales de Oriente Medio
reciben 'entre 300 y 500 millones de dólares anuales desde redes criminales de
Latinoamérica"(5).
Para colmo
ocurrieron accidentes: "El presidente de EE.UU, George W. Bush, ordenó ayer
el envío a Colombia de 150 soldados estadounidenses para asistir en la búsqueda
de tres ciudadanos de ese país que permanecen como rehenes de guerrilleros de
las FARC (...) una avioneta, que supuestamente hacía tarea de espionaje, cayó al
Sur de Colombia el 13 de febrero. Viajaban cinco hombres de los cuales cuatro
eran norteamericanos"(6).
Simultáneamente, periodistas
reconocidos por su sagacidad para adelantarse en la interpretación de lo que el
Departamento de Estados transformará en líneas de acción, comenzaron a machacar
sobre dos nuevos y gravísimos riesgos que azotarían a Sudamérica: las "áreas sin
ley", que reclaman "una fuerza regional multinacional", y el hecho de que "a
Chavez le conviene" la invasión a Irak, por lo cual se debe impedir que la
ocupación de aquel país mitigue la atención puesta en Venezuela (7).
El obvio
impacto negativo sobre las economías sudamericanas y las actitudes de los
respectivos gobiernos también ha sido considerado: "EE.UU necesita el apoyo
de México y Chile en especial, ya que precisa sus votos en el Consejo de
Seguridad, del que son miembros actualmente (...) 'Los países más grandes están
sufriendo presiones grotescas', que para el presidente de México 'representan
amenazas', dijo Joseph Tulchin, del Centro Woodrow Wilson. Bush sugirió esta
semana que podría darse en EEUU una reacción contra los mexicanos como la que
tiene lugar contra los franceses, y un diplomático estadounidense dijo a
The Economist que la falta de apoyo de México
en la ONU podría 'provocar sentimientos negativos'"(8).
Mientras
tanto, se hacía público que "Brasil y Argentina pusieron ayer en marcha una
ambiciosa idea para exportar juntos productos agropecuarios y coordinar
estrategias comunes ante la Organización Mundial de Comercio" (9).
Democracia en
peligro
Con un
dispositivo militar creciente; con argumentos -casi nunca probados- tendientes a
lanzar una caza de "terroristas" y "fuentes de financiación" de organizaciones
islámicas en Medio Oriente; con presiones y descarada intervención de sus
embajadores en cuestiones políticas internas; con la obsesiva idea de cambiar el
concepto de fuerzas armadas de cada país por el de una estructura conjunta
continental con mando en Washington, Estados Unidos está avanzando a paso
acelerado contra la institucionalidad democrática, ya exhausta y transfigurada a
menudo en su contrario tras una década de políticas anticrisis denominadas
"neoliberalismo".
Si gobiernos
elegidos democráticamente se suman a la oposición a la ofensiva
económico-militar de Washington, y si para colmo apuntan a formas de unidad en
diferentes planos para afrontar una crisis que no da -y no dará- respiro, cae de
su peso cuál es el más reciente enemigo de Estados Unidos: las democracias
latinoamericanas.
Notas
1 Luis Bilbao,
"El enemigo principal es Lula"; Le Monde diplomatique, Edición Cono Sur,
febrero 2003.
2 "60 soldados
de las fuerzas especiales de EEUU llegan a Colombia"; El País, Madrid,
19-1-03.
3 Brian Knowlton, "A rising
anti-American tide"; International Herald Tribune; París,
5-12-02.
4 Guido
Braslavsky; "EE.UU vuelve a poner su mira en la Triple Frontera";Clarín,
Buenos Aires, 15-12-02.
5 "Nueva
denuncia de EE.UU sobre la triple frontera"; Clarín, 10-3-03. 6 EE.UU envía
tropas a colombia para recuperar a sus rehenes"; Clarín, 23-2-03.
7 Andrés
Openheimer, "Las amenazas de las áreas sin ley", La Nación, Buenos Aires,
11-3-03, y Jorge Ramos Avalos, "A Chávez le conviene la guerra",
Clarín, Buenos
Aires, 8-3-03.
8 "La guerra
perjudicará las economías de América Latina"; Clarín, 11-3-03.
9 Cristian Mira, "Brasil y Argentina quieren unirse para exportar
alimentos"; La Nación, Buenos Aires, 11-3-03.
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