La
caja de ahorro que no miramos
Juan se
encontró en la calle con un conocido y lo saludó:
Cómo estás??
Mal, todo mal, cómo querés que esté
con el corralito y demás?
Con quién desayunaste hoy?
Con mis hijos.
Y
después?
Después fui a la
oficina.
Anoche cenaste antes de
dormir?
Claro...
Y dónde dormiste?
.
En mi casa, en mi cama.
Y con
quién?
Con quién iba a ser? Con mi mujer,
por supuesto!!
O sea que cenaste,
dormiste en tu cama, junto con tu mujer,
desayunaste con tus hijos, fuiste a
tu trabajo.
Y todo, todo está mal, ché? Todo
mal?
Este diálogo real muestra la dimensión
que cobraron en nuestra vida
palabras como corralito, dólar,
transferencia, caja de ahorro, plazo fijo y tipo de cambio.
Ocupan todos los espacios, están en sueños,
planes y pesadillas;
hoy y aquí es imposible hablar
sin mencionarlas.
Y en ese fárrago se perdió, se postergó o se
olvidó un instrumento esencial para la
calidad de nuestra
vida: la
caja de ahorro afectivo.
Esta cuenta no se
abre en ningún banco y tiene la ventaja de que no puede
ser incautada
ni confiscada. Una cuenta de ahorro afectivo es la que tiene
como
titulares únicos e irremplazables a aquellas personas que conforman
y
construyen un vínculo de tipo emocional (una pareja, padres e
hijos,
amigos). Los titulares depositan en ella su capital de afecto,
cariño y
amor, y se comprometen a destinar ese monto a una finalidad
común.
Esa finalidad puede ser la construcción de puentes de
confianza, o la
creación de un espacio de intimidad, o la
preservación de la armonía, o el
impulso para el desarrollo mutuo y
acompañado de las mejores
potencialidades de cada uno, o el tejido de
tramas de seguridad
psicológica, o la aceptación y la unión desde la
diversidad, o el
crecimiento espiritual compartido, o el aprendizaje
vivencial y
mancomunado del respeto. En fin, hay tantas posibilidades como
hay tantas
personas que construyen, sostienen y alimentan sus vínculos.
Hay, además,
vínculos indirectos o de segundo grado, como los que me
relacionan con mis
socios, compañeros, vecinos, conciudadanos,
compatriotas, congéneres. Tanto unos como otros, por diferentes motivos, son
esenciales para la
conservación y mejoramiento de la existencia
humana. En realidad, buena
parte del sentido y de la trascendencia de
la vida se asienta en ese tejido vincular. Por lo tanto, el cuidado, la
profundidad y la dedicación que brindemos a esta trama de relaciones en
las que estamos integrados
tiene incidencia directa en los fondos que
atesoran nuestras cajas de
ahorro afectivo.
Quizás hemos quedado
demasiado atrapados en el corralito de la economía
monetaria a
expensas de la economía afectiva y emocional. En la obra
Calígula ,
de Albert Camus (y que Immanol Arias protagonizó hace pocos
años en
Buenos Aires), el emperador dice a sus secuaces: " Si lo
más
importante es el dinero, entonces lo más importante no es la
vida. Así que
dejémonos de hipocresía, vamos por el dinero sin
respetar la vida". Si lo
más importante que cada uno de nosotros tiene
está en las cajas de ahorro
y en los plazos fijos efectivos, es
probable que nuestras cajas de ahorro
afectivo se estén
vaciando silenciosamente.
No me parece ni ingenuo ni secundario
apelar, en estos días,
a las cajas de ahorro afectivo, a reforzar los
lazos sentimentales,
a confiar y acudir a las redes emocionales en las
que estamos involucrados.
Con pareja, hijos, padres, amigos y con todos los
afectos que nos unen con ellos,
tenemos la opción de crear otros temas de
conversación, otras perspectivas de la vida
y nuevos proyectos
existenciales.
Para algunos de ellos, tal vez sea
necesario el dinero, pero no sólo dinero.
Si creyésemos que la
vida pasa principalmente por el dinero,
qué nos diferenciaría de quienes nos lo roban?
Tiene que haber algo más.
Revisemos nuestras cajas de ahorro afectivo.
E invirtamos en lo que haya en
ellas...