(ôjô), la poesía existe aunque su autor se muera.
HAY
UN NIÑO EN LA CALLE
A esta
hora, exactamente,
hay un niño en la
calle.
Le digo amor, me
digo, recuerdo que yo andaba
con las primeras
luces de mi sangre, vendiendo
una oscura
vergüenza, la historia, el tiempo,
diarios,
porque es cuando
recuerdo también las presidencias,
urgentes
abogados, conservadores, asco,
cuando subo a la
vida juntando la inocencia,
mi niñez
triturada por escasos centavos,
por la cantidad
mínima de pagar la estadía
como un vagón de
carga
y saber que a
esta hora mi madre está esperando,
quiero decir, la
madre del niño innumerable
que sale y nos
pregunta con su rostro de madre:
¿qué han hecho de
la vida?
¿dónde pondré la
sangre,?
¿qué haré‚ con mi
semilla si hay un niño en la calle?
Es honra de los
hombres proteger lo que crece,
cuidar que no
haya infancia dispersa por las calles,
evitar que
naufrague su corazón de barco,
su increíble
aventura de pan y chocolate,
transitar sus
países de bandidos y tesoros
poniéndole una
estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es
inútil ensayar en la tierra
la alegría y el
canto,
de otro modo es
absurdo
porque de nada
vale si hay un niño en la calle.
Dónde andarán los
niños que venían conmigo
ganándose la vida
por los cuatro costados,
porque en este
camino de lo hostil ferozmente
cayó el Toto de
frente con su poquita sangre,
con sus ropas de
fe, su dolor a pedazos
y ahora necesito
saber cuáles sonríen
mi canción
necesita saber si se han salvado,
porque sino es
inútil mi juventud de música
y ha de dolerme
mucho la primavera este año.
Importan dos
maneras de concebir el mundo,
Una, salvarse
solo,
arrojar
ciegamente los demás de la balsa
y la otra,
un destino de
salvarse con todos,
comprometer la
vida hasta el último naufrago,
no dormir esta
noche si hay un niño en la calle.
Exactamente
ahora, si llueve en las ciudades,
si desciende la
niebla como un sapo del aire
y el viento no es
ninguna canción en las ventanas,
no debe andar el
mundo con el amor descalzo
enarbolando un
diario como un ala en la mano,
trepándose a los
trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el
pecho con un ala cansada,
no debe andar la
vida, recién nacida, a precio,
la niñez,
arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces
las manos son dos fardos inútiles
y el corazón,
apenas una mala palabra.
Cuando uno anda
en los pueblos del país
o va en trenes
por su geografía de silencio,
la patria
sale a mirar al
hombre con los niños desnudos
y a preguntar qué
fecha corresponde a su hambre
que historia les
concierne,
qué lugar en el
mapa,
porque uno Norte
adentro y Sur adentro encuentre
la espalda
escandalosa de las grandes ciudades
nutriéndose de
trigo, vides, cañaverales
donde el azúcar
sube como un junco en el aire,
uno encuentra la
gente, los jornales escasos,
una sorda tarea
de madres con horarios
y padres
silenciosos molidos en la fábricas,
hay días que uno
andando de madrugada encuentra
la intemperie
dormida con un niño en los brazos.
Y uno recuerda
nombres, anécdotas, señores
que en París han
bebido
por la antigua
belleza de Dios, sobre la balsa
en donde han
sorprendido la soledad de frente
y la índole
triste del hombre solitario,
en llanto, sus
señoras, tienen angustia y cambian
de amantes esta
noche, de médico esta tarde,
porque el tedio
que llevan ya no cabe en el mundo
y ellos son los
accionistas de los niños descalzos.
Ellos han
olvidado
que hay un niño
en la calle,
que hay millones
de niños
que viven en la
calle
y multitud de
niños
que crecen en la
calle.
A esta hora,
exactamente,
hay un niño
creciendo.
Yo lo veo
apretando su corazón pequeño,
mirándonos a
todos con sus ojos de fábula,
viene, sube hacia
el hombre acumulando cosas,
un relámpago
trunco le cruza la mirada,
porque nadie
protege esa vida que crece
y el amor se ha
perdido
como un niño en
la calle...
Armando Tejada
Gómez