La Venganza

Lo que surge naturalmente
en la mente de todos los hombres es una creencia universal profundamente
arraigada, de que "alquien tiene que pagar."
Perdonar es una solución
demasiado sencilla. La ley tiene que ser sangre por sangre. Ojo por
ojo.
Efectivamente, es fácil arrancar un diente por la pérdida de otro
diente. Pero, ¿qué retribución se puede exigir a un hombre que nos ha
quebrantado el hogar, o ha engañado a una niña, o nos ha arruinado la
reputación?
Son muy pocos los pecados por los que se puede exigir pago, y
generalmente la victima no tiene los medios para exigir pago, ni está en
condiciones de hacerlo.
En la mayoria de los casos, hacer restitución del
daño está más allá de las posibilidades. Resulta totalmente
imposible.
Aquí es donde entra la venganza. Si no es posible conseguir
pago o restitución plena, por lo menos podemos vengarnos. Podemos pagarle con la
misma moneda. Servirle el mismo plato: desquitarnos, en otras palabras. Pero
debemos tener presente que al desquitamos nos ponemos a la misma altura de
nuestro enemigo. Descendemos a su mismo nivel, y menos aun.
Hay un dicho
que reza así: "Al hacer un mal nos colocamos por debajo de nuestro enemigo, al
vengarnos por un mal nos ponemos a la misma altura, pero al perdonar el mal que
nos han hecho, nos colocamos por encima de él".
La venganza no solo nos
coloca al mismo nivel que nuestro enemigo; resulta peor, porque tiene el efecto
del boomerang.
El hombre que busca vengarse es como aquel que se pega un
tiro con el fin de herir a su enemigo con el culatazo del arma.
La
venganza es el arma más despreciable de la tierra. Arruina al vengador y al
mismo tiempo confirma más aun al enemigo en su mal. Da comienzo a una
interminable fuga cuesta abajo por el camino del rencor, de las represalias y la
revancha despiadada.
Así como la compensación es imposible, la venganza
resulta impotente.
David Augsburger
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Aporte de Miguel Angel Arcel-
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A.Quintana