NAPOLEÓN Y EL
PELETERO
No mires hacia atrás con ira ni hacia
adelante con miedo, sino a tu alrededor con
atención.
James Thurber.
Durante la invasión de Napoleón a
Rusia, sus tropas estaban combatiendo en medio de otra
localidad más de ese interminable país helado, cuando se
separó accidentalmente de sus hombres. Unos cosacos
rusos lo descubrieron y empezaron a perseguirlo por las
callejuelas. Napoleón corrió para salvar su vida y
entró en una pequeña peletería de una calle lateral y, al
ver al peletero, gritó lastmosamente:
¡Sálvame, sálvame! ¿Dónde puedo
esconderme?
Rápido, debajo de esa pila de pieles
del rincón -respondió el peletero, y cubrió a Napoleón con
una pila de cueros.
Apenas terminó de hacerlo, los
cosacos rusos irrumpieron por la puerta gritando:
¿Dónde está? Lo vimos entrar. Pese a las
protestas del peletero, destruyeron la tienda tratando de
encontrar a Napoleón. Clavaron sus espadas en el
montón de pieles, pero no lo hallaron. No tardaron
en abandonar la búsqueda y se fueron.
Al rato, Napoleón estaba saliendo de
entre los cueros, ileso, cuando en eso entraron sus
guardias personales. El peletero se volvió a
Napoleón y le dijo tímidamente:
Disculpe que le haga esta pregunta a
tan grande hombre, pero ¿qué sintió al estar debajo de
esas pieles, sabiendo que esos momentos podían ser los
últimos de su vida?
Napoleón se irguió en toda su
estatura, e indignado, dijo al peletero:
¿Cómo se atreve a hacerme semejante
pregunta a mí, el emperador Napoleón? Guardias,
llévense a este hombre atrevido, cúbranle los ojos y
ejecútenlo. Yo mismo daré la orden de
disparar.
Los guardias tomaron al pobre hombre,
lo arrastraron afuera, lo pusieron contra la pared y le
vendaron los ojos. El peletero no podía ver, pero
oía los movimientos de los guardias mientras se ponían
lentamente en fila y preparaban sus rifles y oía el suave
ruido del roce del viento contra su ropa. Sentía
como el viento pinchaba suavemente su ropa y le enfriaba
las mejillas y el temblor incontrolable de sus
piernas.
Entonces oyó que Napoleón carraspeaba
y gritaba lentamente: Listos... Apunten... En
ese momento, sabiendo que hasta esas pocas sensaciones
estaban a punto de serle arrebatadas para siempre, brotó
en él una sensación que no podía describir y las lágrimas
empezaron a rodar por sus mejillas.
Luego de un largo rato de silencio,
el peletero oyó unos pasos que se acercaban y alguien le
quitó la venda de los ojos. Todavía cegado en parte
por la luz repentina, vio a Napoleón que lo miraba fijo a
los ojos, una mirada que parecía ver hasta el rincón más
polvoriento de su ser. Entonces Napoleón le dijo
suavemente: "Ahora lo sabe".
Steve Andreas
Con una caricia para tu
alma
Graciela