Padre

Nunca tuvo grandes dotes intelectuales ni tuvo un título
universitario, pero él supo muy bien de qué lado estaba el bien y de que lado
estaba el mal. Me dio muchas cosas no medibles en dinero que yo no podía
valorarlas, pero ahora que soy grande, me doy cuenta de sus sacrificios y sus
rabietas, de sus tristezas y de sus sueños.
Se levantaba muy temprano y se iba a trabajar, y de eso
nunca lo oí quejarse. En cambio para mí levantarme temprano era una tortura. Los
domingos hacía asado de buena carne argentina, porque yo me crié con asado,
mate, dulce de leche y alfajor, con facturas, sanguches de miga y tortas
para los cumpleaños, con el aire fresco de Buenos Aires y con mucho amor.
Y cuando no comíamos asado, eran los clásicos tallarines amasados en casa, todos
comíamos en la alegría de un día de sabernos juntos. Y que felices que éramos.
Esas cosas no están perdidas, están en mi memoria y de vez en cuando esa
tradición sigue presente con mis hijos.
¡Cuánto me hubiera gustado que mi padre conociera a mis
hijos! ¡Si viera que los ojos de mi hijo más grande son como los de él! Porque
yo recuerdo muy bien sus ojos y la forma de mirar. Cuando estaba enojado parecía
que se venía un nubarrón de esos que se acercan cuando se viene una tormenta,
pero no duraba mucho, enseguida se le pasaba. Su padre, o sea mi abuelo al
que no conocí, era italiano, y tal vez por esas cosas del lenguaje, mi papá
heredó esa forma de hablar un poco cocoliche y a veces yo me reía de sus
palabras un poco atravesadas. Eras gracioso viejito. Pero yo te quería mucho,
sabes.
Una de las cosas que más recuerdo era cuando bailaba con
mi mamá. Le gustaba el tango y el folclore. No bailaba bien, era un poco tronco,
pero él se mandaba igual, yo veía en su rostro la alegría que aparece cuando uno
puede mostrar con el cuerpo aquellas cosas que nos hacen felices. Ellos me
enseñaron lo que es luchar cuando uno quiere algo, con honradez, con pasión, y
con constancia. Todo se puede lograr en la vida cuando uno lo desea mucho, solo
es cuestión de proponérselo y seguir adelante a pesar de cualquier obstáculo.
Tengo muchos recuerdos de ellos, soy parte de la realidad de su tiempo, pero
reconozco que soy de un tiempo que ellos no conocieron ni van a conocer, pues ya
no están aquí. Solo quedamos sus hijos para dar testimonio de cómo era
antes. Que se tenían sueños, que se tenía fe en el futuro, que existía algo
que hoy en día se está perdiendo: el respeto. Respeto por las personas mayores,
por las opiniones ajenas, por el trabajo de cada uno, por sus padres, por sus
tíos, por los vecinos, por los demás, antes existían los demás, hoy en día solo
existe el uno de cada uno. Cosas que ahora iguala el falso poder que da el tener
algo y parecería que lo poco o mucho que algunos tienen algo les da derecho ser
irrespetuosos con los demás.
Cuando yo era un chico jugaba, como todos jugaban y crecí
escuchando música que para mi era re-contemporánea, y recuerdo que tanto mi
padre como otros mayores me machacaban con el tango y en todas las fiestas
familiares no faltaba el tangazo que algún tío se empeñaba para sacarle viruta
al piso. Decían que a la juventud no le gustaba el tango, que era una lástima,
que solo escuchábamos el chiqui pum chiqui pum de la radio, hasta que un día les
contesté, ya bastante inflado, diciéndoles que yo me había criado escuchando
tango y que en el futuro, vaya donde vaya, esté en el lugar donde esté en
cualquier parte del mundo, me bastaría con escuchar dos acordes para saber que
lo que estaba escuchando era un tango, porque esa era la música que estaba en
mis oídos desde siempre. No me dijeron nunca más nada. Se aseguraron que había
perdurado en mí la algo de sus propias esencias. Y tenían razón, después de
mucho tiempo empecé a escuchar la música con la que me crié. Tal vez por
nostalgia, tal vez porque me faltan esos mayores que antes salían a defenderme
de cualquier problema, porque ahora ya soy adulto y tengo que enfrentar el mundo
tal como es y no como yo lo veía desde la ilusión. Aunque para llegar hasta aquí
tuve que pasar por los velos que envuelven los sueños y me hicieron creer en un
mundo mejor. Un mundo mejor que todavía es posible, pero lo es gracias a que
hubo viejos que construyeron una fortaleza en el alma de cada hijo. Eso mismo
tenemos que hacer nosotros, heredar a nuestros hijos aquellas cosas plagadas de
esperanza, de tesón, de voluntad, que sepan que las cosas se logran laburando
porque no hay otro camino, el camino lo hace uno, con honradez, honestidad y
alegría.

A veces la vida parece injusta. Hoy que podría devolverle
a mis padres tantas cosas lindas como ellos me dieron, ya no están. Será que
Dios pone en cada uno el tiempo y el lugar en que deban hacer tal o cual cosa,
después de alli... qui lo sa. Solo una cosa es segura, detrás de todas las
cosas, hay un motor que todavía sigue funcionando y traslada su fuerza sobre
cada nuevo ser, es la vida que anida en todo corazón que más allá de un latido
tiene una emoción, que hace que arranque nuevamente siempre, en cada ocasión.
Recuerdo sus ojos, su voz y su inocencia, recuerdo su
mirada y su forma graciosa de bailar y el mejor homenaje que yo puedo hacerle es
vivir la vida como me la enseñó y que a pesar de cualquier dificultad, el
motorcito todavía funciona con el combustible que da el corazón, los buenos
tiempos que construimos y con respeto por el amor.
© Miguel Angel Arcel
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A.Quintana