Asunto: | [brisasrenovadoras] Fw: Para Brisas: No es fácil | Fecha: | Sabado, 26 de Enero, 2008 02:02:16 (-0300) | Autor: | Gladys Enciso <gladysenciso @.........ar>
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----- Original Message -----
Sent: Wednesday, January 23, 2008 10:51 AM
Subject: Para Brisas: No es fácil
No es
fácil
(Mc
3,1-6): En aquel tiempo, entró Jesús de nuevo en la sinagoga, y
había allí un hombre que tenía la mano paralizada. Estaban al acecho a ver si le
curaba en sábado para poder acusarle. Dice al hombre que tenía la mano seca:
«Levántate ahí en medio». Y les dice: «¿Es lícito en sábado hacer el bien en vez
del mal, salvar una vida en vez de destruirla?». Pero ellos callaban. Entonces,
mirándoles con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre:
«Extiende la mano». Él la extendió y quedó restablecida su mano. En cuanto
salieron los fariseos, se confabularon con los herodianos contra Él para ver
cómo eliminarle.
Aprovecha todos los
lugares para enseñar y dar testimonio de lo que lleva dentro. También la
sinagoga. A pesar de que sabía que en su interior se va a encontrar con gente
que le hace la oposición por sistema. Por eso desde el principio están al acecho
para pillarle en un fallo contra sus normas, contra el orden establecido. Pero
ya vimos ayer que Jesús pone estas cosas al servicio de las personas, y no se
pliega a ningún orden hecho. Por eso, ante sus críticas, iras y enojos, Jesús
cura la mano seca de aquel hombre devolviéndole la vida. A los otros poco les
importaba la salud de aquella persona y su vida, lo único que les preocupaba era
el cumplimiento de las normas. No estaría de mal que revisáramos nuestras
actitudes en estas cosas, pues a veces en pequeños detalles ponemos por delante
la ley, no importándonos tanto las personas. A los que en algún momento somos
así, aparte de caer en el fanatismo, recordemos que Jesús nos llamó “fariseos
hipócritas, que dejamos fuera lo pequeño y nos tragamos lo más
grande”.
Jesús, por otra
parte, y conviene destacarlo –que nos perdonen los especialistas en Derecho de
todo tipo- hace siempre una interpretación amplia y abierta de las leyes, y
nunca desde una perspectiva estrecha y al pie de la letra. Es un hombre de mente
amplia. No nos cansaremos de repetirlo: le preocupa la persona, las personas. Da
lo mismo hombres que mujeres, niños que adultos, jóvenes que ancianos, de una
raza u otra: la persona.
Es una lección
importante para nosotros que nos acobardamos ante las críticas o faltas de
entendimientos de los demás. A veces nos importa más la opinión de los otros,
sobre todo si tienen poder en el mundo, que hacer el bien a
tope.
Y es que el Evangelio no es nada
fácil. Bien nos lo recordaban hacen pocos días en una reunión en la que uno de
nosotros participó con este texto que comentamos de Michel Quoist:
Esta tarde,
Señor, tengo miedo.
Tengo miedo, por
que sé que tu Evangelio es terrible;
es fácil oirlo
predicar,
es todavía
relativamente fácil no escandalizarse de él;
pero vivirlo
... ¡vivirlo es bien difícil !
Tengo miedo de
estarme equivocando, Señor.
Tengo miedo de
estar satisfecho con mi "vidita" decorosa.
Tengo miedo de
las buenas costumbres
que yo tomo
por virtudes.
Tengo miedo de
mis pequeños esfuerzos.
que me dan la
impresión de avanzar.
Tengo miedo de
mis actividades
que me hacen
creer que me entrego.
Tengo miedo de
mis sabias organizaciones
que yo tomo por
éxitos.
Tengo miedo de mi
influencia:
me imagino que
transforma las vidas-
Tengo miedo de lo
que doy,
pues me esconde
lo que no doy.
Tengo miedo por
que hay gente
que es mas pobre
que yo;
los hay peor
instruidos que yo,
peor
desarrollados,
peor
albergados,
peor
abrigados.
peor
pagados,
peor alimentados,
menos
acariciados,
menos
amados...
Yo tengo miedo,
Señor,
pues no hago
bastante por ellos,
no hago t o
d o por ellos.
Pues a pesar
del miedo que podamos tener, y de que no sea nada fácil, uno de los criterios
del Evangelio nos lo ha dictado Jesús entre ayer y hoy: la persona es lo más
importante. Los otros, los demás. El amor.
María Consuelo Mas y Armando
Quintana
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23 01
08
Las normas, al
servicio de las personas
(Mc
2,23-28): Un sábado, cruzaba Jesús por los sembrados, y sus
discípulos empezaron a abrir camino arrancando espigas. Decíanle los fariseos:
«Mira ¿por qué hacen en sábado lo que no es lícito?». Él les dice: «¿Nunca
habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad, y él y los que le
acompañaban sintieron hambre, cómo entró en la Casa de Dios, en tiempos del
Sumo Sacerdote Abiatar, y comió los panes de la presencia, que sólo a los
sacerdotes es lícito comer, y dio también a los que estaban con él?». Y les
dijo: «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el
sábado. De suerte que el Hijo del hombre también es señor del
sábado».
Hay leyes o costumbres en la vida que no tienen sentido, o
más bien que pudieron tenerlo cuando se instauraron debido a la cultura vigente
pero que con el cambio del tiempo han caducado, pues otros valores humanos
imperan sobre los anteriores. Pensemos por ejemplo en el papel de la mujer antes
y ahora. Hace mucho tiempo no podía ni firmar papeles de compra venta. Todo lo
que hacía estaba en función de la autorización del hombre que tenía a su lado:
su padre, su esposo o su hermano mayor. Otros valores, la conciencia de la
dignidad de la persona, han irrumpido detrás haciéndonos ver que aquello era
algo de un tiempo, y que no estaba al servicio de las personas. Lo mismo
advierte Jesús con el sábado. Por eso es hasta provocativo, y sus discípulos
arrancan espigas en ese día. Y deja bien claro que el sábado es para las
personas y no al revés. O sea, que las normas, las costumbres, las leyes –de
cualquier índole y de cualquier institución- están para el bien y el servicio
del colectivo de los seres humanos, y no al revés. ¡Cuántas cosas tendríamos que
revisar a la luz de este criterio en nuestra sociedad, en nuestras
organizaciones e instituciones y en nuestras propias comunidades
cristianas¡
Jesús es señor del sábado, también de la ley y de las
normas. Nosotros, seguidores de Jesús, hemos de tener el mismo criterio y la
misma actitud. No vale decir: “siempre se ha hecho así”. Si por ese criterio
fuere hoy las mujeres no tendrían voz en esta sociedad.
Por otra parte, y pensamos es también una llamada del texto
de hoy, las cosas que hemos o debemos de hacer, desde nuestra fe y conciencia
creyente, las debemos hacer no porque estén mandadas y sin necesidad de que
estén en ley alguna –no nos hacen falta leyes civiles para hacer aquello que en
conciencia creemos-, sino porque debemos hacerlas y queremos hacerlas y nos
gusta hacerlas y las hacemos por amor.
El choque con otras normativas por otra parte puede ser
frecuente. La fe cristiana lleva en sí un peligroso germen de rebeldía que no se
puede abortar por los poderes de este mundo. Porque en la conciencia de cada
cual, solo manda uno mismo. Santo Tomás decía algo así como que en las cosas de
conciencia, ni la
Iglesia. Y , al contrario, si hubiere alguna
norma o ley civil que nos obligara a todos y a cada uno a hacer lo que está
legislado en contra del criterio evangélico, hemos de seguir primero a este que
a la norma.
María Consuelo Mas y Armando Quintana
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22 01 08
.
Vino nuevo en odres
nuevos
(Mc
2,18-22): Como los discípulos de Juan y los fariseos estaban
ayunando, vienen y le dicen a Jesús: «¿Por qué mientras los discípulos de Juan y
los discípulos de los fariseos ayunan, tus discípulos no ayunan?». Jesús les
dijo: «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con
ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar. Días vendrán en que
les será arrebatado el novio; entonces ayunarán, en aquel día.
»Nadie cose un
remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, pues de otro modo, lo añadido
tira de él, el paño nuevo del viejo, y se produce un desgarrón peor. Nadie echa
tampoco vino nuevo en pellejos viejos; de otro modo, el vino reventaría los
pellejos y se echaría a perder tanto el vino como los pellejos: sino que el vino
nuevo se echa en pellejos nuevos.
Algo muy frecuente en la práctica
religiosa judía era el ayuno o cualquier otra práctica que incidiera en la
mortificación de los sentidos, para recordar la otra dimensión espiritual de la
vida. A Jesús, sin embargo, dicha cuestión no parece verla como el centro de la
practica espiritual: ha llegado la plenitud de los tiempos con la cercanía
histórica de Dios a nuestras vidas a través de Jesús, ¿qué necesidad hay de
centrar la práctica religiosa en la mortificación? ¡Vivimos la alegría del
encuentro y de la relación interpersonal con el Salvador¡ Por eso llama a sus
discípulos “los amigos del esposo”. Vivir conociéndolo y siguiendo sus pasos es
como vivir una fiesta de bodas, algo entusiasmante. No es que en momentos
concretos no sea necesario una práctica de mortificación de nosotros mismos, o
de renuncia a muchas otras cuestiones, pero todo ello ha de hacerse en la
alegría de estar celebrando como una fiesta de bodas. Sin la búsqueda del
sacrificio por el sacrificio, del sufrimiento por el sufrimiento en si mismo. Es
una vida nueva, una mentalidad nueva la que trae
Jesús.
Es una mentalidad renovadora lo que
nos trae el texto evangélico de hoy. No se trata de despreciar lo antiguo, sino
de vivirlo a la luz del mensaje del Reino que ha instaurado la llegada de Jesús.
El ayuno se entendía como una situación que mantenía la espera del Mesías, por
eso lo guardaban los discípulos de Juan. Por eso les dice Jesús que los suyos no
ayunan, la fase que se vive ahora con su llegada es como una boda y la relación
entre el novio y los amigos. Ayunarán cuando les falte el novio, pero no ahora.
Ya no somos siervos, sino hijos. Ya no será el Templo el único lugar de oración,
porque Dios está entre ellos y en el corazón de sus seguidores. Es el nuevo
vino, el nuevo Reino. Cambiarán los odres, pero también nosotros, empezando por
nuestra propia mentalidad: vino nuevo en nuestros odres viejos para
transformarlos en nuevos.
Hoy también nosotros, fieles al
ejemplo de Jesús, hemos de seguir esa misma dinámica poniendo vino nuevo en
nuestras propias e históricas comunidades cristianas: comunidades más
fraternales, universales e integradoras, con compromisos fuertes en los Derechos
Humanos y en la
Defensa de la naturaleza, con un ambiente comunitario donde la
participación, tolerancia e igualdad sean nuestros distintivos, creciendo en la
libertad creyente dentro de la
Iglesia, aprendiendo a convivir dentro de nosotros
sensibilidades, culturas y funciones diversas hoy mas necesarias que nunca con
la mezcla de pueblos y culturas que vivimos en todas las realidades sociales.
Son algunos ejemplos del vino nuevo en odres nuevos que tanto necesitamos para
vivir en la realidad que nos ha tocado en pleno
2008.
María Consuelo Mas y Armando
Quintana
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21 01 08
El que quita el pecado del
mundo
(Jn
1,29-34): En aquel tiempo, vio Juan venir Jesús y dijo: «He ahí el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es por quien yo dije:
‘Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía
antes que yo’. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que Él
sea manifestado a Israel».
Y Juan dio
testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo
y se quedaba sobre Él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con
agua, me dijo: ‘Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él,
ése es el que bautiza con Espíritu Santo’. Y yo le he visto y doy testimonio de
que éste es el Elegido de Dios».
Es el testimonio de Juan el
Bautista que sabe disminuir para que el otro crezca, que sabe apartarse para que
el otro aparezca, que sabe morir para que el otro renazca. La humildad y
generosidad del Bautista son rasgos que siempre nos han llamado la atención a
todos. Igual conviene recordar que nosotros también somos precursores del Mesías
en esta sociedad, nos dedicamos, como creyentes, a preparar el camino de Jesús.
En esta línea, Juan nos da una importante lección para nuestra conducta. Dar a
conocer a Jesús es una de nuestras tareas, unos lo harán hablando, otros
escribiendo, unos desde los grandes medios de comunicación otros desde los
despachos donde dirigen sus empresas, unos en el trabajo humilde y sencillo de
un jornalero, otros en la coordinación de actividades educativas, unos en la
vida real de contacto físico a diario, otros en el contacto globalizado con
gente de todo el planeta a través de la red de redes. Cualquier medio, lugar o
acción es buena. Lo importante es tener en claro nuestra
tarea.
Es el que quita el pecado del
mundo. A quien reconocemos como tal cada vez que en la Eucaristía repetimos
“Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”. Es
cordero como símil judío, para que todos lo entendieran. El cordero era la
víctima sacrificada por ellos en sus fiestas. Jesús es el Cordero que se inmola,
que muere también para dar vida. Y así quita el pecado del mundo. Después todo
depende de lo que nosotros entendamos por pecado.
El pecado del mundo va más allá de
los malos pensamientos, de las mentiras piadosas, de los enfados o nerviosismos
momentáneos. El pecado del mundo y consiguientemente el de las personas es todo
lo que huela a egoísmo, a injusticia, a desigualdad, a falta de fraternidad y de
libertad, tanto en nuestro interior, como en nuestras relaciones interpersonales
como en la organización social. Es algo más que dejar de ir a Misa un domingo.
Es algo más radical. Es algo más que lo meramente individual, aunque también
incluya a esto. Ese es el pecado que viene a quitar del mundo. Y lo hace con la
fuerza del Espíritu Santo. Los cristianos, la Iglesia está en el mundo, y
estamos como signos de salvación, por tanto estamos contra todo lo que condena
que es el pecado en sus diferentes manifestaciones. Solidarios con el mundo
hemos de descubrir y saber analizar en cada momento el lado oscuro de este
mundo, los abismos de maldad y desigualdades que se esconden en el mismo y están
también a la vista de todos, todo aquello que hace fracasar al hombre y no le
deja crecer en su condición humana y en su dignidad como persona. Todo lo que de
alguna forma degrada y deshumaniza a cualquier ser humano en cualquier parte del
mundo es consecuencia de una actitud pecaminosa de organizar la sociedad y tener
en cuenta a los demás. Ese pecado hace que la historia de nuestro mundo no sea
una auténtica historia de salvación, y Dios ha venido en Jesús a traer esa
salvación y salud. No solo la vida individual sino también la colectiva es a la
que viene a dar respuesta “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Es
un acto individual el pecado, sí, pero siempre, de una forma menos o más
notoria, tiene consecuencias sociales a las que los creyentes debemos estar para
que no colaboren en generar una historia de maldad sino una historia de
salvación. Porque al igual que aquel Cordero, nosotros hoy también tenemos que
luchar contra el pecado en sus diferentes acepciones y
manifestaciones.
María Consuelo Mas y Armando
Quintana
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20 01 08
¿Qué hacemos con los marginados?
(Mc
2,13-17): En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo por la orilla del
mar, toda la gente acudía a Él, y Él les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de
Alfeo, sentado en el despacho de impuestos, y le dice: «Sígueme». Él se levantó
y le siguió. Y sucedió que estando Él a la mesa en casa de Leví, muchos
publicanos y pecadores estaban a la mesa con Jesús y sus discípulos, pues eran
muchos los que le seguían. Al ver los escribas de los fariseos que comía con los
pecadores y publicanos, decían a los discípulos: «¿Qué? ¿Es que come con los
publicanos y pecadores?». Al oír esto Jesús, les dice: «No necesitan médico los
que están fuertes, sino los que están mal; no he venido a llamar a justos, sino
a pecadores».
Llama persona
a persona, son personales sus elecciones, y elige a los que menos fama tienen, a
los que la sociedad considera como pecadores. Por eso se extrañan los que habían
hecho de la religión un lugar de apariencias y de formalidades. Jesús huye de
eso, ayer y hoy, pues también en la actualidad pecamos de muchas formalidades,
o, siendo convenientes en algunas ocasiones, las damos por esenciales. Y eso, lo
externo, lo ritual, lo que aparece, la vestimenta no es lo importante. Y por
entrar en lo que la gente vive participa también de aquella cena fastuosa que le
ofrece Leví. Eso sí, no se queda simplemente con aprovechar la cena, sino que
utiliza cualquier sitio o medio para dejar clara su postura: “no he venido por
los justos, sino por los pecadores”. Sin embargo, deja que los justos, o en este
caso los que se creen así y presumen de ello, se le acerquen. Igual se les pega
algo bueno. Aunque los invitados más importantes, y de eso es lo que hace notar
el texto son los publicanos y pecadores, aquellos que en el ambiente judío eran
personas despreciadas, impuras, pecadoras, y de las que había que alejarse,
porque eran unos marginados que contaminaban. No resulta del todo extraño esta
lectura pues hoy en nuestra sociedad para muchos, incluso para los poderes
establecidos, los marginados siguen contaminando y se realizan acciones públicas
que en lugar de luchar contra la marginación y sus causas, parece que actúan
contra los propios marginados.
Este
acercamiento a los alejados sociales es justo uno de los retos que el Maestro
nos lanza en este pasaje. Y lo hace en unos momentos históricos en los que
nuestra sociedad organizada, de la que cada uno de nosotros formamos parte,
desterramos a unos, no recibimos a otros, condenamos sin escuchar, levantamos
barreras, marginamos a los que no nos gustan y nos dejamos llevar por muchos
prejuicios. Jesús nos recuerda que ha venido para todos, pues todos somos
iguales a los ojos de Dios, y si hay alguien privilegiado son los más débiles.
La ética de Jesús es accesible a los marginados y excluidos de su época
histórica, intentando la integración de los mismos en aquella sociedad, y de
hecho la respuesta de estos sectores al mensaje de Jesús fue mas positiva y
activa que la de los sectores acomodados y de aquellos que se consideraban a si
mismos como religiosos.
Por último
conviene destacar, aunque solo sea mencionándolo, que Leví, o sea Mateo, deja muchas cosas.
Deja, sobre todo, sus negocios como recaudador que le dejaban pingües
beneficios. Elementos todos ellos que nos pueden venir bien para nuestra
reflexión personal y nuestro compromiso en los ambientes donde estamos
insertados.
María
Consuelo Mas y Armando Quintana
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19 01
08
Camilleros de los
demás
(Mc
2,1-12): Entró de nuevo en Cafarnaum; al poco tiempo había corrido la
voz de que estaba en casa. Se agolparon tantos que ni siquiera ante la puerta
había ya sitio, y Él les anunciaba la Palabra.
Y le vienen a traer
a un paralítico llevado entre cuatro. Al no poder presentárselo a causa de la
multitud, abrieron el techo encima de donde Él estaba y, a través de la abertura
que hicieron, descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. Viendo Jesús la
fe de ellos, dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».
Estaban allí
sentados algunos escribas que pensaban en sus corazones: «¿Por qué éste habla
así? Está blasfemando. ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo?». Pero, al
instante, conociendo Jesús en su espíritu lo que ellos pensaban en su interior,
les dice: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir
al paralítico: ‘Tus pecados te son perdonados’, o decir: ‘Levántate, toma tu
camilla y anda?’ Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra
poder de perdonar pecados -dice al paralítico-: ‘A ti te digo, levántate, toma
tu camilla y vete a tu casa’».
Se levantó y, al
instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos, de modo que quedaban
todos asombrados y glorificaban a Dios, diciendo: «Jamás vimos cosa
parecida».
La gente sigue agolpándose alrededor suyo, y buscan todos
los inventos posibles para acercarle sus problemas, necesidades y enfermedades:
abrieron el techo y descolgaron en la camilla al paralítico. ¿Tenemos nosotros
esa misma necesidad de acercarnos a Jesús que buscamos la forma que fuere, el
momento que sea?. Es una manera de demostrar nuestra confianza en su persona.
Por eso al ver su fe, Jesús actúa. Al igual que con nosotros. En este caso, le
buscan. ¿Le buscamos nosotros? ¿Lo necesitamos? ¿Para qué? Son preguntas
importantes a hacernos de vez en cuando.
Y da una lección a aquellos mal pensados que siempre están
poniendo tropiezos en el caminar de la gente de buena voluntad, entre otras
cosas porque ellos no hacen nada para mejorar el mundo y les molesta que otros,
con sus acciones, se lo pongan en evidencia. Era la postura de los escribas,
cuya actitud y acción era estar sentados cavilando contra los demás. Pues al que
no quiere caldo, se le dan dos tazas, como dice el adagio popular: le perdona
sus pecados y además lo hace andar. Rehace al paralítico por fuera, pero primero
por dentro. Unas piernas nuevas, pero sobre todo un corazón nuevo y
diferente.
Por otra parte, aquel paralítico llega a Jesús, porque unos
camilleros le ayudan. Sin éstos, ni por la puerta ni mucho menos por el techo.
Son ellos quienes propician el encuentro con el Maestro. ¿Nos imaginamos
nosotros de camilleros? Pues es también nuestra tarea: acercar a los demás a
Jesús. Unas veces hablando de El, otras más haciendo lo que El hacía: el bien.
No solo cuando nos viene la ocasión, sino buscando también nosotros las
ocasiones de hacerlo. Por eso el texto dice que Jesús elogia la fe que tenían,
en plural. Ser camilleros del paralítico hoy es hacerlo con la libertad del
paralítico. Sin imponer. Jesús nos hace libres y suave en las formas, sabiendo
aceptar a los diferentes a nosotros. No somos menos creyentes por eso: por no
imponer nuestra visión a los demás. Al contrario. No necesitamos leyes
cristianas para toda la sociedad, que cada pueblo se rija por aquellos a quienes
elija. Lo que creemos en conciencia podemos seguirlo haciendo sin necesidad de
que ninguna ley civil obligue a todos a hacer lo mismo que nosotros. No somos
tampoco una comunidad monolítica, sino abierta a todas las culturas y maneras de
pensar, abiertas a lo diferente, y cada uno ha de cultivar los talentos que Dios
ha sembrado en cada pueblo y en cada colectivo. Dios tiene muchas maneras de
comunicarse con la gente, y no ha dejado reservada en exclusividad esa
comunicación a ninguna institución. Era el problema que tenían los escribas,
mientras permanecían sentados, criticando lo que hacían los demás. Por
intransigentes e intolerantes, más tarde a ellos y a los fariseos Jesús les
llamará “sepulcros blanqueados”. Camilleros de los demás, sí, pero no a la
fuerza ni los únicos.
María Consuelo Mas y Armando Quintana
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18 01 08
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