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Sent: Friday, January 25, 2008 4:29 AM
Subject: La banalidad del amor
La banalidad del amor
por Osvaldo Bayer
desde Bonn, Alemania Federal
Sí. Tal cual. En vez de La banalidad de la
Maldad, como subtituló la ensayista judía Hanna Arendt su libro sobre Eichmann,
se ha estrenado una obra teatral en Alemania que lleva por título La banalidad
del amor. Y justo se refiere a la relación entre la misma Hanna Arendt con el
filósofo alemán Martín Heidegger, quien en 1933 se afilió al partido nazi. Una
relación que nadie –la mayoría– ha podido entender todavía. La autora de la obra
de teatro también es judía, se llama Savyon Liebrecht y trata de interpretar en
la obra de ficción esa relación entre dos personas tan distintas en sus
ideologías. La obra se ha estrenado con un gran éxito de público. No es para
menos.
Antes de morir, Hannah Arendt declaró: "Me
siento elevada hasta hoy por Heidegger como ser pensante y como mujer". Sí, una
escritora que describió como pocos la miseria absoluta de pensamiento del
nazismo.
El comienzo de esa relación fue la del
profesor con la alumna. Heidegger era ya, a los 35 años, en 1924, un profesor de
filosofía cuyos libros habían comenzado a trascender en todo el mundo. Ella, de
17 años, era su alumna. Profesor y alumna pasaron muchas horas muy enamorados en
una cabaña no muy lejana de la casa de Heidegger, quien era casado con dos
hijos. La relación amorosa fue muy intensa entre 1924 y 1926, hasta que después
ella se fue a estudiar a otra universidad. En 1929 Hanna se casó con el escritor
Günther Anders. En 1933 ella comienza a hacer una labor muy intensa en defensa
de los judíos alemanes y Heidegger se afilia al partido nazi y es elegido rector
de la Universidad Albert-Ludwig.
La pregunta es: cómo un hombre de estudios y
pensamientos tan profundos como Heidegger pudo apartarse tan profundamente de la
ética. Nunca pidió disculpas a la humanidad por haber apoyado en ese momento a
un régimen absolutamente racista y totalitario. Tal vez al quedar al desnudo su
equivocación o su oportunismo podría haber declarado: sí, yo tal vez fui un
genio pero no fui un sabio. Me dejé llevar por los entusiasmos (tal vez la mejor
palabra sería oportunismo) de ese entonces pero no supe jugarme por los
principios éticos que tienen que ser irrenunciables en todo momento, aunque sea
ante el peligro de muerte, de cárcel, de pérdida de posición y más cuando se es
un docente famoso. No, nunca se sintió culpable de nada.
Hanna Arendt fue presa por la Gestapo en
1933. En 1937 le fue quitada la ciudadanía alemana y finalmente emigró, primero
a Francia y desde 1941 vivirá en Estados Unidos. Allí dedicó sus mejores horas a
luchar contra el Holocausto y formó parte de la Reconstrucción Cultural Judía.
Terminada la guerra, en 1950, Hanna volvió a visitar a Heidegger y mantuvo una
nutrida correspondencia con él hasta que Heidegger murió en 1976. Además se
preocupó para que los últimos libros de Heidegger se editaran en Estados Unidos
y que las traducciones sean excelentes.
Pero claro, el tema no es sólo Heidegger,
sino también Hanna Arendt. Ella, que vivió en carne propia toda la injusticia
nazi y su total irracionalidad. Ella que asistió al juicio de Eichmann y supo
describir en su libro toda la trivialidad de un asesino de masas, un autor de
crímenes de lesa humanidad, pero al mismo tiempo un representante típico de un
sistema al que adhirió su amado Heidegger. Cómo nos puede explicar ella que,
después de la caída del nazismo, fue a visitarlo y no le pidió que reconociera
públicamente haberse equivocado. No, sigue su amistad. Hanna Arendt se conforma
tal vez con la única defensa de sí mismo que ensaya Heidegger: "Hitler me
engañó, me traicionó". Un hombre de la inteligencia de Heidegger no puede
dejarse engañar por un demagogo que ya en los años '20 basó su marcha hacia el
poder con su injustificable racismo. Hanna Arendt escribirá muchos años después,
buscando una interpretación, tal vez de Heidegger o tal vez de ella misma, lo
siguiente: "Nosotros, que queremos honrar a los pensadores, y aunque nuestro
lugar de residencia se encuentre en el centro del mundo, no podemos dejar de
sentir como llamativo y al mismo tiempo enojoso que tanto Platón com Heidegger
–cuando se referían a situaciones humanas– buscaran refugio en tiranos y
'Führer'." A esa pasión ella la llamó deformation profesionelle. Y añade: "Esa
inclinación hacia lo tiránico teóricamente puede adjudicárles a casi todos los
grandes pensadores (Kant sería una gran excepción)". Citándolo a Heidegger
continúa: "Muy pocos tenían la capacidad de asombrarse ante la sencillez...
tomar ese asombro como lugar habitable... en estos pocos es últimamente igual
hacia dónde nos llevan las tormentas del siglo. Porque el huracán que atraviesa
el pensamiento de Heidegger –como aquel que todavía nos roza desde la voz de
Platón– no tiene nada que ver con el siglo. Proviene de lo más antiguo y deja
algo concluso que, como todo lo concluso, atañe al pasado".
Palabras... Para justificar a quien tal vez
seguía siendo, en lo más recóndito, su amor de adolescente. O para justificarse
a sí misma. Por qué para un apenas lacayo de cuarta como Eichmann, la pena de la
horca, y a Heidegger, la comprensión dentro de la crítica rebuscadamente
filosófica. Para Eichmann, el ejecutor, nada más que la soga al cuello. Para
Heidegger –que dio el ejemplo en 1933 de afiliarse al partido nazi y así
influenciar a sus miles de alumnos y de lectores en su tierra y en el mundo
entero–, a él nada más que explicar todo como "una deformación profesional". ¿Es
banal el amor o son banales los que justifican todo a través del amor? Una
pregunta difícil de contestar. Ni el amor es banal ni la maldad es banal, aunque
muchos se comportan en forma banal con expresiones profundas. (Esto no implica
ninguna crítica a los títulos de la obra de Hannah Arendt ni a la obra teatral
de Savyon Liebrecht, al contrario, son títulos mordaces que hacen pensar.) Hanna
Arendt escribirá en 1949 que para ella los dos más grandes filósofos de su época
fueron Heidegger y Jaspers. La pregunta es: ¿a la humanidad y al propio
Heidegger les sirvió de algo en la vida ser "grande", cuando se falta tan
profundamente a la ética?
Pero en esa misma Alemania se demuestra lo
que es la verdadera conducta ética. El 15 de enero concurrieron más de setenta
mil personas (cálculo del diario principal de Berlín, Tagespiegel) a llevar
claveles rojos a la tumba de Rosa Luxemburgo, a 89 años de su cobarde asesinato
por militares en Berlín. Se repite así un homenaje que se cumple todos los años.
No hay figura que se recuerde así, en ninguna parte del mundo. Ni grandes
pensadores, ni héroes históricos, ni políticos. Es un increíble ejemplo de
respeto, recuerdo y admiración por la obra y la ética de esa mujer. Sus
profundos escritos acerca de cómo el mundo debía luchar por un sistema
definitivo que trajera la paz eterna y terminara con las injusticias sociales
deberían ser lectura en todos los últimos años de los colegios secundarios y de
las universidades, y tema preferido en centros culturales. Fue pacifista y por
su lucha estuvo presa en las cárceles del Kaiser casi los cuatro años de la
Primera Guerra Mundial. Fue en ese tiempo fundadora del Grupo Internacional
Antimilitarista. Propuso siempre la solidaridad internacional de los
trabajadores y por eso sostenía que ningún trabajador alemán debía apretar el
gatillo contra un trabajador francés o de cualquier otra nación. Cuando, pese a
su lucha, se declaró la guerra, dijo: "Cuando escuché la noticia, pensé en
suicidarme. Me di cuenta de que había vencido el oportunismo". Ese oportunismo e
irracionalidad que costó la muerte de miles de jóvenes. Rosa estaba contra la
violencia y señalaba que el arma fundamental para la revolución obrera debía ser
la huelga general. Fue una luchadora contra la pena de muerte. Y defendía la
Libertad como un fundamento absoluto de la sociedad. Su frase que más trascendió
en la historia fue: "Libertad es siempre la Libertad del que piensa distinto".
Durante la revolución alemana, el 15 de enero de 1919, fue detenida en el hotel
Eden, y en la puerta misma el suboficial Runge le dará un culatazo en la cabeza
y luego será asesinada por el teniente Souchon, que le pegó un tiro en la sien.
Terminaba así esa cabeza que tantos principios profundos enseñó a la
humanidad.
En el recordatorio del martes pasado, ante
su tumba, se vio a jóvenes y viejos con lágrimas en los ojos. Su tumba quedó
cubierta totalmente por claveles rojos que llevaron cada uno de los asistentes.
Un diario tituló el acto así: "El día en que faltaron claveles rojos en Berlín".
Y se escucharon las viejas canciones obreras de siglos pasados.
Un ejemplo. Es curioso: los héroes de la
sociedad en sus monumentos no son recordados, amén de algún acto oficial cada
cincuentenario de su muerte. Pero a Rosa Luxemburgo la recuerdan como a nadie,
año tras año, después del espantoso y cobarde crimen.
Que tengan esto en cuenta todos aquellos que
aman el poder por el poder mismo. La historia va filtrando y sólo quedan
aquellos que dieron sus vidas por esa palabra con la que comenzamos: la Etica,
que es siempre el no rotundo a la muerte y el firme sí a la Vida.
No hay amores banales, como tampoco hay
crímenes banales.
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