Fábula de Ghana (África occidental)
Un día la Vida
tomó la figura de un joven apuesto y se puso a caminar por el
mundo.
A la
orilla de un bosque vio una cabaña, entró y encontró allí a un
hombre pobre
enfermo de elefantiasis: todos sus
miembros estaban hinchado
s y
tan deformes que se movía con mucha dificultad.
-¡Oh! ¿Que
venturosos vientos te trajeron a mí?
¿Quién eres tú? -dijo el enfermo.
- Soy
la Vida, -respondió el caminante.
Algunos me reconocen cuando llego, pero no
cuando vuelvo.
Yo voy y vengo; volveré por estos lugares
dentro de siete años.
¿Pero, por qué gimes
tanto?
-Tengo una enfermedad horrible; ha destruido mi
aspecto humano
y me
ha quitado la alegría de vivir.
Ya no puedo más.
-Si quieres,
-dijo la Vida, te curo. Pero tú me olvidarás.
-¡No! Le
aseguró el enfermo. Guardaré eternamente en mi memoria
a
quien me cure y le estaré agradecido para siempre.
La Vida
esparció un polvo misterioso sobre el enfermo, y éste quedó curado
como por encanto.
La Vida siguió su camino y enseguida
llegó a la cabaña de un leproso.
-¡Oh! ¡Bendito tú que
vienes a mí! -exclamó el leproso al ver al hermoso
joven.
¿Puedo saber tu nombre?
-Yo soy la
Vida -dijo el recién llegado.
Algunos me reconocen cuando llego, pero no
cuando regreso.
Voy
y vengo.
Volveré por estos rumbos dentro de siete años.
Puedo curarte, ¿pero te acordarás de
mí?
-No te olvidaré mientras viva -dijo el
leproso.
La Vida lo curó y siguió su camino.
Al
llegar a una aldea, se encontró con un ciego que buscaba el camino
con un bastón.
Cuando oyó pasos, se detuvo y
preguntó.
-¿Quién va? ¡Cuidado con este pobre
ciego!
-Yo soy la Vida. Algunos me reconocen cuando llego,
pero no cuando vuelvo.
Curó también al ciego y
desapareció.
Pasaron los años, y a su tiempo, como lo
había prometido, volvió,
pero esta vez oculto bajo la figura de un
ciego.
Era ya tarde cuando llegó a la cabaña del
ciego que había curado.
Tocó
a la puerta. No estaba, pero le abrió su esposa.
-Tenga
piedad de este pobre ciego -dijo la Vida.
Conozco a su esposo; ¿me puede dar un refresco
mientras lo espero?
Me
basta con un poco de agua.
-Mi esposo es un verdadero tonto
-refunfuñó la mujer
.
Trae a casa a cuanto pobre se encuentra.
Puso un poco de
agua sucia en una vieja jícara y se la ofreció
de
mal modo al falso ciego.
Por
fin llegó el
Señor de la casa, y la Vida se dirigió a
él.
-Estoy de paso -dijo. ¿Puedes darme alojamiento hasta
mañana?
El hombre murmuró algo, después extendió una estera
en una esquina de la cabaña
y
dio al ciego un puñado de cacahuates.
Cuando despuntó el alba, la Vida llamó a su
anfitrión y le dijo:
-¿No te dije que algunos conocen a la
Vida cuando viene pero no cuando regresa?
Tú
no me has reconocido, porque la ceguera se ha quedado en tu
corazón,
y
volverá también a tus ojos.
Dijo esto y salió dejando tras
de sí una polvareda.
El hombre volvió a ser ciego, como siete
años antes.
Cuando la Vida llegó a la cabaña del antiguo
leproso, se cubrió de una lepra
tan
horrible que la seguían enjambres de moscas.
Tocó
a la puerta, pero aquel hombre, viendo al leproso, no lo dejó
entrar
y
rehusó darle de comer porque estaba demasiado sucio.
-Te lo
había dicho -le recordó el caminante.
Algunos conocen a la Vida cuando viene, pero no
cuando regresa.
Dijo y se marchó dejando tras de sí un
reguero del misterioso polvo.
El hombre ingrato se cubrió de nuevo de
tanta lepra que la carne
se
le caía a pedazos.
Cuando llegó a la cabaña del antiguo
enfermo de elefantiasis, la Vida se
hinchó los miembros de tal modo que a duras
penas podía caminar.
Se asomó a la puerta y
dijo:
-¡Buen hombre, un poco de refresco por
caridad!
-¡Adelante! ¡Adelante! ¡Entra! -dijo el hombre,
apresurándose a ayudar
al fingido enfermo.
¡Oh! ¡Que desgracia! ¡Tan joven y tan
enfermo!
Yo
también, hace tiempo, tuve esa fea enfermedad, pero pasó por
aquí
un buen hombre y me curó.
Quizá...
Y mientras hablaba puso a cocer
un plato de arroz, dio al enfermo nueces
y una jícara llena de leche fresca,
después preparó un asado de carnero
y se
ocupó de cuidar al enfermo.
En la mañana, la Vida se
presentó como el joven hermoso que era y dijo:
-Tú has
reconocido a la vida también a su regreso.
No olvidas los beneficios recibidos y
sabes socorrer a quien sufre lo mismo
que
tú has sufrido.
Por
eso permanecerás sano y gozarás de prosperidad.
El hombre
quiso hacer un regalo a la Vida, unas vacas.
Pero
el joven se lo agradeció diciendo:
-No tengo necesidad de
riquezas.
Quiero que recuerdes una cosa
importante:
La Vida puede cambiar y traer hoy bienes
y mañana males,
pero con frecuencia depende de ustedes
hacerla mejor o
peor.
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