El orgullo es un
formidable parásito emocional. En la persona orgullosa no hay alegría,
satisfacción ni paz, porque siempre existe la posibilidad de que alguna otra
persona sea más atractiva; tenga más dinero; más amigos; una casa más grande, o
un auto más nuevo. El orgullo es pernicioso porque "bastardea" significados y
fines. Embota, ignora -e incluso anula por completo- la conciencia moral.
Finalmente, el orgullo desemboca en la envidia, el odio... y la
guerra. "El orgullo es un cáncer espiritual: devora la posibilidad
misma del amor, de la satisfacción, e incluso del sentido común". - C. S.
Lewis -
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