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Brisas Renovadoras para Tu Alma |
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Asunto: | [brisasrenovadoras] ALIANZA DE VALORES | Fecha: | Lunes, 11 de Septiembre, 2006 11:07:00 (+0200) | Autor: | Armando Quintana <AROSQUI @..........net>
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Lunes,
11 de septiembre de 2006, actualizado a las 10:55 |
Alianza de valores
JUAN GOYTISOLO
EL PAÍS
- Opinión - 11-09-2006
Desde la niñez nos inculcan la idea de que el enemigo de la civilización
es la barbarie; la civilización obviamente es la nuestra; la barbarie,
ajena. Pero dicha idea autocomplaciente no se sostiene: un conocimiento aún
somero de los hechos nos muestra que las distintas civilizaciones se suceden
con idéntico mensaje: la victoriosa se impone a la vencida. La aniquila, la
somete o la digiere. Calar en el pasado nos revela una superposición de
estratos. La historia es una estratigrafía. Los anales de nuestras urbes
mediterráneas -Roma, Estambul, Jerusalén, Barcelona o El Cairo- confirman la
observación del gran lingüista Iuri Lotman: la ciudad es un mecanismo que
revive constantemente su propio pasado de modo prácticamente sincrónico. Las
civilizaciones se asientan en una sedimentación de ruinas. La actual cubre
las anteriores, las niega o las refuta, las interpreta o las explica. A los
avances de algunas en el ámbito del pensamiento, instituciones de gobierno,
letras y artes, sigue el retroceso abismal impuesto por la fuerza de las
armas. Roma, y los bárbaros, Bagdad y los mongoles. Las ruinas del subsuelo
dan testimonio de un esplendor muerto: nos conmueven e ilustran el vae
victis. También arden manuscritos, pero las ideas que contienen no
desaparecen del todo. Permanecen soterradas y, cuando las circunstancias lo
permiten, afloran de nuevo. La filosofía griega se transmite a través de
Toledo y resurge en el Renacimiento. Digo esto porque no hay una
civilización, hay civilizaciones en lucha casi continua. A los periodos de
tregua suceden otros de enfrentamiento y conquista. Y al producirse los
grandes avances científicos y la travesía de los océanos, nuestra
civilización europea y cristiana arriba a los confines de un mundo ya no
plano, sino esférico: a continentes e islas remotos, algunos de ellos
vulnerables por su estructura social rudimentaria y otros con otra más rica
y elaborada, pero inferiores desde un punto de vista militar. Así, la
"civilización" sujeta y esclaviza a la llamada barbarie. Millones de seres
humanos sufren la crueldad sin límites del más fuerte, del amo que los
civiliza con grillos, cadenas y látigos. Pero la conciencia de unos valores
universales, esto es, no exclusivos de la civilización propia, alimenta la
protesta de unos pocos: voz imprecatoria de Las Casas, pluma certera del
Conrad de En el corazón de las tinieblas.
¿Qué valores son éstos? ¿Cómo acceden a nuestra conciencia? Su
emergencia es lenta y, como señaló Stephen Zweig, se remontan tal vez al
panfleto de Castelio contra Calvino cuando, tras la quema de Miguel Servet
por orden de éste, los resumió en una frase: "Matar a un hombre para
defender una idea no es defender una idea, es matar a un hombre".
La idea de unos derechos humanos comunes a toda la especie más bien
inhumana a la que pertenecemos se abre paso a duras penas a través de las
guerras interreligiosas que asolaron a Europa, como asuelan aún el Oriente
Próximo y diversas zonas de África y el subcontinente hindú. La labor de los
filósofos -primero de los averroístas y de la notable estirpe de pensadores
hispanohebreos; luego de Descartes y Bacon, y por fin de los
enciclopedistas; pienso sobre todo en mi admirado Diderot- desemboca en la
Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución
francesa, pese a que el terror revolucionario la redujo a letra muerta bien
antes del ascenso y caída de Bonaparte y el triunfo del absolutismo de la
muy poco Santa Alianza.
Repasar el siglo que hemos dejado atrás evidencia asimismo que las
pequeñas conquistas de la razón son fácilmente barridas por la sinrazón de
los credos religiosos, exaltación de la nación y de la sangre, el
totalitarismo ideológico y el fundamentalismo de la tecnociencia. En el
corazón mismo de nuestra civilización surgió el horror del holocausto y el
universo de los campos de concentración nazis y estalinianos. Los nombres de
Hiroshima y Nagasaki simbolizan también la barbarie engendrada por el avance
letal de nuestros conocimientos.
Todas las civilizaciones triunfantes conllevan el germen de esa
barbarie que hoy se extiende sin límites de espacio ni de tiempo, con
peligro no sólo de nuestras vidas sino de la supervivencia del planeta. Los
mesianismos y extremismos ideológicos se tocan y mutuamente se alimentan.
Únicamente los valores conquistados con tesón en los últimos siglos,
plasmados en la Carta Fundacional de Naciones Unidas, pueden dar fin a las
desigualdades brutales del mundo, a los choques de civilizaciones no
necesariamente opuestas y al terrorismo ciego que se ensaña en las
poblaciones inocentes, provenga de donde provenga.
La Alianza de Civilizaciones propuesta por el jefe de Gobierno
español, José Luis Rodríguez Zapatero, en la Asamblea General de Naciones
Unidas en septiembre de 2004 merece ser defendida por quienes oponemos la
fuerza de la razón a la razón de la fuerza. Pero, dado que lo que se
entiende por "civilización" incluye en su seno la semilla de la barbarie, yo
preferiría denominarla Alianza de Valores: estos valores universales,
cívicos, laicos, fruto de la resistencia de las mentes más lúcidas, sean de
la civilización que sean, al dogmatismo de las identidades religiosas,
nacionales o étnicas que hoy como ayer proliferan en nuestro minúsculo y
sobreexplotado planeta.
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