El equilibro
personal
por R. Sidelsky
Ante cualquier tipo de relación que establezcamos con los demás es
básico encontrarnos en una situación de igualdad.
Las relaciones
desiguales, ya sea por superioridad o inferioridad ante los demás, son
relaciones viciadas ya desde sus inicios y que están destinadas al fracaso.
Las relaciones personales deben basarse en este fundamento: todos hemos
nacido exactamente iguales, con los mismos derechos y los mismos deberes. Nadie
es más que nadie y si alguno se siente mejor o pero que los demás estará dando a
sus relaciones con los demás unos matices realmente enfermizos.
Gay
Hendriks en su libro “The ten second-miracle” afirma que hay tres posturas que
toda persona siente la tentación de adoptar en sus relaciones con los demás,
pero que debe evitar a toda costa.
Estas tres posturas son las
denominadas: víctima, verdugo y salvador.
Según el autor, adoptar el
papel de víctima es tremendamente sencillo. Es al que rápidamente acudimos
cuando nos sentimos defraudados por algo, cuando nos ha sucedido algo que no nos
gusta. Nos sentimos “victimas de algo: del esposo, amigo, de su jefe, del mundo,
de su dolor de cabeza. Además la energía que se consume representando el papel
de víctima es justo la que hace falta para cambiar el rumbo de la existencia”.
Asumir que cada uno es dueño de su propia existencia, de su destino, de
su vida puede ser duro al principio pero es la única manera de no caer en el
victimismo de sentirnos desgraciados por culpa de algo externo: de las
circunstancias, de la mala suerte o de los demás.
Para Hendriks la
existencia de víctimas hace posible la existencia de la segunda postura que hay
que evitar: la de verdugos.
El papel de vengador o de salvador (la
tercera postura que hay que evitar) es muy similar. “El salvador es el que hace
que el problema persista muchas veces”.
Ser excesivamente compasivos o
condescendientes con los demás en los malos momentos, puede producir que esa
persona se siga refugiando en su papel de victima y no le ayudemos a salir de
esa situación, regocijándose en su mala suerte.
Consolar a los demás
ante el dolor es bueno pero no hasta el punto de “reforzar su sensación de
debilidad”.
El autor prosigue: “Mi recomendación radical es: limitemos
las amistades a tres o cuatro personas que acepten tratarnos como seres
responsables en nuestra vida, y tratémoslas a ellas del mismo modo”.
Debemos asumir ser
responsables de nosotros mismos, de nuestra existencia. Todo aquello que evite
nuestra responsabilidad sobre nuestra propia vida, nos impedirá tomar las
riendas de nuestro destino.
Lo peor que, para Hendriks, tiene
el victimismo es que “crea adicción”. “Una vez que se prueba,
uno tiene que aumentar un poco la dosis cada día. Y para mantener este hábito
hace falta tiempo y energía y rodearse de una serie de colegas de victimismo”.
Para tomar el mando, el autor recomienda dar dos pasos
importantes:
*hacer una
declaración de la toma de poder de nuestra existencia y
* darlo
a conocer a los demás.
“Toma el teléfono y llama a tu mejor
amigo y pídele que nunca más vuelva a pensar en ti como una víctima... Pídele
que cuando se te olvide te diga: "despierta , tú estás al mando, si no te gusta el rumbo
que están tomando las cosas, cámbialas”
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