¡Que bueno! ¡Que bueno! ¡Que Bueno!
Las circunstancias de la vida se presentan
ante nosotros como dados lanzados sobre una mesa de vidrio. No importa cómo
los tiremos, pues podremos ver cualquiera de los números, variando nuestra
perspectiva. En la vida hay personas que sólo ven los números bajos y otras
que siempre ven los números altos.
Cuentan que un rey tenía un
consejero que ante circunstancias adversas siempre decía: "qué bueno, qué
bueno, qué bueno". Un día de cacería, el rey se cortó un dedo del pie y el
consejero exclamó: "qué bueno, qué bueno, qué bueno".
El rey, cansado
de esta actitud, lo despidió y el consejero respondió: "qué bueno, qué bueno,
qué bueno". Tiempo después, el rey fue capturado por otra tribu para
sacrificarlo ante su dios. Cuando lo preparaban para el ritual, vieron que le
faltaba un dedo del pie y decidieron que no era digno para su divinidad al
estar incompleto, dejándolo en libertad.
El rey ahora entendía las
palabras del consejero y pensó: "qué bueno que haya perdido el dedo gordo del
pie, de lo contrario ya estaría muerto". Mandó llamar a palacio al consejero y
le agradeció. Pero antes le preguntó por qué dijo "qué bueno" cuando fue
despedido.
El consejero respondió: "si no me hubieses despedido, habría
estado contigo y como a ti te habrían rechazado, a mí me hubieran
sacrificado".
La vida es como un laberinto, con muchos caminos por
tomar. En el diario caminar podemos estrellarnos contra las paredes cuando las
circunstancias son difíciles. Pero hay que tomar una actitud como la del
consejero de la historia: positiva y de desapego.
Nada ganamos
angustiándonos, preocupándonos y torturándonos con los problemas. Para
cualquier dificultad en la vida existe una razón que muchas veces escapa a
nuestra perspectiva y no entendemos en el momento. No podemos entender el
porqué de todas las paredes del laberinto, a menos que nos elevemos y veamos
la figura completa.
La vida es un aprendizaje permanente: todo
estudiante recibe primero la lección y luego los problemas por resolver. En la
vida real es al revés: primero nos dejan problemas para resolver y luego
debemos deducir la lección. De la misma forma como la tensión durante un
examen hace que baje nuestro rendimiento, la vida nos prueba que la mejor
forma de rendir bien es con desapego y una buena actitud.
Por qué es
tan difícil enfrentar los problemas con una actitud positiva? Por la distancia
entre usted y el problema. Imagínese que va en patines y remolcado por un
auto. Si tiene la cuerda muy corta entre usted y el auto, seguramente no verá
con anticipación los baches en la pista y se golpeará.
En cambio, si
usted es remolcado por un auto con una soga larga, verá los baches y podrá
esquivarlos. Lo mismo ocurre en la vida: mientras más distancia tomemos y
tengamos más soga entre nosotros y los problemas, podremos tener la libertad
para escoger nuestra respuesta y evitar los golpes.
El estrés, el
trabajo exagerado, la falta de tiempo para descansar, para la familia y para
desarrollar actividades espirituales; en suma, el estar desbalanceado acorta
la soga y nos quita libertad para responder. Si llegamos del trabajo con
estrés y nuestro hijo comete una travesura,
reaccionamos
desproporcionadamente, haciéndole daño a quien más queremos.
Cuando estamos
tensos y con sobrecarga de trabajo en la oficina y un colega nos hace una
crítica, explotamos. Así creamos un clima laboral contraproducente y afectamos
las relaciones interpersonales.
Dedíquele tiempo a la persona más
importante de su vida: usted. Alargue su soga ante los problemas, balanceando
su vida. Así, la próxima vez que se enfrente a una dificultad podrá decir como
el consejero del rey: "qué bueno, qué bueno, qué
bueno".