ORGANIZANDO LA BÚSQUEDA
Prosigo aquí con la trascripción de unos
cuantos trechos de las conversaciones que mantuve con J, mi amigo y
maestro en la Tradición de RAM, y que recogí en algunos cuadernos entre
1982 y 1986. En esta época, recuerdo, pedía consejo continuamente sobre
cualquier decisión que debiera tomar. J. normalmente callaba, hasta que un
día me dijo:
-Las
personas que nos rodean en nuestro día a día nos pueden dar pistas muy
importantes sobre los pasos que debemos dar. Pero para eso es preciso
discernir aguzando la mirada y afinando el oído, porque los que responden
demasiado aprisa no suelen ser muy de fiar.
»Resulta
peligroso pedir consejo. Dar uno es algo muy arriesgado, si tenemos un
mínimo de sentido de la responsabilidad. Si alguien necesita ayuda, puede
ser mejor que observe cómo otras personas han conseguido resolver (o no)
sus propios problemas. A menudo nuestro ángel emplea los labios de alguien
próximo para decirnos algo, pero esta respuesta suele llegar en un momento
inesperado, cuando no estamos permitiendo que nuestras preocupaciones
oscurezcan el milagro de la vida.
»Dejemos
que nuestro ángel hable como suele hacerlo: cuando lo juzgue oportuno. Los
consejos no son más que teoría, mientras que vivir es algo bien
diferente.
A
continuación me contó una sabrosa historia:
El maestro
Kais caminaba con sus discípulos por el desierto, cuando se encontró con
un ermitaño que estaba allí hace años.
Inmediatamente, los discípulos comenzaron a acribillarlo con
preguntas sobre el universo, pero acabaron por descubrir que este hombre
no era tan sabio como aparentaba.
Comentando
esto con Kais, el maestro respondió:
-No vayáis
nunca a consultar a un hombre preocupado, aunque normalmente sea un buen
consejero. Tampoco pidáis nunca ayuda a un orgulloso, por muy inteligente
que parezca. Tanto las preocupaciones como la vanidad turban el
conocimiento. Pero ante todo, desconfiad del que vive en soledad: con
frecuencia no está allí por haber renunciado a todo, sino por su
incapacidad para vivir con los demás. ¿Qué tipo de sabiduría podemos
esperar de alguien así?
Después J.
se fue al aeropuerto y yo me quedé pensando sobre nuestra charla. Yo
necesitaba ayuda, pues estaba repitiendo los mismos errores una y otra
vez. Mi vida giraba presa alrededor de viejos problemas. Cada cierto
tiempo, me deparaba con situaciones ya conocidas, cruzándose una vez más
en mi camino.
Esto me
deprimía. Me daba la sensación de que era incapaz de avanzar. Resolví
entrar en una cafetería que aún hoy frecuento, y permanecer allí
observando todo lo que ocurría a mi alrededor. No encontré nada,
absolutamente nada nuevo, y empecé a sentirme
abandonado.
Finalmente, estiré la mano hacia un periódico que alguien se
había dejado en la mesa de al lado, y me puse a hojearlo un poco al azar.
Descubrí allí una reseña sobre un antiguo título de Gurdieff que acababa
de ser relanzado. El crítico citaba un pasaje del
libro:
La fe
consciente es libertad.
La fe
instintiva, esclavitud.
Y la fe
mecánica es locura.
La
esperanza emocional, cobardía.
Y la
esperanza mecánica es un mal.
El amor
consciente llama al amor.
El amor
emocional, lo inesperado.
Y el amor
mecánico llama al odio.
Allí se
encontraba la respuesta: los mismos temas (fe, esperanza, amor) cada uno
con sus matices, comportando siempre distintas consecuencias. Comprendí
finalmente que la repetición de las experiencias tenía una finalidad:
enseñar al ser humano lo que aún no sabe. Desde este día, siempre busco
una solución diferente para cada lucha repetida, y, de esta manera, poco a
poco he ido hallando mi camino.
Cuando
volvimos a encontrarnos, le pregunté qué debía hacer para organizar un
poco mi búsqueda espiritual, que parecía no llevar a ningún sitio. Esto es
lo que me respondió:
-No
quieras ser siempre tan coherente. Descubre la alegría de sorprenderte a
ti mismo. Ser coherente supone tener que llevar siempre una corbata
conjuntada con los calcetines. También se deben mantener mañana las mismas
opiniones que se tenían hoy... ¡Eso es ignorar el movimiento del mundo!
»Mientras
no hagas mal a nadie, cambia de opinión de vez en cuando, y no te
avergüences por contradecirte: estás en tu derecho. No importa lo que
piensen los demás, porque lo pensarán de todas
formas.
-Pero
estamos hablando de fe.
-Exacto.
Continúa con lo que haces, pero intenta poner amor en cada gesto: esto
bastará para organizar tu búsqueda. No solemos dar valor a lo que hacemos
todos los días, pero esto es lo que transforma el mundo que nos rodea.
Pensamos que la fe es un trabajo de gigantes, pero si leemos algunas
páginas de la biografía de cualquier santo, nos daremos cuenta de que era
una persona absolutamente común, con la particularidad de que decidió
firmemente dividir con los demás lo mejor de sí
mismo.
»Son muy
diversas las emociones que pueden impulsar el corazón del hombre a
emprender el camino de la espiritualidad. El motivo puede ser “noble”
(como la fe, el amor al prójimo o la caridad), pero también puede
reducirse a un capricho, como el miedo a la soledad, la curiosidad, o el
temor a la muerte.
»Nada de
esto importa. El verdadero camino espiritual es más fuerte que las razones
que nos condujeron a él, y poco a poco acaba imponiéndose, con amor,
disciplina y dignidad. Llega un momento en el que miramos atrás,
recordamos el inicio de nuestra jornada, y nos reímos de nosotros mismos
en aquel entonces. En definitiva, fuimos capaces de crecer, a pesar de la
banalidad de los motivos iniciales que nos llevaron al
camino.
-¿Pero
cómo puedo saber si, por lo menos, estoy recorriendo este camino con amor
y dignidad?
-Dios
suele emplear la soledad para enseñarnos algo acerca de la convivencia. A
veces usa la rabia para que podamos comprender el infinito valor de la
paz. En otras ocasiones, con el tedio quiere mostrarnos la importancia de
dejarse llevar por la aventura.
»Dios
suele emplear el silencio para enseñarnos algo acerca de la
responsabilidad de lo que decimos. A veces usa el cansancio para que
podamos comprender el valor del despertar. En otras ocasiones, con la
enfermedad quiere mostrarnos la importancia de tener buena
salud.
»Dios
suele emplear el fuego para enseñarnos algo acerca del agua. A veces usa
la tierra para que podamos comprender el valor del aire. En otras
ocasiones, con la muerte quiere mostrarnos la importancia de la vida.
-Pero,
¿qué hacer con la sensación de culpa que todos
tenemos?
-En uno de
los más trágicos momentos de la crucifixión, uno de los ladrones se da
cuenta de que el hombre que muere a su lado es el Hijo de Dios. “Señor,
acuérdate de mí cuando entres en el Reino de los Cielos”, dice el ladrón.
“En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso”, responde
Jesús, haciendo del bandido el primer santo de la Iglesia Católica: San
Dimas.
»No
sabemos por qué razón Dimas fue condenado a muerte. En la Biblia, él
confiesa su culpa, reconociendo que lo crucifican por los crímenes
cometidos. Podemos incluso suponer que había realizado algo cruel o
tenebroso que justificase para los jueces semejante final. A pesar de todo
esto, en los últimos minutos de su existencia, un acto de fe lo redime, y
lo glorifica.
»Acuérdate
de este ejemplo cuando, por la razón que sea, te sientas incapaz de
proseguir.
PAULO
COELHO