África
sigue en el olvido
EL
PAIS 21/11/2006
El informe que ayer dio a conocer la OMS sobre el continente olvidado es
descorazonador: la mortalidad materno-infantil es ahora más alta que hace tres
décadas y muchos de los niños que mueren lo hacen aún por desnutrición. El sida
sigue galopando hasta el punto de que, en la mayoría de los países
subsaharianos, más de un tercio de su población joven está infectada, lo que en
las condiciones sanitarias en que viven supone de hecho una condena a muerte.
Una gran mayoría de los que ya han sido alcanzados por el virus y morirán por su
causa ni siquiera lo saben, con lo que, además de ser víctimas, contribuyen a su
expansión.
Todos los países africanos tienen un problema endémico de tuberculosis,
una enfermedad que nunca ha tenido diques de contención solventes pese a que
hace ya mucho tiempo que existen tratamientos eficaces. En los últimos años, sin
embargo, la tuberculosis ha cobrado nuevo impulso de la mano del sida, de modo
que las dos forman un binomio imposible de abordar para los míseros presupuestos
sanitarios de los países afectados.
Si sólo la mitad de la población tiene acceso al agua potable,
difícilmente se podrán contener las infecciones, a lo que hay que añadir un
fenómeno nuevo imparable: el éxodo masivo de la población del campo hacia unas
pocas conurbaciones carentes de todo servicio y totalmente ingobernables. Cada
campesino que deja el terruño, por mísero que sea, para ir a vivir a una chabola
de alguna de las enormes urbes que crecen en África, es un productor de
alimentos que se pierde y una boca más que alimentar en una economía sin
excedentes suficientes para garantizar su subsistencia. No es de extrañar, por
tanto, que la conflictividad crezca y que sean también africanos buena parte de
los dos millones de niños que mueren en conflictos armados y una gran proporción
de los 300.000 niños soldado que luchan en diferentes
guerras.
África no tiene medios para cuidar de su salud, y el resto del mundo mira
mientras tanto a otro lado. Las ayudas que llegan son apenas un parche incapaz
de revertir el círculo vicioso de enfermedad y pobreza en que se desangra el
continente. Cuanta más pobreza, peor salud y cuanta peor salud, más pobreza.
Incluso en los países políticamente más estables y con economías más
desarrolladas, como Botsuana, Lesoto o Zambia, la esperanza de vida ha caído
hasta los 40 años, la mitad de la que registran países como España. Mientras eso
ocurre, se suceden las grandes declaraciones de intenciones, pero está claro que
las palabras no curan.