La antorcha de
Cristo
Además de ser amigos y
compartir muchas cosas en común, Pedro, Sergio, Elena, Rosa y Jaime eran
escritores e historiadores, que preparaban juntos una novela histórica sobre la
vida de un noble castellano.
Para ello, se dirigieron
a un castillo localizado en la provincia de Valladolid, al cual llegaron cuando
ya estaba cayendo la tarde. Recorrieron cada una de sus salones y dormitorios,
cuando de repente se oyó el sonido de un trueno, apagándose las luces inmediata
y sospechosamente.
Elena aseguró a sus
amigos de que no había porque inquietarse; ya que se trataba de un corte de luz.
Pero el apagón se hacía más largo, y el castillo más tenebroso e inseguro. La
única solución que propuso Pedro fue quedarse quietos hasta que se restableciera
el servicio eléctrico...pero era febrero, y Valladolid es una ciudad muy fría, y
posiblemente el frió acabaría antes con ellos.
Sergio alargó la mano
hacia la pared y haciendo un esfuerzo saco un pedazo de madera. - "Esto nos
servirá, denme un encendedor", dijo.
Con aquel pedazo de
madera, hizo una antorcha. La llama iluminaba la estancia como si fuese un
diminuto sol; y Sergio avanzó guiando al resto del grupo para poder salir del
castillo.
- "Debemos de salir de
aquí todos juntos, y solo tenemos una antorcha. Así que permanezcamos unidos",
pidió.
Todos aceptaron, todos
menos Jaime, quien argumentó conocer perfectamente el castillo y no necesitar de
nadie para salir de él. Además, continuó, "la oscuridad no era tan grande, y
hasta era posible encontrase otro pedazo de madera para hacer una antorcha,
aunque no le hacía falta".
Sus amigos trataron de
disuadirlo, pero Jaime era demasiado orgulloso, y prescindía siempre de todo la
ayuda ofrecida.
El grupo prosiguió su
camino hacia la salida del castillo; ya afuera y conservando aún la antorcha
encendida -porque la noche estaba oscura- oyeron un estrépito. Sergio con la
antorcha en la mano salió corriendo hacia el lugar de donde provenía el ruido,
en el suelo yacía en un charco de sangre el cadáver del infortunado Jaime, quien
se había precipitado por una de las escaleras del castillo. Los cuatro amigos
lloraron la muerte de su infortunado amigo. Pero si Jaime hubiese seguido a
Sergio, quien llevaba la antorcha, él hubiese permanecido con
vida.
Como los protagonista de
esta historia, nosotros también nos hallábamos en un castillo, al que la
tormenta del pecado dejó sin luz. Dios, por su infinito amor, mandó a su Hijo
Jesús, para que con la antorcha de su vida nos saque de las tinieblas de nuestro
castillo. Pretender prescindir de su luz y de su ayuda, es exponerse a caer a un
precipicio del cual no habrá salida
aporte de Zulma
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