Rutas
del amor
Era un día frio,
lluvioso y gris. Mientras manejaba su auto por la ruta, Heraldo divisó a una
anciana cuyo vehículo averiado estaba detenido en la banquina. Estacionó su
viejo Ami 8 delante del BMW de la anciana.
La señora miró preocupada al
hombre que se le acercaba, hacia más de una hora que estaba allí sin conseguir
ayuda, pero, quien se aproximaba no tenia muy buen aspecto, podría tratarse de
un delincuente. Más no habia nada por hacer, estaba a su merced. Se veia pobre y
hambriento.
Heraldo se dio
cuenta e intentó tranquilizarla: "Vengo para ayudarla señora"- le dijo. Entre al
auto asi no se moja mientras yo veo qué puedo hacer."
Solo se trataba de
una pinchadura, pero para la anciana se trataba de una situación difícil.
Heraldo se metió bajo el auto buscando un lugar donde poner el cricket y en la
maniobra se lastimó varias veces los nudillos. Estaba apretando las últimas
tuercas, cuando la señora bajó la ventana y comenzó a hablar con él. Le contó de
donde venia, que tan solo estaba de paso por allí, y que no sabia como
agradecerle. Heraldo sonreia mientras cerraba el baúl del coche guardando las
herramientas.
Le preguntó cuánto le debía, pero él no quería dinero. Más
bien pensaba que ayudar a alguien en necesidad era la mejor forma de pagar por
las veces que a él, a su vez, lo habían ayudado.
Así que le dijo a la
anciana que si quería pagarle, la mejor forma era que la próxima vez que viera a
alguien en necesidad, y estuviera a su alcance el poder de asistirla, lo hiciera
de manera desinteresada, y que entonces... "tan solo piense en mi..." Agregó
despidiéndose.
Heraldo esperó hasta que el auto se fuera. Había sido un
día frío, gris y depresivo, pero se sintió bien, ayudar siempre le daba
satisfacción. Entró al coche y se fue...
Unos kilómetros más adelante la
señora divisó un pequeño bar. Pensó que seria muy bueno quitarse el frío con una
taza de café caliente antes de continuar así que se detuvo.
El lugar era
diminuto, muy pobre y precario... Una cortes camarera se le acercó y le extendió
una toalla de papel para que secara su cabello, empapado por la lluvia. Tenia un
rostro agradable con una hermosa sonrisa. Aquel tipo de sonrisa que no se borra
aunque estuviera muchas horas de pie. La anciana notó que la camarera estaba
embarazada. Y sin embargo esto no le hacia cambiar su simpática
actitud.
Pensó en cómo, gente que tenia tan poco, era tan generosa con
los extraños. Entonces se acordó de Heraldo...
Al terminar su café, pagó
con cien pesos. Cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora
se habia ido. Intentó alcanzarla, pero al pasar vio en la mesa una servilleta de
papel escrita junto a cuatro billetes de cien. Los ojos se le llenaron de
lágrimas cuando leyó la nota:
"Cuando tuve necesidad, alguien me ayudó
como hoy te estoy ayudando. Si quieres pagarme, no dejes de asistir y ser
bendición a otros como hoy lo hago con vos. Sigue dando de tu amor y no permitas
que nada rompa las bendiciones que sabes dar con tu actitud."
Esa noche,
ya en su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente en la cama, para no
despertar a su agotado esposo que debía levantarse muy temprano, pensó en lo que
la anciana había hecho por ella.
¿Cómo sabría ella las necesidades que
tenían con su esposo, los problemas económicos que estaban pasando, máxime ahora
con la llegada del bebe?
Acercándose suavemente hacia él, para no
despertarlo, mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído...
"Todo
va a estar bien, te amo... Heraldo."
Miguel Angel
Arcel |