Nos conocemos hace tiempo. Es muchísimo más lo que nos une que lo que nos
separa. Sé que es impulsivo y poco paciente. Pero no termino de acostumbrarme.
Ibamos en el coche. Ya había protestado por un atasco que nos encontramos en
Mesa y López. Como si hubiera que saltar por encima de los coches que estaban
delante de ti. Pero cuando algo más tarde llegamos a un cruce, justo en el
momento de llegada, el semáforo se pone rojo. No les puedo describir el cabreo
con que estalló: ¡la que nos faltaba¡. Y lo más curioso: no teníamos prisa para
llegar a ningún sitio. Pero es así. Como si el mundo tuviera que estar hecho
para él solo. Afortunadamente, no tiene carnet de conducir.
Y es que uno tiene que aprender a convivir con los demás. Çada uno con
otras personas. Y los grupos, con sus semejantes. Unos y otros con el resto de
grupos y de gente. Y para eso hay unas normas de respeto mutuo. Ahora te toca a
ti, después a mi. Los dos no podemos sentarnos en la misma silla.
Si no existieran esas normas comunes, la locura en que vivimos sería de
frenesí. Sí, tengo derecho a la libre expresión, pero eso no me capacita para ir
por las calles insultando y menospreciando a todo aquel que me encuentre. Y esto
vale tanto para mi amigo, como para mí, como para cada persona y cada grupo de
la índole que fuere.
No soy jurista. Pero creo haberlo leído en las normas básicas de convivencia
para los ciudadanos de este país, en la Constitución. Hay un artículo, si mal no
recuerdo, que viene a decir que los derechos en este país no son ilimitados,
sino que tienen un doble límite, cuales son los derechos de los demás y el
cumplimiento de las normas legales. Tu derecho a seguir circulando por aquel
cruce, donde el semáforo paró a mi amigo y a mi, termina donde empieza el
derecho del otro a tener vía libre para continuar su camino.
No todo es lícito. No todo es correcto. Tampoco para los grupos ideológicos,
políticos o religiosos. No vale difamar al otro, mentir del otro, ni suponer en
falso de los demás, para defender mis derechos a la libre expresión de mis ideas
y de mi circulación por la vida. Y si en cada persona está eso feo, en los
grupos, sobre todo en los políticos –dedicados luego a regir la vida de los
ciudadanos- está mucho más feo aún. Sinceramente, no puedo soportar estas
prácticas.