Asunto: | [budismotibetano] UNA PEQUEÑA HISTORIA | Fecha: | Martes, 12 de Junio, 2001 23:00:09 (+0200) | Autor: | Antonio Ruiz <ANTONN @...COM>
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Hola a todos,
En un interesante librito de Jorge Luis Borges titulado "Qué es el
budismo" se puede leer lo siguiente: "Hay una carrera intermedia, la del
Pratyeka Buddha, el santo solitario, que, sin ayuda de maestros, llega a
ser Buddha, pero que no puede comunicar su iluminación. Los textos lo
comparan a un mudo que ha soñado un sueño importante". Para explicar por
qué me ha llamado la atención el párrafo y he decidido transcribirlo
aquí, tendría que contar algunas cosas que sucedieron hace unos años. No
son hechos relevantes, si me apuran, ni siquiera diría que son
interesantes, pero aquéllos que saben que la vida, para ser gozada en su
plenitud, exige espectadores atentos, quizá puedan entrever en esta
historia un ejemplo de cómo tantas veces se ofrecen a nuestros ojos
sucesos de aparente intranscendencia que pueden llegar a convertirse en
ejes vitales de nuestra historia personal.
Hace unos nueve años visité la Alpujarra granadina, uno de esos lugares
donde el paisaje sobrevive puro y cuya sóla visión, induce en el ánimo
una extraña calma. Una de las zonas más singulares del lugar es la que
componen tres pueblecitos típicos llamados Bubión, Campaneira y
Capileira, nombre este último que se debe a la impresión que producen
las casitas blanquísimas al derramarse por la ladera del monte, como una
cabellera blanca, al menos eso me contaron los lugareños, no cuesta
trabajo creer en las cosas bellas. Tuve el privilegio de alojarme en
Bubión que se encuentra en el centro de los tres pueblos y en una casita
que quedaba exactamente enfrente del monasterio budista. Aunque, eso sí,
al ser las construcciones del monasterio muy bajas, sólo se pueden ver
desde el pueblo, o al menos así era entonces, dos cipreses alineados que
indican la ubicación exacta del lugar. No me extenderé en detalles,
baste decir que la pureza del aire, la intensidad de la luz y esa música
constante de arroyuelos invisibles y fuentes que puede escucharse en
cualquier rincón del pueblo, es capaz de sosegar el ánimo más envenenado
por la vida fría y destructora que solemos llevar los habitantes de las
ciudades.
Visité con fruición los lugares más agrestes y altos de La Alpujarra y,
ya entonces me atraía poderosamente el budismo, acabé convenciendo a mis
compañeros de viaje para visitar el Monasterio. La excursión comenzó muy
temprano, antes de amanecer, y resulta curioso que el primer tramo, en
autobús, concluya en un cruce donde hay una pequeña ermita llamada del
Padre Eterno. Luego la ascensión, a pie, corre pareja con espectaculares
paisajes de montañas altísimas, pequeños reductos de nieve, y un
amanecer que va inundando tus ojos de luz de tal modo que parece entrar
como un vapor dorado, muy suave, hasta los pulmones, desde donde irradia
una sensación de plenitud. Finalmente llegamos a las modestas
construcciones de piedra que componen el Monasterio, resulta conmovedora
su sencillez: el colorido templete de la entrada y un pequeño buda que
descansa en un recodo excavado en la roca son las notas que te indican
la llegada a un lugar de índole puramente espiritual.
Nos recibió un joven monje nepalí llamado Tubten, que nos ofreció té y
nos acompañó en un pequeño recorrido por el lugar. Nos indicó que en
aquél momento había un Lama, pero que no podíamos verlo debido a un
retiro especial que estaba realizando. Recuerdo con entusiasmo el suave
olor a incienso de algunos lugares y, sobre todo, la impresión de paz.
Era, y supongo que es aún, un lugar que sólo requiere una palabra para
describirlo y esa palabra es serenidad. Charlamos amigablemente durante
un tiempo que se me antojó cortísimo sobre cuestiones elementales de la
práctica budista que me resultaron muy clarificadoras y, hacia el final,
cuando ya estabamos a punto de marcharnos, de hecho mis compañeros ya
habían iniciado la salida del Monasterio, me volví hacia Tubten con una
pregunta que no tenía prevista, que no sé aún de dónde salió y que, en
un primer momento, no me pareció de especial interés: "Dime Tubten, ¿es
posible para mí la iluminación si me convierto en un hombre casado, con
hijos, con un trabajo y llevando una vida ordinaria de occidental?", me
sonrió con esa franqueza indescriptible que parece emanar de esos ojos
intensamente abiertos que produce la práctica de la meditación, o de la
compasión, y me contestó con un sencillo "es posible, es diferente,
quizá más lento, pero es posible". Le sonreí a mi vez y me incliné en
una discreta reverencia de admiración que, ahora recuerdo perfectamente,
le hizo mucha gracia y me marché muy despacio a encontrarme con mis
compañeros.
Aquella tarde, de regreso ya en Bubión, observé de otra manera el
atardecer y aquellos dos arbolitos, ahora que lo pienso y rememoro su
silueta, creo que eran cipreses como dije al comienzo, pero no podría
asegurarlo. Sin embargo la silueta de aquellos árboles contra el cielo
del atardecer se grabó para siempre en mi memoria, porque experimenté un
irrefrenable deseo de subir de nuevo y, allí, quedarme hasta haber
aprendido todo lo que podía transmitir aquél lugar y sus habitantes,
especialmente a dejarme inundar por su serenidad y ser para siempre un
hombre libre. Tengo que confesar que no lo hice porque me acompañaba la
que, andando el tiempo, había de ser mi mujer, y no me arrepiento, pero
aquella llamada perdura para siempre en mi interior. En cuanto a lo que
me respondío Tubten, con su aparente sencillez, probablemente sea la
gran lección espiritual de mi vida. No es fácil de entender, tampoco es
fácil de explicar, quizá ambas cosas me sea negado transmitirlas, pero
me consuela saber que hay maestros del pasado, o del presente, que han
vivido su iluminación en soledad y que, aunque quizá sea más lento, para
un hombre corriente como yo, que jamás será un maestro de nada ni de
nadie, es posible.
P.S. Un cordial saludo a todos los miembros de la lista, espero no
haberles aburrido con mi pequeña historia.
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