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Asunto: | [fedicaria] El ideario de la escuela pública | Fecha: | Lunes, 3 de Noviembre, 2003 13:44:00 (+0100) | Autor: | Alberto Luis Gómez <luisal @......es>
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Queridos amigos/as,
Por si acaso alguien no lo conociera os remito un
artículo de interés. Alberto
Alberto Luis Gómez Departamento de Educación,
Edificio Interfacultativo, Universidad de Cantabria Avenida de los Castros,
s/n E-39005 Santander Tfno.: 942 20 11 69 Fax: 942 20 11
73 Dirección electrónica luisal@unican.es |

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Lunes,
3 de noviembre de 2003, actualizado a las 08:52 |
La enseñanza pública tiene un ideario
GREGORIO PECES-BARBA
MARTÍNEZ
EL
PAIS | Opinión - --
La política de un Gobierno progresista y de izquierdas debe tener uno de
sus puntos fuertes en la defensa y en el apoyo material e intelectual de la
enseñanza pública. La Francia de la Tercera República ha sido un ejemplo en
esa materia, y ha ayudado a la formación de ciudadanos, entendidos éstos
como seres capaces de autodeterminarse y con un estatuto de igualdad
política. Con ese esfuerzo se ha acelerado en ese país la disminución de los
perfiles comunitarios parciales procedentes del antiguo régimen, así como la
convergencia de la identidad constitucional e individualista fundadora de la
modernidad. En España, la Constitución de 1978 parte de ese espíritu de la
modernidad, del hombre centro del mundo y centrado en el mundo. La laicidad
propia de una sociedad secularizada, y la idea de dignidad humana como punto
de partida y como objetivo al mismo tiempo, enmarcan la meta de la enseñanza
pública, que se establece en el artículo 27.2 de la Constitución: "La
educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en
el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y
libertades fundamentales". Para nuestro país, éste es el ideario de la
enseñanza pública, y también de toda la enseñanza privada y religiosa que
reconoce la Constitución, aunque esta última puede tener además carácter
propio o ideario particular, que coincide con los fines y los objetivos de
sus fundadores. De hecho, es una realidad constatable que ante los dos
idearios concurrentes la enseñanza privada opta por desarrollar el propio y
dejar en segundo lugar el general, que es sin embargo obligatorio para
todos. Un ejemplo frecuente sirve para ilustrar el tema: me refiero a la
separación de sexos impuesta en muchos colegios católicos, especialmente
vinculados al Opus Dei o a otras organizaciones similares. En esos casos se
rompe el principio de no discriminación, y se frustra con ello un objetivo
central de nuestra sociedad democrática, la educación en igualdad. Lo mismo
podemos decir de mensajes vinculados a posiciones de la Iglesia católica con
relación a los anticonceptivos, los homosexuales, el divorcio o el aborto,
que se debe divulgar desde los centros de esa confesión y que en algunos
casos contradicen principios constitucionales, como la no discriminación o
la libertad ideológica o de conciencia. En todo caso, los idearios
parciales no ayudan a hacer ciudadanos, sino creyentes, en muchos casos con
un germen ideológico contradictorio con los principios educativos generales
marcados en la Constitución.
Aparece así clara la necesidad que señalábamos al principio de una
enseñanza pública, que informe y forme en las ciencias, en las técnicas y en
las artes, y prepare para la profesión a los jóvenes en todos los niveles,
incluido el universitario, con lo que se marca un cursus honorum
igualitario donde el mérito y la capacidad son los criterios de la
selección. Y no se pueden alegar las injusticias ni las violaciones del
principio para desacreditarle y para justificar favoritismos o presiones.
Las patologías ponen de relieve la dimensión desfalleciente de la condición
humana, pero no son argumentos racionales para descartar la pretensión de
objetividad y de igualdad en la instrucción de todas las personas. La
educación, facilitando la formación y la información, esclareciendo nuestro
juicio, nos prepara para participar y para competir, con esfuerzo y
sacrificio, pero con garantías de éxito. Es una forma central de
socialización, es decir, de inserción de la persona en los valores y en la
cultura de una determinada sociedad, dotándola de una preparación adecuada
para servir a la sociedad y para realizarse en su profesión.
Pero el ideario constitucional sitúa ese desarrollo "... en el
respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y
libertades fundamentales". Así, la enseñanza pública tiene, junto a su
misión en la formación de cada persona, de su razón y de su sensibilidad,
una misión complementaria, pero no menos importante de inserción de la
persona en la sociedad y en las instituciones políticas. Como dijo Leon
Gambetta en abril de 1881, en el Congreso de la Liga de la Enseñanza: "...
desde el momento en que queráis instruir respecto al sufragio universal y
que queráis hacer electores inteligentes y libres, será necesario
proporcionar una educación positiva; es decir, una educación que excluya la
quimera, lo absoluto y el sofisma". Por eso, se dirá, la instrucción en el
primer sentido impulsa las luces, y en su segunda acepción, las virtudes
cívicas que acompañan a la formación del ciudadano. Es la pedagogía de la
libertad de la que hablaba Maritain, que nos enseña a convivir con los demás
y a ser ciudadanos, a decidir por nosotros mismos desde la igualdad
política. La amistad cívica, la fraternidad, el compromiso, la comprensión,
el rechazo de los dogmas, la creación de espacios de tolerancia, son tareas
que fortalecen y hacen posibles otras formas de sociabilidad. Se trata de
educar integralmente para la convivencia, de ejercer la inteligencia
crítica, incitar a la reflexión, preguntarse por la razón de las cosas,
despertar la curiosidad y el sentido de la observación. Toda la tradición
del republicanismo, desde Montaigne a los ilustrados como Rousseau,
Jovellanos o Condorcet, o lo que supone en Francia la Liga de la Educación
con Jules Ferry o Gambetta, o los autores de la Institución Libre de
Enseñanza, participan de esos criterios y de esos valores que defienden una
educación integral que considere la instrucción y la formación individual y
la colectiva de formación del espíritu cívico. Profesionales y ciudadanos
libres son el objetivo, el ideario de la enseñanza pública, en definitiva,
la realización de la dignidad humana en sus dos vertientes, la privada y la
pública.
Me temo que los idearios de los centros privados no tengan esa visión
total de la ciudadanía, de bien común y de interés general, sino que más
bien favorezcan la fragmentación y la mentalidad de sociedad privada. La
formación de catecismo con creyentes que parten de una fe o que aceptan los
dogmas de una Iglesia o de una corriente filosófica puede proporcionar
profesionales competentes, pero no son buena base para la preparación de
ciudadanos inteligentes y libres. Si nuestra dignidad supone
autodeterminación individual, decidir por nosotros mismos, tampoco la
encontramos fácilmente en una enseñanza que parte de conceptos previos. Así,
no hay sitio para despertar la curiosidad, ni para suscitar el espíritu
crítico: sólo hay sitio para la competencia y la lucha por la promoción. La
idea de igualdad tiene difícil encaje en idearios que parten de la
pertenencia a un fragmento social que no tiene una visión de totalidad
secular, y que no transmite entre sus ideales el de la amistad cívica. Sin
embargo, ésta representa el lazo social más profundo entre los ciudadanos,
integrando lo individual y lo colectivo, la esfera pública y la privada.
Para que una comunidad tenga conciencia de sí misma es necesario que los
ciudadanos, desde la escuela primaria, reciban la idea de philia como
inseparable de su personalidad social, que les haga similares e iguales.
Rompe los esquemas corporativos y la jerarquías sociales y prepara a la
sociedad para una convivencia democrática. Solamente la enseñanza pública
proporciona esos instrumentos intelectuales que ayudan a impedir la
dialéctica del odio y del amigo-enemigo, solamente desde ella se puede
superar el patriotismo comunitario, desde la realidad natural, nacional o
lingüística para alcanzar la racionalidad del patriotismo constitucional.
Feijoo, en el Teatro Crítico Universal, será un precursor de esa
idea: la formación, desde la escuela, de mentalidades que basasen la
comunidad política sobre un tipo de amor "... que, lejos de fundamentarse en
el hecho de haber nacido en un determinado territorio, fuera resultado de la
decisión siempre voluntaria de componer una sociedad común, bajo un gobierno
civil y la coyunda de unas mismas leyes...". Para Feijoo será el camino para
luchar contra los nacionalismos, tanto en contra de la pasión nacional como
"... contra el desordenado afecto que no es relativo al todo de la
república, sino al propio y particular...". España es un Estado compuesto
que debe tener en cuenta las dos dimensiones de la existencia de tanto la
communis patria como las propriae patriae. Pero vemos excesos,
porque una escuela sólo tiene en cuenta las propriae patriae, y otra,
sólo la communis patria.
Como en todo, el equilibrio y la moderación, pero con el
reconocimiento del papel central de la enseñanza pública, son
imprescindibles en este tema. Frente a la escuela privada y a los excesos de
una autonomía excluyente de lo común, la enseñanza pública, que es también
la de las autonomías, debe cumplir con su deber de crear en los espíritus el
espacio común que hace vivible a la democracia. Todos los Gobiernos
autonómicos con competencia en materia de educación deben cuidar de esa
competencia vital para la formación, así como evitar desviaciones
exclusivistas y negadoras de la communis patria, y el Gobierno
central debe vigilar, inspeccionar y homologar el sistema educativo para que
la enseñanza pública pueda cumplir ese papel fundamental. La communis
patria no es la de la comunidad natural ni la de la Historia, ni la de
los sentimientos comunes, sino la de las comunes leyes, la soberanía popular
y la ética pública democrática, la que la escuela pública transmite,
referente central de la racionalidad y del patriotismo constitucional, que
es el único patriotismo aceptable a la altura del siglo XXI. En el vigésimo
quinto aniversario de la Constitución de 1978 debe realzarse esta pauta que
comunica Constitución con enseñanza pública. Es el mejor homenaje posible.
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