Continuamos
con la publicación de textos sobre la libertad en la red con este otro
artículo de Richard Stallman.
Había una vez, en la época de la
imprenta, una regulación industrial establecida para el negocio de
escribir y editar. Se llamaba copyright. El propósito del copyright
era fomentar la publicación de una diversidad de obras escritas. El método
del copyright era obligar a los editores a pedir permiso a los
autores para volver a editar escritos recientes.
Los lectores corrientes tenían
pocos motivos para rechazarlo, puesto que el copyright sólo
restringía la publicación, no las cosas que un lector podía hacer. Si
subía el precio del libro en una pequeña cantidad, sólo era el dinero. El
copyright ofrecía un beneficio público, como había sido pensado,
con apenas carga para el público. Cumplía bien su cometido, por aquel
entonces.
Entonces surgió una nueva forma de
distribuir información: ordenadores y redes. La ventaja de la tecnología
de información digital es que facilita la copia y manipulación de
información, incluyendo software, grabaciones musicales y libros. Las
redes ofrecían la posibilidad de acceso ilimitado a toda clase de datos:
una utopía de la información.
Pero había un obstáculo en el
camino: el copyright. Los lectores que hacían uso de sus
ordenadores para compartir información publicada, eran técnicamente
infractores del copyright. El mundo había cambiado y lo que había
sido una vez regulación industrial se había convertido en una restrición
al público que debería de servir.
En una democracia, una ley que
prohibe una actividad popular, natural y útil, habitualmente se relaja
pronto. Pero grupos de presión de poderosos editores estaban determinados
a impedir al público aprovechar la ventaja de sus ordenadores y
encontraron en el copyright un arma apropiada. Bajo su influencia,
en vez de relajar el copyright para adecuarlo a las nuevas
circunstancias, los gobiernos lo hicieron mucho más estricto, aplicando
penas severas a lectores sorprendidos compartiendo.
Pero esto no sería lo último. Los
ordenadores pueden ser potentes herramientas de dominio cuando unos pocos
controlan qué hacen los ordenadores de otras personas. Los editores
advirtieron que obligando a la gente a usar software especialmente
diseñado para usar libros electrónicos, podrían lograr un poder sin
precedentes: obligarían a los lectores a pagar y a identificarse cada vez
que leyesen un libro.
Este era el sueño de los editores y
lograron convencer al gobierno estadounidense para promulgar la Digital
Millenium Copyright Act de 1998. Esta ley otorga a los editores el
poder legal total para casi todo lo que un lector puede hacer con un libro
electrónico. ¡Incluso la lectura no autorizada es delito!
Todavía tenemos las mismas
libertades de antes usando libros en papel. Pero si los libros
electrónicos sustituyen a los impresos, esa excepción servirá de muy poco.
Con la "tinta electrónica", que hace posible descargar un nuevo texto en
un trozo de papel aparentemente impreso, incluso los periódicos podrían
volverse fugaces. Imagínese: no más liberías de libros usados, no más
préstamos de libros a amigos, no más préstamos de libros en la biblioteca
pública - no más "fugas" que podrían dar la oportunidad de leer sin pagar.
(Y a juzgar por los anuncios de Microsoft Reader, no más compras anónimas
de libros tampoco.) Éste es el mundo que los editores han pensado para
nosotros.
¿Por qué hay tan poco debate
público sobre estos cambios capitales? La mayoría de los ciudadanos no han
tenido todavía ocasión de asumir las consecuencias políticas que surgen de
esta tecnología futurista. Además, al público se le ha enseñado que el
copyright existe para "proteger" a los titulares del
copyright, con la consecuencia añadida de que los intereses del
público no cuentan.
Pero cuando el público en general
empiece a usar libros electrónicos y descubra el régimen que los ediores
les han preparado, empezarán a oponerse. La humandidad no aceptará este
yugo por siempre.
Los editores nos han hecho creer
que un copyright represivo es la única forma de mantener viva la
creación artística, pero no necesitamos una guerra por la copia para
fomentar la diversidad de obras publicadas; como ha mostrado Grateful
Dead la copia privada entre admiradores no es necesariamente un
problema para los artistas. Legalizando la copia de libros electrónicos
entre amigos, podemos volver a convertir el copyright en la
regulación industrial que una vez fue.
Para cierta clase de escritos,
debemos ir incluso más allá. Para artículos académicos y monografías, su
publicación íntegra en la red debería ser alentada en todos los casos;
esto ayuda a proteger los escritos académicos hacíendolos más accesibles.
En el caso de libros de texto y de la mayoría de obras de referencia, la
publicación de versiones modificadas debería incluso permitirse, puesto
que fomentan su mejora.
Con el tiempo, cuando las redes de
ordenadores ofrezcan una forma sencilla de mandar un poco de dinero a
alguien, toda la base para restringir la copia literal desaparecerá. Si le
gusta un libro y aparece una ventanita de su ordenador que dice: "pinche
aquí para dar un dólar al autor", ¿no lo haría? El copyright para
libros y música, aplicado a la distribución de copias literales no
modificadas, se volverá totalmente obsoleto. ¡Y ni un segundo antes!
Copyright (C) 2000 Richard Stallman. Se permite
la copia y redistribución literal de este artículo en su totalidad en
cualquier medio, si se mantiene esta nota. |