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Este texto está incluido
dentro de la obra Republica Internet, y nos habla de la "realidad"
de la Red
Internet será libre o no será.
Desde las estructuras de poder tradicionales, en las que se están
integrando movimientos surgidos de la propia Red, muchas veces se pretende
propagar el mensaje de que Internet es un refugio de utópicos, perdedores
sociales que caminan contra el sentido de la Historia. La Red, según los
gestores del sistema, ha de ser un reflejo del mundo real, con sus
estructuras, con sus normas, con su seguridad jurídica y económica. Las
palabras mágicas siempre son las mismas: eficacia y confianza. La Red debe
ser una herramienta eficaz para el crecimiento económico. Y para ser
eficaz, debe crearse un marco de confianza que posibilite el desarrollo
del comercio electrónico. ¿Les suena? Debe de sonarles, porque es la base
del pensamiento único y de la teoría del fin de la Historia.
Internet, en su desarrollo, ha
pasado por las mismas fases que muchas creaciones humanas. Surge como una
invención de interés militar, es desarrollada desde las élites de
investigadores, y finalmente se incorpora al sistema social en el momento
que aparece la posibilidad de generar beneficios económicos. El problema
es que la Red es simultáneamente un medio de comunicación y un lugar de
encuentro. Ni la disciplina del cuartel, ni el esoterismo de las élites
universitarias, ni las alarmas de un centro comercial, pueden esgrimirse
sin más cuando estamos hablando de un medio de comunicación en el que se
ha de garantizar la libertad de expresión, y de un lugar de encuentro en
el que juegan el derecho de reunión y de asociación.
La Red no es el país de Nunca
Jamás. Peter Pan y Wendy rompieron por e-mail, poniéndose verdes a causa
de Campanilla. La Red no es Utopía, ni el imperio del Caos. La Red es un
reflejo del mundo real, con todas sus miserias. Y como tal reflejo, es un
mundo que necesita normas. ¿Qué normas? ¿Las del mundo real? Sí, siempre y
cuando sean normas de progreso, que tengan su raíz en la Declaración
Universal de Derechos Humanos. Una Declaración Universal, Carta Magna de
la Humanidad, que se está cuestionando a diario por los gestores del
sistema, aquellos que desde consejos de administración no sometidos a
controles democráticos pretenden invertir el sentido de la Historia en su
propio beneficio.
Internet es un medio formidable
de progreso social, siempre y cuando se garantice en la Red el mismo
respeto a los Derechos Humanos que debemos exigirles a nuestros
gobernantes en el mundo real. El problema es que tal respeto no está ni
mucho menos garantizado. Como no podía ser de otra manera, aquellos países
donde menos libre es la Red -por control gubernamental o por simple
ausencia de nodos, y a veces hasta de tendido telefónico- menos libres son
los ciudadanos. Y las más de las veces ni tan siquiera son libres para
escoger su destino: no hay mayor esclavitud que la que surge de la miseria
más absoluta.
Hablar de la Red es hablar de
Derechos Humanos. Debe utilizarse Internet como motor de cambio social,
pero ello sólo será posible si la información no está sometida a control
por parte del poder político. Únicamente el poder judicial, mediante auto
judicial motivado, puede intervenir las comunicaciones y los contenidos de
Internet, tal como establece la Constitución para los derechos a la
intimidad, inviolabilidad de las comunicaciones y a la libertad de
expresión.
«Si la
libertad significa algo, es el derecho de decirles a los demás lo que no
quieren oír», decía George Orwell en el prólogo de Rebelión en la Granja. Estamos viviendo el tercer
salto cualitativo de la libertad de expresión en la Historia, tras la
invención de la palabra escrita y la invención de la imprenta. Internet
posibilita una civilización en el que cada ciudadano puede convertirse en
su propio editor, ofreciendo su pensamiento a los demás. El recuerdo de la
Biblioteca de Alejandría, destruida por el fanatismo, y las obras
inmoladas en las hogueras de la Inquisición no deben dejarnos inermes ante
los ataques gubernamentales a la libertad en Internet. Si permitimos una
nueva censura, habremos bloqueado nuestro desarrollo como especie
inteligente.
Internet da una nueva dimensión
a los derechos de reunión y asociación. Una organización política puede
ver notablemente reducidos sus gastos de envío de documentación, lo que
puede potenciar extraordinariamente el asociacionismo ciudadano. Pero no
nos engañemos: el ser humano necesita del contacto humano. La Red puede
servir para aglutinar conciencias, pero una organización política sólo es
tal cuando puede llenar las avenidas. Tomar las calles es el mayor reto de
una sociedad civil adormecida, a la que sólo puede despertarse desde la
Red: el resto de medios de comunicación ya están controlados por los
poderes financieros.
Internet trasciende fronteras.
Nuestro futuro va unido al de los países latinoamericanos, unidos a
nuestro país por un idioma y una historia común. Nuestra obligación es
proyectarnos hacia ellos, estableciendo puentes entre culturas. Establecer
restricciones al desarrollo de la Red, es condenar a todos los países de
habla hispana a la dependencia cultural y tecnológica frente al mundo
anglosajón.
Hablemos ahora del derecho a la
educación. Nuestro programa máximo ha de ser el de una Red libre y
gratuita, que permita el acceso a todos los fondos de todas las
bibliotecas públicas, a todos los museos, a toda la información del
Estado. Que hasta un niño minusválido pueda consultar toda la bibliografía
que necesite, desde su domicilio. Que el acceso a la Red tenga la misma
consideración que la escolarización obligatoria y gratuita. No renunciemos
a soñar: es la utopía la que nos hace humanos. Si hay algo que debe
sobrevivir de aquel terrible fracaso que fue Mayo del 68, debe ser el lema
que quedó para siempre escrito en nuestras conciencias, incluso después de
ser borrado de las paredes de la Sorbona. Seamos realistas, y pidamos lo
imposible, porque si nos limitamos a pedir lo que ya tienen pensado
vendernos, nunca nos tomarán en serio. Para edificar una sociedad libre y
justa, el acceso a Internet ha de ser libre y gratuito, y alcanzar a toda
la población, llegando a los sectores más desfavorecidos.
Internet ha de servir para que
los derechos sociales y económicos reconocidos en la Declaración Universal
se hagan por fin efectivos. La Red es la herramienta de reivindicación por
excelencia, y ha de servir para denunciar la injusticia allí donde se
produzca: que los tiranos aprendan que ya no tendrán donde esconderse,
porque el mensaje de los oprimidos trasciende sus fronteras.
Los ideólogos del fin de la
Historia pretenden hacernos creer que no puede haber mayor progreso social
que el de la democracia representativa. No es cierto: hablar de Derechos
Humanos en el siglo XXI es hablar de democracia, sí, pero democracia a
todos los niveles. Sólo viviremos en una sociedad democrática el día que
la democracia entre en las empresas. Los apóstoles del pensamiento único
pretenden que los trabajadores renuncien a sus derechos fundamentales
durante la jornada laboral, y así nos encontramos a diario con noticias de
espionaje empresarial de correo electrónico, o que se impide el uso del
e-mail para el desarrollo de la actividad sindical. Los trabajadores
tienen derecho a utilizar Internet como herramienta para convocar una
huelga general a escala planetaria, si la defensa de las libertades lo
hiciese necesario. Y también tienen derecho a utilizarla como herramienta
de progreso, para discutir su participación en el beneficio de la empresa,
el gran reto reivindicativo de este siglo que empezamos.
No todo está perdido. Como ha
dicho el gran filósofo Daniel Dennett, experto en neurociencia del
Instituto Tecnológico de Massachussets:
Nuestro
cerebro es una máquina de fabricar futuro. Nuestro cerebro atesora datos
del pasado y los transforma en anticipaciones del futuro. Ese es el
secreto de toda vida animada. Y el perfeccionamiento de esa capacidad ha
llevado a la inteligencia humana a conjurar peligros y sobrevivir a los
peores cataclismos.
Aprendamos de la Historia, una
carretera que nunca se detiene, y que sólo tiene un sentido: el del
progreso humano. Los ingenieros nos han dado la herramienta de
comunicación más maravillosa jamás creada por la Humanidad: no permitamos
que la codicia la destruya. Después de centurias en las que la información
ha estado en manos de leguleyos, espadones y propagandistas de la peor
calaña, me gustaría augurar un siglo de ingenieros, convertidos por la Red
en obreros ilustrados, tipógrafos del siglo XXI. Ojalá su ideal sea el
mismo que el de otros tipógrafos, tantas veces olvidados, que en el año
1888, antes de que el terrible siglo XX les hiciese perder toda inocencia,
resumieron su Programa Máximo con estas palabras:
El ideal del
Partido Socialista es la completa emancipación de la clase trabajadora;
es decir, la abolición de todas las clases sociales y su conversión en
una sola de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres,
iguales, honrados e inteligentes.
Carlos Sánchez
Almeida
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