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SIN HILOS ADHERIDOS
El trágico episodio de los espías es uno
de los sucesos más frustrantes y desconcertantes
que registra la Torá. Frustrante porque, como simples
testigos, nos sentimos con las manos atadas a medida que
la historia dolorosamente se desarrolla, trayendo consigo
tal desastrosos resultados cuyos embates continúan
persiguiéndonos a través del tiempo. Desconcertante
porque es casi inimaginable que una nación que,
colectivamente,
había presenciado la gloria y el poder del brazo
extendido de Hashem cuando la sacó de la esclavitud
de Egipto, pudiera cuestionar Su capacidad para instalarla
seguramente en la Tierra Prometida. ¿Cómo
justificamos su deficiencia en la fe y qué consecuencias
tiene hoy día para nosotros?
La
porción de la Torá cierra con el mandamiento
de amarrar a las puntas de toda prenda de vestir de cuatro
puntas, los hilos del tzitzit. El Rabino Mordejai
Gifter (1915-2001 Estados Unidos), decano de la famosa
Ieshivá
Telz, en Cleveland, Ohio, hace una fascinante observación
respecto a la descripción de la Torá de la
función del tzitzit. Se nos ordena (Bamidbar/Números
15:39) meditar sobre el tzitzit que nos recuerda
del resto de las mitzvot (preceptos), de modo que
no nos desviemos en pos de las pasiones de nuestro corazón
o por los deseos de nuestros ojos. Rashi, el gran
comentarista
de la Torá del siglo 12, explica que el corazón
y los ojos requieren especial protección dado que
están naturalmente inclinados a conducir hacia el
pecado. El proceso de pecar, continúa Rashi, primero
involucra a los ojos, que detectan el objeto del deseo.
El corazón es entonces encendido con un ansia por
ese objeto y, juntos, los ojos y el corazón impulsan
al cuerpo a la acción.
Pregunta
el Rab Gifter: Si la trampa del pecado es primero colocada
por los ojos y luego por el corazón, tal como Rashi
lo expone, ¿por qué entonces la Torá
los nombra en el orden opuesto, declarando que los
tzitzit
son, en primer lugar, una receta contra el desvío
en pos de nuestro corazón y de nuestros ojos?
Clásicamente,
comprendemos la posición jerárquica del Hombre,
como la última entidad creada, simbolizando el rol
dominante de la Humanidad frente al Universo. El
"escenario
ha sido dispuesto"; todas las materias primas están
en orden y el Hombre es lanzado hacia el escenario para
hacer rendir esa fuerza en bruto y elevarla poniéndola
a su servicio. Sin embargo, en un sentido más metafísico,
tal vez la colocación o ubicación del Hombre
esté destinada a indicar que toda la creación
misma no tiene ninguna realidad, que estaba en un estado
totalmente incompleto hasta que el Hombre fuera, por
último,
creado.
Nosotros
los humanos somos, en efecto, peculiares. ¿Ha compartido
usted alguna vez un evento o una experiencia con otro y,
luego de comparar los apuntes, descubrió que ambos
tenían una interpretación radicalmente diferente
de lo ocurrido? Usted se sintió iluminado, estimulado
y mostró un completo interés en esa experiencia,
en tanto que su compañero se quedó "colgado"
en las imperfectas minuciosidades y la encontró trivial
y aburrida. La realidad es, de hecho, bastante elástica.
Toma la forma de cualquier interpretación que deseemos
atribuirle. Nuestra actitud y auto concepto dictan la
forma
en que nos relacionamos a los estímulos externos
y qué clase de valor o significado les damos.
En
el sentido más alto, el Hombre es socio de Hashem
en la creación porque todos y cada uno de nosotros,
de acuerdo a nuestras personalidades y composición
de carácter únicas, "creamos" nuestro
propio mundo en el cual vivimos.
El
Rab Gifter explica: Es verdad que los ojos son los
primeros
en tentar al individuo a pecar; sin embargo, ¡los
ojos solamente ven lo que el corazón desea ver! Los
tzitzit demandan que reflexionemos sobre nuestros
deberes del corazón, que nos cuestionemos y desafiemos
nuestros valores y clarifiquemos la forma en que nos vemos
a nosotros. El vestir los tzitzit nos ayuda a definirnos
identificando la causa grandiosa a la cual adherimos. Así
como al gerente de un importante hotel se lo identifica
como perteneciente a ese cargo (y se le acuerda un gran
sentido de dignidad y honor) por el uniforme y la insignia
que usa, el tzitzit sirve para marcarnos como leales
siervos del Todopoderoso Creador del universo. Son las
vestimentas
de la realeza.
De
boca de los propios espías se revela la raíz
del deterioro que precipitó este desastroso evento.
En su informe al pueblo, intercalan una expresión
auto denigrante que pareciera estar fuera de consonancia
con el tono y el ritmo de la historia. En medio de su
descripción
de la tierra de Israel como una tierra cuyo clima produce
pueblos de proporciones gigantescas, ellos agregan:
"Éramos
como langostas a nuestros propios ojos y así también
a sus ojos" (Bamidbar 13:33). Que los habitantes
consideraran
a los judíos como insignificantes insectos evocaría
ciertamente sentimientos de pavor y pánico. Sin embargo,
¿qué hay con respecto a sus propios sentimientos
de inferioridad? ¿Qué esperaban que esta observación
fuera a lograr?
La
respuesta es clara como el cristal: Los integrantes del
pueblo judío no habían perdido su fe en Hashem.
¡Perdieron la fe en sí mismos! Perdieron la
correcta y sana perspectiva de lo que su verdadero valor
era, de lo que ellos realmente eran. Si hubiesen entendido
el inmenso amor que Hashem sentía por ellos, habrían
creído en sí mismos como los meritorios beneficiarios
del más precioso de todos los regalos, la tierra
de Israel. En lugar de verse a sí mismos como gigantes
espirituales que, sin esfuerzo, aplastarían a las
tribus cananitas, ellos vieron una nación de
desesperanzadas
y miserables langostas que no merecían el amor derramado
sobre ellos.
La
verdad es que Hashem nos ama más de lo que nosotros
jamás podremos saber. Tal como un padre compasivo,
Él desea lo mejor para nosotros. Es nuestra tarea
ser Sus hijos. Tenemos que creer en nosotros y reflexionar
sobre la noble identidad de la cual los tzitzit sirven
como constante recordatorio. En tanto vistamos Su "emblema
real" llamándonos con orgullo Sus fieles hijos,
entonces seremos Sus hijos y Él hará fluir
hacia nosotros Su inagotable amor. Así que ¡el
amor de Hashem viene con hilos adheridos!
(Rab
L. J. Lowenstein, Yeshiva Atlanta)