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EL ARTE DE CUIDAR NUESTRAS PALABRAS
La mayor parte de la porción de la Torá
de esta semana, y también de la próxima, trata
sobre la enfermedad espiritual conocida como Tzaraat.
Pese a ser traducido comúnmente como lepra, las dos
enfermedades son muy diferentes. Tzaraat no era tratada
por los médicos sino por el análisis del Cohén
(Sacerdote) quien determinaba si la afección era
verdaderamente tzaraat.
Esta
enfermedad, según aprendemos del Midrash, afectaba
a una persona como resultado, entre otras cosas, del
Lashón
Hará, hablar en forma negativa acerca de un semejante.
Es una enfermedad enteramente espiritual, tal como lo es
el lashón hará, que causa un daño
intangible más que físico. La naturaleza espiritual
de la maledicencia es realmente lo que la convierte en una
trasgresión tan grave, digna de un castigo especial
y único.
La
ventaja que tienen los humanos por sobre los animales es
el intelecto. Es posible que los científicos hayan
probado que los gorilas pueden comunicarse pero ellos
jamás
discuten de filosofía ni del propósito de
la vida. Para nosotros, la comunicación constituye
la expresión de nuestro intelecto, el máximo
don que nos dio el Creador. De modo que una persona que
habla negativamente de su semejante, que calumnia, difama,
o utiliza un lenguaje no limpio, está tomando el
elemento espiritual de su existencia física y lo
utiliza para el mal. Ese es el gran pecado de la
maledicencia,
usar un don que es inherentemente espiritual para causar
un daño mucho mayor que el de un arma.
El
Rabino Iaakob Kamenetsky zt'l, relataba que el Jafetz
Jaim (Rabino Israel Meir HaCohen, de Radin) estaba cierta
vez viajando junto con otro rabino para recaudar fondos
para los pobres y llegaron a la casa de cierta señora
quien les sirvió una comida caliente.
Luego
de finalizada la cena, ella les preguntó ansiosamente:
-¿Estaba sabrosa la comida?
El
Jafetz Jaim simplemente respondió: -Sí.
El otro Rab, en cambio, dijo que había estado excelente
pero que a la sopa le faltaba un poco de sal.
Tan
pronto como la señora dejó la sala, el Jafetz
Jaim comenzó a gemir: ¡Oy! ¡Toda
mi vida he sido cuidadoso de no escuchar Lashón
Hará y ahora he escuchado lashón hará
de'Oraitá (maledicencia prohibida por la Torá)!
¡Ay de mí!
-¿Lashón Hará de'Oraitá?
-exclamÓ el otro Rab-. ¿Qué...
-¡Habría sido mejor no salir a recaudar en
absoluto! -se lamentaba el Jafetz Jaim.
-¿Por qué? -preguntó el otro Rab-.
¿Qué ocurrió?
-No puedo creer que esto me haya pasado a mí -continuaba
el Jafetz Jaim-.¡Lashón Hará de'Oraita!
-¿Qué Lashón Hará? -preguntó
sobresaltado el otro Rab-. ¿Cuál Lashón
Hará? ¿De qué hablas?
-¿Qué Lashón Hará? ¡Dijiste
que a la sopa le faltaba sal! -explicó el Jafetz
Jaim.
El otro Rab replicó: -¿Eso es Lashón
Hará? Tú escribiste un libro acerca del
tema, de modo que estás muy sensibilizado. Yo no
hablé de nadie.
El Jafetz Jaim explicó: -¿Crees tú
que nuestra anfitriona prepara la comida? Ella tiene una
cocinera y tú hablaste Lashón Hará
de ella.
El Rab aún no estaba convencido. -Pero ¿qué
hice? ¿Qué daño puede provenir de mis
palabras?
El Jafetz Jaim le respondió:
¿Qué hiciste? Vamos a calcular cuántas
transgresiones de la Torá acabas de cometer. 1) Hablaste
Lashón Hará. 2) Provocaste que yo escuchara
Lashón Hará y que la mujer creyera
ese Lashón Hará, de modo que violaste
la prohibición de "No podrás obstáculos
delante de un ciego". 3) La mujer va a ir a la cocina
y la va a regañar a la cocinera por no poner suficiente
sal; y la cocinera probablemente sea una pobre viuda, de
modo que causaste que su empleadora viole la prohibición
de "No oprimirás a la viuda ni al huérfano".
4) La cocinera se va a defender diciendo: "Sí,
puse suficiente sal", así que la harás
transgredir el mandamiento de "De toda cosa falsa
aléjate".
5) La mujer continuará gritándole, de modo
que otra vez habrás provocado que se infrinja el
"No oprimirás a la viuda y al huérfano".
Luego la cocinera continuará mintiendo y después
la mujer volverá a gritarle y...
-¿De qué estás hablando? -replicó
el otro Rab-. Yo no creo que todo eso suceda.
Dijo el Jafetz Jaim: -¿No me crees? Ven y
te mostraré.
Se aproximaron a la cocina y espiaron en su interior. ¿Y
qué vieron? Todo estaba sucediendo tal cual el Jafetz
Jaim lo había descrito.
Ahora era el turno del otro Rab de gemir: -¡Oy, oy,
qué he hecho!
El Jafetz Jaim agregó: -No sólo eso
sino que para qué tenías que decir algo. Nunca
comerás en esta casa otra vez y ya habías
terminado la sopa. ¿Por qué tenías
que decirlo?
-¿Qué debo hacer ahora? Se lamentaba el otro
Rab-. Ella ya sabe que no tenía suficiente sal.
El
Jafetz Jaim ideó el siguiente plan: -Ve y
dile a nuestra anfitriona que la sopa en realidad tenía
suficiente sal pero que a ti te gusta la sopa con una
cantidad
no habitual de sal. Luego pídele a la señora
que perdone a la cocinera, a la cocinera que perdone a la
señora, a la señora que te perdone a ti, a
la cocinera que te perdone a ti...
¡Tanta
energía fue desperdiciada! ¡Tantos esfuerzos
fueron necesarios para enmendar las cosas! Todo ¡por
un poquito de sal! ¡Por nada!
¡Reflexionemos
antes de hablar! Somos amos de las palabras que aún
no salieron de nuestra boca y esclavos eternos de las que
ya hablamos.