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HASHEM ESPERA NUESTRO ARREPENTIMIENTO
El Rabino Shalom Schwadron solía narrar la siguiente
historia:
Había cierta vez un hombre que tenía un hijo
que era toda su alegría. Cuando el hijo creció,
decidió viajar a una tierra lejana más allá
del mar. El pobre padre quedó sumamente triste por
la partida de su hijo.
Pasaron
los años, el hijo se casó y tuvo varios niños.
El padre deseaba mucho verlo a él y conocer a su
nuera y a sus nietos. Constantemente les escribía
invitándolos a visitarlo. Sin embargo, cada vez que
le extendía la invitación, el hijo siempre
respondía que, por una razón u otra, no vislumbraba
que pudiera hacerle una visita en un futuro cercano. Dado
el caso y como el padre sentía ansias por verlo,
le escribió diciendo que él haría el
largo viaje e iría a visitarlo para conocer a su
familia.
Desde
que tomó la resolución, se ocupó ajetreadamente
con toda clase de preparaciones. Su entusiasmo crecía
conforme se aproximaba la fecha de su partida. Finalmente,
el día llegó. Se embarcó en una nave
cargado de paquetes y regalos para el hijo y su familia.
Cada día que pasaba, el padre no cesaba de pensar
acerca del hecho de que pronto los vería. De tiempo
en tiempo subía a cubierta y observaba el horizonte
para ver si se divisaba tierra y su corazón latía
fuertemente pensando en el ansiado reencuentro. Cuando el
barco alcanzó el puerto, escudriñó
al público que aguardaba, esperando ver el rostro
de su hijo, pero no pudo encontrarlo. No tuvo más
opción que esperar hasta desembarcar para después
buscarlo.
Fácil
es de imaginar su angustia al ver que el hijo no estaba
allí. De todos modos, no pensó mal de él
sino que asumió que estaría tan ocupado con
los preparativos de su inminente arribo que no había
podido ir al puerto. Para no desperdiciar el precioso
tiempo,
el padre se apresuró hasta la estación de
tren a fin para abordar el siguiente tren a la ciudad
donde
residía su hijo. Durante todo el trayecto, estaba
seguro de que su hijo lo estaría aguardando en la
estación. Su emoción crecía a cada
instante. Cuando el tren arribó a la estación,
descendió rápidamente sin perder un instante.
Pero su decepción al no encontrarlo fue mayor que
antes. Sin embargo, ahora sus pensamientos ya no estaban
tan enfocados en el hecho de que su hijo estaba ocupado
con las preparaciones sino que comenzaba a preocuparse.
¿Habría tenido un accidente? ¿Estarían
todo bien?
Con
el corazón lleno de inquietud y ansiedad, tomó
un taxi para dirigirse a la casa de su hijo. Y comenzó
a imaginarse el cálido recibimiento que lo aguardaría
allí. Sin embargo, su sueño se hizo nuevamente
trizas. Al llegar a la casa, encontró todas las cortinas
corridas y sólo una débil luz colándose
desde una de las ventanas. Otra vez, el padre comenzó
a preocuparse. ¿Estarían todos sanos? ¿Habría
ocurrido algo?
Con
manos temblorosas comenzó a golpear la puerta. Golpeó
y esperó una respuesta pero nada se oyó. Golpeó
nuevamente, esta vez más fuerte, pero un hubo respuesta.
Finalmente, luego de golpear por tercera vez, oyó
un débil: "¿Quién es?" proviniendo
del interior. El padre reconoció inmediatamente la
voz: era su hijo, a quien tanto ansiaba ver. Su entusiasmo
no tuvo límites al pensar que sólo una puerta
lo separaba de él. El padre respondió: "¡Soy
tu padre que viajó desde lejos para venir a verte!
¡Por favor, abre la puerta!".
Luego
de unos instantes de silencio, el hijo respondió:
"Padre, ya me quitado la ropa para dormir. ¿Sería
mucho problema si te quedaras esta noche en el hotel de
enfrente? Ya estoy acostado y me es un poco difícil
llegar hasta la puerta ahora. Te veré mañana
a primera hora". Cuando el padre oyó esto, quedó
descorazonado y furioso. Pensó: "Por años
he deseado tanto ver a mi hijo. Tenía esperanzas
de que me honrara con su visita pero eso no sucedió;
yo tuve que venir a visitarlo. No tenía dudas de
que estaría con sus niños esperándome
en el puerto, pero, sin embargo, tampoco hizo eso. Pensé
que, quizás, tuvo una razón que le impidió
llegar al puerto pero que, ciertamente, estaría en
la estación. Tampoco estaba allí. Finalmente
llegué hasta su casa sólo para encontrarla
a oscuras. Golpeo a la puerta y me encuentro con que mi
hijo es muy perezoso para dejarme siquiera entrar. Después
de todo esto, ¿debo ir y ESPERARLO en un hotel?
¡Ciertamente
NO haré eso!". Hizo señas al primer taxi
que encontró y se dirigió hacia la estación
de tren. Tomó el primer tren hasta el puerto e,
inmediatamente,
abordó un barco que enfilaba hacia su tierra, sin
siquiera ver a su hijo.
A
la mañana siguiente, el hijo despertó. Su
corazón estaba lleno de remordimiento y pesar por
la forma en que había tratado a su padre la noche
anterior. Rápidamente se vistió y corrió
al hotel para encontrarse con él. Es imposible describir
la angustia, el remordimiento y el dolor que sintió
al descubrir que no estaba allí.
A
través de todo el año, Hashem espera que Sus
hijos, el pueblo de Israel, retornen a Él con todo
el corazón. Hashem ve que no mostramos celeridad
ni corremos a arrepentirnos. Por lo tanto, durante esta
época del año, Él viene hacia nosotros.
Estos son días de misericordia, por lo cual es mucho
más fácil para nosotros retornar y arrepentirnos.
Sin embargo, mucha gente no aprovecha esta oportunidad.
Hashem viene a nosotros pero he aquí que ni siquiera
Le abrimos una puerta.
Él
no solamente nos dio el mes de Elul y la festividad de
Rosh
Hashaná para arrepentirnos sino que también
nos dio los Diez Días de Arrepentimiento. Dejar pasar
ambas oportunidades es causarle a Hashem angustia, tal
como
ese padre que tanto se entristeció cuando su hijo
no fue a recibirlo. En Iom Kipur Hashem está
golpeando en las puertas de nuestro corazón, deseando
que Lo dejemos entrar. Afortunadamente, a diferencia del
hijo de la historia, al menos eso sí haremos para
que no tengamos que lamentar nuestro error más tarde.
(Fuentes: Iehuda Prero-Torah.org)