Artículo de opinión de
Irene Khan, secretaria general de Amnistía Internacional
El dolor: una
plataforma para el cambio
Mayo del
2002
En el
campo de refugiados de Yenín, una anciana está sentada junto al montón de
piedras que había sido su casa antes de la incursión israelí. Me muestra
el documento de identidad de su hijo Jamal, que era minusválido y se
desplazaba en una silla de ruedas. Me cuenta que cuando la Fuerza de
Defensa Israelí comenzó a demoler la casa, las mujeres trataron de sacar a
Jamal, pero las paredes se derrumbaron y todos salieron corriendo. Jamal
quedó sepultado, vivo, bajo los escombros.
Cerca, un
anciano me cuenta que los soldados israelíes le dijeron a su hijo que le
entregara a su esposa el bebé de cuatro meses que llevaba en brazos.
Entonces, dice, se los llevaron a él, a su hijo y al hijo de su vecino a
un callejón situado detrás de la casa. Les dijeron que se levantaran las
camisas y los acribillaron a
balazos. El anciano, que sobrevivió gracias a que el cuerpo de su hijo
había caído sobre el suyo, se fingió muerto hasta que los soldados se
fueron y pudo arrastrarse hasta un lugar seguro.
En el
patio del hospital de Yenín se ven dos ambulancias destrozadas por los
tanques del ejército. El director de servicios médicos me dice que durante
diez días tanques y francotiradores israelíes bloquearon la entrada al
hospital. Durante varios días no le permitieron recoger a los muertos y
heridos. El 10 de abril, cuando el ejército finalmente lo autorizó a
conducir una ambulancia al campo de refugiados, la evacuación de una
persona gravemente herida llevó once horas de negociaciones.
Más
tarde, miro el periódico Ha’aretz. En primera plana, una foto de un
osito de peluche cubierto de sangre. Pertenecía a una niña israelí de
cinco años, muerta la noche anterior durante un ataque lanzado por hombres
armados palestinos contra un asentamiento israelí cerca de
Hebrón.
Al día
siguiente me entrevisto con un israelí que habla con orgullo de su padre,
dedicado durante toda su vida a la causa de la amistad entre israelíes y
palestinos y muerto como consecuencia de un atentado suicida con bomba
perpetrado en un café de Haifa el 31 de marzo de 2002. Una mujer de 25
años, internada en el Centro de Rehabilitación Sheba, en Tel Hashomer,
relata cómo el 27 de marzo de 2002, en su primer día de trabajo en el
Hotel Park, una bomba de un comando suicida palestino hizo explosión a
unos metros de donde se encontraba. Quedó paralizada de la cintura para
abajo.
Las
experiencias vividas por estas personas con las que hablé durante mi
visita de la semana pasada a Israel y los Territorios Ocupados demuestran
que nada puede justificar los ataques contra la población civil, la
destrucción de vidas y medios de sustento y los graves abusos contra los
derechos humanos y el derecho internacional humanitario, ya tengan lugar
en Haifa o Hebrón, en Yenín o Jerusalén. Mientras sigue librándose un
encarnizado debate político sobre la seguridad de Israel y la liberación
de Palestina, la realidad es que en ambos la gente está pagando un elevado
precio por la escalada de la violencia. Todos los días hay más niños
mutilados y vidas destrozadas impunemente.
Solamente
un enfoque imparcial, basado en los principios objetivos de las normas
internacionales de derechos humanos y del derecho internacional
humanitario, podrá romper el círculo vicioso de la violencia en Oriente
Próximo. A fin de que se haga justicia para todas las víctimas de esta
tragedia, el primer paso es establecer los hechos. Es por ello que me
causa una profunda decepción que las iniciativas de la ONU, incluida la
encaminada a determinar lo ocurrido en Yenín, parecen haber sido
abandonadas en aras de la conveniencia política.
Amnistía
Internacional ha pedido que se lleve a cabo una investigación exhaustiva e
independiente, de ámbito internacional, de todos los abusos contra los
derechos humanos y el derecho internacional humanitario.
Hay
indicios creíbles de que las fuerzas israelíes cometieron graves
violaciones del derecho internacional humanitario y de los derechos
humanos en Yenín. Permitir que esto quede sin investigar es un insulto
para las víctimas, quienes se merecen que se haga justicia. Debe
realizarse una investigación, no sólo en Yenín sino también en Nablús y en
Hebrón. De la misma manera,
se debe determinar la responsabilidad de la Autoridad Palestina y de los
grupos armados palestinos.
Los ataques deliberados contra la población civil israelí violan el
derecho a la vida. Todo aquel que haya sido responsable de un atentado
suicida con bomba, y todo aquel que haya ayudado a la comisión de estos
actos atroces, debe rendir cuentas de sus actos y responder ante la
justicia.
Muchos
palestinos están cargados de ira y quieren vengarse. Pero también hay
palestinos, entre ellos la gente a la que conocí en Jerusalén y Gaza, que
condenan el asesinato de civiles israelíes. Al mismo tiempo, muchos
israelíes temen por su vida y creen que la única solución es una respuesta
militar, pero hay otros que no piensan de esa manera. Un hombre cuya hija
adolescente Smadar perdió la
vida como consecuencia de un atentado suicida con bomba ocurrido en
septiembre de 1997 me dijo: «Podría haber convertido mi dolor en un
instrumento de odio, pero he decidido transformarlo en una plataforma para
el cambio». Ariel Sharon, Yasir Arafat y George Bush deben escuchar el
clamor de las víctimas y decidir de una vez por todas que los derechos
humanos y el derecho humanitario tienen que ser el centro de las
negociaciones políticas.
Irene
Khan
Secretaria
general
Amnistía
Internacional
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