ENTREVISTA
CON EL ARGENTINO HERNAN LOPEZ ECHAGUE
Periodismo que va al hueso
Hernán López Echagüe es uno de esos periodistas argentinos que meten el
dedo en donde más le duele al poder. Así le ha costado: atentados y agresiones
varias. Hoy vive en Uruguay, donde prepara su próximo libro.
María Esther Gilio
-Han dicho que este
último libro suyo, La frontera, ambientado en la paraguaya Ciudad del Este, es
"rupturista". ¿Será porque a partir de él nadie lo tomó a trompadas?
-Usted lo dice en broma, sin embargo en algún sentido lo dicen por eso. Con
este libro trato de salir del papel en que estaba encasillado. Había pasado a
ser "el periodista agredido", lo cual era ya una etiqueta de víctima. Y después
de simple víctima pasé a ser una mezcla de víctima y denunciator. Era el que
destapaba cosas sucias y más tarde ponía el pecho. Iba por la calle y me decían
"Vamos, adelante", "Contamos con vos".
-Es una etiqueta de mucho compromiso.
-Un compromiso que me producía angustia. Yo no sé si quiero ese compromiso.
Puedo tenerlo con las cosas que hago y que digo, de otra manera. Esa tarea se la
dejo a Horacio Verbitsky.* El cumple con ella a la perfección.
-Uno lo siente cómodo en eso. Aunque no se puede descontar que alguna vez
podrá sentir miedo.
-Hay temas que ya no puedo encarar porque quedé tan fichado después de El
otro, una biografía política de Eduardo Duhalde,** que hay ambientes en los que
me es imposible entrar. Eso significa enormes dificultades para adquirir
información.
-Podría trabajar con informantes. La mayoría de los investigadores
periodísticos lo hace.
-Para mí una parte importante del trabajo es buscar la información.
-La búsqueda de la información se transforma en protagonista. Eso es otra
vuelta de tuerca en la relación con el lector ya que éste acompañará al
periodista en la aventura de la búsqueda. Algo así pasa en La frontera: el
lector lo va acompañando en sus idas y vueltas por Ciudad del Este. Eso hace que
el libro se parezca a una historia de aventuras. ¿Cuál fue la respuesta de los
lectores?
-No vendió las decenas de miles que gracias a Duhalde vendió el anterior.
-Duhalde, posible candidato a presidente, toca más de cerca a los argentinos
que Ciudad del Este. Pero cuénteme de los ataques que sufrió en un pasado no muy
lejano.
-Esos ataques son los que me encasillaron y configuraron ese estigma que
desearía sacarme de encima. Sus consecuencias son muy pesadas. Los custodios,
por ejemplo.
-¿Qué custodios?
-Los que pone la policía cuando uno se transforma en "un periodista que es
atacado". Ahí se siente que el custodio se preocupa más por informar lo que uno
hace que por protegerlo. Después de los primeros ataques los custodios venían en
Ford Falcon.
-¿Como aquellos que usaban los servicios para detener y secuestrar gente en
los años setenta?
-Sí. Y como era muy complicado seguirme, me llevaban a donde yo iba. El tipo
decía "¿Adónde va?" y yo "Voy a Díaz Vélez al 4000". El tipo decía "suba",
agarraba el handy e informaba. "Estamos yendo con el señor a tal lugar." Un día
uno de ellos, con el típico aspecto del hombre que perteneció a un grupo de
tareas (los servicios clandestinos de la dictadura), me hizo un chiste
siniestro: "Decime, ¿alguna vez pensaste que ibas a viajar en un Ford Falcon
sentado, en lugar de viajar en la valija?".
-Perfectamente siniestro. ¿En los setenta militaba?
-Sí. Estuve exiliado y preso.
-Usted es un hombre caro. ¿Cuántos años tuvo custodios?
-Varios. El último data de hace unos meses. Le cuento otra historia de
custodios, pero de custodios buenos. Para terminar La frontera pedí a un amigo
su apartamento de un ambiente en Mar de Plata. Allá, pleno invierno, sin mujer y
sin chicos podía dedicarme al libro tiempo completo. Le aviso al comisario,
quien me dice que el custodio tiene que acompañarme. . . "No vale la pena", le
digo. "Voy en ómnibus. ¿Quién va a intentar nada en un ómnibus? Yo llego y usted
avisa a la policía de allá." "No confío en la policía de Pinamar", dice el
comisario.
-Bueno, es la policía del caso José Luis Cabezas, el fotógrafo de la revista
Noticias que fue asesinado hace algo más de un año.
-Sí. La cosa es que mandan al cabo Ardiles, que toma el asiento que estaba
detrás del mío. Y una vez allá se instala en un apartamento en el piso de abajo,
que le presta el portero. Sin gas ni luz; para calentar agua venía al mío. El
frío eran tan intenso que el pobre tipo se ponía diarios entre el cuerpo y la
camiseta. No sé cómo hacía, pero trabajaba 24 horas. Cuando de mañana venía a
calentar agua me decía: "Anoche apagó la luz a las 3 y 17". Un día eran las 2 y
no aparecía. Bajé a ver. "Estoy enfermo", me dijo, con lo cual terminé
atendiéndolo.
-¿Cómo empezó esta historia de custodios?
-Esta última empezó cuando recibí una carta amenazante con palabras
recortadas de diarios y del libro que había escrito sobre Duhalde.
-La amenaza tenía que ver con ese libro. Pero las amenazas por carta duelen
menos que las agresiones concretas que recibió cuando estaba en Página 12.
Cuéntenos cómo fue eso.
-Dos veces me atacaron en la calle. La primera fue después de un acto que
hubo en La Rural en el cual habló Menem, fue silbado, y a los silbidos siguió lo
que se venía llamando "operativo antisilbido", que consistía en golpes a los
silbadores y de paso a los periodistas y fotógrafos que cubrían el acto. El
escándalo, mayúsculo, fue relevado por todos los medios. Pero ninguno iba al
hueso.
-Usted fue al hueso y se vengaron.
-Más o menos. Durante el escándalo en el acto de La Rural detienen a dos
patoteros, a quienes sueltan dos horas después. Página 12 me manda investigar.
Veo a los detenidos en un tape que había sido filmado para televisión y con sus
nombres en el bolsillo me largo a buscarlos.
-Era necesario saber por cuenta de quién habían actuado.
-Tenía algunas direcciones posibles. Con un coche del diario comencé a
buscarlos por la zona de La Matanza. Los encuentro y confiesan todo. Hago la
nota. Les saco fotos. Dicen que son de la agrupación de Alberto Pierri,
presidente de la Cámara de Diputados y mano derecha de Eduardo Duhalde.
-Lo que no entiendo es cómo siendo partidarios de Duhalde habían ido a La
Rural a defender a Menem de los silbidos.
-Le cuento. Durante el acto de La Rural yo no estaba allí sino cubriendo para
Página 12 la caravana de Pierri y Duhalde en La Matanza. Yo iba en un camión,
con los partidarios de ambos, cuando veo que éstos se empiezan a reír y dicen
"Empezó el quilombo". Eso me dio una pista.
-Si ellos, tan lejos de La Rural, sabían a qué hora empezaba el quilombo era
porque estaba programado.
-Claro. Estaba programado para arruinarle la fiesta a Menem.
-Por un lado estarían los que silbaban.
-Y por otro los que trompearían a los silbadores y también a los
periodistas.
-Por lógica, los que trompearon a silbadores y periodistas tenían que haber
sido mandados por Menem.
-Claro. Investigo y descubro que los dos que la policía había llevado, y yo
había entrevistado, tenían vinculación con el Mercado Central.
-¿En qué sentido? Porque el Mercado Central es enorme.
-Sí, gigantesco. Me mando para allí y, hablando con los changarines, descubro
que a esos se les pagaba para hacer este tipo de trabajos. El asunto me recordó
la película Nido de ratas, donde un tipo elige todas las mañanas quiénes
trabajarán ese día. "Vos, vos y vos, y vos no porque sos rebelde o porque no me
gustás." Los que tienen trabajo son los que aceptan ir a las marchas y otras
cosas. Algunos de los changarines hablaban de eso con pena. "Hay veces que no
estamos de acuerdo con gritar a favor de tal y cual, pero vamos porque
necesitamos el trabajo", decían.
-En la nota de Página 12 a partir de la cual lo atacaron, ¿qué decía?
-Primero salió la entrevista que le había hecho a estos dos, donde cuentan
cómo habían sido los hechos. Y, luego, otra donde describo ese nido de donde
sale todo. Llevaba esos típicos títulos de Página 12: "Patotik Park".
-¿Allí explicaba cómo se organizaban las patotas con los changarines?
-Sí. Las patotas políticas. En la nota había, además, una foto de Duhalde y
otra de Pierri. Salió un domingo. El martes voy con unos amigos a tomar algo a
un bar y luego a un restaurante cerca de Página. Era una linda noche y decido
caminar. Cuando llego a mi casa, en la parada del colectivo que está en la
puerta había unas personas esperando, dando vueltas. Abro la reja, entro al
jardín que la casa tiene al frente y, atrás mío, entran unos tipos que se me
tiran encima y empiezan a pegarme. Uno saca una navaja y me pega unos tajos que
no resultan graves pero me cubren de sangre. Grito, me meto en el edificio y
subo corriendo los cinco pisos. Creo que ahí ocurrió algo muy extraño. Ellos
creyeron que yo sabía mucho más de lo que realmente sabía. No me parece que les
preocupara tanto el asunto de las patotas que manejan el Mercado Central sino el
manejo del narcotráfico.
-¿El manejo adentro del mercado?
-Sí. Cómo llegan allí los camiones cargados de droga sin ser jamás
inspeccionados. Cómo se distribuye esa droga. Y cómo todo esto lo maneja el
aparato político de Duhalde.
-En el año 80, 80 y pico ya se decía que Duhalde era quien distribuía la
droga en Lomas de Zamora.
-Sí, su relación con la droga se conoce. Es difícil de probar. Pero, claro,
la gente que está cerca de él sabe.
-¿Y la segunda agresión?
-Fue poco después de la primera. La primera fue en julio de 1993 y la segunda
en agosto. Yo salía de un bingo en Avellaneda, me vieron, y supusieron que lo
estaba investigando.
-Si lo supusieron tendrían cosas que ocultar.
-Sí, parece que en el entrepiso hay una sala de juegos ilegal. En este ataque
me lastiman menos pero fue mucho más brutal la forma en que ocurrieron los
hechos. Me metieron en un coche, me golpearon y arrancaron no sabía para dónde.
-Pensó que lo mataban.
-En el primer momento sí, pero casi enseguida dijeron: "la próxima vez sos
boleta", lo cual me permitió pensar que no me mataban. Dieron una vuelta y me
tiraron en una especie de estacionamiento que hay atrás del bingo. En total
habrán sido tres minutos. Ahí me recogió un taxista, que me llevó a mi sociedad
médica, donde llegué desmayado. Después de esta vez hubo amenazas pero no
agresiones directas.
-Las agresiones no lo desaniman mucho, pues fue después de estas dos que
escribió El otro.
-Sí. Cuando mis investigaciones provocaron las agresiones de que le hablé,
Duhalde y el duhaldismo empezaron a interesarme y preocuparme.
-Sin embargo su biografía de Duhalde no le trajo golpes.
-Sólo golpes legales. Pierri inició una querella, Duhalde otra. Y otra el que
fue secretario de Seguridad de Duhalde, Piotti. En la querella de Duhalde, por
ejemplo, las acusaciones fueron muy precisas. Yo respondí presentando una lista
de 45 testigos y dos carpetas con documentos. Ellos respondieron retirando todas
las acusaciones menos una, la cual está en un párrafo.
-¿Un párrafo?
-Sí, un párrafo largo donde digo que está rodeado de gente ligada al
narcotráfico y que se queda con dinero de los dos millones diarios que recibe
por el Fondo del Conurbano de la provincia de Buenos Aires.
-¿Dos millones diarios? ¿Cómo se estableció que el gobierno de la provincia
de Buenos Aires recibía tal suma?
-Dos millones diarios sin control.
-¿Eso lo votó el Parlamento?
-Eso fue algo que él reclamó para aceptar ser candidato a gobernador en
1991.
-Dos millones por díaÉ
-El no pidió esa plata, pidió un porcentaje del 10 por ciento del impuesto a
las ganancias, el cual se volcaría en un instituto de la provincia que dirige el
gobernador. El dinero es para hacer obras.
-Y usted dice que no hay previsto ningún sistema de control.
-En los hechos ninguno. Porque la comisión bicameral que supuestamente
debería controlar lo que se hacía con ese dinero está presidida por el hermano
de Pierri. El círculo es perfecto.
-Las obras que se hacen, ¿cómo se contratan?
-Esa es otra. Las empresas trabajan por contratación directa. No hay
licitación pública.
-Todo eso está previsto por la ley.
-Sí. Entonces usted ve, por ejemplo, que la empresa que hizo el 50 por ciento
de las obras en los últimos tres años es de Vittorio Américo Gualtieri, amigo
íntimo de Duhalde, a quien durante el verano se lo ve en Pinamar tomando mate
con el gobernador. Esta empresa en tres años embolsó 83 millones de dólares.
-Usted siempre escribió libros de denuncia política. Creo que el primero fue
sobre el hoy gobernador de Tucumán, general Antonio Domingo Bussi, conocido por
su "mano dura" contra la guerrilla y la izquierda en esa provincia, aun antes de
la dictadura.
-El libro se llamaba El enigma del general. Lo hice a partir de testimonios
aparecidos en el libro de la Conadep Nunca más. De acuerdo con estos testimonios
Bussi era el único general de la nación que había enseñado dónde había que
disparar a los secuestrados, para que no sufrieran ni sobrevivieran. Los
testimonios sobre él en ese libro de la Conadep eran muchísimos. Porque era un
hombre de fajina, que no dirigía desde su escritorio.
-En este momento está acusado de enriquecimiento ilícito por el dinero que
hay a su nombre en un banco suizo. Después del libro de Bussi, escribió otro
sobre Palito Ortega, que sucedió al general como gobernador de Tucumán y hoy se
perfila como candidato a la Vicepresidencia si se autoriza la re-reelección de
Menem. ¿Qué le interesaba en Palito?
-Palito aparecía como un peronista que se oponía a Bussi. Una editorial me
pidió su biografía y me pareció de interés ver la evolución que tuvo como
político, y que guardaba un gran paralelismo con la que había tenido como
cantor. Horacio Verbitsky en una nota decía algo muy gracioso, de humor negro,
sobre la elección de gobernador que tuvo a Ortega y Bussi como únicos
candidatos: "Pobres tucumanos, que deben elegir entre el torturador de la picana
y el de la guitarra".
Con Palito pasaba algo muy cómico. Los actos políticos siempre terminaban con
la gente gritando: "¡Que cante!", "¡Que cante!".
-¿En este caso no había denuncias de corrupción?
-Había una referencia a la mala administración llevada a cabo en la oficina
de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores, que él dirigía. Una
institución que prácticamente no tenía gastos -alquileres y sueldos se pagaban
en Buenos Aires- en los dos años en que él estuvo. Me inició juicio y lo
perdió.
-¿Qué lo llevó finalmente a escribir La frontera?
-Lo dice la contratapa del libro: me atrajeron el misterio y las habladurías
que rodeaban al triángulo fronterizo de Paraguay, Brasil y Argentina, los
terroristas árabes, el tráfico de armas y drogas, la calidad de cenagoso lupanar
de esa ciudad. Me propuse ver cómo vivía la gente en ese cruce de caminos.
Aquellos que hacen el gran contrabando y aquellos que hacen el pequeño.
-¿Por qué en los meses que pasó allí vivió en algo que, según su descripción,
es un verdadero cuchitril? Me lo he preguntado.
-No fue por masoquismo. Yo quería vivir como vivían aquellos cuyas vidas
quería conocer. Alguien que viva como ellos, se vista como ellos y coma donde
ellos. Pensé que sólo así podría inspirar confianza y llegar a saber. Al
principio estaba hecho un porteño durito, que no preguntaba nada. Hasta que me
fui soltando. Y pude andar en cueros por la calle, con los documentos y el
dinero en una riñonera, que así es como anda la gente allí. Y conocer a éste,
aquél y aquel otro. Ocurrió entonces que pude -como todo el mundo- salir y dejar
abierta la puerta de mi casa, empezar a comportarme como uno de ellos. Para mí,
éste es un libro donde planteo muchas cosas íntimas.
-Es un paso entre el periodismo que hizo hasta El otro y la novela que ya ha
empezado a escribir.
-¿Usted lo ve así?
-Sí. ¿Usted no?
-Sí, yo también.
-En su estadía de meses en Ciudad del Este usted se vincula con personajes
con los que evidentemente se encariña y que terminan muertos o desaparecidos.
Esto tiene que haber sido duro para usted. A ellos -además de a Laura, su mujer-
les dedica el libro: "Para Alcides y Tomasito que nunca leerán estas páginasÉ",
etcétera.
López Echagüe, en silencio, mira hacia la ventana iluminada por el sol del
verano. Finalmente dice sí con la cabeza.
-¿Cuáles fueron las cosas más importantes que descubrió en la frontera?
-A partir de notas en diarios y revistas uno llega a imaginar que verá
árboles corriendo de aquí para allá con ametralladoras, que se va a cruzar con
camiones repletos de cocaína. Para mí lo más importante, desde el punto de vista
periodístico, fue poder fotografiar las playitas donde se cruzan los benditos
autos que se robaron en Buenos Aires, Córdoba y Rosario y llevaron para
Paraguay. Allí están los tablones y los bidones de aceite vacíos con que de
noche se arman las balsas que a través del río Paraná pasan autos y otras
mercancías.
-¿Hacia dónde pasan esas cosas?
-Hacia un puerto franco que está a diez quilómetros de Ciudad del Este.
Prácticamente es Ciudad del Este. Consultando en Catastro descubrí que esas
playas, desde donde sale el contrabando, pertenecen a Gendarmería y Prefectura
Naval argentinas, que -se supone- son las encargadas de controlar las
fronteras.
-En realidad controlan a quienes les quieren quitar el monopolio del
contrabando en las fronteras.
-Claro. La otra cosa que vi -aunque no pude desentrañar- es el movimiento
continuo y misterioso de las empresas transportadoras de caudales. Llegan los
camiones a los bancos y a otros lugares, donde bajan sacos de lona vacíos y los
retiran llenos, presuntamente, de documentos. Pero hay veces que se trata de
bolsas pesadísimas, que llevan entre dos personas y que ya están cuando el
camión llega a buscarlas.
-¿Y usted qué piensa que llevan?
-Por varias razones creo que deben llevar armas.
-Y de ahí, ¿los camiones hacia dónde van?
-Toman, o por la carretera argentina, o por la brasileña BR 247, que lleva a
Curitiba y alrededores.
-¿Qué le interesaba específicamente en este trabajo?
-Ver el sutil sustento de todo ese mundo, toda esa maquinaria que es como uno
de los emergentes de las políticas económicas que se despliegan en los tres
países. Esa economía se traduce en muchas cosas. Por ejemplo, en que un chico de
17 años, que de tal a tal hora vende cocaína de tal a tal otra hora reparte
pizzas.
-¿Lo que quiere decir es que para él ambos son simplemente trabajos?
-Eso mismo. Lo que yo quiero es que quede en evidencia la falsedad de eso que
dicen determinadas personas en los medios sobre delitos y delincuentes. "Comete
delitos porque es un delincuente nato, el cometer delitos está en su
naturaleza", etcétera. Se trata de personas que viven en los bordes de la
desgracia. Si pudiéramos sacarlas de allí, veríamos.
-Ultima pregunta: ¿por qué se vino a vivir a Uruguay?
-Porque aquí encuentro la paz necesaria para escribir mi novela. Entre otras
cosas, porque los custodios no pueden seguirme a través del río. Quedan allá.