Sin dolor.
Autor:
Scott Hann
Fuente: Libro: La cena del Cordero, editorial
Patmos.
La Misa es el sacrificio perfecto del Calvario,
realizado <<una vez por todas>>, que es presentado en el
altar del cielo por toda la eternidad. No se trata de una
repetición>>. Hay un único sacrificio; es perpetuo y eterno y por
eso nuestra participación en ese único sacrificio y en la vida eterna de
la Trinidad en el cielo, donde el Cordero está a pie eternamente
<<como si estuviera sacrificado>>
¿Cómo puede ser esto? ¿Cómo puede ofrecer Dios un
sacrificio? ¿A quién podría Dios ofrecer un sacrificio?
En la divinidad, en el cielo, este amor que da la vida
continua incruentamente pero eternamente. El Padre vierte la totalidad
de sí mismo; no se reserva nada de su divinidad. Eternamente es Padre
del Hijo. El Padre es por encima de todo un amante que de la vida, y el
Hijo es su imagen perfecta desde toda la eternidad vertiendo la vida que
ha recibido del Padre; devuelve esa vida al Padre como perfecta
expresión de agradecimiento y de amor. Esa vida y amor que el Hijo ha
recibido del Padre y que hace volver al Padre es el Espíritu
Santo.
¿Por qué hago esta consideración ahora? ¡Porque esto
es lo que sucede en la Misa! Los primeros cristianos estaban tan
admirados por este hecho que estaban dispuestos a cantarlo, como en este
himno sirio del siglo VI: <<sean ensalzados los misterios de este
templo, en el que cielo y la tierra simbolizan la Trinidad súper
ensalzada y la obra de nuestro Salvador>> La Misa hace presente en
el tiempo lo que el Hijo ha estado haciendo desde toda la eternidad:
amar al Padre como el Padre ama el Hijo, devolviendo el don que recibió
del Padre.