Corazones, manos y voces.
Autor: Scott Hann
Fuente: Libro: Dios te salve, Reina y
Madre, editorial Patmos.
Los no católicos menospreciaran algunas veces el Rosario
como una aburrida repetición mecánica de formulas. Algunas incluso
condenaran la práctica, citando el
rechazo de Jesús de <<vana repetición>> en la oración (Mt 6,
7). Pero nada más lejos de la realidad.
Primero, el Rosario es todo menos sin sentido. En
efecto, su técnica meditativa ha sido reafinidad durante siglos de
practica para enganchar la mente lo más completamente posible. El
rosario normalmente capta al menos tres de nuestros sentidos -con el
sonido de voces, el tacto de las cuentas y la mirada a imágenes devotas-
de forma que esos sentidos mismos se convierten en oración. Entregados
así, en cuerpo y alma, a rezar, estamos menos propensos a distraernos.
Además, las formulas mismas son ricas en doctrina y
devoción bíblicas. El padrenuestro lo aprendemos de labios de Jesús
mismo. El avemaría viene de las palabras de Gabriel e Isabel en el
Evangelio de Lucas. ¿Y quién podría quejarse de las palabras del Gloria,
que simplemente alaban a la eterna y bienaventurada Trinidad?
En las raíces de estas criticas a la oración católica.,
normalmente hay un error muy simple. De alguna manera, muchos cristianos
se han quedado con la idea de que la oración formal es mala y que la
oración, para que sea verdadera, debe ser espontánea, creativa y
emocional. Sin embargo, Jesús no enseñó tal cosa. De hecho, Él mismo
utilizó la oración formal del antiguo Israel (cf 12, 29; 15, 34; Jn 7,
10-14).
Jesús sí que condenó la vana repetición, pero no toda
repetición es vana. Recuerdo haber visto a un cristiano que era músico
de rock responder a preguntas de gente que no podía entender su
conversión al catolicismo. Una mujer preguntó: <<¿cómo te las
arreglas con toda esa vana repetición?>> Él la miró con sonrisa
más cariñosa y dijo: <<no me importa repetir. Yo toco el bajo. Así
me gano la vida>>.
Repetición y rutina pueden ser buenas para nosotros y
para nuestras relaciones. Mi mujer nunca se cansa de oírme decir
<<te quiero>>. Mi madre no se cansa de oír que te agradezco
que me haya criado. Mis adversarios no se cansan de oírme decir que
lamento mis errores. Dios tampoco se cansa nunca de oírnos repetir toda
la serie de frases que han sido veneradas como oraciones por la
Escritura y la Tradición cristiana. Los no católicos saben esto,
también, y de esta forma oímos a toda clase de cristianos repetir las
palabras <<Amen>>, <<Aleluya>> y <<Alabad
al Señor>>.
La tradición establece ciertas frases, porque compendian
un particular pensamiento o sentimiento. Además, tienden a clarificar el
pensamiento o intensificar el sentimiento no sólo en el que escucha,
sino también en que habla. Cuando más le digo a mi mujer que la quiero,
más me enamoro de ella. Cuando más le doy las gracias a mi madre, más
reflexiono sobre mi actitud hacia ella.
A su vez, cuanto más prestemos nuestras voces, manos
y corazones a palabras de amor por nuestra reina, nuestra madre, y a su
Hijo, tanto más creceremos en devoción y santidad.