¿Es pecado dudar de la religión?
Autor: P. Jorge Loring, S.I.
| Fuente: Para Salvarte
Algunos preguntan para aprender -desean
encontrar soluciones a sus
dificultades-, pero otros preguntan para atacar
Para que la duda sobre una verdad de la Religión sea
pecado, es necesario que sea voluntaria. No es pecado darse cuenta de
que el misterio es difícil de entender, que nuestro entendimiento no lo
puede comprender, etc. Si a pesar de todo esto, se fía uno de Dios que
lo ha revelado, y cree, no sólo no hay pecado, sino que hay mérito. En
la absoluta veracidad divina -motivo formal de la fe- no cabe error o el
engaño Lo que no se puede hacer -a pesar de la oscuridad profunda del
misterio- es dudar si será eso verdad o no. Esta duda positiva, tomando
como cosa incierta lo que Dios ha revelado, es pecado. El pecado contra
la fe está en la negación o en la duda voluntaria de aquello que se sabe
que Dios ha revelado.
Esto no se opone a la falta de claridad que
podamos tener sobre una verdad de fe, ni al deseo de esclarecerla,
dentro de lo posible, sabiendo que hay misterios que superan la
inteligencia humana.
El pecado será grave, si es una duda
voluntaria, a sabiendas, de una verdad que la Iglesia dice que hay que
creer. Si la duda no es voluntaria, sino una mera ocurrencia de las
dificultades que a nuestro entendimiento se le presentan, no hay pecado;
o a lo más pecado venial, si ha habido alguna negligencia en resistir a
la tentación. Si la vacilación llega a tomar por incierto lo que es
dogma de fe, el pecado sería grave contra la fe. La fe debe extenderse a
todas las verdades reveladas por Dios y propuestas como tales por la
Iglesia. Nadie pierde la fe sin culpa propia. Dijo el Concilio de
Trento:
«Dios no abandona a nadie, si no es Él abandonado
primero»(617).
Ningún adulto puede salvarse si no hace actos
de fe. «Dios no puede dar al hombre adulto responsable el don de su
amistad sobrenatural, sino cuando el hombre la acepta previa y
libremente»(618). Si sabes el Credo de memoria, es un magnífico acto de
fe. El Credo lo tienes en los Apéndices. Si no lo sabes, aquí te pongo
un acto de fe muy breve; pero debe decirse con toda
convicción.
Creo que Dios existe.
Creo que Dios nos
dará después de la muerte lo que merezcamos con nuestras obras en esta
vida.
Creo que hay un solo Dios verdadero en tres Personas
distintas.
Creo que estas tres Personas son: Padre, Hijo y Espíritu
Santo.
Creo que Dios se hizo Hombre y murió en una cruz para
salvarnos.
Y si lo quieres en dos líneas: Creo
firmemente en todo lo que la Iglesia dice debemos creer, porque Dios lo
ha revelado.
Para fortificar nuestra fe, deberíamos hacer
actos de fe de cuando en cuando, sobre todo en la hora de la muerte. La
fe es como un sexto sentido que nos ayuda a un superior conocimiento de
Dios. Quien no tiene fe, no se lo puede explicar. Como una planta no
puede explicarse la música, porque
no capta nada.
La fe no se puede demostrar con argumentos ,
pues es un don, no una ciencia. Pero pueden darse razones de su
credibilidad. La fe supera la razón, pero no la destruye. El motivo de
creer no son las razones filosófico-científicas de las verdades
reveladas, sino la autoridad de Dios que las ha revelado. Esas razones
ayudan a ver que la fe es razonable, pero no son el motivo principal de
la fe. Podemos saber que Dios nos ha hablado, y por tanto tenemos
obligación de creer lo que Él nos ha dicho. Estimemos sobre todas las
cosas el don divino de la fe; procuremos conservarla con la oración y el
estudio, hacerla conocer y amar por los demás, defenderla si es atacada,
y pedir a Dios que sea conocida y aceptada por los incrédulos y los
infieles.
Al mismo tiempo debemos evitar todo aquello
que pueda ponernos en peligro de perderla. Los que descuidan su
instrucción religiosa, los que escuchan voluntariamente a los que la
atacan, o leen libros o periódicos contra la fe, los soberbios y los
impuros se ponen en peligro de llegar a perder este don divino.
Si alguna vez oyes una dificultad contra la
Religión Católica y no sabes resolverla, no te alarmes por eso. Es
imposible que tengas a mano los conocimientos necesarios para resolver
todas las dificultades, y para demostrar que la tal dificultad es muchas
veces un sofisma, un engaño, un falsear la verdadera realidad de las
cosas. Pero no por eso debes darte por vencido. Acude a una persona que
entienda de Religión y pueda resolvértela. Ten la seguridad de que todas
las «pegas» contra la Religión tienen su solución, aunque tú no la
conozcas. Es más, han sido solucionadas ya muchas veces; pues los
enemigos de la Iglesia siempre están repitiendo las mismas cosas, y no
se dan por enterados de las soluciones que ya se han dado.
Acerca de los que tienen dificultades contra
la Religión hay que tener en cuenta que algunos preguntan para aprender
(desean encontrar soluciones a sus dificultades), pero otros preguntan
para atacar, y desearían que sus preguntas no tuvieran respuesta, para
así tener una excusa al sacudirse de encima el cristianismo porque les
estorba. Para instruirse en Religión es muy conveniente oír conferencias
religiosas y leer libros de formación religiosa. Todos debemos
preocuparnos de tener una formación religiosa proporcionada a nuestro
estado y a nuestra cultura humana y profesional.
Cuando en un grupo se entabla una discusión
de Religión, verás que, generalmente, los que llevan la voz cantante son
los que menos saben de Religión, pero que su ignorancia los hace
tremendamente audaces. A éstos es difícil convencerles, porque su amor
propio rechazará los mejores argumentos. Pero si en el corro hay gente
de buena voluntad, a quienes crees que tu solución puede ser provechosa
y disipar errores, expón tu pensamiento con calma y con vista. Te será
además útil pasar a la ofensiva, descubriendo la ignorancia religiosa
del que disparata. Con todo, has de procurar no ofender a nadie, si no
es necesario. Pero sé fuerte si alguno tiene positivamente mala fe y
quiere propagar el mal. Ataca su error aunque se ofenda. Si alguien toma
el arma del ridículo contra la Religión, tómala tú también para
defenderla. Es muy importante que consigas que los que se están riendo
en el grupo se pongan de tu parte. Si no te sientes con fuerza para
dominar el grupo, has de saber que, después, en particular, te será
mucho más fácil hacerles bien, y encontrarás razonables a muchos que en
el grupo parecían fanfarrones.
Notas:
(617) - DENZINGER: Magisterio de la Iglesia,
nº 804. Ed. Herder. Barcelona
(618) - CÁNDIDO POZO, S.I.: La fe, VI.
EDAPOR. Madrid, 1986