En el jardín
de la vida.
Autor:
Roberto.
La ancianidad tiene
variados matices que incluyen alegrías y penas, veneración y
buenos consejos de paz, justicia, perdón. En la Biblia, que se
forma en un ambiente humano oriental, habla de los ancianos como
de un reflejo de Dios en la tierra.
Son los preferidos del
Señor. Esto tiene su fundamento en que el hombre fue "creado a
imagen de Dios". Los ancianos son guías y consejeros: presiden en
las familias, clanes y tribus. La ancianidad es una etapa de
plenitud que corona solemnemente todo lo andado. La Biblia nos
pinta este lapso de años como un tiempo pleno de vivencias,
gracias a una vida respetable, madura y equilibrada. El levítico
aconseja: "Ponte de pie ante un anciano y honra su persona; esto
es temer a tu Dios" (Levítico 19,32).
En la sociedad tradicional, como
lo encontramos en la Biblia, los ancianos son el centro donde se
apoya la estructura social, religiosa y moral. Ignorar su
experiencia y dinamismo de ideas, sería un acto suicida. Los
ancianos no pueden estar ausentes a la hora de dolor (Macabeos
5,13), ni tampoco en los momentos felices (Jeremías 31,13). La
vida social se completa con su presencia, generalmente silenciosa.
Para toda la familia
es un honor, y para la comunidad una gloria, contar con la
presencia de los ancianos. Si los desterramos, se vive un clima de
maldición (1 Samuel 2,31). El "honra a tu padre y a tu madre", del
Decálogo bíblico, tiene tal fuerza, que transgredirlo o atentar
contra él, es un sacrilegio. Los ancianos merecen respeto por todo
lo que nos han brindado.
Pero llega el día en que
los achaques propios de la ancianidad, se manifiestan: los
movimientos se hacen más torpes, se debilita la visión, tiene que
dejar responsabilidades y el puesto a otro, etc.. "Siendo Isaac ya
viejo, sus ojos se debilitaron tanto que no veía nada" (Génesis
27,1).
Los ancianos, por los años
vividos, son pozo de sabiduría. También es cierto lo del libro de
los Salmos: "Nuestros días se gastan, nuestros años se van como un
suspiro. La gloria de los mismos es afán y miseria, pues corriendo
se van y nosotros volamos..." (Salmo 39,6). Pero en los ancianos
hay una historia. Su cosecha es fruto de un vivir ejercitado desde
la juventud, ya que no es posible improvisar en el último momento,
un modo de ser persona. La ancianidad es la cima de la existencia
humana que se venera y se celebra. "Los cabellos blancos son una
corona espléndida del que ha seguido el camino de la justicia"
(Proverbios 16,31). "Feliz el anciano que tiene ante sí la
joven generación que le consulta y lo escucha, ya que seguirá
viviendo en ella" (Eclesiástico 8,9).
"Qué cosa tan hermosa es
un anciano que sabe aconsejar, un anciano que sabe juzgar"
(Eclesiástico 25,4). Los ancianos son un signo de Dios, aquí en la
tierra. "Hijo, cuida de tu padre en la vejez, y en su vida no le
causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza sé indulgente con
él" (Eclesiástico 3,14).
Los ancianos, tratados con
cariño, ya sea en la familia o en residencias especiales, son una
bendición de Dios. "Corona de los ancianos es la experiencia, su
orgullo es el temor del Señor" (Eclesiástico 25,5). En los años
pasivos aparece con mayor claridad la presencia del Creador. Por
eso entendemos el Cántico de Simeón: "Ahora, Señor, puedes dejar a
tu siervo, irse en paz; porque mis ojos han visto tu salvación"
(Lucas 2,29). Como escribió San Pablo a Timoteo: "He combatido el
buen combate, he corrido hasta el final, he guardado la fe" (2
Timoteo 4,6).
Queridos ancianos,
ustedes merecen nuestro respeto. No pierdan la alegría en el
jardín de la vida, no pierdan ni el humor, ni la fe, ni la
esperanza
Si
tienes alguna duda, conoces algún caso que quieras
compartir, o quieres darnos tu opinión, te esperamos en los
FOROS DE PAN Y VIDA
donde siempre
encontrarás a alguien al otro lado de la pantalla, que
agradecerá tus comentarios y los enriquecerá con su propia
experiencia. |