Asunto: | [MensajesPanyVida] Reflexión de Hoy- Viernes 7-22-05 (La forma nueva de v ivir el sufrimiento) | Fecha: | Jueves, 21 de Julio, 2005 20:14:22 (-0400) | Autor: | Pan y Vida <administracion @................org>
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* ¡Alégrate!
¡Cristo Resucitó, y está en la Red! Servicio católico de
Evangelización Pan y Vida. Fiel a Benedicto XVI y al
Magisterio de la Iglesia Católica Apostólica y Romana.*
Temas Actuales
de Hoy.
No la
Eutanasia. La eutanasia es un
acto deliberado de dar fin a la vida de una persona. «Anticipar la
muerte, por muy cierta que sea, y por insoportable que parezca la
vida, es otorgarse un derecho que sólo a Dios
pertenece. Leer más.
La forma
nueva de vivir el sufrimiento El padre Raniero Cantalamessa comenta Mateo
(10,37-42)
En aquel tiempo Jesús dijo a
sus discípulos: «El que ama a su padre o a su madre más que a mí,
no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija mas que a mí,
no es digno de mí. El que no toma su cruz y me sigue no es digno
de mí. El que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su
vida por mí, la encontrará. Quien a vosotros recibe, a mí me
recibe, y quien me recibe a mí, recibe a Aquel que me ha enviado.
Quien reciba a un profeta por ser profeta, recompensa de profeta
recibirá, y quien reciba a un justo por ser justo, recompensa de
justo recibirá».
¿Por qué la cruz?
Jesús, en el
Evangelio, nos habla de la necesidad de tomar la propia cruz. Pero
¿cómo hacer comprender esta palabra a una sociedad, como la
nuestra, que opone el placer? Partamos de una constatación. En
esta vida, placer y dolor se suceden con la misma regularidad con
la que a la elevación de una ola en el mar le sigue una depresión
y un vacío capaz de succionar a quien intenta alcanzar la orilla.
El hombre busca desesperadamente separar a esta especie de
hermanos siameses, de aislar el placer del dolor. A veces se hace
ilusiones de haberlo logrado, pero por poco tiempo. El dolor está
ahí, como una bebida embriagadora que, con el tiempo, se
transforma en veneno.
Es el mismo placer desordenado que
se retuerce contra nosotros y se transforma en sufrimiento. Y
esto, o improvisamente y trágicamente, o un poco cada vez, en
cuanto que no dura mucho y genera hartura y hastío. Es una lección
que nos viene de la crónica diaria, si la sabemos leer, y que el
hombre ha representado en mil formas en su arte y en su
literatura. «Un no sé qué de amargo surge de lo íntimo de cada
placer y nos angustia incluso en medio de las delicias», escribió
el poeta pagano Lucrezio.
El placer en sí mismo es
engañoso porque promete lo que no puede dar. Antes de ser
saboreado, parece ofrecerte el infinito y la eternidad; pero, una
vez que ha pasado, te encuentras con nada en la mano.
La
Iglesia dice tener una respuesta a este que es el verdadero drama
de la existencia humana. Ha habido, desde el inicio, una elección
del hombre, hecha posible por su libertad, que le ha llevado a
orientar exclusivamente hacia las cosas visibles ese deseo y esa
capacidad de gozo de la que había sido dotado para que aspirara a
gozar del bien infinito que es Dios. Al placer, elegido contra la
ley de Dios y simbolizado por Adán y Eva que prueban del fruto
prohibido, Dios ha permitido que le siguieran el dolor y la
muerte, más como remedio que como castigo. Para que no ocurriera
que, siguiendo a rienda suelta su egoísmo y su instinto, el hombre
se destruyera del todo a sí mismo y a su prójimo. (¡Hoy, con la
droga y las consecuencias de ciertos desórdenes sexuales, vemos
cómo es posible destruir la propia vida por el placer de un
instante!). Así al placer vemos que se le adhiere, como su sombra,
el sufrimiento.
Cristo por fin ha roto esta cadena. Él,
«en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz» (Hb 12,2).
Hizo, en resumen, lo contrario de lo que hizo Adán y de lo que
hace cada hombre. Resurgiendo de la muerte, Él inauguró un nuevo
tipo de placer: el que no precede al dolor, como su causa, sino
que le sigue como su fruto; el que halla en la cruz su fuente y su
esperanza de no acabar ni siquiera con la muerte.
Y no
sólo el placer puramente espiritual, sino todo placer honesto,
también el que el hombre y la mujer experimentan en el don
recíproco, en la generación de la vida y al ver crecer a los
propios hijos o nietos, el placer del arte y de la creatividad, de
la belleza, de la amistad, del trabajo felizmente llevado a
término. Todo gozo. La diferencia esencial es que es el placer en
este caso, no el sufrimiento, el que tiene la última palabra.
¿Qué hacer entonces? No se trata de ir en busca del
sufrimiento, sino de acoger con ánimo nuevo el que hay en la vida.
Podemos comportarnos con la cruz como la vela con el viento. Si lo
toma por el lado adecuado, el viento la hincha e impulsa la barca
por las olas; si en cambio la vela se atraviesa, el viento parte
el mástil y vuelca todo. Bien tomada, la cruz nos conduce; mal
tomada, nos aplasta.
[Original italiano publicado por
«Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]
ZS05062401
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