¿Cuál es la historia
de la custodia de la Eucaristía?
Fuente: http://www.feyfamilia.com
Para nosotros es habitual
ver el tabernáculo o sagrario en el centro del altar. Pero no
siempre tuvo esta ubicación e incluso hoy lo vemos colocado en una
capilla fuera del altar mayor
(FeyFamilia/25Set.05).- Como
homenaje en este Año de la Eucaristía vamos a trazar, en una breve
síntesis, la historia de la custodia eucarística.
PERIODO DE LAS
CATACUMBAS
Sabemos con certeza, por el
testimonio unánime de los Padres de los primeros siglos, que,
durante las persecuciones, los cristianos conservaban en sus casas
con adorante amor la Eucaristía.
Al terminar la celebración
eucarística se distribuía el pan consagrado que los fieles
guardaban en pequeños vasos, o pequeñas cajas, para comulgar
cuando sintieran necesidad.
ÉPOCA DE LAS
BASÍLICAS
Después de la paz de
Constantino, que permitió celebrar libremente los sagrados ritos y
construir lugares de culto, se estableció la práctica de custodiar
la Eucaristía en las iglesias, aunque el uso de conservar la
Eucaristía en las casas privadas dejó de hacerse definitivamente a
principios del siglo VI.
En las primeras basílicas la
custodia eucarística tuvo dos formas: la “torre” y la “paloma”. Se
debate asimismo sobre el lugar en el que se colocaban las torres y
las palomas. Citando un fragmento de las “Constituciones
apostólicas”, que se remontan al siglo IV, algunos consideran que
se conservaban en el “pastophorium”, es decir, en el lugar más
apartado e inaccesible de la iglesia. Algunos identifican el lugar
de la conservación en el “sacrarium”. Se trata de un local
noblemente reservado, fuera del aula basilical. La sacralidad y la
preciosidad son constantes. Y es la lógica de la ley del
amor.
PERIODO
ROMÁNICO
A las dos formas ya en uso
—torre y paloma— se suma en el periodo románico la “píxide”. Con
este nombre se designa normalmente el vaso sagrado, de cualquier
forma o tamaño, que contiene la Eucaristía.
No puede decirse que el uso
de la píxide desplazara al de la torre y la paloma. Durante el
periodo románico las custodias eucarísticas —torres, palomas y
píxides— se colgaban sobre el altar. Generalmente se fijaba un
colgadero con forma de cruz en el retablo y se colgaba la custodia
en la parte alta.
PERIODO
GÓTICO
Durante este periodo el modo
de guardar el Santísimo Sacramento presenta distintas soluciones.
La custodia —torre, paloma o píxide— se suspendía sobre el altar
envuelta en un velo. Algunas veces la custodia se colocaba bajo el
altar. Normalmente, sin embargo, la custodia se guardaba en un
pequeño armario o sagrario empotrado en la pared, a la derecha o a
la izquierda del altar.
Se ponía mucho esmero, sobre
todo en las iglesias de una cierta importancia, en adornar la
puerta del sagrario con elegantes herrajes y también con pinturas.
De todos modos, se ponía cuidado en decorar con pinturas tanto el
interior como la puerta del sagrario.
La exposición pública no era
más que el culto público del Cuerpo del Señor con la Hostia
expuesta a la adoración dentro de un ostensorio. Esta práctica
estaba muy arraigada en el pueblo. Podemos anotar que la primera
fiesta del Corpus Christi fue celebrada por los canónigos de Lieja
en 1247. En 1264 el Papa Urbano IV la extendió a toda la Iglesia,
pero sólo en 1316 el Papa Juan XXII la aprobó definitiva y
providencialmente.
El tabernáculo sobre la mesa del
altar
La última fase histórica de la evolución del
tabernáculo, como custodia eucarística, sobre la mesa del altar,
se da a principios del siglo XVI. En Italia, el pionero de esta
solución fue el piadoso obispo de Verona, Mons. Matteo Giberti,
que la adoptó en las iglesias de su diócesis.
La disposición de Mons. Giberti tuvo especial
resonancia en la Italia del norte y pronto se extendió también a
las otras diócesis; la primera fue Milán, por obra de san Carlos
Borromeo, que dispuso trasladar la residencia del Santísimo
Sacramento de la sacristía a un altar de la Catedral.
Eran los años de la aplicación de las normas del
Concilio de Trento (1545-1563) que, en este caso, reaccionaba
contra la doctrina protestante que negaba la permanencia de la
presencia real de Cristo en las especies eucarísticas. A la
exigencia de afirmar la doctrina católica se debe la difusión de
colocar el tabernáculo, bien visible, sobre el altar mayor.
Lo más habitual es que tuviera forma de casita y que
se colocara en la parte alta del altar. Hacia la mitad del siglo
XVIII la colocación del tabernáculo sobre el altar era ya una
práctica común en casi todas las iglesias, por lo que Benedicto
XIV en su constitución “Accepimus” (16 de julio de 1746) la
declaraba «disciplina vigente».
Las disposiciones actuales
La disciplina actual sobre el lugar en que se debe
conservar la Santísima Eucaristía es un fruto de la renovación
litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II.
En la mayor parte de nuestras iglesias el elemento
central —dominante respecto al propio altar— ha sido, durante casi
cuatro siglos, el tabernáculo eucarístico. La adaptación litúrgica
de las iglesias existentes, que tiene por objetivo exaltar la
primacía de la celebración eucarística y, por tanto, la
centralidad del altar, debe reconocer también la función
especifica de la reserva eucarística.
Se considera necesario, por eso, que, con motivo de
posibles intervenciones de adaptación, se dedique un cuidado
especial al “lugar” y a las características de la reserva
eucarística. En este caso, reservar un lugar propio para la
conservación de la Eucaristía ha de entenderse de tal modo que
permita subrayar aún más el misterio de la permanencia de la
presencia real y crear las condiciones para su adoración.
En la capilla, como en el local para las
celebraciones, no han de faltar nunca bancos con reclinatorio para
que se tenga siempre la posibilidad de hacer la adoración
arrodillados.
El Santísimo Sacramento debe ser reservado en un
lugar arquitectónico verdaderamente importante, normalmente
distinto de la nave de la iglesia, apropiado para la adoración y
la oración, sobre todo personal, noblemente ornamentado y
adecuadamente iluminado.
El tabernáculo, además de ser único, ha de ser
también inamovible, sólido e inviolable, no transparente. No se
olvide disponer a su lado el lugar para la lámpara que debe arder
constantemente, como signo de honor tributado al Señor.
No está de más aludir a los vasos sagrados
destinados al cuerpo y la sangre del Señor durante la misa (cáliz,
patena) y durante la adoración eucarística (ostensorio).
Recientemente la Congregación para el culto divino y la disciplina
de los sacramentos ha publicado una instrucción «sobre algunas
cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima
Eucaristía» que se ocupa también de los vasos sagrados, recordando
que deben ser elaborados con materiales considerados nobles, según
las varias regiones, que se deben evitar vasos de uso común o sin
ningún valor artístico (cita explícitamente simples cestos, vasos
de cristal, arcilla, creta y otros materiales frágiles), y esto
porque «con su uso se tribute honor al Señor y se evite
absolutamente el peligro de debilitar, a los ojos de los fieles,
la doctrina de la presencia real de Cristo en las especies
eucarísticas» (“Redemptionis sacramentum”, 25 de abril de 2004, n.
117).
(Este especial se ha realizado tomando como fuente
el artículo: “La custodia de la Eucaristía. El tabernáculo y su
historia”, escrito por Mons. Mauro Piacenza, presidente de la
Comisión pontificia para los bienes culturales, publicado en la
revista italiana “30 días” en junio del
2005)