¿Revisión del
celibato?
Autor: José
Ignacio Munilla
Fuente: http://www.forumlibertas.com
El caso especial de los
sacerdotes anglicanos casados que se hacen católicos tiene su
explicación.
La escasez de noticias en el
periodo estival suele originar casi todos los años la
proliferación de las “serpientes de verano”. El mundo
eclesiástico, siempre objeto de morbo, resulta ser uno de los
filones más prolíficos para aquellos que buscan novedades donde no
las hay. Y así, hemos terminado el mes de Agosto con una polémica
gratuita sobre el celibato de los sacerdotes, a costa de la
ordenación sacerdotal por el obispo católico de Tenerife de un
pastor anglicano.
Se trataba de Evans David
Gliwitzki, natural de Zimbabue, casado y con dos hijos, convertido
al catolicismo. No es un caso aislado, ni mucho menos. Solo en
Inglaterra los últimos años se han convertido al catolicismo tres
obispos y trescientos sacerdotes anglicanos (además de seis mil
fieles adultos al año).
La mayoría de ellos han
solicitado seguir ejerciendo el sacerdocio en la Iglesia Católica,
cosa que encierra un gran mérito, ya que supone perder su
condición asimilada a funcionarios reales en Inglaterra, pasando a
percibir menos de la mitad de sus ingresos. Difícilmente se podrá
dar ese paso si no es por estrictas razones de conciencia. Un
“detalle” importante que ni tan siquiera ha sido mentado en esta
polémica.
¿Cómo acoge la Iglesia
Católica las solicitudes de ingreso de los anglicanos en su seno
y, especialmente, las de los sacerdotes de esa confesión
religiosa? Por lo que al bautismo se refiere, evidentemente, se
reconoce la validez de su bautismo; y es suficiente una sencilla
manifestación de adhesión a la fe católica, a la que se le sigue
la recepción en nuestra Iglesia.
Ahora bien, por lo
que respecta al sacerdocio, la cosa es más problemática: El año
1880 el papa León XIII declaró interrumpida la sucesión apostólica
en la Iglesia Anglicana, después de que una comisión de estudios
históricos demostrase que el rey Enrique VIII, por influjo
protestante, había nombrado a Tomás Cranmer, sin previa ordenación
episcopal, como arzobispo de la Sede de Canterbury. No habiendo
sido ordenado obispo, la Iglesia Católica entiende que las
ordenaciones sacerdotales y episcopales que Tomás Cranmer celebró
fueron inválidas.
A partir de aquel hecho, era ya
imposible saber si un sacerdote anglicano había sido ordenado
válidamente por un obispo que mantenía la sucesión apostólica con
los apóstoles, o si su línea sucesoria se había roto en el falso
obispo de Canterbury. La determinación del Papa León XIII fue la
lógica: el sacerdote anglicano que se haga católico, deberá ser
ordenado por el rito católico, ante la duda razonable de si su
sacerdocio es o no válido.
Esta explicación es
importante para entender por qué la Iglesia Católica incorpora a
los pastores anglicanos convertidos al catolicismo, casados o
célibes, tras previa ordenación, al ejercicio del ministerio
sacerdotal en el seno de nuestra Iglesia. Parece lógico que no se
les pida abandonar sus obligaciones de esposos y de padres,
contraídas antes de su primera ordenación sacerdotal. La
ordenación por el rito católico de sacerdotes anglicanos casados
no puede ser entendida en absoluto como una puesta en cuestión de
la ley del celibato, sino que es una solución plausible ante una
situación de facto. En consecuencia, recurrir al tema de los
anglicanos convertidos para volver a reabrir la polémica del
celibato opcional, no es sino ganas de liar las cosas.
En pleno ambiente de Mayo
del 68, Pablo VI tuvo la valentía y el sentido profético de
reafirmar en su encíclica "Sacerdotalis Celibatus" (El Celibato de
los Sacerdotes), los fundamentos de esta disciplina de la Iglesia
Católica. La incompresión en torno al celibato se acentúa más si
cabe en nuestra cultura "practicista", en la que se tiende a
sobrevalorar el "hacer", en detrimento del "ser". Parece que nos
olvidamos de que un sacerdote es mucho más que el mero servicio
que presta a la comunidad. El sentido definitivo del celibato o la
virginidad por el reino de los cielos es el de ser signo de la
unión esponsal con Dios a la que la humanidad entera está llamada
(Mt 22, 23-30); y, en segundo lugar, este signo esponsal capacita
a los consagrados para una entrega plena al servicio del reino de
Dios.
Es normal, por lo tanto, que
el signo del celibato resulte "escandaloso" cuando es vivido en un
contexto cultural de revolución sexual; al igual que en la
historia de la Iglesia la pobreza evangélica siempre ha irritado a
quienes son fieles súbditos del dios dinero. Tenemos que asumirlo,
y prepararnos para momentos de incomprensión más duros todavía, si
cabe.
Cada vez que alguna noticia de infidelidad
celibataria se hace pública, muchos hombres de bien sufren
confundidos, otros se frotan las manos sintiéndose justificados; y
sin embargo, cualquiera que se haya asomado a la experiencia de la
santidad de Dios y de la debilidad humana, debiera entender que el
“signo”, aunque necesario, se queda siempre muy corto ante el
misterio que está llamado a “significar”.
En las críticas sostenidas
contra el celibato, se ha argumentado también que es injusto
obligar a abrazar el celibato a quien quiera elegir el sacerdocio.
No podemos por menos de apreciar en este planteamiento una falta
de visión de fe. Se ignoran las palabras de Cristo: "no sois
vosotros los que me habéis elegido a mí, sino que yo os he elegido
a vosotros" (Jn 15, 16). Es decir, el sacerdocio no es una
"opción", sino una "vocación", una llamada de Dios. En
consecuencia, el sacerdocio, antes de ser una forma de vida, es un
don para la identificación con Jesucristo.
La clave
está aquí: La infidelidad celibataria no es más que una
manifestación de una crisis espiritual. El celibato opcional no
acabaría con los escándalos, sino que a lo más podría conllevar
otras modalidades: adulterios, rupturas, maltratos, incestos,
etc... Posiblemente, no valoramos suficientemente hasta qué punto
el celibato nos preserva a todos de un acceso poco vocacionado al
sacerdocio.
Aunque es cierto que el
celibato es una ley eclesiástica, en honor a la verdad hemos de
añadir que es del todo improbable que sea modificada, ya que la
evolución de esta norma en la historia de la Iglesia ha tendido
siempre a una mayor adecuación al ideal evangélico. ¡Cómo olvidar
que Cristo, el modelo sacerdotal en el que queremos reflejarnos,
fue célibe, y que en sus palabras exigentes, reiteradamente pidió
la disposición a una renuncia plena en su seguimiento (Lc 18, 29;
Mt 19,12)! Incluso en aquellas iglesias orientales donde existe la
tradición del celibato opcional, si bien es cierto que se permite
el acceso del casado al sacerdocio, en ningún caso se permite al
sacerdote casarse, lo cual es muy significativo en orden a
reconocer la máxima conveniencia del celibato con el ideal
evangélico del sacerdocio.