Cristo es
exigente.
Autor: P. José Luis
Richard.
No se conforma con una
entrega a medias, quiere nuestro corazón totalmente para Él, pide
todo.
Suele suceder que al
escuchar hablar de la santidad, nos sentimos poco aludidos, poco
comprometidos. Más bien solemos dejar este tema para otros, para
los especialistas, para "los que sí pueden". Quizá para los
religiosos y consagrados, pero no para un cristiano de la calle,
con sus cotidianos obstáculos y ocupaciones. Por supuesto que el
problema fundamental está en que nunca nos planteamos seriamente
la pregunta sobre la santidad. Nos parece un edificio demasiado
alto, posible sí, pero... para otro.
Al leer el Evangelio,
podemos percibir la llamada alentadora de Cristo: "Siéntate y haz
cuentas, ya verás que tienes recursos suficientes para construir
una torre más alta de lo que tú crees".
Jesucristo es exigente, no
se conforma con una entrega a medias, quiere nuestro corazón
totalmente para Él; pide todo. Nos dice: Si alguno viene y no
aborrece a su padre, a su madre,... y aun su propia vida, no puede
ser mi discípulo. Más aún, incluso cuando ya lo hemos dejado todo
nos pide una cosa más: El que no toma su cruz y viene en pos de
mí, no puede ser mi discípulo. Es preciso dar la vida por Él, como
Él mismo la dio por nosotros. En definitiva, vemos que Cristo nos
pide ser santos, quiere que todos los que asuman su doctrina como
norma de vida, sean verdaderos hombres de Dios, desprendidos de
todo, dedicados a Él.
Y lógicamente nos parece
demasiado arduo. Incluso es posible que hayamos dejado de
considerarlo como una posibilidad. Cristo en este pasaje nos
invita a hacer cuentas para ver si tenemos o no para terminar la
obra de la santidad. Pero su idea no es para que nos retiremos
decaídos y desanimados: "No, no soy capaz de construirla". Jamás
ha pretendido Cristo que hagamos las paces con el enemigo de
nuestras almas. Por tanto, si nos invita a deliberar si podemos
hacerle frente, es para que nos convenzamos de que realmente somos
capaces de vencer, de que somos más fuertes de lo que nos
imaginamos. Podemos atrevernos a atacar con la plena seguridad de
que saldremos victoriosos.
Tenemos el material
suficiente para levantar ese gran edificio de nuestra santidad.
Contamos con las tropas necesarias para vencer al enemigo de
Cristo en nosotros. Basta que hagamos cuentas, conscientes de que
nunca seremos tentados más allá de nuestras fuerzas.
Cuando Dios llama a alguien,
lo toma y lo coloca en estado excepcional de avanzada, de
exigencia de perfección y de responsabilidad, ante el cual el
elegido se encuentra ahí, solo, inerme, vulnerable por todas
partes, débil y pecador. Ante ello, sólo queda una alternativa: o
la de huir aterrorizado o la de creer en la fidelidad de Dios.
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