¿Por qué Miércoles?
¿Por qué la ceniza?
La duración de la Cuaresma
-el tiempo de preparación a la PASCUA, la fiesta de las fiestas-
sufrió muchas variaciones hasta quedar fijada en cuarenta días.
Como se los contaba "desde" el Domingo de Pascua, los cuarenta
días caían en domingo (ese domingo se llamaba precisamente domingo
de "cuadragésima").
La Iglesia -antiguamente-
acostumbraba reconciliar a los "penitentes públicos" el Jueves
Santo. Por eso, seguramente, "alguien" pensó que ese día debían
concluir las rigurosas penitencias que realizaban. Entonces, para
que siguieran siendo "cuarenta días", el comienzo del ayuno se
remitió al miércoles previo a ese primer domingo. En una palabra:
cuarenta días previos al Jueves Santo caen en día
Miércoles.
¿Y por qué la Ceniza? Porque
con ella eran rociados los penitentes públicos como parte del rito
de reconciliación. Al desaparecer la penitencia "pública", la
Iglesia conservó ese rito penitencial. El Papa Urbano II, a fines
del siglo XI, lo extendió a toda la cristiandad.
La ceniza es el símbolo
"natural" (no inventado por el hombre), de "lo que fue" y "ya no
existe", desde un papel, un carbón... hasta los restos del ser
humano.
La ceniza es el "residuo",
lo que queda después de que algo se destruye por el fuego. Este
elemento natural, casi impalpable, que desaparece "al menor
soplo", siempre tuvo para el hombre resonancias y evocaciones muy
profundas.
En la Biblia se la utiliza
como símbolo de lo efímero, de lo precario, de lo transitorio, de
lo que pasa rápidamente (ver Job 13, 12). Por lo mismo adquiere un
significado de dolor, llanto y sufrimiento y pasa a ser una
"señal", un símbolo del reconocimiento del propio pecado y de la
consiguiente voluntad de penitencia.
La ceniza que se emplea el
Miércoles de Ceniza, se hace con los ramos bendecidos el año
anterior el Domingo de Ramos. Antes de aplicársela en forma de
cruz sobre la frente (también se puede esparcir un poquito de
ceniza sobre los cabellos) se bendice con una fórmula que se
refiere a nuestra condición pecadora y a la conversión; a la vez
se pide la gracia necesaria para que los cristianos -mediante la
práctica cuaresmal- nos preparemos con esmero a celebrar la PASCUA
DE JESÚS.
El Sacerdote, al aplicarla,
dice una de estas dos fórmulas. "Acuérdate que eres polvo y al
polvo volverás" (Gn. 3, 19) o "Conviértete y cree en el Evangelio"
(Mc. 1, 15). Las dos se complementan, mientras la primera nos
recuerda "cómo se pasa la vida", la otra apunta a la actitud de
conversión interior, a la vuelta de Cristo.
El simbolismo de la ceniza
es denso, profundo, conmovedor.
Todo se convertirá en
ceniza: mi casa, mi ropa, mi televisor, mi dinero, el perro que me
acompaña, los hombres que he amado y aquellos que he temido. Lo
que sobre la tierra me ha parecido grande y lo que me ha parecido
pequeño... todo será ceniza.
Pero por encima de esta
condición débil y caduca del hombre que nos provoca pensamientos
de honda reflexión y humildad, por encima de nuestra condición
pecadora y frágil que reclama arrepentimiento, penitencia y
conversión interior, la Iglesia nos recuerda que la Cuaresma es el
itinerario hacia la PASCUA.
Penetrándolo todo está la
fuerza salvadora y sanadora de Cristo que "vino para que tengamos
vida y la tengamos en abundancia", ya que "él no quiere la muerte
del pecador sino que se arrepienta y viva", porque él "es la
Resurrección y la Vida".
En cada "signo" de la
Cuaresma debemos descubrir la voz amorosa de Jesús, exclamando:
"No rechazaré a nadie que venga a Mí".