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Asunto: | [Notisar] ITALIA ¿Que lo paguen los científicos? | Fecha: | Viernes, 30 de Septiembre, 2011 05:01:38 (-0430) | Autor: | rescate humboldt <notisar1 @.....com>
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¿Que lo paguen los científicos?
La Comisión de Grandes
Riesgos, compuesta por científicos expertos en seísmos, se reunió en L'Aquila
el 31 de marzo de 2009, alertada por los continuos temblores que sacudían el
centro de Italia. Tras 45 minutos de reunión, concluyeron que no había peligro
concreto. En la noche del 6 de abril, un terremoto mató a 309 personas, hirió a
1.500, otros 65.000 se quedaron sin techo y 20.000 edificios se derrumbaron. El
casco antiguo de la ciudad sigue precintado. Entre iglesias y edificios en
ruinas, tiendas cerradas y plazas desiertas, campea una pancarta como una
lápida: "L'Aquila ha muerto". Por aquella muerte, verdadera y
metafórica, se abrió una gran investigación para depurar responsabilidades. Y
otros procesos tratan de determinar por qué fallaron las alertas. Siete
miembros de aquella asamblea de científicos están acusados de homicidio culposo
por no haber sabido evaluar la amenaza que la tierra acunaba. La pena -por dos
muertes- puede ir de año y medio a 15 años de cárcel.
El juicio contra los expertos arrancó el
20 de septiembre (la segunda sesión está fijada para el sábado) y nutre un
vivaz debate en la comunidad científica: ¿se puede condenar a alguien por no
haber previsto un fenómeno natural tan impredecible?
Los fiscales de la ciudad, que
recogieron la denuncia de los familiares de 32 víctimas del seísmo, consideran
culpables a los imputados por "impericia, negligencia" y por
"haber proporcionado informaciones falsas", según se lee en el
escrito del fiscal Fabio Picuti, que añade: "Elaboraron una estimación
totalmente aproximada, genérica e ineficaz en relación con la actividad de la
comisión y los deberes de prevención y precisión del riesgo sísmico".
En cambio, muchos científicos vislumbran
el riesgo de que la ciencia se transforme en el chivo expiatorio del dolor de
las víctimas y de la mala fe de quien construyó edificios inseguros y frágiles.
Una carta
firmada por más de 5.000 geólogos, sismólogos y expertos de todo el mundo
llegó al presidente de la República, Giorgio Napolitano: "La
responsabilidad de tomar decisiones le atañe a los administradores. La ciencia
-con todos los instrumentos de los que dispone- no puede decir con certeza si
habrá un seísmo".
"Nadie esperaba que fueran
adivinos", afirma Picuti, "sino que, por lo menos, no minimizaran la
situación". "No busco a alguien a quien echarle la culpa",
asegura Vincenzo Vittorini, que, junto a otros vecinos, inició con su denuncia
el pleito. "Pero si vas al médico porque te duele la barriga y él te dice
'no se preocupe, es algo normal', y después de un tiempo tienes consecuencias
graves, vuelves al médico y le pides explicaciones. Es lo que hace este juicio.
¿Por qué nos robaron el miedo?".
"Aquí nacemos con el terror al
terremoto bajo la piel, incrustado en los recuerdos y en nuestras
costumbres", sigue este cirujano de 48 años que vivió toda su vida en
L'Aquila, una de las zonas más sísmicas del país. Vittorini recuerda cómo,
desde niño, cada vez que la tierra temblaba en su casa se repetía el mismo
ritual: todos salían de prisa y corrían hacia la plaza cercana. Sus tres hermanos,
la madre y él dormían en el coche, mientras el padre se quedaba afuera, fumando
y charlando con los otros hombres.
La madrugada del 5 al 6 de abril,
Vittorini rompió con esa tradición. "Unos minutos antes de las once de la
noche, la tierra tembló muy fuerte [luego se supo que la sacudida tuvo una
magnitud de 3,9 en la escala Richter]. Debatí con mi mujer, Claudia, sobre qué
hacer. Me acordé de la frase que los asesores de Protección Civil habían
pronunciado pocos días antes: 'Si la tierra se mueve significa que el terremoto
está perdiendo energía y se está descargando poco a poco'. Al final decidí no
salir del piso. Cuando hubo una sacudida más leve al cabo de unas horas, mi
hija Fabrizia, de nueve años, sentenció: '¿Ves? Es cada vez más débil".
A pesar de ello, la familia se tumbó en
la cama con la ropa puesta, los tres juntos en el dormitorio del matrimonio. A
las 3.32 la tierra se sobresalta: los sismógrafos registran un temblor de
magnitud 6,3. "Recuerdo un zumbido enorme y luego todo estaba oscuro",
dice Vittorini. Su apartamento, en el tercer piso de un edificio construido a
mediados de los sesenta, se desploma; los escombros les cubren. Los bomberos
rescatan al hombre seis horas después. Claudia y Fabrizia estaban muertas.
Desde octubre de 2008, la zona sufrió
continuas sacudidas. Algunas leves, pero otras tan fuertes que alarmaron a los
vecinos. Además, el técnico de un laboratorio, Giampaolo Giuliani, iba gritando
por un megáfono desde su coche que un seísmo brutal estaba al caer. Su
predicción se basaba en las emisiones de radón de la superficie terrestre, pero
no daba fecha exacta y se equivocaba de lugar, porque ubicaba el epicentro en
Sulmona, a más de 50 kilómetros de L'Aquila. En ese clima de preocupación, se
reunió la Comisión de técnicos de Protección Civil. Los miembros no
proporcionaron datos ni estudios escritos, solo concedieron entrevistas a la
prensa. El tono era tranquilizador. Bernardo De Bernardinis, imputado y
entonces subdirector del sector técnico de Protección Civil (funcionario y no
científico) subrayó
en varias ocasiones: "En esta zona la oleada de sacudidas es algo que
no alarma. Al revés, los técnicos piensan que es una situación favorable si la
tierra descarga la energía, así el terremoto va perdiendo fuerza".
"¿Podemos entonces bebernos un buen vaso de vino?", le preguntó el
periodista. "Claro. Una botella de Montepulciano".
La carta enviada al presidente de la
República por los científicos descarga sobre otros la responsabilidad: "El
Gobierno italiano y las autoridades locales deberían educar a la población con
programas que preparan para las catástrofes y mitigar los riesgos [con
edificios resistentes], en lugar de perseguir a los científicos por no haber
hecho algo que es imposible - prever un terremoto a corto plazo-".
Sin embargo, "si nadie puede prever
un terremoto, ¿por qué ellos lo excluyeron? ¿No es eso también una
previsión?", razona Antonio Valentini, abogado de la acusación.
Los científicos están movilizados en la
Red. Ben Goldacre, autor del libro Bad science, que cada
semana lanza divertidos ataques a los enemigos de la razón desde las
columnas del diario británico The Guardian comenta en su blog, del
mismo título, la iniciativa del fiscal con el titular ¡Quema de científicos!
En otro blog, Scienzaedemocrazia, puede leerse que "los
científicos se transforman en el chivo expiatorio de los fallos de la
política". "Quién va a confiar más en los técnicos de la comisión?
¿quién les va a creer, a la hora de evaluar el riesgo de una erupción del
Vesubio y comunicárselo a la población napolitana?", se pregunta
Ferdinando Fontanella, del Gazzettino Vesuviano.
Algunos opinan que el caso de L'Aquila
podría llevar a una pérdida de credibilidad de la ciencia. Por eso, la American
Assotiation for the Avancement of Science, de Washington, definió la
acusación a los científicos como "injusta y naif", según recuerda la
revista Nature. De la misma opinión, Mario Tozzi, popular y mediático
geólogo en Italia, escribió en La Stampa: "Los terremotos no se
leen en los horóscopos". Y sigue: "¿Era posible prever el terremoto?
La respuesta es un no rotundo. En ninguna parte del mundo. Menos aún en el caso
de L'Aquila, donde no se producían señales serias e inequívocas. ¿Qué había qué
hacer? ¿Desalojar Los Abruzzos enteros? ¿Y durante cuánto tiempo? Algunos
fiscales nos inducen a pensar que los seísmos se pueden prever (y que el
problema no es, en cambio, prevenirlos construyendo bien las casas). Quizás, de
la misma manera, deberíamos prever nuestra jornada en base al horóscopo
cotidiano, que millones de ciudadanos consideran ciencia pura".
Tanta ironía no parece justificada.
"En mi comunidad murieron siete vecinos", le responde en la distancia
Vittorini. "En el otro lado de la calle, donde construyó la misma empresa,
fallecieron 21. Es obvio que no es culpa de los técnicos de la comisión si
nuestros edificios se desplomaron como castillos de arena. El 7 de octubre
estaré en el Tribunal para el juicio contra la constructora. Esta es otra
cuestión. Si la flor y la nata de los científicos italianos no hubieran
excluido la posibilidad de un seísmo, a lo mejor aquella noche habría bajado
las escaleras y dormido afuera. El enemigo llevaba meses aporreando la puerta.
Las frases tranquilizadoras nos privaron de las más instintivas medidas de
defensa".
Thomas Jordan, director del Southern
California Earthquake Center en Los Ángeles, hizo un estudio sobre L'Aquila y
consideró que los cargos contra los acusados no tienen caso. Pero sí especifica
que la gente espera "transparencia y competencia de los científicos"
y en "el caso italiano hubo un fallo de información".
"Nadie exige que los sismólogos
funcionen como un oráculo. Este juicio no abre una caza de brujas. No contesta
a la ciencia, simplemente la mala comunicación de ella", considera Nicola
Nosengo, periodista, profesor de un máster de comunicación científica y
colaborador de Nature. "Probablemente no se podrá probar que estas
32 personas estarían vivas si hubieran estado bien informadas. Pero la
iniciativa del fiscal es importante porque quiere afirmar que quien hace
evaluaciones sobre los riesgos e informa a la población tiene una
responsabilidad inmensa. Tanto si ridiculiza algo que luego ocurre como si
ondea el fantasma de una catástrofe que no llega".
"La cuestión es cómo debemos
portarnos cuando es científicamente imposible llegar a una respuesta
cierta", tercia Domenico Giardini, nuevo presidente del Instituto Nacional
de Geología y Vulcanología (INGV). Su predecesor, Enzo Bianchi, es uno de los
imputados. "Tras una reunión sobre el riesgo de terremoto, no se puede
salir diciendo: 'el resultado es 3'. La incertidumbre es difícil de comunicar a
la población. Muchas veces nos hemos sentado en el banquillo por el problema
opuesto, por haber lanzado una alarma que luego fue infundada". Porque
también existe un delito por alarmar, exagerar, causar ansiedad innecesaria.
¿Cómo se puede proteger a la población y
-a la vez- evitar que cunda el pánico? "Simplemente diciendo la
verdad", ataja Nosengo. "Lo de que el terremoto se estaba descargando
con las sacudidas que precedieron al temblor más fuerte es simplemente falso.
No sé si configura un delito de homicidio, pero sin duda es una mentira".
Para Giardini, este proceso judicial es
"una buena oportunidad para el mundo científico": "No disponemos
de protocolos ni estrategias que seguir en estos casos. A partir de ahora puede
que tengamos la ocasión de establecer reglas ciertas de actuación".
FUENTE: http://www.elpais.com/articulo/sociedad/paguen/cientificos/elpepusoc/20110930elpepisoc_1/Tes
"Lo importante no es querer
salvar sino saber salvar"
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