Como resultado de tal examen, en el mes de julio de 2004 se
envió al Autor, a través del R.P. Peter Hans Kolvenbach S.J., Prepósito General
de la Compañía de Jesús, un elenco de proposiciones erróneas o peligrosas
encontradas en los libros citados.
En el mes de marzo de 2005 el P. Jon Sobrino envió a la
Congregación una ?Respuesta al texto de la Congregación para la Doctrina de
la Fe?, la cual fue examinada en la Sesión Ordinaria del 23 de noviembre de
2005. Se constató que, aunque en algunos puntos el Autor había matizado
parcialmente su pensamiento, laRespuesta no resultaba satisfactoria, ya
que, en sustancia, permanecían los errores que habían dado lugar al envío del
elenco de proposiciones ya mencionado. Aunque la preocupación del Autor por la
suerte de los pobres es apreciable, la Congregación para la Doctrina de la Fe se
ve en la obligación de indicar que las mencionadas obras del P. Sobrino
presentan, en algunos puntos, notables discrepancias con la fe de la
Iglesia.
I. Presupuestos
metodológicos.
2. En su libro Jesucristo
liberador, el P. Jon Sobrino afirma: “La
cristología latinoamericana […] determina que su lugar, como realidad
sustancial, son los pobres de este mundo, y esta realidad es la que debe estar
presente y transir cualquier lugar categorial donde se lleva a cabo” (p.
47). Y añade: “Los pobres cuestionan dentro de la comunidad la fe
cristológica y le ofrecen su dirección fundamental” (p. 50); la “Iglesia de
los pobres es […] el lugar eclesial de la cristología, por ser una realidad configurada por los pobres”
(p. 51). “El lugar social,
es pues, el más decisivo para la fe, el más decisivo para configurar el modo de
pensar cristológico y el que
exige y facilita la ruptura epistemológica” (p. 52).
Aun reconociendo el aprecio que merece la
preocupación por los pobres y por los oprimidos, en las citadas frases, esta
“Iglesia de
los pobres” se sitúa en el puesto que corresponde al lugar teológico
fundamental, que es sólo la fe de la Iglesia; en ella encuentra la justa
colocación epistemológica cualquier otro lugar teológico.
El lugar eclesial de la cristología no puede ser la “Iglesia de
los pobres” sino la fe apostólica transmitida por la Iglesia a todas las
generaciones. El teólogo, por su vocación particular en la Iglesia, ha de tener
constantemente presente que la teología es ciencia de la fe. Otros puntos de
partida para la labor teológica correrán el riesgo de la arbitrariedad y
terminarán por desvirtuar los contenidos de la fe misma[2].
3. La falta de la atención debida a las fuentes, a
pesar de que el
Autor afirma que las considera “normativas”, dan lugar a los
problemas concretos de su teología a los que nos referiremos más adelante. En
particular, las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre la divinidad de Cristo,
su conciencia filial y el valor salvífico de su muerte, de hecho, no reciben
siempre la atención debida. En los apartados sucesivos se tratarán estas
cuestiones.
Es igualmente llamativo el modo como el Autor trata
los grandes concilios de la Iglesia antigua, que, según él, se habrían alejado
progresivamente de los contenidos del Nuevo Testamento. Así, por ejemplo, se
afirma: “Estos textos son útiles teológicamente, además de normativos,
pero son también limitados y aun peligrosos, como hoy se reconoce sin
dificultad” (La fe, 405-406).
De hecho hay que reconocer el carácter limitado de las fórmulas dogmáticas, que no expresan
ni pueden expresar todo lo que se contiene en los misterios de la fe, y deben
ser interpretadas a la luz de
la Sagrada Escritura y la
Tradición. Pero no tiene ningún fundamento hablar de la peligrosidad
de dichas fórmulas, al ser interpretaciones auténticas del dato revelado.
El desarrollo dogmático de los primeros siglos de la
Iglesia, incluidos los grandes concilios, es considerado por el P. Sobrino como
ambiguo y también negativo. No niega el carácter normativo de las formulaciones
dogmáticas, pero, en conjunto, no les reconoce valor más que en el ámbito
cultural en que nacieron. No tiene en cuenta el hecho de que el sujeto transtemporal de la fe es la Iglesia creyente y
que los pronunciamientos de los primeros concilios han sido aceptados y vividos
por toda la comunidad eclesial. La Iglesia sigue profesando el Credo que surgió
de los Concilios de Nicea (año 325) y de Constantinopla (año 381). Los primeros
cuatro concilios ecuménicos son aceptados por la gran mayoría de las Iglesias y
comunidades eclesiales de oriente y occidente. Si usaron los términos y los
conceptos de la cultura de
su tiempo no fue por adaptarse a ella; los concilios no
significaron una helenización del Cristianismo, sino más bien lo contrario. Con
la inculturación del mensaje cristiano la misma cultura griega sufrió una
trasformación desde dentro y pudo convertirse en instrumento para la expresión
y la defensa de la verdad bíblica.
II. La divinidad de
Jesucristo.
4. Diversas
afirmaciones del Autor tienden a disminuir el alcance de los pasajes del Nuevo
Testamento que afirman que Jesús es Dios:“Jesús está íntimamente ligado a
Dios, con lo cual su realidad habrá que expresarla de alguna forma como
realidad que es de Dios (cf. Jn 20,28)” (La fe,
216). En referencia a Jn 1,1 se
afirma: “Con el texto de Juan […] de ese logos no se dice todavía, en sentido estricto, que sea Dios
(consustancial al Padre), pero de él se afirma algo que será muy importante
para llegar a esta conclusión, su preexistencia,
la cual no connota algo puramente temporal, sino que dice relación
con la creación y relaciona al logos con
la acción específica de la divinidad” (Lafe,
469). Según el Autor en el Nuevo Testamento no se afirma claramente la divinidad
de Jesús, sino que sólo se establecen los presupuestos para ello: “En el
Nuevo Testamento […] hay expresiones que, en germen, llevarán a la
confesión de fe en la divinidad de Jesús” (La fe, 468-469). “En los comienzos no se habló de
Jesús como Dios ni menos de la divinidad de Jesús, lo cual sólo acaeció
tras mucho tiempo de
explicación creyente, casi con toda probabilidad después de la caída de
Jerusalén” (La fe, 214).
Sostener que en Jn
20,28 se afirma que Jesús es “de Dios”
es un error evidente, en cuanto en este pasaje se le llama “Señor”
y “Dios”. Igualmente, en Jn
1,1 se dice que el Logos es Dios. En otros muchos textos se habla de Jesús como
Hijo y como Señor[3].
La divinidad de Jesús ha sido objeto de la fe de la Iglesia desde el comienzo,
mucho antes de que en el Concilio de Nicea se proclamara su consustancialidad
con el Padre. El hecho de que no se use este término no significa que no se
afirme la divinidad de Jesús en sentido estricto, al contrario de lo que el Autor parece
insinuar.
Con sus aserciones de que la divinidad de Jesús ha
sido afirmada sólo después de
mucho tiempo de reflexión creyente y que en el Nuevo
Testamento se halla solamente “en germen”, el Autor evidentemente
tampoco la niega, pero no la afirma con la debida claridad y da pie a la
sospecha de que el
desarrollo dogmático, que reviste según él características ambiguas, ha llegado
a esta formulación sin una continuidad clara con el Nuevo Testamento.
Pero la divinidad de Jesús, está claramente
atestiguada en los pasajes del Nuevo Testamento a que nos hemos referido. Las
numerosas declaraciones conciliares en este sentido[4]
se encuentran en continuidad con cuanto en el Nuevo Testamento se afirma de
manera explícita y no solamente “en germen”. La confesión de la
divinidad de Jesucristo es un punto absolutamente esencial de la fe de la
Iglesia desde sus orígenes y se halla atestiguada desde el Nuevo Testamento.
III. La encarnación
del Hijo de Dios.
5. Escribe el P. Sobrino: “Desde una
perspectiva dogmática debe afirmarse, y con toda radicalidad, que el Hijo (la
segunda persona de la Trinidad) asume toda la realidad de Jesús, y aunque la
fórmula dogmática nunca explica el hecho de ese ser afectado por lo humano, la
tesis es radical. El
Hijo experimenta la humanidad, la vida, el destino y la muerte de Jesús”
(Jesucristo, 308).
En este pasaje el Autor establece una distinción
entre el Hijo y Jesús que sugiere al lector la presencia de dos sujetos en
Cristo: el Hijo asume la realidad de Jesús; el Hijo experimenta la humanidad,
la vida, el destino y la muerte de Jesús. No resulta claro que el Hijo es Jesús
y que Jesús es el Hijo. En el tenor literal de estas frases, el P. Sobrino
refleja la llamada teología del homo
assumptus, que resulta incompatible con la fe católica, que afirma
la unidad de la persona de Jesucristo en las dos naturalezas, divina y humana,
según las formulaciones de los Concilios de Éfeso[5]
y sobre todo de Calcedonia, que afirma: “...enseñamos que hay que
confesar a un solo y mismo Hijo y Señor nuestro Jesucristo: perfecto en la
divinidad y perfecto en la humanidad; verdaderamente Dios y verdaderamente
hombre de alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre según la
divinidad, y consustancial con nosotros según la humanidad, en todo semejante a
nosotros excepto en el pecado (cf. Heb
4,15), engendrado del Padre antes de los siglos según la divinidad, y en los
últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen,
la madre de
Dios, según la humanidad; que se ha de reconocer a un solo y mismo Cristo
Señor, Hijo unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin
división, sin separación”[6].
De igual modo se expresó el Papa Pío XII en la encíclica Sempiternus Rex:
“…el Concilio de Calcedonia, en perfecto acuerdo con el de Éfeso, afirma claramente que
una y otra naturaleza de nuestro Redentor concurren «en una sola persona y
subsistencia», y prohíbe poner en Cristo dos individuos, de modo que se pusiera
junto al Verbo un cierto «hombre asumido», dueño de su total autonomía”[7].
6. Otra
dificultad en la visión cristológica del P. Sobrino deriva de su insuficiente
comprensión de la communicatio idiomatum. En efecto, según él, “la
comprensión adecuada de la communicatio
idiomatum”sería la siguiente:
“lo humano limitado se predica de Dios, pero lo divino
ilimitado no se predica de Jesús” (La fe, 408; cf. 500).
En realidad, la unidad de la persona de Cristo
“en dos naturalezas”, afirmada por el Concilio de Calcedonia, tiene
como consecuencia inmediata la llamada communicatio
idiomatum, es decir, la posibilidad de referir las propiedades de la
divinidad a la humanidad y viceversa. En virtud de esta posibilidad ya el
Concilio de Éfeso definió que María era theotókos:
“Si alguno no confiesa que el Emmanuel es en verdad Dios y que por eso la santa Virgen es madre de Dios, pues dio a luz según
la carne al Verbo de Dios hecho carne, sea anatema”[8]. “Si alguno atribuye a dos personas o
a dos hipóstasis las expresiones contenidas en los escritos evangélicos y
apostólicos, o dichas sobre Cristo por los santos o por él mismo sobre sí
mismo, y unas las atribuye al hombre, considerado propiamente como distinto del
Verbo de Dios, y otras, como dignas de Dios, al solo Verbo de Dios Padre, sea
anatema”[9].
Como fácilmente se deduce de estos textos la “comunicación de
idiomas” se aplica en los dos sentidos, lo humano se predica de Dios y lo
divino del hombre. Ya el Nuevo Testamento afirma que Jesús es Señor[10],
y que todas las cosas han sido creadas por medio de él[11]. En el lenguaje cristiano es
posible decir, y se dice por ejemplo, que Jesús es Dios, que es creador y
omnipotente. Y el Concilio de Éfeso sancionó el uso de llamar a María madre de Dios. No es por tanto
correcto decir que no se predica de Jesús lo divino ilimitado. Esta afirmación
del Autor sería comprensible solamente en el contexto de la cristología del homo assumptus
en la que no resulta clara la unidad de la persona de Jesús: es evidente que no
se podrían predicar de una persona humana los atributos divinos. Pero esta
cristología no es en absoluto compatible con la enseñanza de los Concilios de
Éfeso y Calcedonia sobre la unidad de la persona en dos naturalezas. La
comprensión de la communicatio idiomatum
que el Autor presenta revela por tanto una concepción errónea del misterio de
la encarnación y de la unidad de la persona de Jesucristo.
IV. Jesucristo y el
Reino de Dios
7. El P.
Sobrino desarrolla una visión peculiar acerca de la relación entre Jesús y el
Reino de Dios. Se trata de un punto de especial interés en sus obras. Según el
Autor, la persona de Jesús, como mediador, no se puede absolutizar, sino que se
ha de contemplar en su relacionalidad hacia el Reino de Dios, que es
evidentemente considerado algo distinto de Jesús mismo: “Esta
relacionalidad histórica la analizaremos después en detalle, pero digamos ahora
que este recordatorio es importante […] cuando se absolutiza al mediador
Cristo y se ignora su relacionalidad constitutiva hacia la mediación, el reino
de Dios” (Jesucristo, 32).
“Ante todo, hay que distinguir entre mediador y mediación de Dios. El reino de Dios,
formalmente hablando, no es otra cosa que la realización de la voluntad de Dios
para este mundo, a lo cual llamamos mediación.
A esa mediación […] está asociada una persona (o grupo) que la anuncia e
inicia, y a ello llamamos mediador.
En este sentido puede y debe decirse que, según la fe, ya ha aparecido el
mediador definitivo, último y escatológico del reino de Dios, Jesús […].
Desde esta perspectiva pueden entenderse también las bellas palabras de
Orígenes al llamar a Cristo la autobasileia
de Dios, el reino de Dios en persona, palabras importantes que
describen bien la ultimidad del mediador personal del reino, pero peligrosas si
adecúan a Cristo con la realidad del reino” (Jesucristo, 147).
“Mediador y mediación se relacionan, pues, esencialmente, pero no son lo
mismo. Siempre hay un Moisés y una tierra prometida, un Monseñor Romero y una
justicia anhelada. Ambas cosas, juntas, expresan la totalidad de la voluntad de
Dios, pero no son lo mismo” (Jesucristo, 147). Por otra parte la
condición de mediador de Jesús le viene sólo de su humanidad: “La
posibilidad de ser mediador no le viene, pues, a Cristo de una realidad añadida a lo humano sino que le viene del
ejercicio de lo humano” (La fe, 253).
El Autor afirma ciertamente la existencia de una
relación especial entre Jesucristo (mediador)
y el Reino de Dios (mediación),
en cuanto Jesús es el mediador definitivo, último y escatológico del Reino.
Pero en los pasajes citados, Jesús y el Reino se distinguen de tal manera que
el vínculo entre ambos resulta privado de su contenido peculiar y de su
singularidad. No se explica correctamente el nexo esencial existente entre el mediador y lamediación, por usar sus mismas palabras. Además, al
afirmarse que la posibilidad de ser mediador le viene a Cristo del ejercicio de
lo humano se excluye que su condición de Hijo de Dios tenga relevancia para su
misión mediadora.
No es suficiente hablar de una conexión íntima o de
una relación constitutiva entre Jesús y el Reino o de una “ultimidad del
mediador”, si éste nos remite a algo que es distinto de él mismo.
Jesucristo y el Reino en un cierto sentido se identifican: en la persona de Jesús el Reino ya se ha
hecho presente. Esta identidad ha sido puesta de relieve desde la época
patrística[12].
El Papa Juan Pablo II afirma en la encíclica Redemptoris Missio: “La predicación de la Iglesia
primitiva se ha centrado en el anuncio de Jesucristo, con el que se identifica
el Reino de Dios”[13].
“Cristo no solamente ha anunciado el Reino, sino que en él el Reino mismo
se ha hecho presente y se ha cumplido”[14]. “El Reino de Dios no
es un concepto, una doctrina, un programa […], sino que es ante todo una persona que tiene el rostro y el
nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible. Si se separa el Reino de
Jesús ya no se tiene el Reino de Dios revelado por él”[15].
Por otra parte la singularidad y unicidad de la
mediación de Cristo ha sido siempre afirmada en la Iglesia. Gracias
a su condición de “Hijo unigénito de Dios”, es la
“autorevelación definitiva de Dios”[16].
Por ello su mediación es única, singular, universal e insuperable:
“…se puede y se debe decir que Jesucristo tiene, para el género
humano y su historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él
propio, exclusivo, universal y absoluto. Jesús es, en efecto, el Verbo de Dios
hecho hombre para la salvación de todos”[17].
V. La autoconciencia
de Jesucristo.
8. El P.
Sobrino afirma, citando a L. Boff, que “Jesús fue un extraordinario
creyente y tuvo fe. La fe fue el modo de existir de Jesús” (Jesucristo,
203). Y por su cuenta añade: “Esta fe describe la totalidad de
la vida de Jesús” (Jesucristo, 206). El Autor justifica su
posición aduciendo al texto de Heb
12,2: “En forma lapidaria la carta [a los Hebreos] dice con una claridad
que no tiene paralelo en el Nuevo Testamento que Jesús se relacionó con el
misterio de Dios en la fe.
Jesús es el que ha vivido originariamente y en plenitud la fe
(12,2)” (La fe, 256).
Añade todavía: “Por lo que toca a la fe, Jesús es presentado, en vida,
como un creyente como nosotros, hermano en lo teologal, pues no se le ahorró el
tener que pasar por ella. Pero es presentado también como hermano mayor, porque
vivió la fe originariamente y en plenitud (12,2). Y es el modelo, aquel en
quien debemos tener los ojos fijos para vivir nuestra propia fe” (La fe,258).
La relación filial de Jesús con el Padre, en su
singularidad irrepetible no aparece con claridad en los pasajes citados; más
aún, estas afirmaciones llevan más bien a excluirla. Considerando el conjunto
del Nuevo Testamento no se puede sostener que Jesús sea “un creyente como
nosotros”. En el evangelio de Juan se habla de la “visión”
del Padre por parte de Jesús: “Aquel que ha venido de Dios, éste ha visto
al Padre”[18].
Igualmente la intimidad única y singular de Jesús con el Padre se encuentra
atestiguada en los evangelios sinópticos[19].
La conciencia filial y mesiánica de Jesús es la
consecuencia directa de su ontología de Hijo de Dios hecho hombre. Si Jesús
fuera un creyente como nosotros, aunque de manera ejemplar, no podría ser el
revelador verdadero que nos muestra el rostro del Padre. Son evidentes las
conexiones de este punto con cuanto se ha dicho en el n. IV sobre la relación
de Jesús con el Reino, y se dirá a continuación en el n. VI sobre el valor
salvífico que Jesús atribuyó a su muerte. En la reflexión del Autor desaparece de hecho el carácter único
de la mediación y de la revelación de Jesús, que de esta manera queda reducido
a la condición de revelador que podemos atribuir a los profetas o a los
místicos.
Jesús, el Hijo de Dios hecho carne, goza de un
conocimiento íntimo e inmediato de su Padre, de una “visión”, que
ciertamente va más allá de la
fe. La unión hipostática y su misión de revelación y
redención requieren la visión del Padre y el conocimiento de su plan de
salvación. Es lo que indican los textos evangélicos ya citados.
Esta doctrina ha sido expresada en diversos textos
magisteriales de los últimos tiempos: “Aquel amorosísimo conocimiento que
desde el primer momento de su encarnación tuvo de nosotros el Redentor
divino, está por encima de
todo el alcance escrutador de la mente humana; toda vez que,
en virtud de aquella visión beatífica de que gozó apenas acogido en el seno de
la madre de
Dios”[20].
Con una terminología algo diversa insiste también en
la visión del Padre el Papa Juan Pablo II: “Fija [Jesús] sus ojos en el
Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de
Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del
pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora
profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor”[21].
También el Catecismo
de la Iglesia
Católica habla del conocimiento inmediato que
Jesús tiene del Padre: “Es ante todo el caso del conocimiento íntimo e
inmediato que el Hijo de Dios hecho hombre tiene de su Padre”[22]. “El conocimiento
humano de Cristo, por su unión con la Sabiduría divina en la persona del Verbo
encarnado gozaba de la plenitud de la ciencia de los designios eternos que
había venido a revelar”[23].
La relación de Jesús con Dios no se expresa
correctamente diciendo que era un creyente como nosotros. Al contrario, es
precisamente la intimidad y el conocimiento directo e inmediato que él tiene
del Padre lo que le permite revelar a los hombres el misterio del amor divino.
Sólo así nos puede introducir en él.
VI. El valor
salvífico de la muerte de Jesús.
9. Algunas
afirmaciones del P. Sobrino hacen pensar que, según él, Jesús no ha atribuido a
su muerte un valor salvífico: “Digamos desde el principio que el Jesús
histórico no interpretó su muerte de manera salvífica, según los modelos
soteriólogicos que, después, elaboró el Nuevo Testamento: sacrificio
expiatorio, satisfacción vicaria […]. En otras palabras, no hay datos
para pensar que Jesús otorgara un sentido absoluto trascendente a su propia
muerte, como hizo después el Nuevo Testamento” (Jesucristo,
261). “En los textos evangélicos no se puede encontrar inequívocamente el
significado que Jesús otorgó a su propia muerte” (ibidem). “…puede decirse que
Jesús va a la muerte con confianza y la ve como último acto de servicio, más
bien a la manera de ejemplo eficaz y motivante para otros que a la manera de
mecanismo de salvación para otros. Ser fiel hasta el final, eso es ser
humano” (Jesucristo,263).
En un primer momento la afirmación del Autor parece
limitada, en el sentido de que Jesús no habría atribuido un valor salvífico a
su muerte con las categorías que después usó el Nuevo Testamento. Pero después
se afirma que no hay datos para pensar que Jesús otorgara un sentido absoluto
trascendente a su propia muerte. Se dice sólo que va a la muerte con confianza
y le atribuye un valor de ejemplo motivante para otros. De esta manera los
numerosos pasajes del Nuevo Testamento que hablan del valor salvífico de la muerte
de Cristo[24]
resultan privados de toda conexión con la conciencia de Cristo durante su vida
mortal. No se toman debidamente en consideración los pasajes evangélicos en los
que Jesús atribuye a su muerte un significado en orden a la salvación; en
particular Mc 10,45[25]:
“el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su
vida como rescate por muchos”; y las palabras de la institución de la
eucaristía: “Ésta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por
muchos”[26].
De nuevo aparece aquí la dificultad a la que antes se ha hecho mención en
cuanto al uso que el P. Sobrino hace del Nuevo Testamento. Los datos
neotestamentarios ceden el paso a una hipotética reconstrucción histórica, que
es errónea.
10. Pero
el problema no se reduce a la conciencia con la que Jesús habría
afrontado su muerte y al significado que él le habría dado. El P. Sobrino
expone también su punto de vista respecto al significado soteriológico que se
debe atribuir a la muerte de Cristo: “Lo salvífico consiste en que ha
aparecido sobre la tierra lo que Dios quiere que sea el ser humano […].
El Jesús fiel hasta la cruz es salvación, entonces, al menos en este sentido:
es revelación del homo verus, es
decir, de un ser humano en el que resultaría que se cumplen tácticamente las
características de una verdadera naturaleza humana […]. El hecho mismo de
que se haya revelado lo humano verdadero contra toda expectativa, es ya buena
noticia, y por ello, es ya en sí mismo salvación […]. Según esto, la cruz
de Jesús como culminación de toda su vida puede ser comprendida salvíficamente.
Esta eficacia salvífica se muestra más bien a la manera de la causa ejemplar
que de la causa eficiente. Pero no quita esto que no sea eficaz […]. No
se trata pues de causalidad eficiente, sino de causalidad ejemplar” (Jesucristo,
293-294).
Por supuesto, hay que conceder todo su valor a la
eficacia del ejemplo de Cristo, que el Nuevo Testamento menciona explícitamente[27].
Es una dimensión de la soteriología que no se debe olvidar. Pero no se puede
reducir la eficacia de la muerte de Jesús al ejemplo, o, según las palabras del
Autor, a la aparición del homo verus,
fiel a Dios hasta la cruz.
El P. Sobrino usa en el texto citado expresiones como
“al menos” y “más bien”, que parecen dejar abierta la
puerta a otras consideraciones. Pero al final esta puerta se cierra con una
explícita negación: no se trata de causalidad eficiente, sino de causalidad
ejemplar. La redención parece reducirse a la aparición del homo verus,
manifestado en la fidelidad hasta la muerte. La muerte de
Cristo es exemplum y no sacramentum (don). La redención se reduce
al moralismo. Las dificultades cristológicas notadas ya en relación con el
misterio de la encarnación y la relación con el Reino afloran aquí de nuevo.
Sólo la humanidad entra en juego, no el Hijo de Dios hecho hombre por nosotros
y por nuestra salvación. Las afirmaciones del Nuevo Testamento y de la Tradición
y el Magisterio de la Iglesia sobre la eficacia de la redención y de la
salvación operadas por Cristo no pueden reducirse al buen ejemplo que éste nos
ha dado. El misterio de la encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo, el
Hijo de Dios hecho hombre, es la fuente única e inagotable de la redención de
la humanidad, que se hace eficaz en la Iglesia mediante los sacramentos.
Afirma el Concilio de Trento en el Decreto sobre la
justificación: “…el Padre celestial, «Padre de la misericordia y
Dios de toda consolación» (2 Cor
1,3), cuando llegó la bienaventurada «plenitud de los tiempos» (Ef 1,10;Gál
4,4) envió a los hombres a su Hijo Cristo Jesús […], tanto para redimir a
los judíos «que estaban bajo la ley» (Gál
4,5) como para que «las naciones que no seguían la justicia, aprehendieran la
justicia» (Rom 9,30) y todos
«recibieran la adopción de hijos» (Gál
4,5). A éste «propuso Dios como propiciador por la fe en su sangre» (Rom 3,25), «por nuestros pecados, y no
sólo por los nuestros sino por los de todo el mundo» (1jn
2,2)”[28].
Se afirma en el mismo decreto que la causa meritoria
de la justificación es Jesús, Hijo unigénito de Dios, “el cual, «cuando
éramos enemigos» (Rom 5,10), «por
la excesiva caridad con que nos amó» (Ef
2,4) nos mereció la justificación con su santísima pasión en el leño de la
cruz, y satisfizo por nosotros a Dios Padre”[29].
El Concilio Vaticano II enseña: “El Hijo de
Dios, en la naturaleza humana que unió a sí, venciendo la muerte con su muerte
y resurrección, redimió al hombre y lo transformó en una criatura nueva (cf. Gál 6,15; 2Cor
5,17). A sus hermanos, convocados de entre todas las gentes, los constituyó
místicamente como su cuerpo, comunicándoles su Espíritu. La vida de Cristo en
este cuerpo se comunica a los creyentes, que se unen misteriosa y realmente a
Cristo que ha padecido y ha sido glorificado por medio de los
sacramentos”[30].
El Catecismo de la Iglesia Católica indica
a su vez: “Este designio divino de salvación por la muerte del Siervo, el
Justo, había sido anunciado previamente en las Escrituras como misterio de
Redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la
esclavitud del pecado. San Pablo confiesa, en una profesión de fe que dice
haber «recibido, que Cristo murió por nuestros pecados según las
Escrituras» (1 Cor
15,3). La muerte redentora de Jesús cumple en particular la profecía del Siervo
sufriente. Jesús mismo ha presentado el sentido de su vida y de su muerte a la
luz del Siervo sufriente”[31].
Conclusión
11. La
teología nace de la obediencia al impulso de la verdad que tiende a comunicarse
y del amor que desea conocer cada vez mejor a aquel que ama, Dios mismo, cuya
bondad hemos reconocido en el acto de fe[32].
Por eso, la reflexión teológica no
puede tener otra matriz que la fe de la Iglesia. Solamente
a partir de la fe eclesial, el teólogo puede adquirir, en comunión con el
Magisterio, una inteligencia más profunda de la palabra de Dios contenida en la
Escritura y transmitida por la Tradición viva de la Iglesia[33].
La verdad revelada por Dios mismo en Jesucristo, y
transmitida por la Iglesia, constituye, pues,
el principio normativo último de la teología[34],
y ninguna otra instancia puede superarla. En su referencia a este manantial
perenne, la teología es fuente de auténtica novedad y luz para los hombres de
buena voluntad. Por este motivo la investigación teológica dará frutos tanto
más abundantes y maduros, para el bien de todo el pueblo de Dios y de toda la humanidad,
cuanto más se inserte en la corriente viva que, gracias a la acción del
Espíritu Santo, procede de los apóstoles y que ha sido enriquecida con la
reflexión creyente de las generaciones
que nos han precedido. Es el Espíritu Santo quién introduce a la Iglesia en la
plenitud de la verdad[35],
y sólo en la docilidad a este “don de lo alto” la teología es
realmente eclesial y está al servicio
de la verdad.
El fin de la presente Notificación es,
precisamente, hacer notar a todos los fieles la fecundidad de una reflexión
teológica que no teme desarrollarse dentro del flujo vital de la Tradición eclesial.
El Sumo Pontífice
Benedicto XVI, durante la Audiencia concedida al suscrito Cardenal Prefecto el
13 de octubre de 2006, ha
aprobado la
presente Notificación,
decidida en la Sesión
Ordinaria del Dicasterio, y ha ordenado que sea publicada.
Dado en Roma, en la sede de la Congregación para la
Doctrina de la Fe, el 26 de noviembre de 2006, Fiesta de N. S. Jesucristo Rey
del Universo.
William Cardenal
Levada
Prefecto
Angelo Amato, S.D.B.
Arzobispo titular de Sila
Secretario
[1] Cf. p. ej.
infra el n. 6.
[2] Cf. Conc. Vaticano II, Decr.
Optatam Totius, 16; Juan
Pablo II, Carta Enc.
Fides et Ratio, 65: AAS 91 (1999), 5-88.
[3] Cf.
1Tes 1,10;
Flp 2,5-11;
1Cor 12,3;
Rom 1,3-4; 10,9;
Col 2,9, etc.
[4] Cf. los Concilios de Nicea, DH 125; Constantinopla, DH 150;
Éfeso, DH 250-263; Calcedonia DH 301-302.
[7] Pío XII, Carta Enc.
Sempiternus Rex: AAS 43 (1951),
638; DH 3905.
[8] Conc. de Éfeso,
Anathematismi Cyrilli Alex., DH
252.
[10] 1Cor 12,3;
Flp 2,11.
[12] Cf. Orígenes,
In Mt. Hom., 14,7; Tertuliano,
Adv.
Marcionem, IV 8; Hilario de Poitiers,
Com.
in Mt.
12,17.
[13] Juan Pablo II, Carta Enc.
Redemptoris Missio, 16:
AAS 83 (1991), 249-340.
[17] Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración
Dominus Iesus, 15: AAS 92 (2000), 742-765.
[18] Jn 6,46; cf. también
Jn 1,18.
[19] Cf.
Mt 11,25-27;
Lc 10,21-22.
[20] Pío XII, Carta Enc.
Mystici Corporis, 75: AAS 35
(1943) 230; DH 3812.
[21] Juan
Pablo II, Carta Apost.
Novo Millennio
Ineunte, 26: AAS 93 (2001), 266-309.
[22] Catecismo de la Iglesia Católica, 473.
[23] Catecismo de la Iglesia Católica, 474.
[24] Cf. p. ej.
Rom 3,25;
2Cor 5,21;
1Jn
2,2, etc.
[26] Mc 14,24; cf.
Mt 26,28;
Lc
22,20.
[27] Cf.
Jn 13,15;
1Pe 2,21.
[28] Conc. Di Trento, Decr.
De juistificatione, DH
1522.
[29] Ibidem, DH 1529, cf. DH 1560.
[30] Conc. Vaticano II, Const. Dogm.
Lumen Gentium,
7
[31] Catecismo de la Iglesia Católica, 601.
[32] Congregación para la Doctrina de la Fe, Instr.
Donum
veritatis, 7: AAS 82 (1990), 1550-1570.
[35]Cf.
Jn 16,13.
Fecha publicación:
2007-03-14
Nota explicativa a
propósito de la Notificación sobre las obras del P. Jon Sobrino s.j.
CARTA DE JON SOBRINO AL P. GENERAL DE LOS JESUITAS
Jon
Sobrino conoció a través de su superior general la Notificatio de la Congregación
de la fe, para la que se le pedía una adhesión sin reservas. En esta carta
explica por qué no puede hacerlo. La publicamos (excepto algún párrafo que el
autor ha querido rservarse) a la espera de poder hacer público también el texto
oficial del documento vaticano.
Querido P. Kolvenbach:
Ante todo le agradezco la carta que me escribió el 20 de noviembre y todas las
gestiones que ha hecho para defender mis escritos y mi persona.
Ahora
me dice el P. Idiáquez que le escriba a usted sobre mi postura ante la
notificatio y las razones por las que no me adhiero -“sin
reservas”, dice usted en su carta- a ellas. En un breve texto posterior
expondré mi reacción ante la notificatio, pues, como usted dice, lo normal es
que la noticia aparezca en los medios y que los colegas de la teología esperen
una palabra mía.
1. La razón fundamental.
La
razón fundamental es la
siguiente. Un buen número de teólogos han leído mis dos
libros antes de que fuese publicado el texto de la Congregación
de la fe de 2004. Varios de ellos leyeron también el texto de la Congregación. Su
juicio unánime es que en mis dos libros no hay nada que no sea compatible con
la fe de la Iglesia.
El
primer libro, Jesucristo liberador. Lectura histórico-teológica de Jesús de
Nazaret, fue publicado en español en 1991, hace 15 años,y ha sido traducido al
portugués, inglés, alemán e italiano. La traducción portuguesa tiene el imprimatur
del Cadenal Arns, del 4 de diciembre de 1992. Que yo sepa ninguna recensión o
comentario teológico oral cuestionó mi doctrina.
El
texto del segundo libro, La fe en Jesucristo. Ensayo desde las víctimas, fue
publicado en 1999, hace siete años, y ha sido tradcido al portugués, inglés e
italiano. Fue examinado muy cuidadosamente, antes de su publicación, por varios
teólogos, en algunos casos por encargo del P. Provincial, Adán
Cuadra, y en otros a petición mía. Son los PP. J. I. González Faus, J. Vives y
X. Alegre, de San Cugat; el P. Carlo Palacio, de Bello Horizonte; el Pbro.
Gesteira, de Comillas; el Pbro. Javier Vitoria, de Deusto; el P. Martin Maier,
de Stimmen der Zeit. Varios de ellos son expertos en teología dogmática. Uno,
en exégesis. Y otro, en patrística.
Recientemente,
el P. Sesboué, a petición de Martin Maier, el año 2005 tuvo la gentileza de leer el segundo libro, La
fe en Jesucristo, conociendo también, según entiendo, el texto de la Congregación
de la fe de 2004. El
P. Maier le pidió que se fijase si había algo en mi libro contra la fe de la Iglesia. Su respuesta
de 15 páginas en conjunto es laudatoria para el libro. Y no encontró nada
criticable desde el punto de vista de la fe. Sólo encontró un error, que él llama técnico,
no doctrinal. “Mon intention est de montrer le centre de gravité de
l’ouvrage et combien il prend au serieux les affirmations conciliares,
comme les titres de Crist dans le N.T. Je n’ai trouvè qu’une
erreure réelle, s’est son interpretation de la communication des idiomes,
mais c’este une errer technique en non doctrinale“. (Afirmo desde
ahora que no tengo ningún inconveniente en esclarecer, en la medida de mis
posibilidades, ese error técnico).
Sobre
el modo de analizar mi texto por parte de la congregación dice lo siguiente:
“Je
n’ai pas voulu répondre avec trop de précision au document de la CDF qui vise aussi le premier
livre de Sobrino et me paraît tellement exagéré qu’il est sans valeur. Talleyrand
avait ce mot: “Ce qui est exagéré est insignifiant!”. Avec cette
méthode délibérément soupçonneuse je peux lire bien des hérésies dans les
encycliques de J.P. II! J’en ai tout de même tenu compte dans mon
évaluation. J’ai voulu dire que ce livre me paraît plus rigoureux
dans ses formulations que le précédent. J’ai aussi cité des textes de la
tradition, ou contemporains, ou même des papes qui vont dans le sens de Sobrino
(en cela je suis la méthode de la
CDF!).
Entregué
una copia del texto del P. Sesboué al P. Idiáquez y al P. Valentìn Menéndez.
Todos
estos teólogos son buenos conocedores del tema cristológico, al nivel teológico
y doctrinal. Son personas responsables. Se han fijado explícitamente en
posibles errores doctrinales míos. Son respetuosos de la Iglesia. Y no han
hallado errores doctrinales ni afirmaciones peligrosas. Entonces no puedo
comprender cómo la notificatio lee mis textos de manera tan distinta y aun
contraria.
Esta
es la primera y fundamental razón para no suscribir la notificatio: “no
me siento representado en absoluto en el juicio global de la notificatio”.
Por ello no me parece honrado suscribirla. Y además, sería una falta de respeto
a los teólogos mencionados.
2. 30 años de relaciones con la jerarquía
El
documento de 2004 y la notificatio no son una total sorpresa. Desde 1975 he
tenido que contestar a la Congregación para la Educación
católica, bajo el cardenal Garrone, en 1976, y a la Congregación
de la Fe, primero
bajo el cardenal Seper y después, varias veces, bajo el Cardenal Ratzinger. El
P. Arrupe, sobre todo, pero también el P. Vincent O’keefe, como vicario
general, y el P. Paolo Dezza, como delegado papal, siempre me animaron a
responder con honradez, fidelidad y humildad. Me agradecieron mi buena
disposición a responder y me daban a entender que el modo de proceder las
curias vaticanas no siempre se distinguía por ser honrado y muy evangélico. Mi
experiencia, pues, viene de lejos. Y usted conoce lo que ha ocurrido en los
años de su generalato.
Lo
que quiero añadir ahora es que no sólo he tenido serias advertencias y
acusaciones de esas congregaciones, sobre todo la de la fe, sino que desde muy
pronto se creó un ambiente en el Vaticano, en varias curias diocesanas y entre
varios obispos, en contra de mi teología -y en general, contra la teología de la liberación. Se
generó un ambiente en contra de mi teología, a priori, sin necesidad de leer
muchas veces mis escritos. Son 30 largos años de historia. Sólo voy a mencionar
algunos hechos significativos. Lo hago no porque ésa sea una razón fundamental
para suscribir la notificatio, sino para comprender la situación en que estamos
y qué difícil es, al menos para mí, y aun poniendo lo mejor de mi parte, tratar
honrada, humana y evangélicamente, el problema. Y para ser sincero, aunque ya
he dicho que no es una razón para no adherirme a la notificatio, siento que no
es ético para mí “aprobar o apoyar” con mi firma un modo de
proceder poco evangélico, que tiene dimensiones estructurales, en uena medida,
y que está bastante extendido. Pienso que avalar esos procedimientos para nada
ayuda a la Iglesia
de Jesús, ni a presentar el rostro de Dios en nuestro mundo, ni a animar al
seguimiento de Jesús, ni a la “lucha crucial de nuestro tiempo”,
la fe y la justicia. Lo
digo con gran modestia.
Algunos
hechos del ambiente generalizado que se ha generado contra mi teología, más
allá de las acusaciones de las congregaciones, son los siguientes.
Monseñor
Romero escribe en su Diario el día 3 de mayo de 1979: “Visité al P. López
Gall… Me dijo con sencillez de amigo el juicio negativo que se tiene en algunos
sectores para con los escritos teológicos de Jon Sobrino”. Por lo que
toca a Monseñor Romero, pocos meses después me pidió que le escribiera el
discurso que pronunció en la
Universidad de
Lovaina el 2 de febrero de 1980 -en 1977 ya había redactado
para él la segunda carta pastoral “La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia”.
Escribí el discurso de Lovaina. Le pareció muy bien, lo leyó íntegramente y me
lo agradeció.
Antes
de su cambio como obispo, Monseñor me había acusado de peligros doctrinales, lo
que muestra que sabía moverse en esa problemática (también escribió un juicio
crítico contra la
“Teología Política” de Ellacuría en 1974). Pero
después, nunca me avisó de tales peligros. Creo que mi teología le parecía
correcta doctrinalmente -al menos en lo sustancial. (Sé muy bien que en el
Vaticano un problema para su canonización ha sido mi posible influjo en sus
escritos y homilías. Escribí un texto de unas 20 páginas sobre ellos. Y lo
firmé).
Cuando
Alfonso López Trujillo fue nombrado cardenal, dijo poco después en un grupo,
más o menos públicamente, que iba a acabar con Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff, Ronaldo
Muñoz y Jon Sobrino. Así me lo contaron, y me parece muy verosímil. Las
historias de López Trujillo con el P. Ellacuría -con Monseñor Romero, sobre
todo- y conmigo son interminables. Continúan hasta el día de hoy. Y empezaron
pronto. Creo que en 1976 o 1977 habló en contra de la teología de Ellacuría y
de la mía en una reunión de la Conferencia Episcopal de El Salvador, a cuya
reunión se autoinvitó. Después, en carta a Ellacuría, negó tajantemente que
hubiera hablado de él y de mí en dicha conferencia. Pero nosotros teníamos el
testimonio, de primera mano, de Mons. Rivera, quien estuvo presente en la
reunión de la conferencia episcopal.
En
1983 el cardenal Corripio, arzobispo de México, prohibió la celebración de un
congreso de teología. Lo organizaban los pasionistas para celebrar, según su
carisma, el año de la redención, que estaba siendo propiciado por Juan Pablo
II. Querían tratar teológicamente el tema de la cruz de Cristo y la de nuestros
pueblos. Me invitaron y acepté. Después me comunicaron la prohibición del
cardenal. La razón, o una razón importante, era que yo iba a tener dos
conferencias en el congreso.
En
Honduras, el arzobispo, regañó a un grupo
de religiosas porque habían ido a una diócesis cercana a
escuchar una conferencia mía. Me había invitado el obispo. Creo que su nombre
era Mons. Corrivau, canadiense.
Sólo un ejemplo más para no cansarle. En 1987 o 1988, más o
menos, recibí una invitación a hablar a un numeroso grupo de laicos en Argentina,
en la diócesis de Mons. Hesayne. Se trataba de revitalizar a los cristianos que
habían sufrido durante la
dictadura. Y acepté. Poco después recibí una carta de Mons.
Hesayne diciéndome que mi visita a su diócesis había sido objeto de debate en
una reunión de la Conferencia Episcopal.
El cardenal Primatesta dijo que le parecía muy mal que yo
fuese a hablar a Argentina. Monseñor Hesayne, me defendió como persona y
defendió mi ortodoxia. Le preguntó al cardenal si había leído algún libro mío,
y reconoció que no. Sin embargo, el obispo se vio obligado a cancelar la invitación. Me
escribió y se disculpó con mucho cariño y humildad, y me pidió que comprendiese
la situación. Le
contesté que la comprendía y que le agradecía.
De
lo que he dicho hasta ahora sobre Argentina tengo certeza. Lo que sigue lo oí a
dos sacerdotes, no sé si de Argentina o de Bolivia, que pasaron por la UCA. Al verme, me dijeron
que conocían en lo que había ocurrido en Argentina. En resumen, en la reunión
de la
Conferencia Episcopal le habían dicho a Mons. Hesayne que
tenía que elegir: o invitaba a Jon Sobrino a su diócesis, y el Papa no pasaría
por ella en la próxima visita a Argentina, o aceptaba la visita del Papa a su
diócesis y Jon Sobrino no podía pasar por allí.
No
quiero cansarle más, aunque créame que podría contar más historias. También de
obispos que se han opuesto a que dé conferencias en España… Esta
“mala fama” no creo que fuese algo específicamente personal, sino
parte de la campaña contra la teología de la liberación.
Y
ahora formulo mi segunda razón para no adherirme. Tiene que ver menos
directamente con los documentos de la Congregación de la fe, y más con el modo de
proceder del Vaticano en lo últimos 20 ó 30años. En esos años, muchos teólogos
y teólogas, gente buena, con limitaciones por supuesto, con amor a Jesucristo y
a la Iglesia,
y con gran amor a os pobres, han sido perseguidos inmisericordemente. Y no sólo
ellos. También obispos, como usted sabe, Monseñor Romero en vida (todavía hay
quien no le quiere en el Vaticano, al menos no quieren al Monseñor romero real,
sino a un Monseñor Romero aguado), Don Helder Camara tras su muerte, y Proaño,
Don Samuel Ruiz y un muy largo etcétera… Han intentado descabezar, a
veces con malas artes, a la CLAR,
y a miles de religiosas y religiosos
de inmensa generosidad, lo que es más doloroso por la
humildad de muchos de ellos. Y sobre todo, han hecho lo posible para que
desaparezcan las comunidades de base, los pequeños, los privilegiados de Dios…
Adherirme
a la notificatio, que expresa en buena parte esa campaña y ese modo de
proceder, muchas veces claramente injusto, contra tanta gente buena, siento que
sería avalarlo. No quiero pecar de arrogancia, pero no creo que ayudaría a la
causa de los pobres de Jesús y de la iglesia de los pobres.
3. Las críticas a mi teología del teólogo Joseph Ratzinger
Este
tema me parece importante para comprender dónde estamos, aunque no es una razón
para no suscribir la notificatio.
Poco
antes de publicar la
primera Instrucción sobre algunos aspectos de la “Teología de
la liberación”, corrió, en forma manuscrita, un texto del cardenal Joseph
Ratzinger sobre dicha teología. El Padre César Jerez, entonces provincial,
recibió el texto de un jesuita amigo, de Estados Unidos. El texto fue publicado
después en 30 giorni III/3 (1984) pp. 48-55. Yo lo pude leer, ya publicado, en
Il Regno. Documenti 21 (1984) pp. 220-223. En este artículo se mencionan los
nombres de cuatro teólogos de la liberación: Gustavo Gutiérrez,
Hugo Assmann, Ignacio y Ellacuría, y el mío, que es el más frecuentemente
citado. Cito textualmente lo que dice sobre mí. Las referencias son de mi libro
Jesús en América Latina. Su significado para la fe la cristología, San
Salvador, 1982.
a)
Ratzinger: “Respecto a la fe dice, por ejemplo, J. Sobrino: La
experiencia que Jesús tiene de Dios es radicalmente histórica. “Su fe se
convierte en fidelidad”. Sobrino reemplaza fundamentalmente, por
consiguiente, la fe por la “fidelidad a la historia” (fidelidad a
la historia, 143-144).
Comentario.
Lo que yo digo textualmente es: “su fe en el misterio de Dios se
convierte en fidelidad a ese misterio”… con lo cual quiero recalcar
la procesualidad del acto de fe. Digo también que “la carta (de los
Hebreos) resume admirablemente cómo se da en Jesús la fidelidad histórica y en
la historia a la práctica del amor a los hombres y la fidelidad al misterio de
Dios” (p. 144). La interpretación de Ratzinger de remplazar la fe por la
fidelidad a la historia está injustificada. Repito varias veces:
“fidelidad al misterio de Dios”.
b)
Ratzinger: “’Jesús es fiel a la profunda convicción de que el misterio de la vida
de los hombres… es realmente lo último…’ (p. 144). Aquí se
produce aquella fusión entre Dios y la historia que hace posible a Sobrino,
conservar con respecto a Jesús la fórmula de Calcedonia pero con un sentido
totalmente alterado: se ve cómo los criterios clásicos de la ortodoxia no son
aplicables al análisis de esta teología.
Comentario.
El contexto de mi texto es que “la historia hace creíble su fidelidad a
Dios, y la fidelidad a Dios, a quien le instituyo, desencadena la fidelidad a
la historia, al ‘ser a favor de otros’” (p. 144). Para nada
confundo Dios y la
historia. Además, la fidelidad no es a una historia
abstracta, o alejada de Dios y absolutizada, sino que es la fidelidad al amor a
los hermanos, lo que tiene una ultimidad específica en el Nuevo Testamento y es
mediación de la realidad de Dios.
c)
Ratzinger: “Ignacio Ellacuría insinúa este dato en la tapa del libro sobre
este tema: Sobrino “dice de nuevo…que Jesús es Dios, pero añadiendo
inmediatamente que el Dios verdadero es sólo el que se revela histórica y
escandalosamente en Jesús y en los pobres, quienes continúan su presencia. Sólo
quien mantiene tensa y unitariamente esas dos afirmaciones es
ortodoxo…”
Comentario.
No veo que tiene de malo las palabras de Ellacuría.
d)
Ratzinger: “El concepto fundamental de la predicación de Jesús es
“Reino de Dios”. Este concepto se encuentra también en el núcleo de
las teologías de la liberación, pero leído sobre el trasfondo de la
hermenéutica marxista. Según J. Sobrino el reino no debe comprenderse de modo
espiritualista, ni universalista, ni en el sentido de una reserva escatológica
abstracta. Debe ser entendido en forma partidista y orientado hacia la praxis. Sólo a partir
de la praxis de Jesús, y no teóricamente, se puede definir lo que significa el
reino; trabajar con la realidad histórica que nos rodea para transformarla en
el Reino” (166).
Comentario.
Es falso que yo hable del reino de Dios en el transfondo de la hermenéutica
marxista. Sí es cierto que doy importancia decisiva a reproducir la praxis de
Jesús para obtener un concepto que pueda acercarnos al que tuvo Jesús. Pero
esto último es problema de epistemología filosófica, que tiene también raíces
en la comprensión bíblica de lo que es conocer. Como dicen Jeremías y Oseas:
“hacer justicia, ¿no es eso conocerme?”.
e)
Ratzinger: “En este contexto quisiera también mencionar la interpretación
impresionante, pero en definitiva espantosa, de la muerte y de la resurrección
que hace J. Sobrino. Establece ante todo, en contra de las concepciones
universalistas, que la resurrección es, en primer lugar, una esperanza para los
crucificados, los cuales constituyen la mayoría de los hombres: todos estos
millones a los cuales la injusticia estructural se les impone como una lenta
crucifixión (176). El creyente toma parte también en el reinado de Jesús sobre
la historia a través de la implantación del Reino, esto es, en la lucha para la
justicia y por la liberación integral, en la transformación de las estructuras
injustas en estructuras más humanas. Este señorío sobre la historia se ejerce,
en la medida en que se repite en la historia el gesto de Dios que resucita a
Jesús, esto es, dando vida a los crucificados de la historia (181). El hombre
asumió las gestas de Dios, y en esto se manifiesta toda la transformación del
mensaje bíblico de modo casi trágico, si se piensa cómo este intento de
imitación de Dios se ha efectuado y se efectúa”.
Comentario.
Si la resurrección de Jesús es la de un crucificado, me parece al menos
plausible comprender teológicamente la esperanza en primer lugar para los
crucificados. En esta esperanza podemos participar “todos “en la
medida en que participemos en la cruz.
Y
“repetir en la historia el gesto de Dios” es obviamente lenguaje
metafórico. Nada tiene que ver con hybris y arrogancia. Hace resonar el ideal
de Jesús: “sean buenos del todo como el Padre celestial es bueno”.
Hasta
aquí el comentario a las acusaciones de Ratzinger. No reconozco mi teología en
esta lectura de los textos. Además, como usted recordará, el P. Alfaro escribió
un juicio sobre el libro del que Ratzinger saca las citas, sin encontrar error
alguno en su artículo “Análisis del libro ‘Jesús en América
Latina’ de Jon Sobrino”, Revista Latinoamericana
de Teología 1, 1984, pp. 103-120). Por lo que toca a la ortodoxia concluye
textualmente:
“a)
Expresa y repetida afirmación de fe en la divinidad (filiación divina) de
Cristo a lo largo de todo el
libro;
b) reconocimiento creyente del carácter normativo y vinculante de los dogmas
cristológicos, definidos por el magisterio eclesial en los concilios
ecuménicos;
c) fe en la escatología cristiana, iniciada ya ahora en el presente histórico
como anticipación de su plenitud venidera meta-histórica (más allá de la
muerte);
d) fe en la liberación cristiana como “liberación integral”, es
decir, como salvación total del hombre en su interioridad y en su corporalidad,
en su relación a Dios, a los otros, a la muerte y al mundo. Estas cuatro
verdades de la fe cristiana son fundamentales para toda cristología. Sobrino
las afirma sin ninguna ambigüedad” (p. 117-118).
Y
es grave que, sin citar mi nombre, la Instrucción de 1984, IX. Traducción
“teológica de este núcleo”, repite algunas ideas que Ratzinger
piensa haber encontrado en mi libro. “Algunos llegan hasta el límite de
identificar a Dios y la historia, y a definir la fe como ‘fidelidad a la
historia’…” (n. 4).
Creo
que el cardenal Ratzinger, en 1984, no entendió a cabalidad la teología de la
liberación, ni parece haber aceptado las reflexiones críticas de Juan Luis Segundo,
Teología de la
liberación. Respuesta al cardenal Ratzinger, Madrid, 1985, y
de I. Ellacuría, “Estudio teológico-pastoral de la Instrucción
sobre algunos aspecto de ‘la teología de la liberación’”, Revista Latinoamericana
de Teología 2 (1984) 145-178. Personalmente creo que hasta el día de hoy le es
difícil comprenderla. Y me ha disgustado un comentario que he leído al menos en
dos ocasiones. Es poco objetivo y puede llegar a ser injusto. La idea es que
“lo que buscan los (algunos) teólogos de la liberación es conseguir fama,
llamar la atención”.
Termino.
No es fácil dialogar con la Congregación de la fe. A veces parece
imposible. Parece que está obsesionada por encontrar cualquier limitación o
error, o por tener por tal lo que puede ser una conceptualización distinta de
alguna verdad de la fe. En
mi opinión, hay aquí, en buena medida, ignorancia, prejuicio y obsesión para
acabar con la teología de la liberación. Sinceramente
no es fácil dialogar con ese tipo de mentalidad.
Cuántas
veces he recordado el presupuesto de los Ejercicios: “todo buen cristiano
ha de ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a
condenarla”. Y estos días he leído en la prensa un párrafo del libro de
Benedicto XVI, de próxima aparición, sobre Jesús de Nazaret. “Creo que no
es necesario decir expresamente que este libro no es en absoluto un acto
magisterial, sino la expresión de mi búsqueda personal del «rostro del Señor»
(salmo 27, Por lo tanto, cada quien tiene libertad para contradecirme. Sólo
pido a las lectoras y a los lectores el anticipo de simpatía sin la cual no
existe comprensión posible”. Personalmente le ofrezco al papa simpatía y
comprensión. Y deseo vehementemente que la Congregación
de la fe trate a los teólogos y teólogas de la misma manera.
4. Problemas de fondo importantes
En
mi respuesta de marzo de 2005 traté de explicar mi pensamiento. Ha sido en
vano. Por eso ahora no voy a comentar, una vez más, las acusaciones que me hace
la notificatio, pues fundamentalmente son las mismas. Sólo quiero mencionar
algunos temas importantes, sobre los que en el futuro podamos ofrecer algunas
reflexiones.
1.
Los pobres como lugar de hacer teología. Es un problema de epistemología
teológica, exigido o al menos sugerido por la Escritura. Personalmente,
no dudo de que desde los pobres se ve mejor la realidad y se comprende mejor la
revelación de Dios.
2. El misterio de Cristo siempre nos desborda. Mantengo como fundamental el que
sea sacramento de Dios, presencia de Dios en nuestro mundo. Y mantengo como
igualmente fundamental el que sea un ser humano e histórico concreto. El
docetismo me parece que sigue siendo el mayor peligro de nuestra fe.
3. La relacionalidad constitutiva de Jesús con el reino de Dios. En las
palabras más sencillas posibles, éste es un mundo como Dios lo quiere, en el
que haya justicia y paz, respeto y dignidad, y en el que los pobres estén en el
centro de
interés de los creyentes y de las iglesias. Igualmente, la relacionalidad
constitutiva de Jesús con un Dios que es Padre, en quien confía totalmente, y
en un Padre que es Dios ante quien se pone en total disponibilidad.
4. Jesús es hijo de Dios, la palabra hecha sarx. Y en ello veo el misterio
central de la fe: la transcendencia se ha hecho transdescendencia para llegar a
ser condescendencia.
5. Jesús trae la salvación definitiva, la verdad y el amor de Dios. La hace
presente a través de su vida, praxis, denuncia profética y anuncio utópico,
cruz y resurrección. Y Puebla, remitiéndose a Mt 25, afirma Cristo “ha
querido identificarse con ternura especial con los más débiles y pobres”
(n. 196). Ubi pauperes ibi Christus.
6. Muchas otras cosas son importantes en la fe. Sólo quiero mencionar una más, que Juan XXIII
y el cardenal Lercaro proclamaron en el Vaticano II: La Iglesia como “Iglesia de los pobres”.
Iglesia de
verdadera compasión, de profecía para defender a los oprimidos y de utopía para
darles esperanza.
7. Y en un mundo gravemente enfermo como el actual proponemos como utopía que
”extra pauperes nulla salus”.
De
estos y de muchos otros temas hay que hablar más despacio. Creo que es bueno
que todos dialoguemos. Personalmente estoy dispuesto a ello.
Querido
Padre Kolvenbach esto es lo que quería comunicarle. Bien sabe usted que, aunque
estas cosas son desagradables, puedo decir que estoy en paz. Esta viene del
recuerdo de innumerables amigos y amigas, muchos de ellos mártires. Estos días,
el recuerdo del P. Jon Cortina nos trae de nuevo la alegría. Si me permite
hablarle con total sinceridad, no me siento “en casa” en ese mundo
de curias, diplomacias, cálculos, poder, etc. Estar alejado de “ese
mundo”, aunque yo no lo haya buscado, no me produce angustia. Si me
entiende bien, hasta me produce alivio.
Sí
siento que la notificatio producirá algún sufrimiento. Por decirlo con
sencillez, algo sufrirán mis amigos y familiares, una hermana que tengo, muy
cercana a Monseñor Romero y a los mártires. Pienso también que hará la vida más
difícil, por ejemplo a mi gran amigo el P. Rafael de Sivatte. Si no fuesen pocos los problemas
que ya tiene para mantener con seriedad el Departamento de Teología
-que lo mantiene muy bien por su gran capacidad, dedicación y ciencia- tendrá
ahora que buscar otro profesor de cristología, y, como usted sabrá, también
tendrá que buscar otro profesor de Historia de la Iglesia, pues,
injustamente, el P. Rodolfo Cardenal no va a dar clases, pues no es bien visto
por la jerarquía del país.
No
sé si esta larga carta le ayudará en sus conversaciones con el Vaticano. Ojalá
así sea. He procurado ser lo más sincero posible. Y le agradezco todos los
esfuerzos que ha hecho para defendernos.
Le recuerdo con afecto ante el Señor.
Jon
Sobrino