LAS TIZAS NO
SE MANCHAN DE SANGRE.
HOY TODOS
SOMOS CARLOS FUENTEALBA
Hermanos,
para empezar, recordemos algunas enseñanzas de la Iglesia en materia social,
enseñanzas que, puestas en práctica, conducirían a dignificar la vida de cada
persona en una convivencia social cada vez más justa. Estas enseñanzas que les
propongo conocer o recordar son:
ü El salario justo es el fruto legítimo del trabajo; comete una grave
injusticia quien lo niega o no lo da a su debido tiempo y en la justa
proporción al trabajo realizado (Compendio de la Doctrina Social de
la Iglesia nº 302)
ü El bienestar económico de un país no se mide exclusivamente por la
cantidad de bienes producidos; este bienestar se alcanza por medio de adecuadas
políticas sociales de redistribución de la renta, que consideren oportunamente
los méritos y las necesidades de los ciudadanos (CDSI nº 303)
ü La huelga es un recurso legítimo, inevitable y necesario para
obtener un beneficio proporcionado, después de haber constatado la ineficacia
de todas las demás modalidades para superar los conflictos (CDSI nº 304)
ü La autoridad pública debe emitir leyes justas, conformes a la
dignidad de la persona humana; si no actúa en orden al bien común, desatiende
su fin propio y se hace ilegítima (CDSI nº 398)
ü Los derechos humanos son inviolables porque sería en vano
proclamarlos, si al mismo tiempo no se realizase todo esfuerzo para que sea
debidamente asegurado su respeto por parte de todos, en todas partes y con
referencia a quien sea (CDSI nº 153)
El
motivo por el cual hoy, aquí, a esta hora y en muchas partes de la provincia de
Salta y de nuestro país, hay gente en nuestras calles, y no sólo unos pocos
docentes “rebeldes e intransigentes”, es porque muchas de estas
enseñanzas están siendo olvidadas, cuando no despreciadas, mediante políticas
indiferentes, intolerantes y represoras contra los reclamos de distintos
sectores sociales.
La
“gota que ha colmado el vaso” es el asesinato del profesor Carlos
Fuentealba en Neuquén, un fusilamiento más por parte de las fuerzas de seguridad en esta
época de plena vigencia de la democracia, fusilamiento que se suma al de muchos
otros: Teresa Rodríguez,
Aníbal Verón, Pocho Lepratti, y las decenas de asesinados en torno al 21 de
diciembre del 2001, Maximiliano Kosteki, Darío Santillán. Gente que cometió
“el delito de perder
el miedo”, de superar el “no te metás” que tan
interiorizado tenemos los argentinos, desde los tiempos de la Dictadura. O,
hablando sin ironía, crímenes que han quedado impunes, porque la justicia sigue
miope o mira para otro lado, el lado que le ordenan los que detentan poder
político y económico.
¡Cuánta
necesidad de justicia penal para los homicidas uniformados, cuánta necesidad de
justicia social, cuánta necesidad de que los derechos humanos no sean sólo
declamados en cientos de discursos oficiales, sino respetados en serio, y
reconocidos como universales, inviolables, e inalienables!
¡Cuánta
necesidad de autocrítica tenemos todos:
ü las autoridades, porque muchísimas veces no cuidan, no buscan, no
administran sus recursos, poniendo como urgencia y prioridad el bien común; y
pretenden solucionar el reclamo social con “oídos sordos” primero,
hasta llegar a la mano dura, si no pudieron ganar por cansancio;
ü las fuerzas de
seguridad, porque sigue vigente en ellas la ideología de la seguridad nacional,
que impone “a sangre y fuego” el miedo a expresar el disenso;
ü la dirigencia gremial, porque otras tantas veces se corrompe y
traiciona a sus representados con tal de perpetuarse y embolsillar;
ü los ciudadanos, porque estamos acostumbrados a una democracia de
bajísima intensidad, en la que cada uno está demasiado metido en lo suyo, y no
reclamamos, no creamos o no sostenemos espacios de participación y compromiso
con el bien común a largo plazo!
Que
Jesús resucitado, en este tiempo en que recordamos su victoria sobre el mal, la
muerte y el pecado, nos resucite, nos levante, a todos y a cada uno, a un
cambio real, personal y social, que nos lleve a superar entusiasmos pasajeros
de un lado, falsas promesas electoralistas del otro ... un cambio real,
personal y social, que nos enrede, nos relacione, nos convoque, al esfuerzo
cotidiano de cuidar, defender, hacer madurar y dignificar la vida, de todos y
cada uno de nuestros niños, adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos.
Rodolfo Viano, franciscano de Aguaray, lunes 9 de abril
de 2007