30 de
Enero San Fulgencio de Ruspe, obispo. Año
533
Fuente: www.churchforum.org
Nace en Cartago, Africa,
hacia el año 468.
Fulgencio significa:
resplandeciente, brillante.
Aprendió a hablar
perfectamente el griego y el latín y resultó ser un excelente
administrador. Por eso fue nombrado tesorero general de la
provincia donde vivía. Pero alarmado ante los peligros de pecar
que hay en el mundo, y desilusionado de lo que lo material promete
y no cumple, dispuso dedicarse a la vida espiritual.
Lo conmovió profundamente el
leer un sermón que San Agustín hizo acerca del bellísimo Salmo 36
que dice: "No envidies a los que se dedican a obrar mal, porque
ellos se secarán pronto como la hierba. Dedícate a hacer el bien y
a confiar en el Señor, y El te dará lo que pide tu corazón". Desde
entonces se dedicó a leer libros espirituales, a orar, a visitar
templos y a mortificarse en el comer y en el beber.
A los 22 años llegó a un
monasterio y pidió ser admitido como religioso. El Superior,
viendo que era un hombre de mundo y de negocios, le dijo: "Primero
aprenda a vivir en el mundo sin dedicarse a placeres prohibidos.
¿Se imagina que va a ser capaz de pasar una vida llena de dinero y
de comodidades a una vida de pobreza y de ayunos como es la de los
monjes?". Pero Fulgencio le respondió humildemente: ¿Padre: el
buen Dios que me ha iluminado que me conviene hacerme religioso,
no me concederá la fuerza y el valor para soportar las penitencias
de los religiosos? Esta amable respuesta impresionó al superior,
el cual lo admitió a hacer la prueba de ser monje.
Esta noticia conmovió a toda
la ciudad. Pero la mamá se fue a la puerta del convento a gritar
que Fulgencio debía dedicarse a administrar los bienes materialds,
porque para ello tenía muy buenas cualidades. Tanto insistió
aquella mujer que Fulgencio tuvo que huir de noche e irse a un
convento a otra ciudad.
El año 499 una tribu de
feroces guerreros de Numidia obligó a los religiosos a salir
huyendo. Fulgencio llegó a la ciudad de Siracusa en Sicilia,
Italia. Luego llegó a Roma y allí al ver las impresionantes
ceremonias llenas de tanta solemnidad exclamó: "Dios mío: si aquí
hay tanto esplendor, ¿Cómo será en el cielo?".
Volvió a su patria y fue
nombrado obispo de la ciudad de Ruspe en Túnez. Como obispo siguió
vistiendo pobremente y sacrificándose como un humilde monje.
Siempre llevaba su traje pobre y desteñido de religioso
mortificado. Jamás comía carne. Si alguna vez tomaba vino lo
mezclaba con agua. Rezaba cada día más de 12 Salmos. Muchas veces
viajaba descalzo.
Pero las gentes admiraban su
atractiva amabilidad, y su gran humildad. Era querido y estimado
por todos. E invitaba a muchos jóvenes a irse de monjes, y para
ello construyó un monasterio cerca de la casa
episcopal.
Un rey hereje expulsó a
todos los jefes de la Iglesia Católica del norte de Africa y los
envió a la isla de Cerdeña. Allí desterrado, Fulgencio se dedicó a
escribir contra los herejes arrianos (que niegan que Jesucristo es
Dios) y al rey le impresionaron tanto los escritos de este santo
que le pidió que no los propagara. Le permitió volver al Africa,
pero allá los herejes al oír lo bien que hablaba Fulgencio en
defensa de la religión católica, pidieron que fuera desterrado
otra vez.
Al salir hacia el destierro
les dijo a los católicos que lloraban: "No se afanen. Pronto
volveré y ya no me volverán a desterrar". Y así sucedió. Poco
después murió el rey hereje (Trasimundo) y su sucesor (Hilderico)
permitió que todos los católicos desterrados volvieran a su
país.
La gente de Cartago (Africa)
salió en grandes multitudes a recibir a Fulgencio. Como durante el
desfile se desató un fuerte aguacero, los cristianos hicieron un
toldo con sus mantos y allí llevaron a su queridísimo
obispo.
San Fulgencio predicaba tan
sumamente bien, que el obispo de Cartago, Bonifacio, decía: "No
puedo oírle predicar sin que las lágrimas se me vengan a los ojos
y sin que la emoción me llene totalmente. Bendito sea Dios que le
dio tan grande sabiduría al obispo Fulgencio. En verdad se merece
el nombre que tiene, nombre que significa el resplandeciente, el
brillante".
Los últimos años sufría
mucho por varias enfermedades y exclamaba frecuentemente: "Señor:
ya que me mandas sufrimientos, envíame también la paciencia
necesaria para soportarlos. Acepto en esta vida los sufrimientos
que permites que me llegue, y en cambio te pido tu perdón y tu
misericordia y la vida eterna".
Murió a los 66 años, en
enero del año 533. Se había propuesto imitar en todo lo posible a
San Agustín y lo consiguió admirablemente. Tanta era la estimación
que la gente sentía por él que no le permitieron que fuera
enterrado en otro sitio sino debajo del altar mayor en la
Catedral. Aún hoy día, en los libros de oraciones de los
sacerdotes hay varios sermones de San Fulgencio de Ruspe, gran
sabio y gran santo.