18 de Febrero Santa
Bernardita Soubirous (1879).
Fuente: www.churchforum.org
Nació en Lourdes (Francia)
en 1844. Hija de padres supremamente pobres. En el bautismo le
pusieron por nombre María Bernarda (nombre que ella empleará
después cuando sea religiosa) pero todos la llamaban
Bernardita.
Era la mayor de varios hermanos. Sus padres vivían
en un sótano húmedo y miserable, y el papá tenía por oficio botar
la basura del hospital. La niña tuvo siempre muy débil salud a
causa de la falta de alimentación suficiente, y del estado
lamentablemente pobre de la habitación donde moraba. En los
primeros años sufrió la enfermedad de cólera que la dejó sumamente
debilitada. A causa también del clima terriblemente frío en
invierno, en aquella región, Bernardita adquirió desde los diez
años la enfermedad del asma, que al comprimir los bronquios
produce continuos ahogos y falta de respiración.
Esta enfermedad la
acompañará y la atormentará toda su vida. Al final de su
existencia sufrirá también de tuberculosis. En ella se cumplieron
aquellas palabras de Jesús: "Mi Padre, el árbol que más quiere,
más lo poda (con sufrimientos) para que produzca más frutos" (Jn.
15).
En Bernardita se cumplió
aquello que dijo San Pablo: "Dios escoge a lo que no vale a los
ojos del mundo, para confundir las vanidades del mundo".
Bernardita a los 14 años no sabía leer ni escribir ni había hecho
la Primera Comunión porque no había logrado aprenderse el
catecismo. Pero tenía unas grandes cualidades: rezaba mucho a la
Virgen y jamás decía una mentira. Un día ve unas ovejas con una
mancha verde sobre la lana y pregunta al papá: ¿Por qué tienen esa
mancha verde? El papá queriendo chancearse, le responde: "Es que
se indigestaron por comer demasiado pasto". La muchachita se pone
a llorar y exclama: "Pobres ovejas, se van a reventar". Y entonces
el señor Soubirous le dice que era una mentirilla. Una compañera
le dice: "Es necesario ser muy tonta para creer que eso que le
dijo su padre era verdad". Y Bernardita le responde: ¡Es que como
yo jamás he dicho una mentira, me imaginé que los demás tampoco
las decían nunca!
Desde el 11 de febrero de
1859 hasta el 16 de julio del mismo año, la Sma. Virgen se le
aparece 18 veces a Bernardita. Las apariciones las podemos leer en
detalle en el día 11 de febrero. Nuestra Señora le dijo: "No te
voy a hacer feliz en esta vida, pero sí en la otra". Y así sucedió
. La vida de la jovencita, después de las apariciones estuvo llena
de enfermedades, penalidades y humillaciones, pero con todo esto
fue adquiriendo un grado de santidad tan grande que se ganó enorme
premio para el cielo.
Las gentes le llevaban
dinero, después de que supieron que la Virgen Santísima se le
había aparecido, pero ella jamás quiso recibir nada. Nuestra
Señora le había contado tres secretos, que ella jamás quiso contar
a nadie. Probablemente uno de estos secretos era que no debería
recibir dineros ni regalos de nadie y el otro, que no hiciera
nunca nada que atrajera hacia ella las miradas. Por eso se
conservó siempre muy pobre y apartada de toda exhibición. Ella no
era hermosa, pero después de las apariciones, sus ojos tenían un
brillo que admiraba a todos.
Le costaba mucho salir a
recibir visitas porque todos le preguntaban siempre lo mismo y
hasta algunos declaraban que no creían en lo que ella había visto.
Cuando la mamá la llamaba a atender alguna visita, ella se
estremecía y a veces se echaba a llorar. "Vaya ", le decía la
señora, ¡tenga valor! Y la jovencita se secaba las lágrimas y
salía a atender a los visitantes demostrando alegría y mucha
paciencia, como si aquello no le costara ningún
sacrificio.
Para burlarse de ella porque
la Virgen le había dicho que masticara unas hierbas amargas, como
sacrificio, el sr. alcalde le dijo: ¿Es que la confundieron con
una ternera? Y la niña le respondió: ¿Señor alcalde, a usted si le
sirven lechugas en el almuerzo? "Claro que sí" ¿Y es que lo
confunden con un ternero? Todos rieron y se dieron cuenta de que
era humilde pero no era tonta.
Bernardita pidió ser
admitida en la Comunidad de Hijas de la Caridad de Nevers.
Demoraron en admitirla porque su salud era muy débil. Pero al fin
la admitieron. A los 4 meses de estar en la comunidad estuvo a
punto de morir por un ataque de asma, y le recibieron sus votos
religiosos, pero enseguida curó.
En la comunidad hizo de
enfermera y de sacristana, y después por nueve años estuvo
sufriendo una muy dolorosa enfermedad. Cuando le llegaban los más
terribles ataques exclamaba: "Lo que le pido a Nuestro Señor no es
que me conceda la salud, sino que me conceda valor y fortaleza
para soportar con paciencia mi enfermedad. Para cumplir lo que
recomendó la Sma. Virgen, ofrezco mis sufrimientos como penitencia
por la conversión de los pecadores".
Uno de los medios que Dios
tiene para que las personas santas lleguen a un altísimo grado de
perfección, consiste en permitir que les llegue la incomprensión,
y muchas veces de parte de personas que están en altos puestos y
que al hacerles la persecución piensan que con esto están haciendo
una obra buena.
Bernardita tuvo por
superiora durante los primeros años de religiosa a una mujer que
le tenía una antipatía total y casi todo lo que ella hacía lo
juzgaba negativamente. Así, por ejemplo, a causa de un fuerte y
continuo dolor que la joven sufría en una rodilla, tenía que
cojear un poco. Pues bien, la superiora decía que Bernardita
cojeaba para que la gente al ver las religiosas pudiera distinguir
desde lejos cuál era la que había visto a la Virgen. Y así en un
sinnúmero de detalles desagradables la hacía sufrir. Y ella jamás
se quejaba ni se disgustaba por todo esto. Recordaba muy bien la
noticia que le había dado la Madre de Dios: "No te haré feliz en
esta vida, pero sí en la otra".
Duró quince años de
religiosa. Los primeros 6 años estuvo trabajando, pero fue tratada
con mucha indiferencia por las superioras. Después los otros 9
años padeció noche y día de dos terribles enfermedades: el asma y
la tuberculosis. Cuando llegaba el invierno, con un frío de varios
grados bajo cero, se ahogaba continuamente y su vida era un
continuo sufrir.
Deseaba mucho volver a
Lourdes, pero desde el día en que fue a visitar la Gruta por
última vez para irse de religiosa, jamás volvió por allí. Ella
repetía: "Ah quién pudiera ir hasta allá, sin ser vista. Cuando se
ha visto una vez a la Sma. Virgen, se estaría dispuesto a
cualquier sacrificio con tal de volverla a ver. Tan bella
es".
Al llegar a la Comunidad
reunieron a las religiosas y le pidieron que les contara cómo
habían sido las apariciones de la Virgen. Luego le prohibieron
volver a hablar de esto, y en los 15 años de religiosa ya no se le
permitió tratar este tema. Son sacrificios que a los santos les
preparan altísimo puesto en el cielo.
Cuando ya le faltaba poco
para morir, llegó un obispo a visitarla y le dijo que iba camino
de Roma, que le escribiera una carta al Santo Padre para que le
enviara una bendición, y que él la llevaría personalmente.
Bernardita, con mano temblorosa, escribe: "Santo Padre, qué
atrevimiento, que yo una pobre hermanita le escriba al Sumo
Pontífice. Pero el Sr. Obispo me ha mandado que lo haga. Le pido
una bendición especial para esta pobre enferma". A vuelta del
viaje el Sr. Obispo le trajo una bendición especialísima del Papa
y un crucifijo de plata que le enviaba de regalo el Santo
Padre.
El 16 de abril de 1879,
exclamó emocionada: "Yo vi la Virgen. Sí, la vi, la vi ¡Que
hermosa era!" Y después de unos momentos de silencio exclamó
emocionada: "Ruega Señora por esta pobre pecadora", y apretando el
crucifijo sobre su corazón se quedó muerta. Tenía apenas 35
años.
A los funerales de
Bernardita asistió una muchedumbre inmensa. Y ella empezó a
conseguir milagros de Dios en favor de los que le pedían su ayuda.
Y el 8 de diciembre de 1933, el Santo Padre Pío Once la declaró
santa.
Bernardita: tú que tuviste
la dicha de ver a la Sma. Virgen aquí en la tierra, haz que
nosotros tengamos la dicha de verla y acompañarla para siempre en
el cielo.