29 de
Diciembre Santo Tomás Becket. Arzobispo. Mártir. Año
1170.
Fuente: www.churchforum.org
Este mártir que entregó su
vida por defender los derechos de la religión católica, nació en
Londres en 1118.
Era hijo de un empleado oficial, y en sus
primeros años fue educado por los monjes del convento de Merton.
Después tuvo que trabajar como empleado de un comerciante, al cual
acompañaba los días de descanso a hacer largas correrías dedicados
a la cacería. Desde entonces adquirió su gran afición por los
viajes aunque fueran por caminos muy difíciles.
Un día persiguiendo una
presa de cacería, corrió con tan gran imprudencia que cayó a un
canal que llevaba el agua para mover un molino. La corriente lo
arrastró y ya iba a morir triturado por las ruedas, cuando, sin
saber cómo ni por qué, el molino se detuvo instantáneamente. El
joven consideró aquello como un aviso para tomar la vida más en
serio.
A los 24 años consiguió un
puesto como ayudante del Arzobispo de Inglaterra (el de
Canterbury) el cual se dio cuenta de que este joven tenía
cualidades excepcionales para el trabajo, y le fue confiando poco
a poco oficios más difíciles e importantes. Lo ordenó de diácono y
lo encargó de la administración de los bienes del arzobispado. Lo
envió varias veces a Roma a tratar asuntos de mucha importancia, y
así Tomás llegó a ser el personaje más importante, después del
arzobispo, en aquella iglesia de Londres. Monseñor afirmaba que no
se arrepentía de haber depositado en él toda su confianza, porque
en todas las responsabilidades que se le encomendaban se esmeraba
por desempeñarlas lo mejor posible.
Dicen los que lo conocieron
que Santo Tomás Becket era delgado de cuerpo, semblante pálido,
cabello oscuro, nariz larga y facciones muy varoniles. Su carácter
alegre lo hacía atractivo y agradable en su conversación.
Sumamente franco, trataba de decir siempre la verdad y de no andar
fingiendo lo que no sentía, pero siempre con el mayor respeto.
Sabía expresar sus ideas de manera tan clara, que a la gente le
gustaba oírle explicar los asuntos de religión porque se le
entendía todo fácilmente y bien.
Tomás como buen diplomático
había obtenido que el Papa Eugenio Tercero se hiciera muy amigo
del rey de Inglaterra, Enrique II, y este en acción de gracias por
tan gran favor, nombró a nuestro santo (cuando sólo tenía 36 años)
como Canciller o Ministro de Relaciones Exteriores. Tomás puso
todas sus cualidades al servicio de tan alto cargo, y llegó a ser
el hombre de confianza del rey. Este no hacía nada importante sin
consultarle. Su presencia en el gobierno contribuyó a que dictaran
leyes muy favorables para el pueblo. Acompañaba a Enrique II en
todas sus correrías por el país y por el exterior (pues Inglaterra
tenía amplias posesiones en Francia) y procuraba que en todas
partes quedara muy en alto el nombre de su gobierno. Y no tenía
miedo en corregir también al monarca cuando veía que se estaba
extralimitando en sus funciones. Pero siempre de la manera más
amigable posible.
En el 1161 murió el
Arzobispo Teobaldo, y entonces al rey le pareció que el mejor
candidato para ser arzobispo de Inglaterra era Tomás Becket. Este
le advirtió que no era digno de tan sublime cargo. Que su genio
era violento y fuerte, y que tomaba demasiado en serio sus
responsabilidades y que por eso podía tener muchos problemas con
el gobierno civil si lo nombraban jefe del gobierno eclesiástico.
Pero su confesor decía: "En su vida privada es intachable, y sabe
mantener una gran dignidad aún en ocasiones peligrosas y en
tentaciones de toda especie". Y un Cardenal de mucha confianza del
Sumo Pontífice lo convenció de que debía aceptar, y al fin
aceptó.
Cuando el rey empezó a
insistirle en que aceptara el oficio de Arzobispo, Santo Tomás le
hizo una profecía o un anuncio que se cumplió a la letra. Le dijo
así: "Si acepto ser Arzobispo me sucederá que el rey que hasta
ahora es mi gran amigo, se convertirá en mi gran enemigo". Enrique
no creyó que fuera a suceder así, pero sí sucedió.
Ordenado de sacerdote y
luego consagrado como Arzobispo, pidió a sus ayudantes que en
adelante le corrigieran con toda valentía cualquier falta que
notaran en él. Les decía: "Muchos ojos ven mejor que dos. Si ven
en mi comportamiento algo que no está de acuerdo con mi dignidad
de arzobispo, les agradeceré de todo corazón si me lo
advierten".
Desde que fue nombrado
arzobispo (por el Papa Alejandro III) la vida de Tomás cambió por
completo. Se levantaba muy al amanecer. Luego dedicaba una hora a
la oración y a la lectura de la S. Biblia. Después del desayuno
estudiaba otra hora con un doctor en teología, para estar al día
en conocimientos religiosos. Cada día repartía el personalmente
las limosnas a muchísimos pobres que llegaban al Palacio
Arzobispal. Muy pronto ya los pobres que allí recibían ayuda, eran
el doble de los que antes iban a pedir limosna.
Cada día tenía algunos
invitados a su mesa, pero durante las comidas, en vez de música
escuchaba la lectura de algún libro religioso. Casi todos los días
visitaba algunos enfermos del hospital. Examinaba rigurosamente la
conducta y la preparación de los que deseaban ser sacerdotes, y a
los que no estaban bien preparados o no habían hecho los estudios
correspondientes no los dejaba ordenarse de sacerdotes, aunque
llegaran con recomendaciones del mismo rey.
Tomás había dicho al rey
cuando este le propuso el arzobispado: "Ya verá que los envidiosos
tratarán de poner enemistades entre nosotros dos. Además el poder
civil tratará de imponer leyes que vayan contra la Iglesia
Católica y no podré aceptar eso. Y hasta el mismo rey me pedirá
que yo le apruebe ciertos comportamientos suyos, y me será
imposible hacerlo". Esto se fue cumpliendo todo
exactamente.
El rey se propuso ponerles
enormes impuestos a los bienes de la Iglesia Católica. El
arzobispo se opuso totalmente a ello, y desde entonces el cariño
de Enrique hacía su antiguo canciller Tomás, se apagó casi por
completo. Luego pretendió el rey imponer un fuerte castigo a un
sacerdote. El arzobispo se opuso, diciendo que al sacerdote lo
juzga su superior eclesiástico y no el poder civil. La rabia del
mandatario se encendió furiosamente. Enrique redactó una ley en la
cual la Iglesia quedaba casi totalmente sujeta al gobierno civil.
El arzobispo exclamó: "No permita Dios que yo vaya jamás a aprobar
o a firmar semejante ley". Y no la aceptó. ¡Nueva rabia del rey!
Enseguida este se propuso que en adelante sería el gobierno civil
quien nombrara para ciertos cargos eclesiásticos. Tomás se le
opuso terminantemente. Resultado: tuvo que salir del
país.
Tomás se fue a Francia a
entrevistarse con el Papa Alejandro III y pedirle que lo
reemplazara por otro en este cargo tan difícil. "Santo Padre le
digo yo soy un pobre hombre orgulloso. Yo no fui nunca digno de
este oficio. Por favor: nombre a otro, y yo terminaré mis días
dedicado a la oración en un convento". Y se fue a estarse 40 días
rezando y meditando en una casa de religiosos.
Pero el Pontífice intervino
y obtuvo que entre Enrique y Tomás hicieran las paces. Y así
volvió a Inglaterra. Sin embargo, el problema peor estaba por
llegar.
Después de seis años de
destierro y cuando ya le habían sido confiscados por el rey todos
sus bienes y los de sus familiares, el arzobispo Tomás regresó a
Inglaterra el 1º de diciembre con el título de "Delegado del Sumo
Pontífice". El trayecto desde que desembarcó hasta que llegó a su
catedral de Canterbury fue una marcha triunfal. Las gentes
aglomeradas a lo lago de la vía lo aclamaban. Las campanas de
todas las iglesias repicaban alegremente y parecía que la hora de
su triunfo ya había llegado. Pero era otra clase de triunfo
distinta la que le esperaba en ese mes de diciembre. La del
martirio.
Como él mismo lo había
anunciado, los envidiosos empezaron a llevar cuentos y cuentos al
rey contra el arzobispo. Y dicen que un día en uno de sus
terribles estallidos de cólera, Enrique II exclamó: "No podrá
haber más paz en mi reino mientras viva Becket. ¿Será que no hay
nadie que sea capaz de suprimir a este clérigo que me quiere hacer
la vida imposible?".
Al oír semejante exclamación
de labios del mandatario, cuatro sicarios se fueron donde el santo
arzobispo resueltos a darle muerte. Estaba él orando junto al
altar cuando llegaron los asesinos. Era el 29 de diciembre de
1170. Lo atacaron a cuchilladas. No opuso resistencia. Murió
diciendo: "Muero gustoso por el nombre de Jesús y en defensa de la
Iglesia Católica". Tenía apenas 52 años.
Se llama apoteosis la
glorificación y gran cantidad de honores que se rinden a una
persona. La noticia del asesinato de un arzobispo recorrió
velozmente Europa causando horror y espanto en todas partes. El
Papa Alejandro III lanzó excomunión contar el rey Enrique, el cual
profundamente arrepentido duró dos años haciendo penitencia y en
el año 1172 fue reconciliado otra vez con su religión y desde
entonces se entendió muy bien con las autoridades eclesiásticas.
El mártir Tomás consiguió después de su muerte, esto que no había
logrado obtener durante su vida.
Tres años después el Sumo
Pontífice lo declaró santo, a causa de su martirio y por los
muchos milagros que se obraban en su sepulcro.
Dos personajes con nombres
de Tomás, ocuparon el cargo de Canciller en Inglaterra, junto con
dos reyes de nombre Enrique. Y ambos fueron martirizados por
defender a la santa Iglesia Católica. Santo Tomás Becket,
martirizado por deseos de Enrique II y Santo Tomás Moro,
martirizado por orden del impío rey Enrique VIII.
Quiera Dios que también los
jefes actuales de la Santa Iglesia Católica en todos los sitios
del mundo, prefieran perder bienes, dignidades y hasta la propia
vida, con tal de permanecer fieles a nuestra santísima religión
hasta la muerte.