Sentimos cierta indignación, y con
razón, cuando leemos las palabras de Jesús sobre los escribas y fariseos. Es
casi gratificante ver que estos hombres recibieron así lo que merecían,
especialmente debido a que ostentaban cargos de honor. Después de todo, cuando
uno escucha noticias interminables de escándalos en círculos eclesiales, la
tentación de calificar a esos líderes religiosos como otro grupo de hipócritas,
es difícil de resistir.
Pero si observas con cuidado, notarás que Jesús trata a los escribas y
fariseos de una manera diferente a como nosotros los trataríamos. Él miraba sus
acciones y opiniones, no tan sólo sus cargos sociales. Si bien nosotros nos
inclinamos a observar la apariencia exterior, Jesús miraba el interior. El Señor
no censuraba la función de los escribas y fariseos. ¡Incluso aconsejó que los
obedecieran! Esto no habría sorprendido a quienes le escuchaban, puesto que los
escribas y fariseos figuraban entre las autoridades más respetadas de la
sociedad judía. Tenían la reputación de conocer y observar la Ley de Moisés y el
mismo Jesús dijo que había venido no a abolir la ley sino a cumplirla.
En última instancia, lo que Cristo criticaba era la arrogancia, no la
posición ni la influencia. No criticó a los escribas por apoyarse en la
tradición, sino por manipularla en beneficio propio y para acrecentar su propio
prestigio. Tampoco culpó a los fariseos de guardar celosamente las cosas de
Dios, sino de ser demasiado puntillosos en las observancias legalistas y no
honrar lo suficiente a Dios ni acatar su mandamiento de amar al prójimo. Tanto
los escribas como los fariseos ocupaban cargos en los que podían servir a sus
compatriotas judíos, dedicándose a promover la oración, el amor al prójimo y la
aceptación de la misericordia divina. Pero todo ello quedó ensombrecido por la
arrogancia, el egoísmo y el afán de recibir honores.
Los cristianos de hoy, al igual que los apóstoles, deberíamos también prestar
atención al llamamiento de Jesús a la humildad y al servicio. La línea que
separa la santidad y el egoísmo es a veces casi imperceptible. Es bueno saber
que cuanto más nos acerquemos a Jesús, mejor escucharemos su voz que nos
alienta, enseña e incluso nos corrige cuando es necesario.
“Señor, ayúdame a mantener el corazón abierto para comprender los métodos que
empleas para trabajar en el mundo de hoy. Que no me obstine demasiado en cumplir
tradiciones hasta el punto de perder de vista tu persona y tu amoroso corazón.”
La Palabra entre nosotros.