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Corre la Voz!
Cristo Resucitó, y está en la Red!
Mensajes y
Reflexiones Pan y Vida.
"No me avergüenzo del Evangelio. Porque es -Mensajes Pan y Vida poder
de Dios para la salvación de todo el que cree". Romanos 1,6."
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1 de Mayo
San Benito Cottolengo,
Fundador. Año 1842.
Nació en Bra, Italia, cerca de Turín, en 1786. Fue sepultado un 1º. De
mayo. Se hizo famoso por haber fundado el hospital llamado "La Divina
Providencia", donde se asiste a más de 10,000 enfermos y no se llevan cuentas de
dinero.De pequeñito ya empezó a demostrar su futura vocación, pues un día lo
encontraron con un metro, midiendo la sala de su casa para ver cuántas camas de
enfermos cabrían allí.
Los estudios le resultaban difíciles. Entonces se encomendó a Santo Tomás
de Aquino, y este gran sabio le obtuvo de Dios un gran éxito en sus exámenes, y
llegó después a ser doctor en Teología. Por toda su vida fue muy devoto de Santo
Tomás.
Ordenado de sacerdote, estaba ejerciendo su apostolado en Turín, Italia,
cuando un día tuvo que asistir a una pobre mujer que tenía que morir y dejar
varios huérfanos, porque ningún hospital la había querido atender gratuitamente,
y ella era muy pobre. De aquí le vino la idea de fundar una casa para los pobres
enfermos que no tuvieran con qué pagar. Para ello vendió todo lo que tenía,
hasta su abrigo, y consiguió unas cinco piezas o cuartos para recibir
enfermos.
Estalló en Turín la epidemia del cólera, y el gobierno creyó que la Casa
del Padre Cottolengo por recibir a tantos enfermos se iba a convertir en un
centro de propagación de la enfermedad, y cerró la tal casa. San José Benito en
vez de desanimarse exclamó: "Las hortalizas, para que crezcan más, las
trasplantan. Así nos va a suceder a nosotros. Nos trasplantamos y así creceremos
más". Y se fue hacia las afueras de la ciudad, a un barrio alejado llamado
Valdocco, y allí fundó "La Pequeña Casa de la Divina Providencia", que se iba a
convertir en un famosísimo hospital con 10,000 enfermos. Sobre la puerta de
entrada de su nuevo hospital escribió aquellas palabras de San Pablo: "La
Caridad de Cristo nos anima".
Poco a poco fue construyendo edificios tras edificios. A uno lo llamó "Casa
de la fe". A otro: "Casa de la Esperanza". A un tercero: "Casa de Nuestra
Señora". A otro "Belén". Y al conjunto de todo aquello lo llamaba él "Mi Arca de
Noé". Allí se recibían toda clase de enfermos incurables. Construyó un edificio
para los retrasados mentales, a los cuales llamaba "mis queridos amigos". Otro
edificio fue dedicado a los sordomudos y un pabellón para los inválidos. Los
huérfanos, los desamparados, los que eran rechazados en los demás hospitales,
eran recibidos sin ninguna condición en la "Pequeña Casa de la Divina
Providencia". Un escritor francés exclamó al ver aquello: "Esto es la
Universidad de la caridad cristiana".
El Padre Cottolengo fundó varias comunidades de hombres y de mujeres para
atender al inmenso número de enfermos. Y les repetía: "Hagan alegre y agradable
el trato que les dan a los enfermos. Que los que reciben sus favores y
atenciones sientan gozo al ser atendidos y nunca se sientan humillados".
La especialidad de este santo fue una confianza absoluta y total en la
Divina Providencia, o sea en el cuidado amoroso que la bondad de Dios tiene para
nosotros. Su frase favorita era aquella de Cristo Jesús: "Busquen primero el
Reino de Dios y su santidad, y todo lo demás les llegará por añadidura". Tenía
muy grabada en la memoria aquella famosa promesa de Jesús: "Si tienen fe aunque
sea tan pequeñita como un granito de mostaza, le dirán a un monte: quítese de
aquí, y láncese al mar, y les obedecerá. No duden de que si va a suceder lo que
piden, y lo obtendrán. Cuanto pidan en la oración, crean que ya lo han recibido,
y lo conseguirán". (Mc. 11,23).
San José Benito nunca atribuyó sus éxitos a sus cualidades de organizador.
Les decía a sus religiosas: "Nosotros somos como las marionetas de las funciones
de teatro; nos movemos, andamos, damos señales de que estamos vivos, mientras
nos mueve nuestro director que es Dios. Pero apenas termina la función, quedamos
como desmayados en un rincón, cubiertos de polvo. El que obra todo es
Dios".
Su fe en la ayuda de Dios era tan grande que exclamaba: "Para mí es más
cierto que existe la Divina Providencia, que el que exista la ciudad donde
vivo". Y con esa enorme fe conseguía milagros maravillosos. Un gran psicólogo
llegó a visitarlo y exclamó: "Este Padre tiene más fe él solo, que todos los
demás habitantes de Turín juntos".
Un dato curioso del Padre Cottolengo es que nunca llevaba cuentas ni hacía
inversiones para asegurarse rentas y ganancias. Gastaba todo lo que le llegaba
sin guardar nada para el día siguiente. Un día a mediodía no había con qué dar
de almorzar a los enfermos. Entonces reunió a la comunidad y les dijo: - ¿Alguno
de Uds. ha guardado algún dinero?-. "Sí, respondió una religiosa. Yo guardé una
moneda de oro por si se ofrecía algún gasto después". - Pues esa es la razón por
la que no nos llegan ayudas, ¡porque estamos confiando más en el dinero que en
Dios!", exclamó el santo, y tomando en sus manos la moneda la lanzó por la
ventana. Pocos minutos después llegó de la ciudad todo lo necesario para el
almuerzo de todos los enfermos.
Otro día ya cerca de la hora del almuerzo no había nada con qué preparar el
alimento para tanta gente. El santo se fue con sus religiosas y varios enfermos
a rezar. Y a eso de la una de la tarde llegaron unos carros del ejército,
avisando que los batallones se habían ido a hacer ejercicios militares bastante
lejos y no habían podido regresar a tomar el almuerzo, y que ahí les traían todo
el alimento ya preparado para bastantes centenares de personas. Y alcanzó para
todos. Dios no le fallaba a este amigo suyo que tanta fe tenía en sus ayudas
oportunas.
No tenía dinero y sin embargo pensaba en ampliar más y más su hospital. Y
repetía gozoso: "A la Divina Providencia de Dios le cuesta lo mismo alimentar a
500 que a 5,000". Y la gente decía que la Pequeño Casa de la Divina Providencia
era como una pirámide al revés que se apoyaba sobre un único punto: la gran
confianza en la bondad de Dios. Y en verdad que el modo de obrar de nuestro
santo era totalmente al revés de lo ordinario. Si faltaban las ayudas necesarias
mandaba a averiguar si sería que había alguna cama vacía sin enfermos, y
encontrándola exclamaba: "Esa es la causa de que no nos estén llegando ayudas.
¡Es que estamos haciendo cálculos y guardando camas sin enfermos!". Le decían:
"¡Ya no quedan camas!", y respondía: "Entonces acepten más enfermos". Otro día
le informaban: "Que se acabó el pan y faltan los demás alimentos", y el
respondía: "Entonces reciban más pobres". Y Dios no le fallaba ni siquiera una
vez.
Era admirable la fe ciega que San José Benito tenía en la Divina
Providencia, en ese cuidado paternal que Dios tiene de nosotros. El repetía a
sus ayudantes: "Nos podrán fallar las personas, nos fallarán los gobiernos, pero
Dios no nos fallará jamás ni siquiera una sola vez". Y añadía: "Dios responde
con ayudas ordinarias a los que tienen una confianza ordinaria en El, pero
responde con ayudas extraordinarias a los que tienen en El una confianza
extraordinaria".
Si había un hombre que no se preocupaba por el futuro era este santo. Tenía
muchísimos enfermos que atender y nunca se angustiaba por lo que se iba a
necesitar. Sabía que Dios iba a proveer a todo y siempre. Y decía a sus
colaboradores: "Si Uds. viven afanándose por el futuro, entonces ya Nuestro
Señor no se va a preocupar por ayudarnos, porque se están preocupando ustedes.
No estropeen la obra de Dios. Déjenlo obrar a Él. Es necesario que nuestras
despensas estén vacías y llenas, ya no nos manda sus ayudas. ¡Qué gran
injusticia le haríamos al poder y a la bondad de Dios si desconfiáramos y
creyéramos que no nos va a ayudar!".
Es curioso que el Padre Cottolengo no pedía ni dinero, ni alimentos, ni
medicinas, ni ayudas materiales cuando rezaba. Él pedía "El Reino de Dios y su
santidad" y estaba absolutamente seguro de que todo lo demás lo enviaría Dios
"por añadidura". Insistía siempre en esto: "Pidan a Dios que logremos evitar el
pecado. Eso es lo importante. Pídanle siempre a Dios que le agrade nuestra
conducta. Si conseguimos esto, ya verán que todo lo demás lo irá enviando El". Y
así sucedía.
Un día le dijeron que no había dinero, ni alimentos, ni medicinas y se fue
con todos lo que pudo encontrar, a la capilla y empezó a pedir. Pero qué pedía:
"Señor: que se cumpla siempre tu Santísima Voluntad. Que te amemos. Que te
obedezcamos. Que te hagamos amar y conocer". Y no pidió más que estas cosas
espirituales. Y poco después llegaron todas las ayudas materiales que se
necesitaban.
El Padre José Benito Cottolengo, agotado de tanto trabajar, murió a los 56
años el 30 de abril del año 1842, cerca de Turín, Italia. Lo sepultaron el 1º.
De mayo.
El su enorme hospital siguen recibiendo toda clase de enfermos incurables,
y Dios sigue llenando de milagros aquella obra formidable. Sus últimas palabras
antes de morir fueron aquellas del salmo 122: "Que alegría cuando me dijeron:
vamos a la Casa del Señor". El Papa Pío XI lo declaró santo en 1934, junto con
su gran amigo y vecino, San Juan Bosco.
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