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17 de Febrero
Los siete santos fundadores de la
Órden de los Siervos de
María
(año 1233).
Beato Francisco Regis Clet.
Mártir (1748 -
1820).
Los siete santos fundadores
Eran siete amigos, comerciantes de la ciudad de Florencia,
Italia.
Sus nombres: Alejo, Amadeo, Hugo, Benito, Bartolomé,
Gerardino y Juan.
Pertenecían a una asociación de devotos de la Virgen María, que había
en Florencia, y poco a poco fueron convenciéndose de que debían
abandonar lo mundano y dedicarse a la vida de santidad. Vendieron sus
bienes, repartieron el dinero a los pobres y se fueron al Monte Senario
a rezar y a hacer penitencia. La idea de irse a la montaña a
santificarse, les llegó el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de la
Sma. Virgen, y la pusieron en práctica el 8 de septiembre, día del
nacimiento de Nuestra Señora. Ellos se habían propuesto propagar la
devoción a la Madre de Dios y confiarle a Ella todos sus planes y sus
angustias. A tan buena Madre le encomendaron que les ayudara a
convertirse de sus miserias espirituales y que bendijera
misericordiosamente sus buenos propósitos. Y dispusieron llamarse
"Siervos de María" o "Servitas".
En el monte Senario se dedicaban a hacer muchas penitencias y mucha
oración, pero un día recibieron la visita del Sr. Cardenal delegado del
Sumo Pontífice, el cual les recomendó que no se debilitaran demasiado
con penitencias excesivas, y que más bien se dedicaran a estudiar y se
hicieran ordenar sacerdotes y se pusieran a predicar y a propagar el
evangelio. Así lo hicieron, y todos se ordenaron de sacerdotes, menos
Alejo, el menor de ellos, que por humildad quiso permanecer siempre como
simple hermano, y fue el último de todos en morir.
Un Viernes Santo recibieron de la Sma. Virgen María la inspiración de
adoptar como Reglamento de su Asociación la Regla escrita por San
Agustín, que por ser muy llena de bondad y de comprensión, servía para
que se pudieran adaptar a ella los nuevos aspirantes que quisieran
entrar en su comunidad. Así lo hicieron, y pronto esta asociación
religiosa se extendió de tal manera que llegó a tener cien conventos, y
sus religiosos iban por ciudades y pueblos y campos evangelizando y
enseñando a muchos con su palabra y su buen ejemplo, el camino de la
santidad. Su especialidad era una gran devoción a la Santísima Virgen,
la cual les conseguía maravillosos favores de Dios.
El más anciano de ellos fue nombrado superior, y gobernó la comunidad
por 16 años. Después renunció por su ancianidad y pasó sus últimos años
dedicado a la oración y a la penitencia. Una mañana, mientras rezaba los
salmos, acompañado de su secretario que era San Felipe Benicio, el santo
anciano recostó su cabeza sobre el corazón del discípulo y quedó muerto
plácidamente. Lo reemplazó como superior otro de los Fundadores, Juan,
el cual murió pocos años después, un viernes, mientras predicaba a sus
discípulos acerca de la Pasión del Señor. Estaba leyendo aquellas
palabras de San Lucas: "Y Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo: ¡Padre,
en tus manos encomiendo mi espíritu!" (Lc. 23, 46). El Padre Juan al
decir estas palabras cerró el evangelio, inclinó su cabeza y quedó
muerto muy santamente.
Lo reemplazó el tercero en edad, el cual, después de gobernar con
mucho entusiasmo a la comunidad y de hacerla extender por diversas
regiones, murió con fama de santo.
El cuarto, que era Bartolomé, llevó una vida de tan angelical pureza
que al morir se sintió todo el convento lleno de un agradabilísimo
perfume, y varios religiosos vieron que de la habitación del difunto
salía una luz brillante y subía al cielo.
De los fundadores, Hugo y Gerardino, mantuvieron toda la vida entre
sí una grande y santísima amistad. Juntos se prepararon para el
sacerdocio y mutuamente se animaban y corregían. Después tuvieron que
separarse para irse cada uno a lejanas regiones a predicar. Cuando ya
eran muy ancianos fueron llamados al Monte Senario para una reunión
general de todos los superiores. Llegaron muy fatigados por su vejez y
por el largo viaje. Aquella tarde charlaron emocionados recordando sus
antiguos y bellos tiempos de juventud, y agradeciendo a Dios los
inmensos beneficios que les había concedido durante toda su vida.
Rendidos de cansancio se fueron a acostar cada uno a su celda, y en esa
noche el superior, San Felipe Benicio, vio en sueños que la Virgen María
venía a la tierra a llevarse dos blanquísimas azucenas para el cielo. Al
levantarse por la mañana supo la noticia de que los dos inseparables
amigos habían amanecido muertos, y se dio cuenta de que Nuestra Señora
había venido a llevarse a estar juntos en el Paraíso Eterno a aquellos
dos que tanto la habían amado a Ella en la tierra y que en tan santa
amistad habían permanecido por años y años, amándose como dos buenísimos
hermanos.
El último en morir fue el hermano Alejo, que llegó hasta la edad de
110 años. De él dijo uno que lo conoció: "Cuando yo llegué a la
Comunidad, solamente vivía uno de los Siete Santos Fundadores, el
hermano Alejo, y de sus labios oímos la historia de todos ellos. La vida
del hermano Alejo era tan santa que servía a todos de buen ejemplo y
demostraba como debieron ser de santos los otros seis compañeros". El
hermano Alejo murió el 17 de febrero del año 1310.
Que estos Santos Fundadores nos animen a aumentar nuestra devoción a
la Virgen Santísima y a no cansarnos nunca de propagar la devoción a la
Madre de Dios.
Recuerda la historia de los padres antiguos. ¿quién confió en Dios y
fue abandonado por Él? (S. Biblia. Eclesiástico).
Beato Francisco Regis Clet.
Un grupo de soldados conducían hacia las afueras de la ciudad de
Hou-pe, no lejos de Pekín, a un viejecito de 72 años, mal vestido,
encorvado y gastado, pero sonriente. Llegaron al campo de los
ajusticiados.
Ya no quedaba más que morir. Sin embargo, en China, morir
estrangulado es morir tres veces. Los cristianos habían pagado a los
verdugos para evitar que el suplicio fuese tan cruel con este pobre
anciano.
Pero fue inútil. A Francisco le quedaba un momento antes de que el
verdugo le quitara la vida. Un instante mas para volver a ver los
setenta y dos años de vida que se iban.
Francisco Regis Clet había reunido ahora todo lo que quedaba de su
vida, todos los recuerdos. Desde el umbral de la muerte lo recordaba
todo para ofrecérselo a Dios. Podía ver allá lejos, más allá de estas
montañas de China, la querida Francia y aquella ciudad de Grenoble,
donde nació el 19 de agosto de 1748. Pudo recordar a su padre,
comerciante de tejidos; a su madre; su despedida para ingresar al
seminario de la Congregación de la Misión de Lyon. Su ordenación
sacerdotal en 1773, sus años de profesor de teología, donde era llamado
"biblioteca ambulante". Su marcha a París para la Asamblea general de la
Congregación, y su nombramiento de director de novicios.
Francisco se acordó de Vicente de Paúl; siempre ha vivido bajo su
ejemplo. Hace ya veintinueve años, poco después del asalto a San Lázaro,
besó por última vez sus reliquias. Se acordó de su hermana mayor, María
Teresa, que había sido como una madre para los hermanos de la familia
Clet. Francisco era el décimo de los quince hermanos. En su recuerdo
estuvieron las emocionantes cartas de despedida a los hermanos antes de
embarcarse él para China.
María Teresa era para Francisco como su madre, el hogar, toda su
infancia representada en una persona.
Después de un noviciado, donde aprendían también costumbres chinas,
marchó Francisco a la misión del Kiang-si. Más tarde se trasladó al
Hou-Kouang, subdividido en las provincias de Bou-pe y Ho-nan, donde
había 10,000 cristianos diseminados, refugiados en las montañas por
causa de la persecución de 1784 por miedo de las bandas de sublevados
contra el emperador. Para tantos cristianos hubo sólo tres sacerdotes, y
a veces sólo el padre Clet, caminando de monte en monte, disfrazado. En
medio del peligro visitaba a grupos de cristianos, que en veinte o
treinta años no habían visto un sacerdote. En los días de descanso
confesaba durante nueve o diez horas seguidas. Al final todavía
conservaba su buen humor.
A todos los rincones llegaba la fama de su abnegación, sabiduría y
santidad. Era considerado como el buen espíritu de todos los misioneros
de China.
Francisco se hizo viejo en los caminos, en la administración de los
sacramentos y en los escondrijos. Vivió perseguido, sabiendo que el
mandarín había ofrecido 3,000 tails y la condecoración nacional por su
cabeza. A los 70 años, a punto de ser capturado y estrangulado, tenía
Francisco serenidad y coraje para decir que de las cosas de este mundo
no deseaba más que un buen reloj de bolsillo.
Pero ahora ya no necesitaba ni este reloj. Se había entregado
totalmente a la voluntad del Padre. Veinte meses de prisión con sus
tormentos habían pasado y no lograron romper su equilibrio interior.
Francisco Regis Clet sonreía mientras esperaba la orden para que el
verdugo apretara definitivamente su garganta.
Más allá de las montañas está Francia. Más allá de las nubes está
Dios...
El mandarín dio la señal. El verdugo le apretó por tercera vez la
garganta, sin miedo, hasta el fin. Francisco Regis Clet parecía sonreír.
Así murió.
El día 27 de mayo de 1900 fue beatificado con otros 11 mártires de
China.
Fuente: www.churchforum.org
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