San Marcos,
Evangelista. Año 74.San Marcos es el autor del segundo
evangelio.
Parece que su
familia era la dueña de la casa donde Jesús celebró la Ultima Cena,
donde estaban los apóstoles reunidos el día de Pentecostés cuando
recibieron al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Era un niño
cuando Jesús predicaba y probablemente fue uno de los primeros
bautizados por San Pedro el día de Pentecostés.
Era primo de San
Bernabé y acompañó a este y a San Pablo en el primer viaje misionero que
hicieron estos dos apóstoles. Pero al llegar a regiones donde había
muchos guerrilleros y atracadores, donde según palabras de San Pablo:
"había peligro de ladrones, peligro de asaltos en los caminos, peligro
de asaltos en la soledad" (2 Cor.), Marcos se atemorizó y se apartó de
los dos misioneros y se volvió otra vez a su patria.
En el segundo viaje
Bernabé quiso llevar consigo otra vez a su primo Marcos, pero San Pablo
se opuso, diciendo que no ofrecía garantías de perseverancia para
resistir los peligros y las dificultades del viaje. Y esto hizo que los
dos apóstoles se separaran y se fueran cada uno por su lado a misionar.
Después volverá a ser otra vez muy amigo de San Pablo.
San Marcos llegó a
ser el secretario y hombre de confianza de San Pedro. Como le escuchaba
siempre sus sermones que no eran sino el recordar los hechos y las
palabras de Jesús, Marcos fue aprendiéndolos muy bien. Y dicen que a
pedido de los cristianos de Roma escribió lo que acerca de Jesucristo
había oído predicar al apóstol. Esto es lo que se llama "Evangelio según
San Marcos".
El evangelio de San
Marcos es como una repetición de lo que el Apóstol Pedro predicaba. Es
el más corto de los 4 evangelios. El de San Lucas tiene 1,140 frases. El
de San Mateo 1,068. El de San Juan 879 y el de San Marcos solamente
tiene 746 frases. Son 16 capítulos llenos de narraciones muy vivas,
gráficas, salpicadas de detalles interesantes. Se propone no dejar de
narrar lo que contribuya a hacer más llamativa la narración. Allí parece
estar hablando un testigo ocular que se ha fijado en todo y lo repite
con agrado. Es el reflejo de lo que San Pedro presenció y que se le ha
quedado grabado en su memoria. Se fija más en los hechos de Jesús que en
sus discursos. Sus narraciones son agradables por lo frescas y
espontáneas. Parece un reportero gráfico narrando lo que sus ojos vieron
y sus oídos escucharon. Presenta atractivos cuadros: gestos, miradas,
sentimientos de Jesús. Dicen los especialistas que el evangelio de San
Marcos mientras más se le estudia, más se convence uno de que el que lo
escribió era un verdadero artista de la narración y que con este escrito
contribuyó a que muchos millones de lectores se entusiasmen por la
persona de nuestro amable Salvador. Un sabio afirmó que "el evangelio de
San Marcos es el libro más importante que se ha escrito", pues parece
que fue el primer evangelio que se escribió y que de él sacaron mucho
material los otros tres evangelistas.
San Marcos tiene
105 paisajes y de ellos aparecen 93 en Mateo y 85 en Lucas. De las 746
frases de Marcos, San Mateo reproduce 606 y copia el 51% de las palabras
que emplea Marcos. San Lucas reproduce en su evangelio 320 de las 746
frases de San Marcos. Solamente hay 24 frases de San Marcos que no se
encuentran ni en Mateo ni en Lucas. Por eso es que el Evangelio de San
Marcos es un libro verdaderamente importante.
San Pedro llama a
Marcos en sus cartas: "Hijo mío". Y San Pablo cuando escribe a Timoteo
desde su prisión en Roma le dice: "Tráigame a Marcos, porque necesito de
su colaboración". Dicen los antiguos historiadores que fue un compañero
muy apreciado por los dos apóstoles.
A San Marcos lo
pintan con un león, porque él era secretario de San Pedro, el cual dejó
escrita esta frase: "Vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, da
vueltas alrededor de vosotros buscando a quién atacar". (1 P. 5,8) y
porque su evangelio empieza hablando del desierto, y el león era
considerado el rey del desierto.
Dicen que San
Marcos fue nombrado obispo de Alejandría en Egipto, y que allá en esa
ciudad fue martirizado por los enemigos de la religión un 25 de
abril.
La ciudad de
Venecia (Italia) lo eligió como patrono y construyó en su honor la
bellísima Catedral de San Marcos.
En honor de este
gran santo leamos de vez en cuando alguna página de su hermoso y tan
agradable evangelio. Así aumentaremos nuestro amor a
Jesucristo.
Beato Pedro de
Betancur, apóstol de Guatemala (1626 – 1667).
Pedro de Betancur
nació en Villaflor de Tenerife (Islas Canarias, España) el 21 de marzo
de 1626. A los 20 años dejó sus islas para trasladarse a Cuba y de allí
partió a Guatemala.
El 18 de febrero de
1651, cuando Pedro cruzaba el puente de San Juan Gascón para entrar en
la espléndida capital de la Capitanía General de Guatemala, la tierra de
Panchoy, estaba temblando. No iba cargado de riquezas ni tenía amigos.
No llevaba encima más que lo necesario para cubrirse; pero dentro de sí
tenía al mismo Cristo, nacido en Belén, muerto en el Calvario,
resucitado al tercer día. En su boca tenía la palabra de paz del
evangelizador; en sus ojos, el brillo del mandamiento nuevo: "Que os
améis los unos a los otros". Así entró en la ciudad. No era clérigo; no
era caballero distinguido. Estaba desprovisto de títulos. Era un
peregrino, un romero. Él mismo se buscó un lugar en la ciudad, en un
rincón. El corazón de Pedro, verdadero amador de Cristo, pronto quedó
colmado con el dolor y el sufrimiento que pululaban en la ciudad de
Santiago de los Caballeros, de Guatemala, desde la calle de los Pasos
hasta la calle Ancha de los Herreros. De rodillas ante el Niño Jesús, la
Santísima Virgen y San José, exponía en voz alta todas las miserias y
todas las necesidades de aquellos hombres y mujeres, de aquellos niños.
Para él no existían clases sociales, para él no había damas, caballeros,
artesanos o indígenas; para él sólo había almas que podían perder el
único negocio importante y decisivo, que es el negocio de la salvación.
¡Pueden salvarse o condenarse! ¡Ricos y pobres, sanos y enfermos, todos
por igual, pueden salvarse o condenarse! Y de un modo u otro, resonaban
en su cabeza las palabras de Teresa de Jesús: salvarse o condenarse...
para siempre. Y arreciaba, con los clamores, la penitencia. De la
contemplación del misterio de la Encarnación en Nazaret, pasaba al
Calvario, para contemplar a Cristo crucificado, sediento de almas, y
levantaba su voz, suplicando por aquellas grandes necesidades
espirituales y materiales que le desgarraban el alma. Para hacer más
eficaz su oración, para hacerse oír de Nuestro Señor, acudía a la
Santísima Virgen, recurría a San José.
Pedro era un hombre
que no tenía nada ni quería nada. Suyo era el dolor, el sufrimiento, la
miseria, la ignorancia del prójimo. El Santo de Asís, con su pobreza
completa y su abrazo generoso a la cruz de Cristo, le subyugaba, le
inspiraba nuevo amor y nuevo celo.
Su caridad no le
daba reposo. Su esperanza y su fe lo mantenían en vigilia, el oído
atento al dolor. Y Pedro se levantaba de su rincón, buscaba al apestado,
al hambriento, al desnudo, al desencaminado, y lo tomaba como hermano.
Pedro, un hombre sin techo y sin pan, daba de comer al hambriento, de
beber al sediento, vestía al desnudo. Acudía al rico, al poderoso, al
que tiene, y, acerándole la llama de su caridad, derretía el egoísmo y
hacía relumbrar la escondida generosidad de aquellos hombres. Este nuevo
hermano de todos, el Hermano Pedro, con su caridad sacaba de los hombres
lo mejor, los movía al bien, los empujaba a la misericordia y a la
piedad. No había quien resistiera a su humildad, a su sencillez,
virtudes reacias en un hombre que mostraba la virtud en toda su real
belleza. Fundó la Orden Betlemita, testimonio de su amor a la
contemplación de Belén, del Dios Niño y testimonio de su caridad que
arrastraba; hombres y mujeres se disponían a seguir su
ejemplo.
Su celo por el bien
de las almas le hizo pasar, de alumno del colegio de la Compañía, a
fundador de la primera escuela de párvulos que registra la historia de
la educación en América Central. Como Cristo, el Hermano Pedro estaba
con los pobres, comía con los ricos, instruía a los niños. Se hizo pan
para el hambriento, medicina para el enfermo, consuelo para el afligido.
Sus manos construyeron, su lengua educó, su conducta edificó.
Correspondía lo que enseñaba con lo que vivía.
Fue el Hermano
Pedro el testimonio vivo de lo que la Iglesia ha hecho y hace por el
pobre, el olvidado, el huérfano, en dos mil años de historia. Al mismo
tiempo enseñó qué hacer y cómo hacerlo, qué es obrar con la Iglesia y de
acuerdo con la Iglesia.
Pedro de San José
Betancur sirvió a Cristo en el prójimo hasta aquel 25 de abril de 1667,
a los 41 años de edad, cuando expiró.
Fuente: http://www.churchforum.org