El Señor de los Milagros de Buga.
Antigua
tradición narrada por el Franciscano Fray Francisco G. Rodríguez, en la
novena que publicó en 1819.
"Allá por el año 1580 Buga era un pequeño caserío, en
Ecuador. El río de Buga corría en aquel entonces por el sitio donde
ahora está el templo del Señor de los Milagros. Al lado izquierdo del
río había un ranchito de paja donde vivía una india anciana cuyo oficio
era lavar ropa. Esta mujer era muy piadosa y estaba ahorrando y
reuniendo dinero para comprarse un Santo Cristo y poder rezarle todos
los días. Reunió 70 reales que era lo que necesitaba para comprarlo y
traerlo desde Quito".
Precisamente el día en que la piadosa lavandera iba a
llevar su dinero al señor Cura párroco para que le consiguiera la
imagen, pasó por allí llorando un honrado padre de familia a quién iban
a echar a la cárcel porque debía 70 reales y no tenía con qué pagarlos.
La buena mujer se conmovió por esta tristeza de su vecino e inspirada
por un pensamiento caritativo se propuso dejar para más tarde el
conseguir su crucifijo, y le dio al pobre necesitado los 70 reales que
tenía ahorrados. Aquel hombre lleno de alegría y de agradecimiento le
deseó que Dios la bendijera y le ayudara mucho.
Unos días después, la anciana estaba lavando ropa en el
río, cuando una ola colocó delante de ella un pequeño crucifijo de
madera, que resultó para ella una joya más valiosa que todo el oro y la
plata y las esmeraldas que le pudieran ofrecer. El crucifijo hallado de
esta manera no podía haber pertenecido por allí cerca a ninguna otra
persona, pues hacia arriba, a las orillas del río no vivía nadie. La
feliz lavandera, llena de gozo y perfectamente tranquila en su
conciencia, respecto a su posesión, se dirigió a su choza e improvisó
allí un altarcito, sobre el cual colocó el santo Cristo que le había
llegado de manera tan misteriosa, guardándolo cuidadosamente en una
cajita de madera.
Una noche la anciana oyó golpecitos en el sitio donde
guardaba la imagen y averiguando lo que pasaba se llevó una gran
sorpresa al darse cuenta que el Santo Cristo y la cajita habían crecido
notablemente, pero se imaginó que eso sería ilusión de sus ojos ya muy
debilitados por la edad. Pero pocos días después advirtió que la imagen
tenía ya ceca de un metro de estatura. Sorprendida por este milagro les
avisó al Sr. Cura Párroco y a los señores más importantes del pueblo,
los cuales visitaron enseguida la habitación de la anciana y comprobaron
por sus propios ojos la verdad de lo que ella les había contado, y que
esta pobre mujer poseía un crucifijo de un tamaño muy difícil de
conseguir por aquellos alrededores, y que ella no tenía ni dinero ni
amistades para conseguir semejante imagen, y que por lo tanto la
existencia de aquel crucifijo allí no se podía explicar naturalmente y
que tenía que ser un milagro.
Y resultó que la sagrada imagen se fue deformando porque
los devotos le quitaban pedacitos de madera para llevarlos como reliquia
y porque todos la tocaban con sus manos sudorosas, y se fue poniendo tan
fea que ya a los muy amigos del arte, más que devoción les causaba
repulsión. Entonces un visitador especial llegado de Popayán mandó que
la dicha imagen fuera quemada y destruida por el fuego. Los devotos se
estremecieron de sentimiento al conocer esta orden, pero era necesario
obedecer.
Pero lo maravilloso fue que la imagen al ser echada a
las llamas empezó a sudar y a sudar tan copiosamente que los vecinos
empapaban algodones con aquel sudor para llevarlos como reliquias y
obtener curaciones. Este milagro fue comprobado y atestiguado con la
gravedad de juramento por numerosas personas. Y al terminar el sudor, la
Sagrada imagen se había vuelto mucho más hermosa de lo que estaba antes,
y se le fue lo que anteriormente tenía de desagradable.
La señora Luisa Sánchez que vivió en aquellos tiempos
declaró con juramento: "El sudor duró dos días. Todos los vecinos de los
alrededores venían con algodones a recoger sudor y llevarlo como
reliquias, y yo también recogí allí de aquel sudor en algodones y
todavía lo guardo. Y desde aquel milagro la gente le empezó a tener gran
devoción a esta santa imagen y a considerarla como de hechura milagrosa
y comenzaron a obtener favores de Dios que consideraron sobrenaturales y
milagrosos. Y no sólo en esta ciudad sino en muchas otras ciudades y
regiones de donde se han visto llegar muchos romeros y peregrinos a
visitar la sagrada imagen. A muchos de ellos les hemos oído contar que
se sanaron prodigiosamente de graves enfermedades. Otros narran que se
libraron de gravísimos peligros al invocar al Señor de los Milagros".
(Firmado y apoyado con juramento).
Sigue diciendo la crónica de 1819. "Después de estos
sucesos extraordinarios el ranchito de la anciana se convirtió en sitio
de oraciones y peregrinaciones. A los anteriores milagros siguieron
muchos más y fue tal la cantidad que la gente le dio a esta imagen el
nombre con el cual se le conoce desde hace siglos: El Señor de los
Milagros".
Después de muerta la ancianita se pensó cual era el
mejor lugar para colocar el Cristo. Su ranchito quedaba frente a las
aguas y he aquí que el río creció muchísimo y cambió de cauce y se
desvió hacia el sur, desde unas tres cuadras más arriba del punto de la
aparición, y dejó así el sitio libre para construirle el templo al Santo
Cristo, templo que al principio era un edificio pequeño y se le llamaba
la ermita.
Apenas se fueron difundiendo las noticias de los
maravillosos milagros que se conseguían junto al Cristo de Buga se
desató una corriente de peregrinaciones y devociones (recordemos que
quién hace los milagros no es la imagen que es de madera o yeso, y que
no puede hacerle milagros a nadie. El que hace los milagros en Nuestro
Señor Jesucristo cuya santísima Pasión y Muerte recordamos cuando
veneramos la imagen del Santo Cristo).
En 1907 tuvo lugar la construcción y consagración de un
nuevo templo construido con las donaciones de sus devotos agradecidos y
se hizo una solemnísima traslación de la milagrosa imagen hacia su nuevo
altar.
En 1937 el Papa Pío XII por medio de su secretario el
Cardenal Pacelli (futuro Papa Pío XII) expidió un decreto por el cual
decretaba que al templo del Señor de los Milagros de Buga se le concedía
el título de Basílica.
Te adoramos oh Cristo y te bendecimos que por tu santa
redimiste al mundo.
Fuente: www.churchforum.org