30 de Septiembre
San Jerónimo. Doctor de
la Iglesia.
Año 420.
Jerónimo quiere decir: el que tiene un nombre
sagrado. (Jero = sagrado. Nomos = nombre).
Dicen que este santo ha
sido el hombre que en la antigüedad estudió más y mejor la S.
Biblia.
Nació San Jerónimo en Dalmacia (Yugoslavia) en el año
342. Sus padres tenían buena posición económica, y así pudieron enviarlo
a estudiar a Roma.
En Roma estudió latín bajo la dirección del más famoso
profesor de su tiempo, Donato, el cual hablaba el latín a la perfección,
pero era pagano. Esta instrucción recibida de un hombre muy instruido
pero no creyente, llevó a Jerónimo a llegar a ser un gran latinista y
muy buen conocedor del griego y de otros idiomas, pero muy poco
conocedor de los libros espirituales y religiosos. Pasaba horas y días
leyendo y aprendiendo de memoria a los grandes autores latinos, Cicerón,
Virgilio, Horacio y Tácito, y a los autores griegos: Homero, y Platón,
pero no dedicaba tiempo a leer libros religiosos que lo pudieran volver
más espiritual.
En una carta que escribió a Santa Eustoquia, San
Jerónimo le cuenta el diálogo aterrador que sostuvo en un sueño o
visión. Sintió que se presentaba ante el trono de Jesucristo para ser
juzgado, Nuestro Señor le preguntaba: "¿A qué religión pertenece? Él le
respondió: "Soy cristiano – católico", y Jesús le dijo: "No es verdad".
Que borren su nombre de la lista de los cristianos católicos. No es
cristiano sino pagano, porque sus lecturas son todas paganas. Tiene
tiempo para leer a Virgilio, Cicerón y Homero, pero no encuentra tiempo
para leer las Sagradas Escrituras". Se despertó llorando, y en adelante
su tiempo será siempre para leer y meditar libros sagrados, y exclamará
emocionado: "Nunca más me volveré a trasnochar por leer libros paganos".
A veces dan ganas de que a ciertos católicos les sucediera una aparición
como la que tuvo Jerónimo, para ver si dejan de dedicar tanto tiempo a
lecturas paganas e inútiles (revistas, novelas) y dedican unos minutos
más a leer el libro que los va a salvar, la Sagrada Biblia.
Jerónimo dispuso irse al desierto a hacer penitencia
por sus pecados (especialmente por su sensualidad que era muy fuerte, y
por su terrible mal genio y su gran orgullo). Pero allá aunque rezaba
mucho y ayunaba, y pasaba noches sin dormir, no consiguió la paz. Se dio
cuenta de que su temperamento no era para vivir en la soledad de un
desierto deshabitado, sin tratar con nadie.
El mismo en una carta cuenta cómo fueron las
tentaciones que sufrió en el desierto (y esta experiencia puede
servirnos de consuelo a nosotros cuando nos vengan horas de violentos
ataques de los enemigos del alma). San Francisco de Sales recomendaba
leer esta página de nuestro santo porque es bellísima y provechosa: Dice
así: "En el desierto salvaje y árido, quemado por un sol tan despiadado
y abrasador que asusta hasta a los que han vivido allá toda la vida, mi
imaginación hacía que me pareciera estar en medio de las fiestas
mundanas de Roma. En aquel destierro al que por temor al infierno yo me
condené voluntariamente, sin más compañía que los escorpiones y las
bestias salvajes, muchas veces me imaginaba estar en los bailes de Roma
contemplando a las bailarinas. Mi rostro estaba pálido por tanto ayunar,
y sin embargo los malos deseos me atormentaban noche y día. Mi
alimentación era miserable y desabrida, y cualquier alimento cocinado me
habría parecido un manjar exquisito, y no obstante las tentaciones de la
carne me seguían atormentando. Tenía el cuerpo frío por tanto aguantar
hambre y sed, mi carne estaba seca y la piel casi se me pegaba a los
huesos, pasaba las noches orando y haciendo penitencia y muchas veces
estuve orando desde el anochecer hasta el amanecer, y aunque todo esto
hacía, las pasiones seguían atacándome sin cesar. Hasta que al fin,
sintiéndome impotente ante tan grandes enemigos, me arrodillé llorando
ante Jesús crucificado, bañé con mis lágrimas sus pies clavados, y le
supliqué que tuviera compasión de mí, y ayudándome el Señor con su poder
y misericordia, pude resultar vencedor de tan espantosos ataques de los
enemigos del alma. Y yo me pregunto: si esto sucedió a uno que estaba
totalmente dedicado a la oración y a la penitencia, ¿qué no les sucederá
a quienes viven dedicados a comer, beber, bailar y darle a su carne
todos los gustos sensuales que pide?".
Vuelto a la ciudad, sucedió que los obispos de Italia
tenían una gran reunión o Concilio con el Papa, y habían nombrado como
secretario a San Ambrosio. Pero este se enfermó, y entonces se les
ocurrió nombrar a Jerónimo. Y allí se dieron cuenta de que era un gran
sabio que hablaba perfectamente el latín, el griego y varios idiomas
más. El Papa San Dámaso, que era poeta y literato, lo nombró entonces
como su secretario, encargado de redactar las cartas que el Pontífice
enviaba, y algo más tarde le encomendó un oficio importantísimo: hacer
la traducción de la S. Biblia.
Las traducciones de la Biblia que existían en ese
tiempo tenían muchas imperfecciones de lenguaje y varias imprecisiones o
traducciones no muy exactas.
Jerónimo, que escribía con gran elegancia el latín,
tradujo a este idioma toda la S. Biblia, y esa traducción llamada
"Vulgata" (o traducción hecha para el pueblo o vulgo) fue la Biblia
oficial para la Iglesia Católica durante 15 siglos. Unicamente en los
últimos años ha sido reemplazada por traducciones más modernas y más
exactas, como por ej. La Biblia de Jerusalén y otras.
Casi de 40 años Jerónimo fue ordenado de sacerdote.
Pero sus altos cargos en Roma y la dureza con la cual corregía ciertos
defectos de la alta clase social le trajeron envidias y rencores (Él
decía que las señoras ricas tenían tres manos: la derecha, la izquierda
y una mano de pintura... y que a las familias adineradas sólo les
interesaba que sus hijas fueran hermosas como terneras, y sus hijos
fuertes como potros salvajes y los papás brillantes y mantecosos, como
marranos gordos...). Toda la vida tuvo un modo duro de corregir, lo cual
le consiguió muchos enemigos. Con razón el Papa Sixto V cuando vio un
cuadro donde pintan a San Jerónimo dándose golpes de pecho con una
piedra, exclamó: "¡Menos mal que te golpeaste duramente y bien
arrepentido, porque si no hubiera sido por esos golpes y por ese
arrepentimiento, la Iglesia nunca te habría declarado santo, porque eras
muy duro en tu modo de corregir!".
Sintiéndose incomprendido y hasta calumniado en Roma,
donde no aceptaban el modo fuerte que él tenía de conducir hacia la
santidad a muchas mujeres que antes habían sido fiesteras y vanidosas y
que ahora por sus consejos se volvían penitentes y dedicadas a la
oración, dispuso alejarse de allí para siempre y se fue a la Tierra
Santa donde nació Jesús.
Sus últimos 35 años los pasó San Jerónimo en una
gruta, junto a la Cueva de Belén. Varias de las ricas matronas romanas
que él había convertido con sus predicaciones y consejos, vendieron sus
bienes y se fueron también a Belén a seguir bajo su dirección
espiritual. Con el dinero de esas señoras construyó en aquella ciudad un
convento para hombres y tres para mujeres, y una casa para atender a los
peregrinos que llegaban de todas partes del mundo a visitar el sitio
donde nació Jesús.
Allí, haciendo penitencia, dedicando muchas horas a la
oración y días y semanas y años al estudio de la S. Biblia, Jerónimo fue
redactando escritos llenos de sabiduría, que le dieron fama en todo el
mundo.
Con tremenda energía escribía contra los herejes que
se atrevían a negar las verdades de nuestra santa religión. Muchas veces
se extralimitaba en sus ataques a los enemigos de la verdadera fe, pero
después se arrepentía humildemente.
La Santa Iglesia Católica ha reconocido siempre a San
Jerónimo como un hombre elegido por Dios para explicar y hacer entender
mejor la S. Biblia. Por eso ha sido nombrado Patrono de todos los que en
el mundo se dedican a hacer entender y amar más las Sagradas Escrituras.
El Papa Clemente VIII decía que el Espíritu Santo le dio a este gran
sabio unas luces muy especiales para poder comprender mejor el Libro
Santo. Y el vivir durante 35 años en el país donde Jesús y los grandes
personajes de la S. Biblia vivieron, enseñaron y murieron, le dio
mayores luces para poder explicar mejor las palabras del Libro
Santo.
Se cuenta que una noche de Navidad, después de que los
fieles se fueron de la gruta de Belén, el santo se quedó allí solo
rezando y le pareció que el Niño Jesús le decía: "Jerónimo ¿qué me vas a
regalar en mi cumpleaños?". Él respondió: "Señor te regalo mi salud, mi
fama, mi honor, para que dispongas de todo como mejor te parezca". El
Niño Jesús añadió: "¿Y ya no me regalas nada más?". Oh mi amado
Salvador, exclamó el anciano, por Ti repartí ya mis bienes entre los
pobres. Por Ti he dedicado mi tiempo a estudiar las Sagradas
Escrituras... ¿qué más te puedo regalar? Si quisieras, te daría mi
cuerpo para que lo quemaras en una hoguera y así poder desgastarme todo
por Ti". El Divino Niño le dijo: "Jerónimo: regálame tus pecados para
perdonártelos". El santo al oír esto se echó a llorar de emoción y
exclamaba: "¡Loco tienes que estar de amor, cuando me pides esto!". Y se
dio cuenta de que lo que más deseaba Dios que le ofrezcamos los
pecadores es un corazón humillado y arrepentido, que le pide perdón por
las faltas cometidas.
El 30 de septiembre del año 420, cuando ya su cuerpo
estaba debilitado por tantos trabajos y penitencias, y la vista y la voz
agotadas, y Jerónimo parecía más una sombra que un ser viviente, entregó
su alma a Dios para ir a recibir el premio de sus fatigas. Se acercaba
ya a los 80 años. Más de la mitad los había dedicado a la
santidad.
Jerónimo bendito: pídele a Dios que a nosotros se nos
prenda o contagie ese amor tuyo tan inmenso por la Sagrada Biblia, por
estudiar, amar y practicar la Palabra de Dios. Bendice a todos los que
en el mundo entero se dedican a dar a conocer y amar el Libro
Santo.
Fuente: www.churchforum.org