Asunto: | [panyvidasantos] 25 de Abril. San Marcos, Evangelista. Año 74.San Marco s es el autor del segundo evangelio. | Fecha: | Domingo, 24 de Abril, 2005 22:46:34 (-0400) | Autor: | Santoral <santoral @................org>
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¡Bienvenido Benedicto XVI!
El
Cardenal Joseph Ratzinger ha sido elegido
por los Señores Cárdeles el nuevo Sumo Pontífice bajo el
nombre de Benedicto XVI . Debemos sentirnos de alegría porque nuestro
Señor una vez mas, no abandona a su Iglesia, y sigue dándole pastores.
Elevamos
nuestra oración para pedirle que Él, dador de todo bien, siga velando
con amor y solicitud por su Iglesia, de manera que sea instrumento de
Salvación para todos los hombres.
Oremos por la Santa Iglesia
Católica, para su unidad en torno a nuestro nuevo Pastor, el Papa
Benedicto XVI, sea un testimonio vivo ante el mundo de la presencia de
Dios entre nosotros.
Te invitamos a escribir
una oración o reflexión en señal de adhesión y fidelidad a nuestro nuevo
Papa, el Santo Padre Benedicto XVI
25 de Abril. San Marcos, Evangelista. Año
74.San Marcos es el autor del segundo evangelio.
Parece que su familia era la dueña de la casa donde Jesús celebró
la Ultima Cena, donde estaban los apóstoles reunidos el día de
Pentecostés cuando recibieron al Espíritu Santo en forma de lenguas de
fuego. Era un niño cuando Jesús predicaba y probablemente fue uno de los
primeros bautizados por San Pedro el día de Pentecostés.
Era primo de San Bernabé y acompañó a este y a San Pablo en el
primer viaje misionero que hicieron estos dos apóstoles. Pero al llegar
a regiones donde había muchos guerrilleros y atracadores, donde según
palabras de San Pablo: "había peligro de ladrones, peligro de asaltos en
los caminos, peligro de asaltos en la soledad" (2 Cor.), Marcos se
atemorizó y se apartó de los dos misioneros y se volvió otra vez a su
patria.
En el segundo viaje Bernabé quiso llevar consigo otra vez a su
primo Marcos, pero San Pablo se opuso, diciendo que no ofrecía garantías
de perseverancia para resistir los peligros y las dificultades del
viaje. Y esto hizo que los dos apóstoles se separaran y se fueran cada
uno por su lado a misionar. Después volverá a ser otra vez muy amigo de
San Pablo.
San Marcos llegó a ser el secretario y hombre de confianza de San
Pedro. Como le escuchaba siempre sus sermones que no eran sino el
recordar los hechos y las palabras de Jesús, Marcos fue aprendiéndolos
muy bien. Y dicen que a pedido de los cristianos de Roma escribió lo que
acerca de Jesucristo había oído predicar al apóstol. Esto es lo que se
llama "Evangelio según San Marcos".
El evangelio de San Marcos es como una repetición de lo que el
Apóstol Pedro predicaba. Es el más corto de los 4 evangelios. El de San
Lucas tiene 1,140 frases. El de San Mateo 1,068. El de San Juan 879 y el
de San Marcos solamente tiene 746 frases. Son 16 capítulos llenos de
narraciones muy vivas, gráficas, salpicadas de detalles interesantes. Se
propone no dejar de narrar lo que contribuya a hacer más llamativa la
narración. Allí parece estar hablando un testigo ocular que se ha fijado
en todo y lo repite con agrado. Es el reflejo de lo que San Pedro
presenció y que se le ha quedado grabado en su memoria. Se fija más en
los hechos de Jesús que en sus discursos. Sus narraciones son agradables
por lo frescas y espontáneas. Parece un reportero gráfico narrando lo
que sus ojos vieron y sus oídos escucharon. Presenta atractivos cuadros:
gestos, miradas, sentimientos de Jesús. Dicen los especialistas que el
evangelio de San Marcos mientras más se le estudia, más se convence uno
de que el que lo escribió era un verdadero artista de la narración y que
con este escrito contribuyó a que muchos millones de lectores se
entusiasmen por la persona de nuestro amable Salvador. Un sabio afirmó
que "el evangelio de San Marcos es el libro más importante que se ha
escrito", pues parece que fue el primer evangelio que se escribió y que
de él sacaron mucho material los otros tres evangelistas.
San Marcos tiene 105 paisajes y de ellos aparecen 93 en Mateo y 85
en Lucas. De las 746 frases de Marcos, San Mateo reproduce 606 y copia
el 51% de las palabras que emplea Marcos. San Lucas reproduce en su
evangelio 320 de las 746 frases de San Marcos. Solamente hay 24 frases
de San Marcos que no se encuentran ni en Mateo ni en Lucas. Por eso es
que el Evangelio de San Marcos es un libro verdaderamente
importante.
San Pedro llama a Marcos en sus cartas: "Hijo mío". Y San Pablo
cuando escribe a Timoteo desde su prisión en Roma le dice: "Tráigame a
Marcos, porque necesito de su colaboración". Dicen los antiguos
historiadores que fue un compañero muy apreciado por los dos
apóstoles.
A San Marcos lo pintan con un león, porque él era secretario de San
Pedro, el cual dejó escrita esta frase: "Vuestro enemigo el diablo, como
león rugiente, da vueltas alrededor de vosotros buscando a quién
atacar". (1 P. 5,8) y porque su evangelio empieza hablando del desierto,
y el león era considerado el rey del desierto.
Dicen que San Marcos fue nombrado obispo de Alejandría en Egipto, y
que allá en esa ciudad fue martirizado por los enemigos de la religión
un 25 de abril.
La ciudad de Venecia (Italia) lo eligió como patrono y construyó en
su honor la bellísima Catedral de San Marcos.
En honor de este gran santo leamos de vez en cuando alguna página
de su hermoso y tan agradable evangelio. Así aumentaremos nuestro amor a
Jesucristo.
Beato Pedro de Betancur, apóstol de Guatemala (1626 –
1667).
Pedro de Betancur nació en Villaflor de Tenerife (Islas Canarias,
España) el 21 de marzo de 1626. A los 20 años dejó sus islas para
trasladarse a Cuba y de allí partió a Guatemala.
El 18 de febrero de 1651, cuando Pedro cruzaba el puente de San
Juan Gascón para entrar en la espléndida capital de la Capitanía General
de Guatemala, la tierra de Panchoy, estaba temblando. No iba cargado de
riquezas ni tenía amigos. No llevaba encima más que lo necesario para
cubrirse; pero dentro de sí tenía al mismo Cristo, nacido en Belén,
muerto en el Calvario, resucitado al tercer día. En su boca tenía la
palabra de paz del evangelizador; en sus ojos, el brillo del mandamiento
nuevo: "Que os améis los unos a los otros". Así entró en la ciudad. No
era clérigo; no era caballero distinguido. Estaba desprovisto de
títulos. Era un peregrino, un romero. Él mismo se buscó un lugar en la
ciudad, en un rincón. El corazón de Pedro, verdadero amador de Cristo,
pronto quedó colmado con el dolor y el sufrimiento que pululaban en la
ciudad de Santiago de los Caballeros, de Guatemala, desde la calle de
los Pasos hasta la calle Ancha de los Herreros. De rodillas ante el Niño
Jesús, la Santísima Virgen y San José, exponía en voz alta todas las
miserias y todas las necesidades de aquellos hombres y mujeres, de
aquellos niños. Para él no existían clases sociales, para él no había
damas, caballeros, artesanos o indígenas; para él sólo había almas que
podían perder el único negocio importante y decisivo, que es el negocio
de la salvación. ¡Pueden salvarse o condenarse! ¡Ricos y pobres, sanos y
enfermos, todos por igual, pueden salvarse o condenarse! Y de un modo u
otro, resonaban en su cabeza las palabras de Teresa de Jesús: salvarse o
condenarse... para siempre. Y arreciaba, con los clamores, la
penitencia. De la contemplación del misterio de la Encarnación en
Nazaret, pasaba al Calvario, para contemplar a Cristo crucificado,
sediento de almas, y levantaba su voz, suplicando por aquellas grandes
necesidades espirituales y materiales que le desgarraban el alma. Para
hacer más eficaz su oración, para hacerse oír de Nuestro Señor, acudía a
la Santísima Virgen, recurría a San José.
Pedro era un hombre que no tenía nada ni quería nada. Suyo era el
dolor, el sufrimiento, la miseria, la ignorancia del prójimo. El Santo
de Asís, con su pobreza completa y su abrazo generoso a la cruz de
Cristo, le subyugaba, le inspiraba nuevo amor y nuevo celo.
Su caridad no le daba reposo. Su esperanza y su fe lo mantenían en
vigilia, el oído atento al dolor. Y Pedro se levantaba de su rincón,
buscaba al apestado, al hambriento, al desnudo, al desencaminado, y lo
tomaba como hermano. Pedro, un hombre sin techo y sin pan, daba de comer
al hambriento, de beber al sediento, vestía al desnudo. Acudía al rico,
al poderoso, al que tiene, y, acerándole la llama de su caridad,
derretía el egoísmo y hacía relumbrar la escondida generosidad de
aquellos hombres. Este nuevo hermano de todos, el Hermano Pedro, con su
caridad sacaba de los hombres lo mejor, los movía al bien, los empujaba
a la misericordia y a la piedad. No había quien resistiera a su
humildad, a su sencillez, virtudes reacias en un hombre que mostraba la
virtud en toda su real belleza. Fundó la Orden Betlemita, testimonio de
su amor a la contemplación de Belén, del Dios Niño y testimonio de su
caridad que arrastraba; hombres y mujeres se disponían a seguir su
ejemplo.
Su celo por el bien de las almas le hizo pasar, de alumno del
colegio de la Compañía, a fundador de la primera escuela de párvulos que
registra la historia de la educación en América Central. Como Cristo, el
Hermano Pedro estaba con los pobres, comía con los ricos, instruía a los
niños. Se hizo pan para el hambriento, medicina para el enfermo,
consuelo para el afligido. Sus manos construyeron, su lengua educó, su
conducta edificó. Correspondía lo que enseñaba con lo que vivía.
Fue el Hermano Pedro el testimonio vivo de lo que la Iglesia ha
hecho y hace por el pobre, el olvidado, el huérfano, en dos mil años de
historia. Al mismo tiempo enseñó qué hacer y cómo hacerlo, qué es obrar
con la Iglesia y de acuerdo con la Iglesia.
Pedro de San José Betancur sirvió a Cristo en el prójimo hasta
aquel 25 de abril de 1667, a los 41 años de edad, cuando
expiró.
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